Opinión
¿De qué equipo habla Donald Trump?

Trump ha entendido el orden internacional como un espacio de disputa de intereses al que quiere arrastrar al conjunto de la comunidad internacional en una resignificación securitaria de la hegemonía mundial.
Mark Rutte OTAN
El Secretario General de la OTAN durante una celebración el pasado 4 de julio de 2025. Foto: OTAN

Un rasgo fundamental de nuestro tiempo es la aceleración y reconfiguración de los tiempos. Los tiempos se desajustan y producen decalajes difíciles de afrontar. Lo vemos en los tiempos geológicos y los tiempos humanos, que se han dislocado en la actual crisis del Antropoceno. Lo observamos también en los tiempos políticos, ante una encrucijada generada por la tensión entre la urgencia y gravedad de los problemas, que nos reclama actuar con contundencia en el corto plazo, y la naturaleza compleja de estos problemas, que nos lleva a tomar decisiones a largo plazo y asumir el principio de incertidumbre. Y esta reconfiguración de los tiempos se hace presente también en los campos comunicativo y político. Si la relación entre la agenda mediática y la agenda política nunca ha sido sencilla, vemos ahora cómo se encuentra cada vez más distorsionada por el desplazamiento de las lógicas editoriales por parte del mandato algorítmico, como nos decía recientemente la experta en comunicación digital Dafne Calvo, en la presentación de un libro de autoría compartida titulado Bulos y barro. Cómo la Dana ejemplifica el problema de los desórdenes informativos. Precisamente la Dana, de la que estos días se cumple un año, representa un claro ejemplo de cómo estos desajustes se concretan y cobran forma dando lugar a un “problema súper perverso” (wicked problems).

Pero volviendo al desajuste entre las lógicas políticas y comunicativas generado en este momento de hiperaceleración, vemos cómo la agenda política y, especialmente, la mediática se forman en una carrera vertiginosa de declaraciones disruptivas que cortocircuitan e imposibilitan una conversación pública democrática, alimentada por información veraz, conocimientos contrastados y saberes situados, y a través de procesos deliberativos.

Esta irrupción abrupta de discursos simplificadores, negacionistas y engañosos es tan dañina para la democracia como instrumental para la canalización de intereses de grupos que intentan hacerse pasar por el bien común del conjunto de la sociedad. Así es, precisamente, como está funcionando el mecanismo de construcción de hegemonía por parte de las opciones reaccionario-autoritarias.


Como salvaguarda democrática, y también por autocuidado, no es aconsejable entrar a comentar y valorar cada una de las afirmaciones, expresiones, provocaciones o amenazas de la cruzada reaccionario-autoritaria, contribuyendo con ello a amplificarlas. Ya cuentan, en esta época de los algoritmos, con un espacio privilegiado en numerosos medios y redes sociales. Menos conveniente todavía es hacerlo en el caso de Donald Trump, dada la volatilidad y el carácter caprichoso de muchas de sus declaraciones. Es la estrategia política y económica que hay detrás de estos discursos la que debe preocuparnos, y ocuparnos.

Sin embargo, en estos días se ha producido una declaración que puede pasar desapercibida, por saturación, pero que es especialmente ilustrativa y funcional al proceso de construcción de hegemonía en torno a la “visión del mundo” instalada en la Casa Blanca. En una conferencia de prensa posterior a una reunión con Mark Rutte, secretario general de la OTAN, decía Trump que “spain is not a team mate” (España no es un jugador de equipo). La frase es relevante por lo que dice (también por dónde lo dice y junto a quién lo dice), y es de gran utilidad para hacer pedagogía sobre las intencionalidades y los efectos del discurso trumpista.

La declaración, acompañada de la petición a Mark Rutte para que “solucione esto rápido” (que previsiblemente se afanará en cumplir con la inestimable ayuda del futuro embajador de Estados Unidos en España), se suma a la escalada verbal iniciada en reacción al plante del gobierno español en la cumbre de la OTAN en La Haya en junio de 2025. Allí Trump consiguió que todos los países de la OTAN, a excepción de España, firmaran el compromiso de dedicar el 5% del PIB a gasto en defensa. Desde entonces, y especialmente en las últimas semanas, han sido varias las insinuaciones y acusaciones lanzadas para presionar a España. Pero de entre todas ellas, es la alusión al juego en equipo la que tiene más carga de profundidad.

Trump mantiene esta estrategia de ataque al sistema multilateral con la intención de revertir la pérdida en su competencia con China

Se le pueden (y desde el compromiso con la democracia, se le deben) hacer muchas críticas al gobierno de España en su esfuerzo para abordar los problemas planetarios. Pero no estaría entre las más justas la de ser un freerider del sistema internacional que se desentiende del “juego en equipo”.

Sin obviar la amenaza que acompaña a esta declaración, lo paradójico es que la lanza precisamente quien está poniendo todo su empeño en romper el “juego en equipo”. Si entendemos por jugar en equipo defender el multilateralismo y la acción colectiva como formas (imperfectas, sí) de abordar los problemas y desafíos planetarios, tenemos que concluir que, además de ante un nuevo intento de coacción (con los aranceles de por medio), estamos ante un ejercicio de trilero. Uno protagonizado por quien ha entendido el orden internacional como un espacio de disputa de intereses al que quiere arrastrar al conjunto de la comunidad internacional en una resignificación securitaria de la hegemonía mundial.

Es especialmente cínico que sea quien está despreciando el multilateralismo y algunos de los elementos básicos sobre los que se ha asentado al menos discursivamente el orden internacional liberal –como la democracia liberal, el derecho internacional, los derechos humanos o la ciencia– quien recurra al argumento del egoísmo para denunciar el comportamiento de otros actores. Más aún si es para encubrir su propia ruptura con un sistema multilateral y orden internacional que percibe como contrario a sus intereses, y por lo tanto como límites a superar. Esto lo ha hecho apoyándose en un victimista ejercicio retórico que se apropia de la idea de “reparación”, ya que este sistema, según ha planteado en múltiples ocasiones, ha perjudicado los intereses de Estados Unidos.

Su apuesta por los aranceles como forma de presión y negociación, frente las reglas multilaterales de la OMC, es un claro ejemplo, seguramente el más evidente pero no el único, de este intento de ruptura. También lo es el rechazo a reconocer la legitimidad de la Corte Penal Internacional y su orden de detención contra Benjamin Netanyahu, la negativa a asumir el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas establecido en los Acuerdos de París y su salida (por segunda vez) de este acuerdo climático, la incomparecencia en la Cuarta Conferencia de Financiación del Desarrollo celebrada en Sevilla en 2025 o la retirada de la OMS.

Todos estos ejemplos son el resultado de una estrategia de ataque al sistema multilateral con la intención de revertir la pérdida en su competencia con China por la influencia internacional y lograr un reparto desequilibrado (y favorable a sus intereses) del poder mundial. Un reparto que pretende, en aras de la seguridad global, hegemonizar y convertir en sentido común universal.

Nos encontramos ante un escenario en el que ya hemos sobrepasado siete de los nueve límites planetarios reconocidos, una señal inequívoca de que la situación es muy crítica

Para esta estrategia, la construcción securitaria de la realidad, del sentido común y de la agenda internacional resulta fundamental. La profundización de un escenario polarizado y permanentemente amenazante permite impulsar una resignificación del “trabajo en equipo” en torno a la seguridad, presentándolo como un esfuerzo colectivo incuestionable, como el principal consenso de época. De este modo, se difunden marcos discursivos simples que ofrecen respuestas fáciles y apelan a la idea de “jugar en el mismo equipo”, cuando en realidad enmascaran intereses concretos —como los vinculados a la industria militar— y legitiman su agenda. El resultado final no es la resolución de los problemas que se dicen enfrentar, sino la consolidación de una lógica securitaria que los perpetúa y los amplifica.

Pero aquí no termina el problema. Todo esto sucede mientras nos adentramos en una crisis ecológica de tal magnitud que amenaza la supervivencia de la especie humana como especie biológica y anticipa, al mismo tiempo, una posible ruina civilizatoria, tal como advierte José Manuel Naredo en La crítica agotada. Nos encontramos ante un escenario en el que ya hemos sobrepasado siete de los nueve límites planetarios reconocidos, una señal inequívoca de que la situación es muy crítica. Si hay una situación de urgencia planetaria que amenaza a la seguridad colectiva y que reclama la idea de trabajar en equipo, es precisamente la confluencia entre esta crisis ecológica y la profunda crisis socioeconómica que afecta a miles de millones de personas en todo el mundo: una auténtica crisis ecosocial que es el gran desafío de nuestro tiempo frente al que articular un sentido común de época y orientar la acción colectiva.

Conviene, para ello, no dejarnos amedrentar por las amenazas de quien pretende hacernos jugar a todas y a todos, a la fuerza, en su estrecho equipo reaccionario y autoritario en el que no caben imaginarios democráticos y pluriversales resultado de un verdadero juego en equipo.

Pensamiento
Emmanuel Rodríguez
“La nueva derecha usa una suerte de utopismo retro que es el socialismo de los imbéciles”
Este sociólogo madrileño ha publicado el libro 'El fin de nuestro mundo', un ensayo en el que explora las condiciones en las que se está produciendo, sin prisa pero sin pausa, un cambio radical en las perspectivas de futuro de la humanidad.
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