@jfmoriche
18 dic 2018 10:45

Marzo de 2004. Se cierra una legislatura, la segunda del PP de José María Aznar, marcada por el naufragio del petrolero Prestige y la ineficacia y mentiras gubernamentales ante sus catastróficas consecuencias, por una Ley de Ordenación Universitaria masivamente rechazada por la comunidad educativa, por la complicidad en la sangrienta invasión norteamericana de Iraq y finalmente, solo tres días antes de las elecciones, por los terribles atentados del 11 de marzo en Madrid, sobre cuya autoría el gobierno de Aznar intenta, sin éxito, engañar a los españoles.

El PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero gana las elecciones del 14 de marzo gracias a una amplia movilización del electorado progresista, incluyendo a muchos votantes situados ideológicamente a su izquierda o muy a su izquierda, que dejan a un lado sus preferencias para facilitar un cambio de gobierno que permita al país escapar de la pesadilla asfixiante del aznarismo. Aquella noche electoral deja, dirigido al futuro presidente, un grito para la Historia: «¡no nos falles!».

Tras cuatro años de incesantes movilizaciones sociales, las calles quedaron vacías y la gestión del cambio quedó enteramente en manos del gobierno

Visto con la perspectiva que otorga el paso del tiempo, resulta evidente que quienes apoyamos en aquellas elecciones a Rodríguez Zapatero cometimos después un grave error. Tras cuatro años de incesantes movilizaciones sociales, las calles quedaron vacías y la gestión del cambio quedó enteramente en manos del gobierno. Durante sus primeros dos o tres años de mandato, Rodríguez Zapatero colmó algunas de las expectativas de cambio con la retirada de las tropas españolas en Iraq, el inicio de los trabajos de la Ley de Memoria Histórica o el reconocimiento del matrimonio homosexual. Pero en cuanto el eco de aquellas movilizaciones se fue apagando, el PSOE empezó a desplazarse hacia el centro y vaciar de ambición y sentido ese cambio. Cuando estalla la crisis económica de 2007-2008, Rodríguez Zapatero hinca la rodilla ante las presiones de los mercados financieros y aplica brutales recortes sociales, haciendo pagar a las clases populares los ingentes destrozos provocados por la enloquecida avaricia de las élites económicas. La gigantesca decepción allana el camino, primero a una huelga general, luego al 15-M y finalmente a una masiva abstención que en las elecciones del 20 de noviembre de 2011 hunde al PSOE y devuelve al PP al poder.

Ahora que, como sucede de una punta a otra del planeta, la decepción provocada por gobiernos socialdemócratas fallidos no desemboca en un retorno al poder de los partidos conservadores tradicionales, sino en la emergencia de nuevas derechas autoritarias

Han pasado muchos años y cambiado muchas cosas en España y en el mundo, pero algunas lecciones de aquella experiencia siguen vigentes. Hoy España deja otra vez atrás, aliviada, un gobierno reaccionario, represor, mentiroso y corruptísimo del PP. Pero el PSOE del nuevo presidente Pedro Sánchez sigue siendo un partido plenamente inserto en los consensos del Régimen de 1978 y el neoliberalismo, que puede aliviar parte de los peores rasgos del anterior gobierno con algunas medidas sociales y culturales de signo progresista, pero que muy difícilmente emprenderá por voluntad propia una reforma en profundidad de la estructura económica del país en favor de las clases populares y la sostenibilidad medioambiental, ni una reforma en profundidad de la estructura del Estado que deje por fin atrás aquellos de sus rasgos más reaccionarios y represivos, heredados del franquismo en una Transición a la democracia que el poder de las élites y el miedo al golpismo dejaron en muchos aspectos a medias.

Por todo ello, es imprescindible no aflojar ni siquiera un instante la organización y la movilización social, presionando constantemente tanto al nuevo gobierno como a sus aliados parlamentarios para que emprendan esas transformaciones en profundidad. Especialmente ahora que, como sucede de una punta a otra del planeta, la decepción provocada por gobiernos socialdemócratas fallidos no desemboca en un retorno al poder de los partidos conservadores tradicionales, sino en la emergencia de nuevas derechas autoritarias, racistas, machistas y homófobas, como la norteamericana de Donald Trump, la italiana de Matteo Salvini o la brasileña de Jair Bolsonaro, cuya voluntad inequívoca es la aniquilación de la democracia. Conformarnos con Sánchez hoy es abocarnos al desastre mañana.

*Este texto fue publicado originalmente en el primer número (otoño de 2018) de La Chiquita, revista de la asociación "Qué Hervás Quieres", de Hervás (Cáceres).

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