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Pensamiento
La imagen de Walter Benjamin que sigue suspendida en Portbou
A escasos metros del nicho 563 del cementerio de Portbou, queda recogida la frase de Walter Benjamin: “El capitalismo no morirá de muerte natural”.
Portbou (Gerona) es un pequeño pueblo próximo a la frontera franco-española donde, literalmente, se detuvo la historia. Pese a todas las iniciativas sobre memoria que ha albergado, no es un lugar en el que la cultura se manifieste. Más bien, donde se muestra de manera cristalina que en sus documentos aún reside la barbarie. No es otra la razón que el hecho de que sus habitantes presenciaran —una vez más— la victoria de los dominadores.
Concretamente, durante la última batalla de la Guerra Civil, acaecida muy cerca de Portbou, cuando la historia se decantó en favor del bando franquista, es decir, uno que no solo exhibió los rasgos tecnocráticos propios del fascismo, sino que contó con su apoyo explícito. Digamos que aquellas ideologías del siglo XX tomaron una situación política dada, excepcional, para impedir que se culminara una sociedad sin clases, eliminando así el derecho de las masas a transformar las relaciones de propiedad y perpetuando un historicismo que tantos han tratado de revivir para dominar en el presente, especialmente la socialdemocracia, impulsora habitual, constante, ingenua… de la modernización.
De hecho, estos fueron los tres adversarios que Walter Benjamin trataba de derribar cuando inició la redacción de sus tesis Sobre el concepto de la historia. Este pensador, nacido en Berlín en 1892, sucumbió al instante de peligro inaugurado por el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial apenas un año después de que se hiciera efectiva la victoria del franquismo en España. Ocurrió el 26 de septiembre de 1940 en la habitación número cuatro del segundo piso de una fonda llamada Hotel Francia situada en el pueblo de Portbou, terminal a la que llegaban los suministros alimentarios destinados al frente republicano y punto de evasión para los fugitivos del nazismo.
Por entonces, si el estado de salud en el que se encontraba el pensador era deplorable, no lo era menos su economía, la cual complicaba el mantenimiento de su estatus de intelectual independiente. Digamos que Benjamin confrontaba con sus escritos al fascismo al tiempo que proponía “ganar a los intelectuales para la clase obrera concienciándolos de la identidad de sus trayectorias y de sus condiciones en tanto productores”, en lugar de asumir las labores propagandísticas que el comunismo trataba de conferirle. Y ello, además, tenía lugar en un momento en el que Adolf Hitler había firmado el pacto de no agresión con la Rusia soviética de Iósif Stalin.
A tenor de estos sucesos podemos tratar de comprender de manera sucinta el contexto en el que este filósofo materialista se suicidó con una sobredosis de morfina en “un pequeño pueblo de los Pirineos”, como escribió en la carta que recibió la fotógrafa alemana Henny Gurland, quien lo acompañaba en su huida, después de que la guardia civil del régimen español lo detuviera para entregárselo al Régimen francés de Vichy, quien tras la firma del armisticio con la Alemania nazi se encontraba colaborando estrechamente con la Gestapo.
Si bien se extravió la maleta que con tanto cuidado custodiaba Benjamin durante su huida con valiosos documentos sobre su obra, el mero carácter expresivo de este gesto, el de quitarse la vida, nos permite trazar algunas conclusiones sobre la que debía ser su obra capital: el Libro de los Pasajes.
La ambición que recorrió a Benjamin durante 13 años, desde que emprendió este estudio en 1927 hasta el mismo día de su muerte, no era baladí: construir una filosofía material de la historia del siglo XIX. De sus ambiciosas intenciones deja constancia la siguiente frase: “Todo suelo tuvo una vez que ser roturado por la razón, limpiado de la maleza de la locura y del mito”. Con ello se refería a la tarea, la cual resultó inabarcable, como otras tantas propuestas por este autor, de encontrar en este siglo la expresión misma de su base económica.
Conocida es la frase de Karl Marx sobre esta última, enarbolada en oposición a la dialéctica hegeliana en un pasaje de La ideología alemana: “No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia”. Al respecto, las intenciones benjaminas pasaban por encontrar la manera en que “el mundo en el que surgió la doctrina de Marx influyó en ésta, no solo mediante sus conexiones causales, sino mediante su carácter de expresión” para presentar una teoría estética marxista.
Como decíamos, hasta qué punto Benjamin cumplió con esta hazaña solo puede ponderarse desde el sentido que adquirió su propia muerte. En primer lugar, esta intersección filosófica entre los límites de la época moderna que trataba de radiografiar y el meta-relato sobre el desarrollo del capitalismo fue anticipada algunos años atrás por este autor en La obra de arte en su época de la reproductibilidad técnica: “El fascismo intenta organizar a la masas proletarias que se han generado recientemente, pero sin tocar las relaciones de propiedad hacia cuya eliminación ellas tienden”.
Al respecto, otra cuestión menos vinculada a un análisis concreto sobre las condiciones materiales era el modo en que, junto al culto del público hacia la figura del Führer, se fomentaba “la constitución corrupta de la masa que el fascismo intenta poner en lugar de la que proviene su conciencia de clase”. Además, como formula en una carta escrita desde París, esto ocurriría porque “el arte fascista es un arte de propaganda. Es ejecutado para las masas. Además la propaganda fascista tiene que penetrar toda la vida social”. Por eso, si en Marx vio la posibilidad de “mostrar claramente un materialismo histórico que ha anquilosado en su interior la idea de progreso”, este análisis lo culminaba con el anuncio de que esta representación de la historia abre la puerta a la llegada de los regímenes fascistas. En cierto modo, la muerte de este filósofo expresa en sí misma el fracaso histórico-cultural de la modernidad.
Memoria histórica
La biografía de la espuma, Walter Benjamin y el refugio
Sin espacios de la memoria es más fácil olvidar. Si el recuerdo no está siendo capaz de evitar la barbarie, el olvido representa la extinción de la esperanza.
Sin más dilación, una frase sobre su estudio acerca de Baudelaire, otra pieza clave para entender tanto las tesis de este autor como su proyecto sobre el siglo XIX, da cuenta del carácter de aquel acto llevado a cabo por Walter Benjamin: “Las resistencias que la modernidad opone al natural impulso productivo del hombre no guardan auténtica proporción con sus fuerzas. Por eso es compresible que se paralice y se refugie en la muerte. La modernidad tiene que estar puesta bajo el signo del suicidio, el cual sella una voluntad heroica que nada le concede a la actitud que le es hostil. Pero este juicio no es renuncia, sino pasión heroica. Es la conquista de la modernidad en el complejo ámbito de las pasiones”.
De este modo, aunque de ello no quede constancia en la placa del cementerio en el que yace su cuerpo, con su muerte también hizo estallar su tiempo histórico y liberó las fuerzas que permanecían atadas a la historiografía clásica, enseñándole a la humanidad una lección sobre cuál había sido su más potente narcótico hasta entonces. De este modo debemos comprender la tantas veces invocada novena de sus tesis, la cual viene precedida de un poema escrito por su amigo Gershom Scholem:
“Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él está representado un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que mira atónitamente. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, abierta su boca, las alas tendidas. El ángel de la historia ha de tener ese aspecto. Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. En lo que a nosotros nos aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una sola catástrofe, que incesantemente pila ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. Bien quisiera demorarse, despertar a los muertos y volver a juntar lo destrozado. Pero una tempestad sopla desde el Paraíso, que se ha enredado en sus alas y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al que vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Esta tempestad es lo que llamamos progreso”.
Ahora comprendemos que el Angelus Novus es una alegoría en la que se manifiesta la propia historia del autor de estas frases. Tomando además una frase de su estudio sobre El origen del drama barroco alemán (1925), “la alegoría (y demostrarlo es el propósito de las siguientes páginas) no es una técnica gratuita de producción de imágenes, sino expresión, de igual manera que lo es el lenguaje, y hasta la escritura”.
¿Pero qué expresa realmente esta alegoría? En efecto, la muerte de la modernidad, el fin de un tiempo histórico, el anuncio de que seguir defendiendo la noción de progreso da lugar a la catástrofe, a saber, el fascismo. Dicho con otras palabras, según la tesis citada, la historia queda reducida a una escena que encadena acontecimientos, cuyo único horizonte es la decadencia. Ahora bien, para que esta lectura tenga utilidad política en el presente debe completarse con la de otra de sus tesis, también política en grado máximo, donde señala que “tenemos que llegar a un concepto de historia que le corresponda. Entonces estará ante nuestros ojos, como tarea nuestra, la producción del verdadero estado de excepción; y con ello mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo”.
Si la noción defendida por el fascismo reemplazaba la noción de progreso por la dominación en su forma más pura, y lo hacia congelando la imagen de la historia para legitimar todos los actos que llevaba a cabo en presente, la dialéctica que Benjamin defendía propuso acabar con la continuidad de la historia y su progreso lineal para abrir el pretérito a la posibilidad del acto revolucionario. Harto conocida es también su afirmación: “Marx dice que las revoluciones son la locomotora de la historia universal. Pero tal vez ocurre con esto algo enteramente distinto. Tal vez las revoluciones son el gesto de agarrar el freno de seguridad [emergencia] que hace el género humano que viaja en ese tren”.
Aunque nada de ello ocurriera, hemos de reivindicar el gran descubrimiento de Benjamin de manera similar a como un vigía contempla los límites de la historia moderna y anuncia su fin.
Ello nos permitiría argumentar que Portbou, entonces, no es el lugar donde murió, poniendo fin a siete años de exilio, sino donde se mantiene viva una imagen, dialéctica en grado máximo. En este sentido, a partir del memorial llamado Passatges que a día de hoy se puede encontrar en este pueblo, aquel que Hannah Arendt definió como “uno de los lugares más fantásticos y más bellos que he visto en mi vida”, podría trasladarse una última conclusión.
En el interior de dicha construcción, en medio de un acantilado que da al Mediterráneo, y gracias la luz que entra desde la entrada del pasadizo, la sombra de uno se plasma de manera clara en el mar gracias a un pared de cristal. A menos, claro, que el agua se encuentre revuelta. Entonces esa imagen no tiene lugar. De manera metafórica, la tormenta es aquello que corresponde a esta segunda, ola tras ola, ruina sobre ruina, somos incapaces de contemplar de manera clara la historia como catástrofe.
Ahora bien, la primera imagen que nos deja la mar cuando está calmada podría utilizarse para articular la oposición a la idea marxista del fin de la historia, basada en una visión cuantitativa del tiempo histórico, es decir, donde este acontece mediante el desplazamiento de la producción. Así también podríamos entender la idea que Benjamin toma del mesianismo judío para articular su teoría sobre el conocimiento, algo así como una imagen que surge en el núcleo mismo del presente, una esperanza revolucionaria experimentada en el aquí y ahora. Y allí, a escasos metros del nicho 563 del cementerio de Portbou, queda recogida la de Walter Benjamin: “El capitalismo no morirá de muerte natural”.
Por eso, si este filósofo anunció que el tiempo histórico moderno debía detenerse, abriéndose un recinto para que la política tomara el primado sobre la historia a fin de acabar con el modo de producción capitalista, aquel que había desembocado en el fascismo de manera que sus privilegios de clase se mantuvieran intactos, la tarea a emprender en la actualidad no puede ser menor.
Y si en buena parte del mundo acontece un repliegue reaccionario de lo moderno, una manera de continuar preservando una época muerta, la hazaña en la actualidad no puede pasar por reivindicar de nuevo el progreso, como hacían aquellos a quienes Benjamin dirigía sus ataques. Más bien, hubiéramos de señalar a modo de última nota unas palabras recogidas en su ensayo Eduard Fuchs, coleccionista e historiador con la intención de comprender el instante del peligro que a día de hoy nos amenza:
“Hacía falta, pues, una prognosis, pero no se produjo. Esto selló un decurso característico del siglo XIX: el de la malograda recepción de la técnica. Tal recepción consiste en una serie de enérgicos intentos de saltar por encima de la circunstancia de que, para esta sociedad, la técnica solo sirve para producir mercancías (…) Y, por este motivo, podemos preguntarnos si el ‘confort’ del que disfrutaba la burguesía del siglo XIX no procedería del placer de no tener que experimentar jamás el modo en que las fuerzas productivas se desarrollaban en sus manos. Así, esta experiencia le quedó reservada al siglo siguiente, que ha ido viviendo cómo la rapidez de las herramientas de transporte y la capacidad de los aparatos que reproducen la palabra y la escritura exceden hoy a las necesidades. Las energías que la técnica desarrolla más allá de este umbral radicalmente son destructivas. Ante todo fomentan la técnica de la guerra y su preparación en la opinión. De este desarrollo, que es clasista, se puede decir que ha tenido lugar a las espaldas del siglo pasado, el cual no fue consciente de las energías destructivas de la técnica”.
En el breve siglo XXI, pareciera como si aquel Angelus Novus siguiera en suspenso, es decir, como si la dialéctica de Benjamin se encontrara detenida en el mismo lugar en el que reside su cuerpo, allí donde se quitó la vida. Una experiencia esta que no podemos dejar pasar en un tiempo caracterizado por la hegemonía neoliberal.
Reivindicando de nuevo una “política poética” que sea capaz de producir una imaginación alternativa al sinsentido común de época en el que nos encontramos, cabría preguntase si las condiciones se encuentran maduras en este momento para que la sociedad convierta la técnica en un órgano suyo, o si se encuentra suficientemente desarrollada como para dominar las fuerzas sociales elementales. Y, volviendo a citar a Benjamin, que ello pueda “desembocar en la liberación creciente del ser humano de toda sumisión al trabajo”.