Pensamiento
McKenzie Wark: “La depresión es una secuela de alquilar nuestro cerebro en condiciones deplorables”

El capitalismo ha muerto, dice McKenzie Wark. Esto no significa que no siga existiendo sino que ha mutado en otro sistema. Esta arriesgada teoría aparece como un punto de interés para pensar en el presente y en las posibilidades de cara al futuro.
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McKenzie Wark nació en 1961 en Newcastle, Australia.

Mckenzie Wark (Newcastle, 1961) es una reconocida figura en el estudio de los medios y la cultura y su intersección con la tecnología. En su último libro, El capitalismo ha muerto, Wark plantea la necesidad de repensar el marxismo desde una mayor atención a las prácticas técnicas y científicas. Su diagnóstico del presente sugiere que nos encontramos ante la emergencia de un nuevo modo de producción, basado en la generación y el uso de información. Un síntoma de ello sería el ascenso de empresas como Google (o su matriz, Alphabet), Amazon, Facebook (ahora Meta), Apple o Microsoft a los puestos más elevados en los rankings de capitalización del mercado bursátil. Esta emergente formación histórica estaría generando nuevas clases y conflictos sociales: a las tradicionales figuras antagónicas del campesino y el terrateniente, o del trabajador y el capitalista, esta profesora de The New School (Nueva York) añade las clases hacker y vectorialista. La primera produce novedad, diferencia, información, mientras que la segunda controla los medios de producción, apropiación y uso de dicha información, acaparando así su valor. 

Según Wark, el vectorialismo no acaba con las lógicas y circuitos capitalistas sino que se hibrida con ellos: la clase vectorialista controla las infraestructuras digitales, las patentes, marcas, derechos de propiedad intelectual, etc. en las que se apoyan las cadenas de valor y las empresas que llevan a cabo las tareas de producción a escala global, subordinando con ello a la tradicional clase capitalista, del mismo modo que esta subordinó a la clase terrateniente en el siglo XIX. Según Wark, procesos como la financiarización, la especulación y la extracción se aceleran con la emergencia de este nuevo modo de producción. Además, a través de las infraestructuras digitales, el vectorialismo ejerce una vigilancia e intervención constante en los procesos sociales, desde nuestras conversaciones y compras cotidianas hasta los procesos electorales, en un grado nunca antes visto. ¿Estamos, pues, ante un sistema socioeconómico peor que el capitalismo? Wark responde en entrevista que tuvo lugar en Barcelona con motivo del Decidim Fest, tras un debate con el colectivo Vector en el CCCB.

“El capitalismo ha muerto”. ¿A qué se refiere con esta afirmación?
A día de hoy seguimos hablando del capitalismo post-fordista, el capitalismo neoliberal e incluso algunas escuelas marxistas reflexionan sobre el capitalismo político. Estamos agregando modificadores a la hora de pensar en un sistema que hemos dado por sentado, el capitalismo, pero, si escarbamos un poco, tal vez no sea tan útil, incluso como término. Quizás tendría más sentido hacer lo que hizo Marx: en lugar de seguir repitiendo sus dogmas, analizar la lucha de clases y el modo de producción actual, o, al menos, la arista dominante de este sistema. El capitalismo todavía existe de la misma manera que todavía existen terratenientes en las zonas rurales del mundo; siempre hay múltiples modos de producción. La pregunta es: ¿cuál es el modelo dominante? En este caso, el que está emergiendo tal vez sea algo diferente, quizá se asiente sobre el control de toda la cadena de valor en donde se distribuye la información. Es posible que exista algo cualitativamente diferente en una economía política de la información donde el elemento central no es la propiedad de los medios de producción, de la fuerza material mecánica, o de la tierra. ¿Qué pasaría si dicho sistema estuviera en la vanguardia sin que lo viéramos?, ¿y si ese sistema fuera incluso peor que el capitalismo? De ser así, posiblemente las estrategias de resistencia o transformación sistémica tendrían que comenzar con analizar el presente en lugar de seguir usando categorías y estrategias que, francamente, no funcionan.

Quisiéramos abordar la cuestión del análisis y la lucha de clases en este contexto. En el Seminario que impartió en el CCCB mencionó los conflictos que existen entre las distintas clases dominantes ¿podría ampliar un poco esta cuestión?
Resulta importante distinguir cómo Marx piensa las clases de cómo lo hacen Max Weber o Émile Durkheim. La sociología tiende a estudiarlas empíricamente, como categorías, mientras que lo distintivo del enfoque marxista, en mi opinión, es verlas como posibles relaciones de alianza o de conflicto. De modo que, en un marco marxista, las clases son siempre relacionales y no categóricas. No es tan interesante tratar de averiguar quién está dentro de cada casilla, porque podemos ser contradictorios en lo que respecta a los lugares de clase que ocupamos. Por ejemplo, puedes ser un empresario el martes, trabajador el miércoles y hacker el jueves. Esto implica que no somos sujetos burgueses individuales y unificados. 

Por otro lado, la noción de “dividual” que empleaba Deleuze nos dice que, en realidad, hay piezas más pequeñas que el individuo, y que pueden ser arrastradas a diferentes relaciones a través de las diversas pantallas o formas que tenemos de operar en la sociedad. Así que no hay que torturarse pensando si esta persona es un trabajador o no, porque eso es contextual, depende de la situación, de las relaciones de conflicto y de las alianzas específicas en cada caso. Creo que los escritos políticos de Marx son mucho más interesantes que el relato de clases de El Capital, porque en los escritos políticos hay múltiples clases y a Marx le interesa cómo se alinean y alcanzan a la persona, en la que se conjuga todo esto.

Sentirnos tan jodidamente miserables por todo lo que no pasa es una cuestión política. Y esta experiencia no sólo ocurre en el trabajo, sino en el resto de nuestra vida cotidiana

¿Cómo se mantiene en el poder una clase numéricamente minoritaria y también explotadora, que busca crear un bloque hegemónico con otras clases, trozos de clases u otras formaciones que aceptan una subordinación porque están menos subordinadas que otras? En el capitalismo clásico, ¿cómo se crea una clase dominante, que sea capitalista y que someta al conjunto de la pequeña burguesía? ¿Cómo explota la raza para explotar a una parte de la clase obrera? ¿Cómo explota el patriarcado? ¿Cuál es el conjunto que constituye la hegemonía? 

Un segundo aspecto de esta pregunta es si podría haber una distinción entre una clase hacker, de personas que trabajan explícitamente generando información en tanto que diferencia y novedad (por ejemplo: programadoras, escritores, etc.), y otra de proletarios digitales que, mediante el uso de estas tecnologías, generan datos todo el tiempo y de forma automática.
El punto a analizar sería si la clase hacker es un estrato privilegiado. Con “hacker” no me refiero sólo a la gente que programa ordenadores, sino a cualquier persona que crea información. Nos gusta pensar que es una clase relativamente privilegiada porque no se ensucia las manos como lo harías si tuvieras que trabajar en la fábrica o hacer trabajos en el sector servicios, pero desde luego que existe una especie de proletarización de esa capacidad. Porque probablemente pases mucho tiempo formándote para poder hacer tu trabajo y luego resulta que hay una sobreproducción masiva de gente formada para hacer lo mismo. Lo cual supone que hay mucha presión respecto a lo que se te puede pagar. Específicamente en los Estados Unidos, para entrar en la clase de los hackers, probablemente vayas a contraer una deuda porque las universidades no son gratis. Así que apuestas que ganarás más dinero con tu trabajo, pero luego tienes que pagar la deuda, con lo cual realmente no estás bien.

Por otro lado, tendemos a existir como clase social en pequeñas comunidades durkheimianas. Según Durkheim, los académicos serían como un pequeño club, pero incluso dentro de los académicos no pensamos que todos hacemos las mismas cosas. Por ejemplo, los académicos de humanidades no piensan que hacen lo mismo que los de ciencias, los ingenieros o la gente que trabaja en las artes creativas. Así que hay que ver cómo todo esto tiene, en un sentido abstracto, algo en común... y eso “en común” es que todo lo que hacemos es representable en tanto que información de la que otra persona puede extraer valor. Entonces, ¿cómo podemos concebir nuestros intereses como algo común y no dejar que ese tipo de percepciones nos dividan? Tenemos intereses compartidos en torno a las infraestructuras de la ciudad, en términos de transporte, en términos de salud, en términos de eficacia para gobernarnos... Si podemos superar las divisiones tendríamos un bloque mayoritario. 

Es una de las cosas realmente sorprendentes acerca de cómo funciona la clase dominante actual en comparación con las anteriores: depende de cuánto trabajo gratuito consiguen que la gente haga por ellas

El siguiente nivel es cómo pensar en consonancia con las piezas que están en otras partes del mundo, porque las cadenas de valor ahora son globales. Por tanto, ¿cómo están conectados nuestros intereses con la gente que constituye la clase trabajadora industrial, pero que están en otros lugares del mundo? Antes uno de esos lugares era China, y probablemente sigue siéndolo en gran medida. Pero ahora China está intentando abrirse camino en la cadena de valor y externalizando la producción de menor valor a Vietnam, Indonesia y otros sitios. Entonces, ¿cómo se define un interés común que una todas estas circunstancias? Es muy difícil hacerlo. Pero ese es el reto político global, y tal vez sea incluso imposible resolverlo por nuestra parte. Sin embargo, podemos pensar a nivel local lo que constituye a la clase trabajadora de servicios y a la clase hacker como parte de un mismo bloque. Y luego, como siempre, la parte complicada es que la pequeña burguesía tiende a alinearse con las corrientes fascistas y autoritarias.

Existen muchas críticas a la concepción marxista del trabajador digital. Para usted, ¿cuál es la fuente de valor?
Ya conocen mi opinión sobre la clase hacker: un tipo de trabajador digital que fabrica cosas diferentes, y al que el capitalista le extrae parte del valor de su trabajo. Ahora bien, ¿cómo extraer valor de las personas cuando lo que estás tratando de hacer es que hagan algo diferente o novedoso? Esto requiere una forma completamente diferente de administrar a las personas, y también un tipo de capacidades intelectuales y afectivas distintas. Estas son las piezas que las empresas vectoriales necesitan para competir unas con otras. Podemos considerarlas, entre comillas, como “innovación”, pero, en realidad, es información en propiedad de empresas como Apple, que están en la parte superior de la cadena de valor. Este es el trabajo gratuito que extraen, pues todos usamos sus productos. Y esa es otra de las cosas realmente sorprendentes acerca de cómo funciona la clase dominante actual en comparación con las anteriores: depende de cuánto trabajo gratuito consiguen que la gente haga por ellas. Por ejemplo, todos tenemos ordenadores portátiles y teléfonos. Si compras la primera o incluso la segunda iteración de ese producto, básicamente haces algo de investigación y desarrollo para las empresas porque ese producto habrá fallado en algún momento y lo han corregido gracias a la información que tú les envías, con tu trabajo, cuando falla. Otro ejemplo: caminar con tu teléfono genera datos para dios sabe cuántas empresas. He utilizado Google Maps para llegar hasta aquí. Google me dio esta información, supuestamente, gratis. Pero Google tiene la suma de toda la información que nosotros le damos. ¿Y si Google quiere trazar el rumbo futuro de una empresa, en este caso, en Barcelona? Bueno, parece que ya sabe exactamente lo que hacemos y necesitamos… 

Después de haber vivido los desoladores años del auge del neoliberalismo, me resulta reconfortante ver a la gente enarbolando la bandera roja. Pero si quieres usar la hoz y el martillo como emblema, entonces tienes que pensar quiénes son los campesinos

En su libro se subrayan algunos de los límites del pensamiento de izquierdas, especialmente, del pensamiento marxista, y la necesidad de inventar un nuevo lenguaje para analizar y, tal vez, salir del atolladero actual. Quisiera conectar ese planteamiento general con lo que señalaba usted antes, cuando subrayaba que los enfoques durkheimianos dan cuenta de gran parte de las diferencias de perspectiva y autopercepción entre diferentes actores sociales. Usted señala la necesidad de utilizar otras herramientas conceptuales para tareas como la construcción de alianzas, ¿necesitamos recursos más productivos o prescriptivos, en lugar de descriptivos, como dicen ser los enfoques más tradicionales de la sociología? Más allá, ¿cómo hacer frente a los límites del arsenal conceptual de la izquierda?
Uno de mis primeros aprendizajes políticos sucedieron en Australia. La gente con la que me formé había experimentado una serie de derrotas catastróficas, y estaba sorprendentemente abierta a nuevas formas de pensar. No veo eso en los Estados Unidos, donde se puede ver un retorno a la lectura nostálgica de Marx, con gente utilizando esencialmente el lenguaje del siglo XIX o principios del siglo XX. Después de haber vivido los desoladores años del auge del neoliberalismo, me resulta reconfortante ver a la gente enarbolando la bandera roja. Pero si quieres usar la hoz y el martillo como emblema, entonces tienes que pensar quiénes son los campesinos. Tenemos que formar alianzas de clase entre clases subalternas, que piensan de forma muy distinta y tienen intereses diferentes. ¿Cómo sería el emblema del comunismo en la actualidad? ¿El teclado cruzado con el martillo o algo por el estilo?

Es el intento del trabajo para conseguir más y más valor agregado y reducir la plusvalía lo que ha impulsado al capital a reducir el poder del trabajo, que se ejercía particularmente a través de la huelga

Por otro lado, tal vez necesitamos una poesía del afecto para tejer una solidaridad entre clases, teniendo en cuenta que tenemos trabajos tan diferentes. Y personas como Mark Fisher son interesantes en ese sentido, porque trataron de pensar en qué medida la depresión o la ansiedad son cuestiones que tratamos como si fueran burbujas médicas, pero que en realidad son las secuelas de vivir en este entorno en el que estamos alquilando nuestro cerebro a un empleador en condiciones muy desagradables, y que espera en todo momento que estemos activos, seamos creativos y además seamos agradables. Sentirnos tan jodidamente miserables por todo lo que no pasa es una cuestión política. Y esta experiencia no sólo ocurre en el trabajo, sino en el resto de nuestra vida cotidiana. Esto no es sólo resultado de nuestro papel en la producción, sino también en la reproducción de nuestras condiciones de existencia. ​​¿Quién organiza el mundo de esta manera, en la que la producción y la reproducción social son imposibles de soportar para cualquier persona? ¿Cuál es el lenguaje adecuado para hacer política en este contexto, uno que no sea un reciclaje del modelo del siglo XX donde el trabajador era un hombre blanco con un martillo? La mitad de la clase trabajadora en Estados Unidos, dependiendo de cómo se la mida, no es blanca, y más de la mitad del proletariado son mujeres. 

Quisiéramos que profundizara en la distinción que usted hace, en el libro, entre un marxismo gentil y un marxismo vulgar. Por un lado, un marxismo apoyado en la filosofía o la historia, o incluso en la sociología. Por otro lado, posiciones alternativas, que atienden a las relaciones con diferentes conocimientos y narrativas (ciencias, ingenierías, etc.) como una forma de replantear esta teoría. 
A estas alturas, me asombra que se cree polémica al decir que Marx no era un filósofo, ni un científico social, sino un revolucionario. Además, ¿por qué todo el mundo quiere convertir a Hegel en el padre intelectual de Marx?, ¿por qué elegir la filosofía hegeliana si Marx también estuvo involucrado en los movimientos políticos radicales y en el nacimiento del movimiento obrero de su época?  Muchos de los que aparecen como personajes menores en su biografía podrían ser los personajes principales en la formación de Marx. En este sentido, podemos pensar en Marx como un marxista vulgar. 

Los marxistas occidentales trataron de distinguirse del círculo del marxismo vulgar, entendido como economicista y determinista. No obstante, esta era la teoría autóctona de la gente que tiene los pies en la tierra, al menos en términos de organización laboral, particularmente, en Alemania. Existe la idea de que llamar a alguien marxista vulgar es un insulto, una idea que recorre la historia del marxismo del siglo XX. ¿Pero acaso alguien se ha preguntado qué es lo contrario a ser un marxista vulgar? Pues seguramente es ser un marxista gentil. Vulgar significa ‘del pueblo’, tiene un sentido de rudeza o grosería. Además, lo vulgar también puede relacionarse con ser sexualmente franco, ceder a los placeres cotidianos, y todo ese tipo de cosas que en realidad están muy relacionadas con la clase obrera. Existe una corriente en el marxismo, la gentil, que se encuentra muy cómoda negando ser eso y tratando de ser filosóficamente más profundos. Pero en realidad no son nada útiles.

El partido tradicional de la clase obrera se basaba principalmente en que la mayoría de los trabajadores no sabían leer muy bien, lo cual justificaba que tuviéramos una serie de líderes especializados. Ahora bien, ¿esto sigue siendo válido hoy en día? No lo creo

El problema es que carecemos de una teoría de la historia del marxismo capaz de comprender cómo se produjo dicho giro. En primer lugar, cuando se observa su evolución, en términos de compromiso de clase, vemos que el origen de clase fue siempre más o menos el mismo dentro del marxismo: los desposeídos o los pequeños burgueses, como yo. Pero el destino de clase del marxismo, es decir, la clase con la que te comprometes cuando llegas a cierto estadio de la lucha de clases, puede entenderse de varios modos o admitir interpretaciones distintas. Especialmente, esto ocurre cuando puedes comprometerte con el partido en lugar de con la clase. Comprometerte con un partido puede darte una coartada para alinearte con una clase con la que no tienes que lidiar directamente. Esto genera muchas dudas sobre lo que denomino “marxismo gentil”. En una era de educación de masas ampliamente distribuida, ¿realmente seguimos necesitando un cuadro especializado de teóricos? El partido tradicional de la clase obrera se basaba principalmente en que la mayoría de los trabajadores no sabían leer muy bien, lo cual justificaba que tuviéramos una serie de líderes especializados. Ahora bien, ¿esto sigue siendo válido hoy en día? No lo creo. Al menos, no en relación con la clase hacker que hemos descrito anteriormente. 

¿Y si prestamos una mayor atención al desarrollo de las fuerzas de producción? Al fin y al cabo, eso es lo que no hacen muchos marxistas: ahondar en la cuestión de cómo funcionan realmente los ordenadores. De este modo, ¿podríamos ser más vulgares a la hora de pensar en la era digital? No obstante, pienso lo vulgar también en otro sentido, que tiene que ver con pensar no sólo en la producción sino también en la reproducción social. Así que no es sólo lo que hacen los trabajadores, o quiénes son, sino quién hace a los trabajadores y cómo se hacen los trabajadores. Esta última se refiere a la reproducción social. Literalmente, ¿quién nos crió y quién nos educó? No es de extrañar que gran parte de esa respuesta implique entender el trabajo de las mujeres, así que tenemos que empezar a pensar en todas las piezas de la reproducción social, así como en la producción en el sentido más vulgar, en términos de compromiso directo con las técnicas que están detrás de prácticamente todo.

En su libro, usted se centra en tres elementos clave cuando se trata de la concentración en la apropiación de valor bajo el modo de producción vectorialista: control de propiedad intelectual, datos o información; la idea de los monopolios; y el control sobre la logística o las cadenas de suministro. Nos gustaría exponer algunas dudas. Respecto a la primera, un artículo reciente publicado por Kean Birch y sus colegas sostiene que este es el mito más grande sobre las Big Tech. Entre sus hallazgos se desprende que estas firmas convierten la “participación de los usuarios” en activos mediante la medición de su desempeño y la valoración de las métricas de los usuarios, en lugar de controlar los derechos de propiedad sobre datos personales per se. Según los datos de dicho artículo, de media, las grandes tecnológicas ostentan “menos” activos intangibles que las 200 empresas más grandes del mundo.
Bueno, ese es exactamente el punto que defiendo. Básicamente, todas las empresas del mundo operan ahora a través del control de la información. No hablamos sólo de la posesión de patentes, sino de los sistemas de logística y de sus marcas. Aunque es cierto: no es útil hablar de ello como intangible porque el control de la información es increíblemente tangible; se trata de una infraestructura global. De hecho, esta requiere más energía que varios países juntos para funcionar. Mi argumento principal es que no se trata solo de información, es decir, de algo intangible, que la información es algo muy, muy tangible, material, pero de una manera diferente.

En la era digital, no existe una separación entre la capa de la información y la capa física. Así que hemos transformado la forma en que funciona la información y construido una especie de infraestructura global para gestionar la producción, vigilar o gestionar a las poblaciones, extraer recursos, etc. Casi todas las empresas dominantes en el mundo son, esencialmente, empresas de logística. Muchas de estas empresas, en realidad, no fabrican las cosas que venden y subcontratan la parte tradicional de la economía a otras. Por ejemplo, este teléfono no está fabricado por Apple, ni esta lata ha sido fabricada por Coca Cola, sino por empresas a las que se ha externalizado el trabajo. Entonces, el éxito de estas empresas trata de la marca, la logística, la información sobre los consumidores, etc.

Por otro lado, respecto a la afirmación de que estas empresas son monopolios. Esto es contradictorio con el resto de su teoría y está fuertemente influenciado por el marxismo ortodoxo, en buena medida por la corriente del “Capital monopolista” defendida por Paul A. Baran y Paul M. Sweezy. Ahora bien, esta afirmación ha sido desafiada por economistas heterodoxos como Anwar Shaik. Sé que usted está harta de que citen a Marx para criticar su postura, pero Shaik usa lo usa para argumentar que la aportación más importante del marxismo no es que Marx sea revolucionario o no, sino sus hallazgos empíricos sobre la competencia real. Por ejemplo, las cinco grandes de Silicon Valley gastan cerca de 57.000 millones de euros al año en investigación y desarrollo para expulsar a sus competidores. Al contrario de lo que indica su teoría, este es un comportamiento bastante capitalista.
No soy economista y tampoco he leído el libro al que usted se refiere. Para mí, los monopolios son una condición relativa de las empresas para alcanzar un objetivo. Los tiempos en que determinadas empresas individuales llegaron a monopolizar realmente algún mercado han quedado atrás. Sin embargo, el objetivo de cualquier gran empresa es intentar acercarse a una condición similar a la del monopolio, para fijar precios y determinar la dirección del mercado, en lugar de estar sujeta a los caprichos de este. Creo que esa es una característica estándar en la competencia intercapitalista, si así desea denominarlo. Pero insisto: no soy economista, y no puedo justificar que estas empresas sean monopolios. Ahora bien, todas las empresas tienen tendencias monopolísticas. Lo logren o no, eso depende de los caprichos de la historia.

En su libro llama la atención la ausencia de una posición sobre Friedrich Hayek, Ludwing von Mises u otros intelectuales neoliberales. ¿No cree que ofrecen pistas para entender la era de la información?
Son el enemigo.

Pero necesitas entender al enemigo para afirmar que no existe el capitalismo.
Tal vez otra persona pueda entenderlos. No es mi función trabajar con el enemigo, a mi me gusta trabajar con la gente y con la tradición marxista.

En mi opinión, usted sí critica a los neoliberales cuando apunta que la mercantilización no tiene lugar eminentemente en el tiempo trabajo o incluso de ocio, sino también en nuestro “comunismo” (en alusión a David Graeber), es decir, en nuestra misma sociabilidad. Al fin y al cabo, ese es el ámbito de la libertad, en el que operan los neoliberales para someternos a los impulsos impersonales de la competencia. Capitalizan nuestras acciones creativas. Esto apunta a un paradigma sobre el comportamiento humano que no podemos entender si nos quedamos en el foco unidimensional de Marx sobre el trabajo.
Bueno, los neoliberales fueron los ideólogos de una versión de la economía política, que en los años treinta estaba por llegar. Aunque no lo consiguieron entonces, consiguieron imaginar un mundo diseñado para ajustarse al tipo de ideas que proponían. El régimen fordista llegó a su límite, tal vez en algún lugar de los años setenta, porque no se podían extraer más aumentos de productividad de los sistemas de fabricación existentes, en parte debido a las limitaciones en el uso de la información. La lucha de los trabajadores ejercía tanta presión sobre el capital que este tenía que suavizar sus tendencias, al menos en el mundo desarrollado, y el capital estaba buscando una manera de sortear este tipo de estrangulamiento. Procedo de una ciudad portuaria australiana especializada en el acero y el carbón, y puedo decirle que la forma en que funcionaban los sindicatos para conseguir sus derechos era parando los ferrocarriles o cerrando el puerto. En aquel entonces el sistema de producción era increíblemente rígido, pero el capital siempre piensa en formas de sortear los bloqueos, bloqueos que el trabajo era capaz de mantener gracias, entre otras cosas, a los envoltorios del sistema estatal.

Debemos pensar menos en la información desde la libertad de los mercados, bla, bla, bla, y todas esas tonterías, y más como una forma de ganar influencia en la lucha de clases, que además tuvo el resultado indirecto de generar un tipo diferente de clase dominante

En este contexto es donde aparece la subcontratación, nuevas desagregaciones de los elementos del sistema de producción, y otras tácticas del capital. Pero para hacer eso se necesitaron muchísimos avances, como una velocidad sin fricciones en el manejo de la información, y no solo en la producción, sino también en los sistemas de consumo. Por eso se produce una enorme inversión en un conjunto completamente diferente de prácticas, técnicas que están muy asentadas sobre la información, las cuales se habían desarrollado, gracias al Estado, durante el periodo de guerra. En la década de los cuarenta la gente aprende a controlar sistemas logísticos complejos gracias a los avances en las tecnologías de la información, aunque la asimilación de eso es relativamente lenta en el sector empresarial. Al menos, hasta que surge una necesidad real de encontrar formas de derrotar a la mano de obra, de reorganizar físicamente la producción para derrotar al trabajo. Entonces, debemos pensar menos en la información desde la libertad de los mercados, bla, bla, bla, y todas esas tonterías, y más como una forma de ganar influencia en la lucha de clases, que además tuvo el resultado indirecto de generar un tipo diferente de clase dominante. Una clase que posee y está invirtiendo en la producción de un conjunto de técnicas, formas de control, gestión de la información, hasta el punto en que se convierte en la clase dominante, y así controla toda la cadena de valor. A veces eso generó nuevas industrias y empresas, otras condujo a la reorganización de las empresas existentes en torno al control de la cadena de valor a través de la información.

Por lo tanto, se trata mucho menos de la competencia entre empresas, entre dos tipos de clases dominantes, y más de la competencia contra la mano de obra. Es el intento del trabajo para conseguir más y más valor agregado y reducir la plusvalía lo que ha impulsado al capital a reducir el poder del trabajo, que se ejercía particularmente a través de la huelga. De este modo, la reducción de los puntos de estrangulamiento que imponía el trabajo sobre el sistema logístico acabó generando otra clase dominante, la cual controla tanto el capital como el trabajo a través de la información. Mucha gente subestima cuáles son los activos de las corporaciones globales en este momento. Gran parte de su poder se deriva de marcas, patentes, derechos de autor, la imagen comercial... El secreto comercial es otra cosa realmente interesante. También el sistema de patentes en la gestión de la información logística, y las formas de extraer valor de formas de trabajo cada vez más diversas.

Para terminar, quisiéramos preguntarle por lo que, especialmente en ciudades como Barcelona, diferentes actores públicos y privados han llamado “humanismo tecnológico” o “digital”, que se presenta como una respuesta al capitalismo digital o, como usted lo denomina, el vectorialismo.
Me recuerda a los años 70, al llamado capitalismo de consumo. Fue ese momento en el que la gente de a pie empezó a darse cuenta de que la mayoría de los productos que consumía eran un jodido veneno y que los residuos se vertían en su patio trasero. Entonces surgió una especie de consumidor más responsable como respuesta a ello. Y el resultado es que las empresas siguen haciendo todas esas cosas malas y no pagan nada por las consecuencias de su actividad, pero ahora pueden decorar todo lo que hacen gracias a que existen ciudadanos responsables. Han hecho un único producto que no es terrible, y que además no genera dinero, y sólo apuntan a ese cuando se refieren a su actividad empresarial.

Llámalo “humanismo digital” o “humanismo tecnológico”, pero esta idea da a entender que lo que en realidad estaban haciendo las empresas tecnológicas anteriormente era completamente inhumano, y que su actividad empresarial no tenía ninguna relación con las necesidades humanas, pues únicamente estaba orientada a extraer información de todo el mundo. Cuando les pillaron haciéndolo, entonces se vieron obligadas a adornarlo con otra cosa. Facebook está tratando de imponer la misma idea que la industria del cine en los años 30: “es mejor que parezca que nos autorregulamos antes de que nos regulen”. ​​Así que tendremos empresas más “éticas”. Ahora bien, ¿es posible dedicarse a la ética y al mismo tiempo ser ético? Sospecho que la respuesta es no.

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