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Pensamiento
Un estoicismo “chill de cojones”
Hacia finales del siglo IV a.C., Zenón de Citio llegó a Atenas, la cumbre de la filosofía mediterránea en ese momento. Como extranjero, no podía poseer propiedades, por lo que tuvo que desarrollar su labor filosófica en el pórtico (stoa) de un templo. De ahí derivaría el nombre de “estoicismo”, la escuela filosófica que fundó y que perduró durante varios siglos, llegando hasta bien entrado el Imperio Romano.
Hoy en día, cuando escuchamos la palabra “estoicismo”, se nos viene a la mente personajes como Llados, libros de autoayuda como los de Pepe García, Rafael Santandreu o Marcos Vázquez, y cuentas de tuiteros con imágenes de esculturas griegas en sus perfiles.
Opinión
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Es decir, basta con oír “estoicismo” para experimentar cierto malestar corporal, similar al que sentimos al comer algo en proceso de putrefacción. Es normal: el estoicismo contemporáneo no es más que otro relato de autoayuda que versa sobre caminos de superación personal hacia el éxito. Una colección de ideas pseudofilosóficas revestidas con un barniz de grandeza estética clásica: Grecia y Roma.
Pero ¿existe realmente una continuidad entre Zenón y quienes se autodenominan herederos del estoicismo?
El estoicismo nació en un mundo lleno de cambios. La Grecia clásica, con sus polis o ciudades-Estado independientes, había llegado a su fin debido a la unificación del mundo griego bajo el Rey Filipo II de Macedonia y las conquistas de su hijo, Alejandro Magno. Esto dio lugar a un periodo histórico (y filosófico) conocido como Helenismo.
El Helenismo trajo consigo una realidad supranacional (si me permiten el concepto un tanto ahistórico) en la que las estructuras políticas resultaban lejanas y distantes para los ciudadanos de la Hélade. Las antiguas certezas propias de una comunidad política cercana, como las de la polis —donde todos (si eran hombres, libres y no extranjeros, claro) podían participar—, se disolvieron. Ante este nuevo mundo hostil, los griegos necesitaban nuevas certezas y caminos para sentirse protegidos frente a los cambios.
El estoicismo mantuvo un núcleo filosófico relativamente sólido [...] giraba en torno a la defensa de una naturaleza imperturbable del ser humano: evitar los estímulos internos, controlar las pasiones corporales y alcanzar la felicidad personal
En contraposición a la filosofía prehelenística (Platón y Aristóteles), que ofrecía los primeros grandes sistemas filosóficos de la antigüedad, los pensadores helenísticos centraron su atención en aspectos más concretos de la filosofía, fundamentalmente la ética. Es decir, dirigieron su interés hacia cuestiones prácticas y cotidianas para un ser humano desamparado: la búsqueda de la felicidad. Importaba, entonces, más el “deber ser” (cómo debe actuar el ser humano) que el “ser” (la pregunta por el fundamento de lo real, tema central hasta ese momento).
Durante el Helenismo surgieron varias concepciones éticas, todas ellas herederas directas de la tradición filosófica cultivada en el Egeo durante siglos anteriores. Epicúreos, cínicos o escépticos propusieron diversas teorías que buscaban encontrar un nuevo refugio espiritual más allá de la comunidad local. Sin embargo, una de las características distintivas del estoicismo frente a otras escuelas fue su gran perdurabilidad y evolución a lo largo del tiempo. Desde una humilde comunidad de filósofos en Atenas, como Zenón o Crisipo, el estoicismo se expandió por el mundo romano en auge en siglos posteriores, coincidiendo, además, con el surgimiento del cristianismo, al que influiría en sus cosmovisiones antropológicas. Tal fue su impacto que Marco Aurelio, emperador romano del siglo II, se convirtió en uno de sus representantes más destacados, centurias después de las lecciones de Zenón en la stoa.
Pero más allá de su evolución temporal y del cambio en su alcance, el estoicismo mantuvo un núcleo filosófico relativamente sólido. Este núcleo giraba en torno a la defensa de una naturaleza imperturbable del ser humano: evitar los estímulos internos, controlar las pasiones corporales y alcanzar la felicidad personal.
Sus principios éticos se basaban en una concepción metafísica concreta de la realidad. Según los estoicos, la realidad estaba formada por dos principios: Materia y Logos. La materia era el principio pasivo, la sustancia de la que todo estaba hecho. Era una visión materialista. Pero la realidad también necesitaba un principio activo que la pusiera en movimiento y la “animara”: este era el logos. El logos, que, salvando la distancia, podemos traducir tanto como “razón” y “palabra”, representaba la capacidad del ser humano para conocer la realidad y expresarla. Sin embargo, este principio no pertenecía exclusivamente al ser humano. Para filósofos como Heráclito, el logos era uno de los fundamentos últimos de la realidad, manifestado lingüísticamente en el hombre (en las mujeres, según Aristóteles, no estaba tan claro). Los estoicos adoptaron esta idea, considerándolo el elemento que daba sentido a la materia y conformaba la realidad.
Así, todo lo que existe está dotado de racionalidad y sentido. Con el tiempo, este logos (o Pneuma, según el autor) sería asociado por el estoicismo tardío con Dios. Hasta cierto punto, puede decirse que su visión era de naturaleza panteísta: la divinidad conformaba la realidad misma (“Dios está en todas partes”).
El objetivo debe ser preservar la vida y las condiciones biológicas básicas, sin excesos, para poder fomentar, así (una vez aceptado el destino de una realidad que no puede controlar) una práctica intelectual que le dirija hacia la felicidad
Sea como fuere, para los estoicos toda la realidad está determinada por el logos. El ser humano es un fragmento del logos, y como tal debe aceptar su destino y no preocuparse por lo que no puede controlar. La parte racional (y divina) del ser humano es superior a su naturaleza material. Por eso, los estoicos (así como otras escuelas helenísticas) defendían la ataraxia; en otras palabras, mostrarse imperturbable frente a los cambios y los fenómenos externos. Todo pasa por algo, y solo aceptándolo podemos alcanzar la libertad personal.
Teniendo en cuenta esto, se pueden entender los fundamentos éticos de su propuesta. Para ellos, solo había un camino para ser genuinamente feliz: cultivar el intelecto (es decir, la capacidad racional del ser humano, la expresión del Logos). Desarrollar la sabiduría es lo que permite al hombre potenciar su verdadera naturaleza divina, y para ello debe controlar sus instintos naturales (materiales), que solo conducen a preocupaciones y a malestar. Resumiendo, el objetivo debe ser preservar la vida y las condiciones biológicas básicas, sin excesos, para poder fomentar, así (una vez aceptado el destino de una realidad que no puede controlar) una práctica intelectual que le dirija hacia la felicidad.
El ideal ético, por tanto, es el del hombre sabio. Nada más alejado del “lladismo”.
La virtud central para los estoicos, aquella que permite discernir entre el bien y el mal —es decir, aquello que es conforme o contrario a la naturaleza—, es la prudencia (phronesis o frónesis). De esta virtud fundamental derivan todas las demás, como la templanza y la justicia. Para el sabio, alcanzar la prudencia significa comprender que el bien y el mal no están condicionados por el contexto externo o las circunstancias, sino que residen exclusivamente bajo el control del individuo y dependen de sus elecciones personales.
Elegir el bien está al alcance del sabio, y es precisamente esto lo que lo lleva a la felicidad. Lo primordial es ser una buena persona; este es el ideal más elevado. Las cosas que no dependen de uno mismo, como el dinero, la salud o el amor deben resultar indiferentes, ya que no dependen de la elección individual.
Todo para vender el mismo discurso de emprendimiento personal de siempre: “Si quieres, puedes”. Una defensa del éxito individual que ignora cualquier contexto socioeconómico, beneficiando únicamente a quienes rentabilizan el sufrimiento ajeno
Como ven, estas máximas son difíciles de compaginar con la retórica de esos gurús narcisistas que pululan por las redes sociales. La relación entre estos “estoicos chill” y el estoicismo helenístico es superficial y epidérmica.
Los “neoestoicos” (por llamarlos de alguna manera, aunque de estoicos no tienen nada) descontextualizan lo aprovechable, olvidan la profundidad y las implicaciones éticas del estoicismo clásico (su verdadero núcleo). Todo para vender el mismo discurso de emprendimiento personal de siempre: “Si quieres, puedes”. Una defensa del éxito individual que ignora cualquier contexto socioeconómico, beneficiando únicamente a quienes rentabilizan el sufrimiento ajeno. Estos charlatanes no son independientes del contexto ni de los demás; su fuente de riqueza es, precisamente, el trabajo ajeno.
Pensamiento
¿Leer? Manifiesto por la no lectura
Paradójicamente, el estoicismo original despreciaba la idea de “éxito personal” y similares. Todo lo que no dependa directamente del hombre —como la sabiduría— debe resultar irrelevante, no debe recibir atención ni preocupación. Sin embargo, los neoestoicos se quedan con una visión superficial: buscan no sentirse perturbados por las opiniones ajenas. Pero su práctica real consiste en perseguir el éxito social, el reconocimiento y, por supuesto, la aprobación femenina (en efecto, es un discurso dirigido solo a tíos heteros).
Reiterando. El estoicismo era una actitud ética, una búsqueda de la felicidad personal mediante el cultivo de la sabiduría y la evitación de perturbaciones externas. Para los estoicos, la realidad tiene un sentido, fruto de la interacción entre un principio pasivo (la materia) y uno activo (el logos). Este logos dota a todo de racionalidad. El hombre debía aceptarlo y no preocuparse por aquello que no podía controlar. Su dignidad y libertad provenían de este logos. No es casual que algunos autores vean en él principios afines al iusnaturalismo o derecho natural.
Por eso, no debemos olvidar que, detrás del ideal individualista del estoico, existe un trasfondo racional que conecta al hombre con la naturaleza y la realidad, ofreciéndole sentido y plenitud.
Los neoestoicos, en cambio, promueven justo lo contrario: un relato de autoayuda centrado en el éxito personal, el enriquecimiento económico y, de paso, el desarrollo de habilidades propias de depredadores sexuales. “Sé un seductor estoico”, dice un tal Homodeuss sin ruborizarse.
Habría que detenerse a pensar, mirar a nuestro alrededor y, de paso, dejar de ver las cuentas de TikTok de los imbéciles de siempre (fascistas y libertarios incluidos). Puede que sea un sacrificio, estoico, demasiado excesivo. Quién sabe
Más allá de este relato, que seduce a chicos confusos con masculinidades frágiles, no hay más que una oportunidad de negocio —y de estafa— para el enriquecimiento de unos desalmados narcisistas.
Pensemos en Grecia, pensemos en Roma. Todo es lo mismo. La grandeza fue y puede volver a ser. Antes, mirabas a tu alrededor y había cuerpos escultóricos; ahora, solo fucking panzas. Paremos la rueda. Que le jodan al otro. Tú eres lo importante. En ti está el camino al éxito. Levántate a las 5 y haz burpees. Invierte, sé un tiburón. Qué importa lo que piensen de ti; importa lo que tú pienses de ti mismo. Eso te abrirá las puertas a una vida mejor y atraerá las miradas de los demás, sobre todo de ellas. Go, go.
Si yo fuera estoico (de los de verdad), quizás me quedaría sentado tomando otro café “chill de cojones” mientras esta gente difunde publicidad engañosa para su beneficio personal a costa de la salud mental y el dinero de muchos jóvenes. Sin embargo, yo no soy imperturbable. La realidad duele y carece de sentido. Y en este contexto, el mundo que defienden los neoestoicos es el de la represión personal: un sacrificio constante que encaja perfectamente con las necesidades productivas del capital. Ahora bien, al mismo tiempo, estos discursos reflejan un anhelo por algo mejor. Si muchos jóvenes se ven atraídos por él, es porque saben que en el fondo algo no va bien. En esto, irónicamente, tienen más en común con el verdadero estoicismo de lo que parece. El mundo es hostil, lejano, difícil y carece de certezas. Por eso, quizás, el estoicismo todavía tiene algo que enseñarnos. Pero para ello, habría que detenerse a pensar, mirar a nuestro alrededor y, de paso, dejar de ver las cuentas de TikTok de los imbéciles de siempre (fascistas y libertarios incluidos). Puede que sea un sacrificio, estoico, demasiado excesivo. Quién sabe.