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Investigadora en el Instituto de Migraciones de la UGR.
Integrante del colectivo Antroposures.
En 1928 a Virginia Woolf, escritora británica, le propusieron dar una serie de conferencias acerca de la mujer y la novela. Lejos de dogmatismos, fue práctica y pragmática: las mujeres necesitan independencia económica y personal, una habitación propia.
Quizás conozcas esta frase o igual no tienes ni idea de quién es Virginia Woolf y puede que en algún momento digas que si la conoces y que su obra es genial aún no habiéndola leído nunca. No te preocupes, todas lo hemos hecho en algún momento con algún tema para no deslizarnos en ciertos espacios. Sin embargo, has tenido sin saberlo muy cerca siempre a una Virginia Woolf, cuyo nombre en andaluz se traduce por Mari Carmen Jiménez, Dolores Hidalgo o Rosario Vaquero. Y todas han sido tan pragmáticas como Virginia, con la diferencia que para muchas de ellas, su habitación propia no era para escribir novelas, lo que realmente necesitaban era tener dinero para comprar a sus hijas un vestido de flamenca propio y dejar de tener que pedirlo prestao´. El vestido de flamenca es un símbolo cultural e identitario que ha sido altamente descrito, representado y utilizado desde lo foráneo, es decir, descrito desde una perspectiva etic sin contar con la comunidad que lo usa, conoce y conserva. Esto ha tenido una repercusión negativa a la hora de acercarnos a él hasta el punto de verlo como un problema. La folclorización histórica hacia Andalucía y sus elementos representativos en las grandes artes: pintura, cine, literatura, música, ha sido tan paralela al significado que la comunidad le otorga que en multitud de ocasiones ha provocado un auténtico rechazo. Es por ello que las memorias íntimas que guardan los volantes se encuentran en un debate dual entre tradición o vanguardia, poderío o exótización, cultura o folclorización.
Reafirmarse en los lunares
Es un hecho que el imaginario al que remite la idea de “mujer andaluza” se tiñe de una especie de femme fatale, flamencona, sexualizada, una especie de Venus como plasmó en su obra “Venus Adaluza” George Apperley. Una serie de valores estéticos, pero también actitudinales que han construido el ideario de mujer dionisiaca, temperamental pero sin una agencia reconocida. Existe así una supervisibilización de unos roles femeninos sexuales y físicos, mientras que hay un barrido de las aportaciones a la economía, la política y al sostén del tejido social en general. Exactamente igual que ocurre con el imaginario que despierta la palabra Andalucía. Un barrido fácil de los elementos que conforman sus múltiples realidades.
Esto es así. Y por eso hablamos de andaluzofobia y de intra-andaluzofobia lo cual es mucho más grave, pues son los resquicios que provoca aquello que tiene que ver con lo andaluz dentro de las propias comunidades andaluzas. Por otro lado, es algo completamente normal si se tiene en cuenta el potencial transformador del proyecto político neoliberal que se ejerce contra aquello que no es blanco, laico y global. Si esto nos lo llevamos a nuestra habitación propia y hurgamos en las puertas que hemos elegido para salir de ella, comúnmente en alguna de nuestras etapas hemos elegido la del desapego y la desvinculación de todo aquello que tuviese que ver con lo que nos habían hecho creer que éramos. Eso está bien. El problema es cuando no elegimos la puerta metafórica de mostrar qué y quiénes somos. Disfrazar los acentos, blanquear la forma de expresarnos, modificar nuestras expresiones corporales, negar que nos gustan ciertas fiestas y tradiciones, forma parte de una asimilación cultural que hemos desarrollado como estrategia adaptativa pero ha quedado claro que no es algo sano ni sostenible en el tiempo. La estrategia no es desplazar los símbolos con los que nos han mitificado sino comprender el por qué de esa interpretación y qué tenemos que decir al respecto. De lo contrario veremos un problema en vestirnos de flamencas, en celebrar una romería, bailar sevillanas en una feria o hablar en público en nuestro ceceo o jejeo.
Ser andaluza no puede ser un complejo porque la superación del mismo sería dejar de serlo. Vestirse de flamenca no perpetúa el mito, al contrario. Vestirse de flamenca puede llegar a ser lo más emancipador para nosotras y las nuestras. Borrar el cliché no es sinónimo de perder y prohibir nuestras entretelas, sino de hablar desde ellas.
Nosotras y ellas en el 19 J
Cuando Virginia Woolf planteó esa frase hecha, las mujeres en el Estado español llevaban solo cinco años con derecho a voto. Hoy suman 89. El voto no es la única herramienta para invertir el orden jerárquico, pero es una estrategia tan fundamental como las flores o las peinas con las que complementamos nuestros vestidos de flamencas. El trabajo y el esfuerzo que sigue habiendo detrás para que contemos con un poder de decisión como ciudadanas de pleno derecho no puede ser visto como un capricho o una opción a usar o no. Urge hacer uso de nuestros derechos, urge expresar nuestros reclamos, urge ocupar los espacios de los que nos fuimos o en los que aún no estamos por el síndrome de la impostora. Andalucía importa, nuestros acentos importan, las nuestras importan, las que posibilitan esta tierra importan y la mayoría de ellas no tiene derecho a voto. Ellas también se merecen su habitación propia: las jornaleras, las cuidadoras, las trabajadoras internas que vienen de distintas latitudes pero que enriquecen a cada paso que dan y construyen en la distancia sus habitaciones propias. Reconocer los privilegios pasa también por esto, por entender la complejidad de Andalucía como Sur y Norte. El espectro de análisis es mucho más amplio que el calificativo “folclorica” o “cateta” al que nos relegaron a nosotras y el de “migrantes” a ellas. Las mujeres que habitamos Andalucía estamos cada vez más cerca y eso se palpa con iniciativas como el Colectivo Jornaleras de Huelva en Lucha o la iniciativa popular de Dona tu Voto en Sevilla para que personas que no piensan ir a votar lo hagan por personas que si les gustaría hacerlo pero a quienes no las dejan.Emanciparse desde la resignificación de los elementos culturales que nos emocionen y junto a las compañeras esenciales pasa por emocionarse ante un posible cambio. Ante la posibilidad de que haya voceras que legislen en post de una Andalucía sana, plural, diversa y sin complejos.
Hacia una Andalucía donde las habitaciones propias no cuesten tanto, no sean utópicas.
Hacia una Andalucía donde las habitaciones propias sean a nuestra medida.
Hacia una Andalucía que permita poder tener un traje de flamenca propio y dejar de tener que pedirlo prestao´.