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Andalucismo
Dos millones de razones: Andalucismo y diáspora
Decía José Aumente, en una carta dirigida a los trabajadores andaluces en Cataluña, que la condición de andaluces de los emigrantes estaba íntimamente ligada a su condición como clase trabajadora. Más allá del contexto político y del periodo en el que Aumente publicó la misiva, en febrero de 1980, ese nexo que une la conciencia de pueblo con la de clase no deja de ser uno de los pilares centrales del andalucismo como movimiento ideológico. Lo era hace cuarenta años y lo sigue siendo en pleno siglo XXI. Obviamente, si en el caso de Andalucía hablamos de la relación entre pueblo y clase no podemos olvidar una realidad que ha marcado hasta el tuétano al pueblo andaluz desde hace ya varias décadas: la emigración de más de dos millones de andaluces y andaluzas como hecho diferencial de clase. No en vano, no podemos entender Andalucía ni el andalucismo sin su diáspora. De la misma manera que no podemos entender la diáspora andaluza sin su carácter de clase. Lo cual nos llevaría a la tesis central del presente artículo: ser andalucista en la diáspora.
Hay quienes se preguntan por la razón de ser del andalucismo. Esa misma pregunta no se la hacen cuando se trata de los nacionalismos de Cataluña, Euskadi y Galicia. Es algo que se da por sentado. Como tampoco se cuestiona el surgimiento de plataformas políticas de la España despoblada. Sin embargo, al andalucismo se le mira con lupa y lo hace una izquierda española que por un lado enarbolaba la bandera de las plurinacionalidades y por otro diseñaba la operación “arreglar lo del sur” en referencia a Andalucía. No es de extrañar, por ejemplo, que aun siendo Andalucía uno de los mayores caladeros de voto de Sumar no haya obtenido portavocía alguna en el reparto de poder de la coalición. El problema es que en esa España plurinacional que con tanto anhelo se defiende, Andalucía no está en el bloque de lo plurinacional sino en el bloque de lo español. Por ello todo proyecto que sitúe al pueblo andaluz como sujeto político con identidad propia es cuestionado. Tanto da que Andalucía fuese declarada nacionalidad histórica en su Estatuto de Autonomía tras la reforma del texto en 2006. En el mapa de lo plurinacional Andalucía no entra porque así se ha decidido en virtud de un pacto territorial entre élites que ha definido una visión limitada de las diversidades culturales y nacionales del Estado. Así pues, seguirán preguntándose acerca del porqué del andalucismo.
Para empezar, hay dos millones de razones por las que tiene sentido ser andalucista. Una razón por cada andaluz y andaluza que tuvieron que emigrar para ganarse la vida lejos de su tierra. Según datos del IECA (Instituto de Cartografía y Estadística de Andalucía) hoy en día viven alrededor de dos millones de emigrantes de origen andaluz fuera de Andalucía. Eso supone que cerca de un 17% de andaluces y andaluzas viven fuera del territorio andaluz repartidos entre las migraciones internas del Estado español y las externas fundamentalmente a países de la Unión Europea. Se estima que más de 1.300.000 residen actualmente en el resto de España concentrados principalmente en Cataluña (570.000), Comunidad de Madrid (260.000), Comunidad Valenciana (180.000) e Islas Baleares (85.000). Fuera del Estado español la cifra se sitúa en torno a 330.000 emigrantes, habiendo aumentado en un 50% en la última década, en países como Suiza, Alemania, Francia y más recientemente Reino Unido.
La enorme sangría poblacional que sigue sufriendo Andalucía debería de remover las conciencias y justificar de por sí la existencia del andalucismo político. Sólo por esos dos millones de emigrantes ser andalucista debería de ser un imperativo moral. En un plano más personal diré que cuando me preguntan por qué siendo hijo de emigrantes soy andalucista mi respuesta es instantánea: precisamente por ser hijo de emigrantes andaluces soy andalucista. Por ser hijo y heredero de esa herida o parafraseando a Eduardo Galeano, de las venas abiertas de Andalucía. En mi toma de conciencia andalucista diría que ese posicionamiento ya forma parte de mí no sólo en lo político sino como actitud ante la vida.
Hay más razones por las que tiene sentido ser andalucista. La mayoría de ellas están relacionadas de manera indisociable a la cuestión de clase. Según datos del INE de octubre de 2023, 24 de los 30 municipios más pobres de España 24 son andaluces. En paralelo, de los 15 barrios más pobres de España 10 son andaluces. Sólo en la ciudad de Sevilla se encuentran 6 de ellos. Así mismo, y según datos de la Encuesta de Población Activa del cuarto trimestre de 2023, las 8 provincias andaluzas estaban entre las 10 provincias del Estado con más desempleo, siendo Granada la que lideraba el ranking con una tasa de paro del 21,34%, seguida por Cádiz con un 20,82% y Huelva con un 20,57%. En el cómputo general, Andalucía cerró el año 2023 con un total de 724.400 desempleados y una tasa de paro del 17,60%, casi 6 puntos por encima de la media estatal que era del 11,76%. En consecuencia, tenemos 724.400 razones más para ser andalucistas. En Andalucía y allí donde se halle una familia andaluza. Porque en la diáspora andaluza también se sienten los dolores de Andalucía. No podría ser de otra manera cuando muchos de esos miles de parados y paradas son familiares directos; nuestros primos y primas, nuestros tíos y tías. Sus dolores son los nuestros.
Hace unas semanas entrevistaron a Antonio Manuel en el podcast de Rocío Calderón. En el transcurso de la conversación Antonio Manuel expuso un dato muy significativo. Resulta que Andalucía es la segunda región de Europa con más paro, siendo Melilla la primera. La cuestión es que en el tercer y cuarto puesto se hallaban dos colonias francesas de ultramar: Guadalupe, archipiélago situado en el Mar Caribe, e Islas Reunión, ubicadas en el Océano Índico. O lo que es lo mismo, Andalucía se encuentra entre Melilla y dos colonias francesas. Pero hay quienes se rasgan las vestiduras cuando se habla de Andalucía como una colonia interior del Estado español. La respuesta a tales aspavientos es muy simple: si no queréis que se llame colonia a Andalucía dejad de tratarla como tal.
Al extractivismo poblacional y laboral que padece Andalucía hay que sumarle el medioambiental. La sobrexplotación y la extracción de recursos naturales han provocado que el Parque Nacional de Doñana esté agonizando ante la indiferencia de las administraciones. No olvidemos que, tras más de 40 años de autonomía, el parque de Doñana sigue siendo propiedad del Estado español, aunque su gestión corresponda a la Junta de Andalucía. La dependencia de Andalucía respecto a los poderes políticos y económicos del Estado es asimismo medioambiental. Bien lo saben en el pueblo cordobés de Hornachuelos. Allí, en plena Sierra Albarrana, se encuentran las instalaciones de El Cabril, el único cementerio nuclear del Estado. En El Cabril están a la espera de recibir 4.000 toneladas de residuos radiactivos para su almacenamiento. Residuos que proceden de una central nuclear de Burgos que está en proceso de desmantelamiento. Es decir, Andalucía, que no tiene centrales nucleares, alberga el único vertedero nuclear para almacenar los residuos y la basura radiactiva que producen centrales de otros territorios. Pues bien, añadan 4.000 toneladas de razones más para ser andalucistas.
La diáspora cordobesa tiene motivos de sobra para alzar la bandera del andalucismo. Según un reciente estudio del IECA, ya son 223.396 los cordobeses que viven fuera de Andalucía. Eso quiere decir que el 22% de los cordobeses son emigrantes teniendo en cuenta que la población actual de la provincia de Córdoba es de 772.088 habitantes. Sólo en Cataluña viven cerca de 100.000 cordobeses. Y cómo no, los dolores de nuestra provincia de origen son los nuestros. Dolores como los que han sufrido recientemente más de 80.000 cordobeses del norte de la provincia que estuvieron más de un año sin acceso a agua potable. La sequía y la contaminación del embalse de la Colada, situado en el valle de los Pedroches, provocó que en una treintena de pueblos miles de cordobeses tuviesen que esperar cada día la llegada de un camión cisterna para poder llenar sus garrafas de agua apta para el consumo. Hace unas semanas el agua potable volvió a los pueblos de los Pedroches tras un largo año de penalidades. Pero lo que sucedió en los Pedroches apenas fue noticia, ni fue tema de debate en las tertulias televisivas de las cadenas estatales. Posiblemente, el tratamiento informativo habría sido muy diferente si la situación hubiese afectado a otras zonas del Estado. La realidad es que los medios de comunicación generalistas son el fiel reflejo de las hegemonías territoriales. En definitiva, Andalucía ni está en el tablero informativo, ni en el centro de los debates.
No podemos ser indiferentes a lo que ha pasado en los Pedroches. Muchos de los cordobeses que emigraron a Cataluña procedían de esos mismos pueblos que en pleno 2024 han subsistido sin agua potable. Cordobeses de Hinojosa del Duque, Pozoblanco, Belalcázar, Villanueva de Córdoba o El Viso. No olvidemos que algunos de esos emigrantes que llegaron en los 60 y 70 se instalaron en barrios del extrarradio de Barcelona que carecían de los servicios más elementales, con calles sin asfaltar y viviendas sin agua corriente. Medio siglo después vuelve a pasar en sus pueblos. Por esa misma razón también necesitamos ser andalucistas en la diáspora. Porque tenemos memoria.
La voz de los pueblos del norte de Córdoba se escucharía más allá de Despeñaperros si el andalucismo ganara presencia en las instituciones. A veces basta con una sola voz. Dicen quienes siguen la actualidad parlamentaria del Congreso de los Diputados que en la pasada legislatura se habló 50 veces más de la provincia de Teruel que de Andalucía. Podríamos preguntarnos a que se debió que se hablase mucho más de una provincia con menos población que Dos Hermanas que de Andalucía que tiene más de ocho millones de habitantes. La respuesta es muy sencilla: el diputado de Teruel Existe. Un diputado hizo que se hablase más de su tierra que los 61 diputados que están en representación de Andalucía. Incluso una de las enmiendas a los Presupuestos Generales de 2021 en defensa del Corredor Mediterráneo Almería-Granada no fue presentada por ninguno de los 61 diputados andaluces sino por el único diputado de Teruel Existe. Llegar a instituciones como el Congreso de Diputados o el Parlamento Europeo no garantiza borrar de un plumazo todos los agravios históricos que padece Andalucía. Lo electoral es un medio, pero no un fin en sí mismo, porque sin las luchas sociales, vecinales o sindicales la política se convierte en un mero ornamento. No obstante, si queremos que se escuche la voz del más de un millón de emigrantes andaluces, la de los más de 700.000 parados de Andalucía o la voz de los pueblos del norte de Córdoba es necesario que el andalucismo esté presente en las instituciones. Que tenga voz allí donde están representados el resto de pueblos. Y que nadie nos diga que no se puede.
Hay quien cree que Andalucía ha vivido a espaldas de su diáspora. Pero también se podría pensar que desde la diáspora no siempre hemos sido sensibles a los problemas de Andalucía. Quizás haya llegado el momento de interpelarnos mutuamente para concluir que ni Andalucía puede entenderse sin su diáspora, ni la diáspora sin Andalucía. Ese punto de encuentro no es otro que el andalucismo. Un andalucismo que, como decía Blas Infante, invite a todos sus hijos, abierto a todos aquellos que nos duela Andalucía y que se construya en el reconocimiento de nuestra diversidad. Que asuma, como decía Isidoro Moreno en un artículo publicado en 2014 sobre el soberanismo catalán y la diáspora andaluza en Cataluña, que nuestra emigración puede sentirse ciudadana de esa nación que es Cataluña sin que por ello rehúsen a seguir sintiéndose andaluces y que no se confunda la integración social con pérdida de identidad cultural. Tenemos dos millones de razones para empezar a hilar esa memoria colectiva y para reconstruir con nuevos cimientos nuestra casa común del andalucismo.