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Andalucismo
Enrique Iniesta: Una teología para la liberación de Andalucía
Manuel Ruiz historiador y exalumno de Enrique Iniesta esboza el papel de un sector significativo de la Iglesia durante los últimos años de la dictadura y la Transición, ejemplificando los cambios en la Orden Escolapia con su apuesta por una nueva demarcación territorial andaluza en el seno de la congregación más identificada con las necesidades de Andalucía y la plenitud del cristianismo. Una etapa que el Manuel Ruiz Romero vivió en primera persona, a través de la que nos recuerda la figura de Iniesta (1930-2010) como un testimonio cristiano acompañado de un compromiso en favor de los más desfavorecidos en el marco de un tiempo decisivo de nuestra historia reciente.
La Iglesia en (la) transición
Al levante de los aires vaticanistas durante el segundo de sus concilios, hubo un tiempo en el que algunos sectores de eclesiásticos en España superaron el nacionalcatolicismo contra reformista de la cruzada franquista y, con el empuje de dicho foro, demostraron un testimonio disidente de vida alternativa a la religión jerárquica del momento. Siendo fieles a la interpretación del Evangelio y en el seno de la Iglesia, desde la vivencia de una fe más social y comprometida, algunos sacerdotes fueron protagonistas de un proceso que transita desde la legitimación de la dictadura a un sentido crítico del papel jugado por dicha institución en ella. Se abrió así un profundo debate interno donde teólogos, órdenes religiosas (unas más que otras), asociaciones obrero-cristianas, militantes cristianos, comunidades de base, publicaciones, clero diocesano, “cristianos por el socialismo”… representaron un amplio mosaico de sinergias que dieron luz a propuestas inéditas. A través de convicciones, prácticas y actitudes -siempre religiosas- se decantó ante el “inmovilismo” episcopal, un mayor compromiso cristiano en asuntos socio políticos, reconociendo el valor de la religiosidad popular frente a un discurso enrocado y el avance de la secularización; editando en muchos de nosotros valores diferentes y un sentido de Jesucristo abiertamente progresista, militante y orientado hacia la mayoría social. Es una insensatez no reconocer la “revolución pasiva” de este factor en las sinergias tardo franquista y la restauración borbónica. La expresión “curas obreros” podría ser el concepto acuñado entonces que más ha trascendido. Jóvenes por lo general, conmovidos por un espíritu vaticanista, los cuales, con decidida sensibilidad social, bajo el amparo y protección de ámbitos eclesiásticos de base, así como con la complicidad de espacios (locales, parroquias, viviendas…) y foros religiosos… favorecieron el despuntar de una generación que ejerció como catalizador para la transición política, la reconstrucción sindical y la militancia andalucista. Superando de esta forma la tarea tradicional desempeñada por la Iglesia como auxiliar del control social y moral impuesto por el franquismo. El Concilio y la crisis de la dictadura generarían “dos Iglesias” y una catequesis más comprometida y conquistadora con los derechos y libertades.
Como en otros puntos de la geografía de España, al refugio de relatos eclesiásticos, de sus entidades y órdenes religiosas, brotaron significativos cuadros militantes que unieron bajo una sola motivación su sentido del Evangelio y del compromiso social. Los datos en Andalucía son contundentes. Estudios publicados sobre la actitud “anti-régimen”de algunos sacerdotes disidentes, objetivando el número de clérigos y la posición contraria a la dictadura, constatan un alto porcentaje discrepante en casi todas las Diócesis andaluzas (14%) superando la media estatal (10.6%) y, en el caso de Cádiz-Ceuta, el más contundente (38%) por encima de Euskadi. En concreto, 342 religiosos contestatarios de los 2.443 existentes en 1973. No obstante, a nadie escapa también que la deslocalización meridional de religiosos auspiciadas por la dictadura, justifica en parte dicha proporción.
Escolapios de y para Andalucía
Sobre 1967, un grupo de sacerdotes y seglares Escolapios elaboraban un documento con el título de “Andalucía”, reflexionando sobre sus diferentes problemáticas y las exigencias de la Orden ellas. Dicho texto impulsaría un debate en el seno de un Capítulo Provincial de Castilla, entendida esta como demarcación interna a la que pertenecían los Escolapios que ejercían su vocación en la Viceprovincia de Andalucía, llamada entonces Bética. Como acuerdo para una “futura separación serenamente planeada y planificada”, nacería la opción de una nueva circunscripción (“Provincia de Andalucía”) acompañada de diferentes iniciativas pastorales y nuevas comunidades sobre las que sustentar la labor religiosa. La revista de la Viceprovincia andaluza adscrita a la jurisdicción Escolapia de Castilla cambiaba en 1974 su denominación “Bética” a “Informe Andalucía” para, con periodicidad mensual, alcanzar su número 174 en puertas del siglo XXI (1999): diecisiete años de comunicación comprometida y cercana.
La valiente iniciativa, cuya historia fue publicada en el año 2021 por los sacerdotes Daniel Mª González Rodríguez y Manuel Rodríguez Espejo, bajo el título Escolapios de Andalucía: Historia de un compromiso (Sevilla, editorial Samarcanda, 160 pp.), sumaba a su contenido doctrinal y de trabajo comunitario, la necesidad de “identificarse con el pueblo subdesarrollado y comprometerse a vivir en un estado de vida, realmente pobre” convirtiendo sus colegios en espacios abiertos a los barrios y la juventud andaluza.
El giro - aquí muy resumido- sigue perfilándose durante diez años hasta que en mayo de 1974 define sus objetivos: “no ser una mera división geográfica regionalista”, mantener el enfoque de una “filosofía educativa liberadora-cristiana”, y “experimentar” las directrices del Vaticano II. Aquel intento de renovación de la vida escolapia, de concienciación y compromiso, se concretaría al mes siguiente una vez se abre un periodo constituyente que arrancará con 27 sacerdotes acompañados de seminaristas y seglares vinculados a la regla Calasancia. Cinco comunidades educativo-religiosas apostaron por un proyecto inédito que, al primer año, transfería el flamante Colegio Montequinto de Sevilla a Castilla como gesto coherente hacia el nuevo ideario.
En ese tiempo es cierto que no todas las instituciones religiosas fueron igual de curtidas por el Vaticano II; pero no es menos verdad que, quienes sí se impregnaron de aquel espíritu, participaron activamente de las preocupaciones e ilusiones que empaparon el ambiente de aquellos incógnitos años. Esta última cuestión provocó algunas secularizaciones pese a un patente deseo de trabajar en la enseñanza pública contando con seglares vinculados a la Orden y estableciendo una estructura como Viceprovincia vinculada directamente al Padre General.
Aparecieron pues, nuevas vías para expresar “lo religioso” sobre un contexto donde resultaba complejo delimitar “lo cristiano”. Brotaron numerosas actividades comprometidas con Andalucía, algunas de las cuales marcaron nuestra vocación personal y militante. En cuanto a esa proyección educativa popular y andaluza cabría recordar: los cursillos de Dinamización cristiano-andaluza en Granada desde 1971 a 1976 a los que algunos asistimos, la creación de la BITA (Biblioteca de Temas Andaluces), gestos con entidades sociales que necesitaban de ayuda, la difusión de los símbolos andaluces y sensibilización autonomista, la publicación de la obra “50 niños andaluces denuncian” tras sortear intentos de paralización, la elaboración de material didáctico sobre Andalucía, encuestas, murales, la apertura de la Librería El Toro Suelto especializada en temas y autores andaluces, conferencias, recomendaciones bibliográficas… El proyecto llega a plantearse incluso la compatibilidad religiosa y militante, como situación vivida entonces entre algunos sacerdotes; pero, finalmente, se interpretaría sin necesidad de estar, en esencia, adscrita a alguna sigla partidista.
Aquel testimonio de vivencia evangélica en comunidad, optando por la pobreza, la oración y la promoción de la justicia entre la clase trabajadora andaluza, les hace tener contacto y compartir experiencias tanto con el Equipo de Curas de Los Corrales (Sevilla) Diamantino García y Esteban Tabares, más tarde promotores del Sindicato de Obreros del Campo (SOC), como con Solidaridad Andaluza nacido de la mano de los jesuitas Pope Godoy y José Mª. García-Mauriño. Un colectivo este articulado alrededor de grupos de noviolencia y vecinales, comunidades de base y asociaciones católicas progresistas; pero, sobre todo, promotor de un ingente catálogo de publicaciones pedagógicas con las que acercar la realidad andaluza a la ciudadanía. La celebración en 1976 de la “I Semana de la Teología desde Andalucía” en Málaga, simbólicamente indica el espacio donde se justifica y al que se debe la doctrina. Escenario bien relatado por el amigo Javier Contreras-Becerra en su obra Cuando Andalucía despertó (Almuzara, 2019), sobre el cual es imposible extendernos ahora y que, sin duda contribuyó, al despertar de una conciencia de pueblo que impugnará las condiciones socio-económicas por las que atravesaba.
Enrique Iniesta Coullaut-Valera (1930-2010)
En el caso andaluz, hay significativos nombres propios, pero nos detenemos en el ejemplo de Enrique. Por méritos propios fue uno de los sacerdotes más conocidos entonces, particularmente, por su labor educativa y ante el andalucismo infantiano. Sin embargo, no cabe duda de que hubo otros de muy distinto signo, de manera que haríamos un flaco favor a la verdad si no constatáramos esta realidad para la cual, la humildad de vida, juega un papel decisivo. Sería imposible citarlos a todos.
Enrique, maestro de muchos y amigo siempre, nace en Madrid con raíces andaluzas: es nieto del reconocido y prolijo escultor marchenero Lorenzo Coullaut-Valera. Alumno del colegio calasancio de Madrid, se ordena sacerdote en junio de 1953. Durante sus primeros años ordenado transita por diferentes colegios madrileños, hasta que su vida pastoral le lleva a los colegios calasancios de Granada y Sevilla, o bien ejerciendo de párroco en el barrio obrero hispalense de Su Eminencia desde su comunidad en el Cerro del Águila. Sus estudios musicales y sus incursiones en el mundo de la literatura, ámbito este donde acapara diferentes reconocimientos, así como su reconocida capacidad investigadora y comunicativa docente; le hace escribir la historia de los dos colegios escolapios andaluces en las ciudades nombradas. Sin embargo, imbuida su vocación por el espíritu vaticanista, Enrique será uno de los sacerdotes que apuesten por las Escuelas Pías de Andalucía como circunscripción soberana dentro de la Orden. Esta necesidad de trabajar desde el seno de la Iglesia por los más necesitados respirando nuevos aires democratizadores, le empuja a ser uno de los noventa y seis sacerdotes de la Diócesis de Sevilla que firman en febrero de 1975 (El Correo de Andalucía, 25-II), un manifiesto solidarizándose con clérigos multados y encarcelados, invitando al compromiso colectivo para que, de la mano del Evangelio, reclamar el respeto a la dignidad humana y a los derechos fundamentales. Con Franco vivo, se demandaba “el deber humano y cristiano de exigir amnistía”.
Su labor investigadora y pedagógica le hace participar de diferentes biografías de Calasanz y otras figuras escolapias, además de ser un estrecho colaborador de revistas pastorales, anuarios de la Orden o, bien disertando en exaltaciones, pregones de diferentes índole, ejercicios e innumerables actos y encuentros religiosos o seglares. Fue parte de esa Iglesia que acompañó su testimonio religioso con un compromiso social traducido también en innumerables colaboraciones periodísticas o radiofónicas, por las que recibió no pocas distinciones. Fue promotor y alma mater de la librería cooperativa El Toro Suelto, por la que los Escolapios andaluces, a través de la comunidad en el Cerro del Águila, difundieron la cultura andaluza por diferentes ferias del libro una vez fue especializada en tema y autor andaluz.
En su dimensión de periodista, participa de numerosas colaboraciones -escritas y radiadas- donde la intencionalidad educativa, cristiana y andalucista se deja siempre patente: Tierras del Sur, Nueva Andalucía, ABC, Revista de Pastoral Juvenil, El País, Diario 16, Revista Calasancia, El Correo de Andalucía, Anuarios de la Orden, Ideal de Granada e incluso Andalucía Libre, revista del PSA, de la que fue director en su etapa final. Participa con numerosas voces en la Gran Enciclopedia de Andalucía, es fundador del Centro de Estudios Históricos de Andalucía y una de las firmas siempre presentes en el Manifiesto del 2 de enero que, por Granada, reclama aun la reconversión de la fiesta nacional católica militarista en un día de multiculturalidad y tolerancia entre credos.
Esbozada una aproximación muy genérica a su vida, nos interesa centrarnos en su dimensión como investigador y divulgador de la primera ola del andalucismo. Enrique pertenece a una primera generación de escritores que catalizaron la conciencia de pueblo desde el tardofranquismo. Junto a José Aumente, Manuel Ruiz Lagos, José Acosta Sánchez, José Mª de los Santos, José Luis Ortiz de Lanzagorta y Juan Antonio Lacomba, forman parte de un colectivo de investigadores y propagandistas comprometidos —todos fallecidos— cuya labor fue decisiva para el rescate y la popularización de unos personajes, hechos, discursos y análisis que estaban enterrados en la fosa del olvido franquista. Los siete citados, son parte de un elenco que, con diferentes perspectivas y proyección, pero bajo un solo Ideal, contribuyeron al rescate y la popularización de una primera generación de andalucistas sin cuyo poso y labor, presumiblemente, no hubiese sido igual la segunda ola del mismo y, al igual también, el empuje ciudadano en favor de una autonomía que nos iguala a otras nacionalidades históricas. Fueron intelectuales de un andalucismo de la transición que, ejercieron de arqueólogos ante una historia silenciada por el 18 de julio los cuales, vinieron a reconstruir, reinterpretar y reivindicar la primera generación infantiana.
Concretamente, desde mediados de los setenta Enrique inicia el estudio de la figura de Blas Infante siendo el primero que toma contacto con sus manuscritos inéditos que le facilita la familia. Si Ortiz de Lanzagorta para 1979 edita una biografía del notario de Casares, ese mismo año Enrique publica la voz del líder andalucista en la Gran Enciclopedia de Andalucía (tomo V, pág. 2730) significándose como un texto de referencia a partir de que sus primeros escritos inéditos ven la luz. Si la bien biografía de Ortiz es más literaria, el texto de Iniesta recoge textos desconocidos que salen a la luz por vez primera desde que fueron escritos por el ideólogo.
Esta incursión sobre los apuntes más desconocidos e íntimos del Padre de la Patria Andaluza -según el Parlamento de Andalucía y el Congreso de los Diputados- le empujó a Enrique a culminar un trabajo titánico de catalogación y análisis de todos los documentos depositados en su casa de Coria del Río desde su asesinato (Cfr. -Los manuscritos inéditos de Blas Infante, Fundación Blas Infante, 1989). Incluso, con posterioridad, una vez la Junta de Andalucía adquiere en 2001 a la familia Infante el único inmueble de su propiedad -Villa Alegría / Dar al Farah- añade al inventario lo que de novedoso allí se localiza (Cfr.- “La documentación escrita hallada en la casa. Sus últimas huellas”, en La casa de Blas Infante en Coria del Río, 2004, págs. 113 y ss.)
Los artículos y obras publicadas alrededor de la cultura andaluza, el Andalucismo Histórico y, en particular, la vida, obra y pensamiento de Infante, le hacen ser acreedor de un copioso corpus hemerográfico y bibliográfico que se completa con innumerables presencias en diferentes actos. Unos y otros le convierten en uno de sus más activos militantes en la historia del andalucismo, por cuanto su tarea de preservar y difundir dicha doctrina. Su conocimiento del personaje le hizo ser, incluso, asesor histórico en la película Una pasión singular dirigida por Antonio Gonzalo, pertenecer a la Fundación Blas Infante o participar en la realización de la Historia sonora del Himno Andaluz .
Sería difícil comentar toda su copiosa labor editora de la mano de Iniesta pero hay líneas que subrayamos: la infancia y familia de Infante, su paso por el colegio de Archidona, su espiritualidad, sus experiencias educativas e ideales políticos, acercándose a su psicología y al mayor número de andaluces y andaluzas posibles como personaje cuyas tesis aún hoy sirven de empuje a buena parte de jóvenes y menos jóvenes comprometidos con la causa de esta tierra ante los retos del siglo XXI. Su oratoria y su brillante narrativa complementaron su trabajo con elevadas dosis de exigencia y rigurosidad. Enrique fue amigo a tiempo completo de muchos que le conocimos, compañero de ideales e inquietudes: el convencido educador y sacerdote escolapio que siempre quiso ser.