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Andalucía
¡A los federales de Andalucía! 150 años de la rebelión federal andaluza
Es 1835, hace dos años que Fernando VII murió y la nueva reina (Isabel II) apenas es una niña, su madre ejerce una regencia no exenta de problemas. Los liberales han pactado con la monarquía pero esta, aunque debilitada por los acontecimientos, se resiste a hacer las reformas que los liberales exigen. La división provincial del granadino Javier de Burgos y el Estatuto Real, no dejan de ser migajas que en absoluto cumplen las expectativas de estos. Mientras tanto, los Carlistas se hacen fuertes en el norte defendiendo volver a un pasado absolutista encabezado por el candidato Carlos María Isidro de Borbón.
Los liberales progresistas realizan movimientos para obligar a la monarquía a llevar a cabo cambios más profundos. En Andalucía se organiza una Junta Suprema el 2 de septiembre de ese mismo año, donde habría representantes de cada junta provincial, y reclutó un ejército de 30 mil hombres para hacer frente a los carlistas, que ya pisaban tierras manchegas. Sin embargo el Gobierno central no vio con bueno ojos la iniciativa autónoma andaluza mandando para sofocarla un ejército, que acabaría en gran parte abdicando de sus funciones, haciendo causa común con los andaluces. Esto obligó a la Casa Real a cambiar el Gobierno y poner al frente al progresista Mendizábal. Pi i Margall diría del suceso: “Tuvieron las (juntas provinciales) de Andalucía su Junta Central en Andújar y hablaron de potencia a potencia con el Gobierno de María Cristina”. Bueno es recordar –contexto para comprender la magnitud de los movimientos que se están dando- que los que hasta hacía poco eran “autonomistas” americanos llevaban apenas una década siendo nuevos estados independientes y la monarquía española apenas había aún digerido el golpe cuando se dan estos hechos.
Ahora estamos en 1868. Una crisis económica remata la crisis política que eterniza bajo la figura de Isabel II ya ejerciendo de reina hacía un cuarto de siglo. Los hijos de una Andalucía hambrienta de justicia y de pan alientan revueltas en ciudades como Sevilla o Granada, terminando por alzarse Topete en Cádiz, extendiéndose la sublevación por Andalucía, formándose en Sevilla la primera junta que publicó un manifiesto en el que exponía una serie de reivindicaciones populares, como la abolición de las quintas y los consumos o la libertad religiosa, que iban mucho más lejos que lo ofrecido en el manifiesto leído por Topete. Se acababa cumpliendo así lo planeado por progresistas y demócratas en el Pacto de Ostende de 1866, cayendo la monarquía borbónica por primera vez en la Historia de España, no sería la última. Andalucía una vez más jugaba un papel decisivo a la hora de transformar España, y lo hacía, una vez más, en el lado de los que luchan contra los privilegios de una minoría.
En Andalucía los republicanos federales se están haciendo fuertes, influenciados por el anarquismo de corte federalista y otras corrientes de pensamiento europeo, su visión republicana se ve atravesada por la necesidad de autogobierno en una Andalucía “exotizada” desde el centralismo madrileño, que se autorreconoce como sujeto necesitado de una acción política autocentrada. Tanto es así que ya en 1869 hay una sublevación liderada por un tal Fermín Salvochea, que se asociaba directamente al logro de objetivos y demandas populares concretas como la abolición de ciertas cargas impositivas (quintas matrículas del mar, estanco de sal y tabaco, etc.), la separación entre Iglesia y Estado, la consagración del sufragio universal o la afirmación del municipio como cimiento de la estructura del nuevo orden político y administrativo.
Las acciones desembocan en un Pacto Federal en Córdoba el 12 de junio de 1869, donde hay representantes de Andalucía, Extremadura y Murcia, y donde se acuerda una asamblea confederal con cuatro estados: Extremadura, Baja Andalucía, Alta Andalucía y Murcia, donde se reclama una Constitución común para los 4 Estados, se defiende la República federal como sistema político, se condena la represión y se afirma la memoria compartida de las citadas regiones. Las sesiones culminan el 12 de junio con la firma del Pacto Federal y con la presentación pública del mismo en una gran concentración popular en la cordobesa Plaza de la Corredera, engalanada para la ocasión con un gran arco de entrada con la enseña «Libertad, Igualdad y Fraternidad».
Mientras tanto, el fracasado intento monárquico de Amadeo de Saboya da lugar al breve intento republicano que apenas llega a dos años de vida, en el que sin embargo se dan una serie de sucesos políticos de una intensidad especial en tierras andaluzas. El 11 de febrero de 1873 se proclama la Primera República tras la partida de un Amadeo de Saboya agotado por las crisis y problemas que afronta la vieja potencia colonial española: la Guerra de Cuba desde 1868, la Tercera Guerra Carlista desde 1872, la oposición de los alfonsinos, las sublevaciones republicanas…
Pongámonos otra vez en contexto: en pleno proceso de lucha por la autonomía –luego independencia- de una provincia “española” como es Cuba en ese momento, en julio estallaba la revolución cantonal. El 18 de julio, cuando Pi i Margall está dimitiendo, solo Cartagena está en armas, poco después, estallaba la sublevación en numerosas ciudades del Levante y Andalucía. Sirva como ejemplo de lo que está ocurriendo la proclama que lanza el Comité de Salud Pública, de Cádiz, que preside F. Salvochea:
“El Comité se ocupará sin descanso en la adopción de las medidas necesarias para salvar la República y contrarrestar el espíritu centralizador de las organizaciones políticas pasadas y salvar para siempre al pueblo español de todas las tiranías.”
Y concluye:
“Pueblos de la provincia, ciudadanos de toda Andalucía, responded al llamamiento de vuestros hermanos de ésta, secundándonos con el mayor entusiasmo.”
Fruto de los movimientos que se están produciendo en los diferentes cantones andaluces proclamados a lo largo del verano de 1873, el 21 de julio de ese mismo año se proclama el Manifiesto A los Federales de Andalucía, donde hace una dura crítica al gobierno republicano, rechaza la asamblea constituyente a la que acusa de haber abdicado de sus poderes y expone:
“En Despeñaperros, histórico e inespugnable (sic) baluarte de la libertad, se enarboló ayer, por las fuerzas federales que mandan los que suscriben, la bandera de la independencia del Estado Andaluz. Terminemos, pues, nuestra obra. Completemos la regeneración social y política de esta tierra clásica de la libertad y de la independencia.”
Y se despide proclamando:
“¡Viva la Soberanía administrativa y económica del Estado de Andalucía!
¡Viva la República Federal con todas sus reformas sociales!“
A todas luces, un intento de construir un Estado Confederal Andaluz, que ya vislumbraba en la idea de 1835 de Andújar, que asomaba sobre las primeras frustraciones tras la Gloriosa de 1868 en el Pacto Federal de Córdoba de 1869, y que seguirá cristalizando, 10 años después, con la iniciativa que tomó el veterano militante federal Antonio Azuaga, entonces director del periódico malagueño El Defensor del Pueblo, con el apoyo de los comités federales de Málaga y Granada, con el siguiente comunicado:
“Correligionarios; nuestro marasmo, nuestra aparente apatía ha dado margen a que los órganos del Partido se duelan al contemplar que las provincias más revolucionarias de España no estén organizadas en estos momentos supremos… Probemos que aún alentamos, y que nuestras convicciones no han desarraigado. Probemos, sí, una vez más a la faz de España, que los federales pactistas andaluces son consecuentes, activos, revolucionarios… De acuerdo los comités provinciales de estas dos provincias hermanas, cuyas heroicas y libres capitales guardan los restos gloriosos de Mariana Pineda y de Torrijos, han resuelto convocar una reunión magna a las provincias citadas con el fin de que concurran por medio de sus representantes legales… el día 29 el corriente mes a la ciudad de Antequera, a formar Asamblea que delibere acerca de las bases de nuestra organización regional y redacte la Constitución política y social que en su día deberemos proclamar, observar y hacer respetar… Que no falte ni un solo representante en el día citado… Salud, autonomía, pacto y federación.”
Fruto de esta reunión será el Proyecto de Constitución Federal de Antequera de 1883, del que ya dejé unas líneas.
A principios del siglo XX es el movimiento jornalero el que toma la iniciativa. Las huelgas se multiplican hasta llegar al Trienio Bolchevique Andaluz (1918-1920), alentadas e inspiradas por anarquistas espoleados por la Revolución Bolchevique, algo de lo que dejó genial constancia el bujalanceño Juan Díaz del Moral en su Historia de las agitaciones campesinas andaluzas. El movimiento jornalero y sus reivindicaciones se funden con los del federalismo, el anarquismo y las ideas socialistas. De todo este sustrato formado a lo largo del siglo XIX y principios del XX surgirá la llamada primera ola andalucista, el andalucismo histórico del que sobresale la figura del Padre de la Patria Andaluza, Blas Infante, e importantes hitos como la Asamblea de Ronda de 1918 –donde nos dotamos de bandera y escudo-, el Manifiesto de la Nacionalidad de Córdoba de 1919, o la Asamblea de Córdoba de 1933, de donde resurgirá la idea autonomista, precedentes ineludibles de nuestra Historia.
El movimiento obrero y la pequeña burguesía de Andalucía, de la mano de los elementos más progresistas de España, siempre tuvieron claro que no había justicia posible sin autogobierno, que no existía posibilidad de un sistema de justicia social y democrático en el que los diferentes pueblos del Estado no tuvieran herramientas para legislarse y para tener capacidad de decisión en los asuntos del Estado. En todos estos años hemos visto momentos de impulso autonomista o federal respondidos con centralismo autoritario y dictatorial, un pulso constante en el que los elementos reaccionarios siempre acaban imponiendo su ley centralista mediante la fuerza bruta, generalmente con golpes de Estado y en algunas ocasiones con la imposición de dictaduras brutales como la de Primo de Rivera o la de Franco.
El 4 de diciembre de 1977 Andalucía estalló. Dos millones de andaluces salieron a las calles a autoproclamarse pueblo, a reivindicar lo que siempre fuimos, a arrancar una autonomía que era necesaria por los mismos motivos por los que era necesaria en el siglo XIX y principios del XX: autogobierno para acabar con los problemas sociales del pueblo andaluz, problemas que eran inherentes a la propia arquitectura social de España. Fruto de esto logramos la autonomía plena, con consecuencias positivas para nuestro pueblo de manera innegable. Sin embargo, los errores propios y la maquinaria institucional al servicio de los que siempre mandaron en España fueron apagando la llama revolucionaria contenida en las almas de aquellas personas que se reivindicaron pueblo aquel día, incluyendo las 4 décadas de un PSOE siempre dispuesto a gobernar para los mismos señoritos que siempre lucharon para evitar que el pueblo andaluz se autoproclamase como tal. Una PSOE que se disfraza de rojo pero gobierno como los de azul.
Un pueblo andaluz con capacidad de autogobierno debía significar reforma agraria, industrialización, poder popular. Eso se traduciría en el freno de la desigualdades brutales, freno del paro estructural, freno del analfabetismo, de la emigración, y por tanto fin a que Andalucía funcionase como una colonia proveedora de mano de obra y materia prima barata a los pujantes territorios del norte peninsular y más tarde europeos. Es por todo esto que el Estado puso a trabajar a todo trapo su maquinaria en Andalucía, y el Estado en Andalucía era la PSOE. En Andalucía solemos feminizar conceptos, y en el caso de la PSOE lo hacemos porque no es un partido, sino una agencia de colocación del Estado. Una agencia de colocación perfectamente diseñada para apesebrar al pueblo andaluz y evitar cambios más profundos que acabasen con el chollo que era una colonia interior de 8 millones de personas. Hoy la PSOE sigue realizando esta importante labor de Estado en muchos lugares de Andalucía a nivel local, pero ahora es el PP el que le ha tomado la medida a nuestro país, bastaba con mantener la senda dibujada por la PSOE de envolverse en la bandera mientras mantiene a Andalucía sumida en el letargo.
Andalucía siempre estuvo a la vanguardia del progreso, del cambio y de la libertad. Hoy, como ayer, cumple un papel clave: tiene el peso económico, social y político para decantar la balanza hacia el atraso oscurantista del fascismo o el de un horizonte republicano, un horizonte donde los privilegios de unos cuantos no sean más que el trago amargo del pasado, donde el autogobierno no sea la agencia de colocación del partidismo españolista que eterniza nuestra miserable situación sino la herramienta de transformación social que nuestro pueblo necesita. Hoy, una vez más, Cádiz es la esperanza de los confederales andaluces. Si Adelante Andalucía logra representación, será la vuelta de los confederales andaluces a las instituciones españolas para decir bien alto que aquí sigue habiendo un pueblo digno.
Hoy 21 de julio se cumplen 150 años de la histórica proclama de los Federales de Andalucía donde se ensayó la soberanía del Estado andaluz, y se cumplen cuando tenemos a la reacción a las puertas. Por ello conviene más que nunca recordar las que siempre fueron las aspiraciones del movimiento democrático y popular de Andalucía, que son las mismas que las de todos los pueblos que luchan por la justicia, la igualdad social y la libertad real, que no es otra que la de un autogobierno, de un poder soberano que construya un futuro donde los andaluces dejemos de ser la cenicienta ibérica. Y hacerlo desde aquí, por gente de aquí, andaluzas y andaluces que hemos comprendido que nuestro norte es Sierra Morena, que nuestro centro es Antequera, que nuestros problemas no son los de la Corte, que nuestros sueños, aunque la caricatura que se esfuerzan por dibujar de nosotros nos pretenda tapar los ojos, son alcanzables y realizables. Hoy por tanto, y más que nunca toca reclamar una Andalucía libre por sí, por los pueblos y la humanidad. Vamos 150 años tarde, pero nunca es tarde si la dicha es buena.