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Lo que sigue a continuación es la tercera y última parte de una selección de fragmentos de Frantz Fanon que ya publicamos en esta misma sección ( Sobre el intelectual colonizado y los saberes que nacen de la lucha y Campesinado, cuestión agraria y descolonización).
En esta ocasión recogemos el capítulo final de la obra Los condenados de la tierra, al que Fanon llamó Conclusión. En estas últimas páginas de la obra de Frantz Fanon, el autor manda un mensaje a todos los hombros y mujeres del tercer mundo y lo llama a reoganziar mentalmente su relación con Europa, no solo como contiente o como territorio, sino como idea metafísica y como referente civilizatorio.
Se trata de la selección integra del capítulo de cierre de la obra, que no han sido modificado en su estructura ni en su redacción, respetando la traducción al castellano de la tercera edición de la obra editada por el FCE de México, del año 1983.
Compañeros: hay que decidir dese ahora un cambio de ruta. La gran noche en la que estuvimos sumergidos, hay que sacudirla y salir de ella. El nuevo día que ya se apunta debe encontrar firmes, alertas y resueltos.
Debemos olvidar los sueños, abandonar nuestra viejas creencias y nuestras amistades de antes. No perdamos el tiempo en estériles letanías o mimetismos nauseabundos. Dejemos a esa Europa que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina dondequiera que lo encuentra, en todas las esquinas de sus propias calles, en todos los rincones del mundo.
Hace siglos que Europa ha detenido el progreso de los demás hombres y los ha sometido a sus designios y a su gloria; hace siglos que, en nombre de una pretendida “aventura espiritual” ahoga a casi toda la humanidad. Véanla ahora oscilar entre la desintegración atómica y la desintegración espiritual.
Y sin embargo, en su interior, en el plano de las realizaciones puede decirse que ha triunfado en todo.
Europa ha asumido la dirección del mundo con ardor, con cinismo y con violencia. Y vean cómo se extiende y se multiplica la sombra de sus monumentos Cada movimiento de Europa ha hecho estallar los límites del espacio y los del pensamiento. Europa ha rechazado toda humildad, toda modestia, pero también toda ternura.
No se ha mostrado parsimoniosa con el hombre, sino mezquina, carnicera, homicida sino con el hombre.
Entonces, hermanos ¿cómo no comprender que tenemos algo mejor que hacer que seguir a esa Europa?
Esa Europa que nunca ha dejado de hablar del hombre, que nunca ha dejado de proclamar que sólo le preocupaba el hombre, ahora sabemos con qué sufrimientos ha pagado la humanidad cada una de esas victorias de su espíritu.
Compañeros, el juego europeo ha termiando definitivamente, hay que encontrar otra cosa. Podemos hacer cualquier cosa. Podemos hacemos cualquier cosa ahora a condición de no imitar a Europa, a condición de no dejarnos obsesionar por el deseo de alcanzar a Europa.
Europa ha adquirido tal velocidad, loca y desordenada, que escapa ahora a todo conductor, a toda razón y va con un vértigo terrible hacia un abismo del que vale más alejarse o más pronto posible.
Es verdad, sin embargo, que necesitamos un modelo, esquemas, ejemplos. Para muchos de nosotros, el modelo europeo es el más exaltante. Pero en las páginas anteriores hemos visto que los chascos a que nos conducía esta imitación. Las realizaciones, europeas, la técnica europea, el estilo europeo, deben dejar de tentarnos y de desequilibrarnos.
Cuando busco al hombre en la técnica y al estilo europeo, veo una sucesión de negaciones del hombre, una avalancha de asesinatos.
La condición humana, los proyectos del hombre, la colaboración entre hombres en tareas que acrecientan la totalidad del hombre son problemas nuevos que exigen verdaderos inventos.
Decidamos no imitar a Europa y orientarnos nuestros músculos y nuestros cerebros a una dirección nueva. Tratemos de inventar al hombre total que Europa ha sido incapaz de hacer triunfar.
Hace dos siglos, una antigua colonia europea decidió imitar a Europa. Lo logró hasta el punto que los Estados Unidos de América se han convertido en un monstruo donde las tareas, las enfermedades y la inhumanidad de Europa han alcanzado terribles dimensiones.
Compañeros: ¿No tenemos otra cosa que hacer sino crear una tercera Europa? Occidente ha querido ser una aventura del Espíritu. Y en nombre del Espíritu, del espíritu europeo por supuesto, Europa a justificado sus crímenes y ha legitimado la esclavitud en la que mantiene a las cuatro quintas parte de la humanidad.
Un diálogo permanente consigo mismo, un narcisismo cada vez más obsceno, no han dejado de preparar el terreno a un cuasidelirio, donde el trabajo cerebral se convierte en un sufrimiento, donde las realidades no son ya las del hombre vivo, que trabaja y se fabrica a si mismo, sino palabras, diversos conjuntos de palabras, las tensiones surgidas de los significados contenidos en las palabras. Ha habido europeos, sin embargo, que han invitado a los trabajadores europeos a romper su narcisismo y a romper con ese irrealismo.
En general, los trabajadores europeos no han respondido a esas llamadas. Por lo que los trabajadores también se han creído partícipes en la aventura prodigiosa del Espíritu europeo.
Todos los elementos de una solución de los grandes problemas de la humanidad han existido, en los distintos momentos, en el pensamiento de Europa. Pero los actos de los hombres europeos no han respondido a la misión que les correspondía y que consistía en pesar violentamente sobre estos elementos, en modificar su aspecto, su ser, en cambiarlos, en llevar, finalmente, el problema del hombre a un nivel incomparablemente superior.
Ahora asistimos a un estancamiento de Europa. Huyamos, compañeros, de ese movimiento inmóvil en que la dialéctica se ha transformado poco a poco en la lógica del equilibrio. Hay que formular el problema del hombre. Hay que reformular el problema de la realidad cerebral, de la masa celebral de toda la humanidad cuyas conexiones hay que multiplicar, cuyas redes hay que diversificar y cuyos homenajes hay que deshumanizar.
Hermanos, tenemos demasiado trabajo para divertirnos con los juegos de retaguardia. Europa ha dicho lo que tenía que hacer y, en suma, lo ha hecho bien; dejemos de acusarla, pero digámosle firmemente queno debe seguir haciendo tanto ruido. Ya no tenemos que temerla, dejemos pues, de envidiarla.
El Tercer Mundo está ahora frente a Europa como una masa colosal, cuyo proyecto debe ser tratar de resolver los problemas a los cuales Europa no ha sabido aportar soluciones.
Pero entonces no hay que hablar de rendimientos de intesificaciones de ritmo. No, no se trata de volver a la Naturaleza. Se trata concretamente de no llevar a los hombres por direcciones que los mutilen, de no imponer al cerebro ritmos que rápidamente lo menoscaban y lo perturban. Con el pretexto de alcanzar a Europa no hay que forzar al hombre que arrancarlo de sí mismo, de su intimidad, no hay que quebrarlo, no hay que matarlo.
No, no queremos alcanzar a nadie. Pero queremos marchar constantemente, de noche y de día, en compañía del hombre, de todos los hombres Se trata de no alargar la caravana porque entonces cada fila apenas percibe a la que la precede y los hombres que no se reconocen ya, se encuentran cada vez menos, se hablan cada vez menos.
Se trata, para el tercer mundo, de reiniciar una historia del hombre que tome en cuenta al mismo tiempo las tesis, algunas veces prodigiosas, sostenidas por Europa, pero también los crímenes de Europa, el más odioso de los cuales habrá sido, en el seno del hombre, el descuartizamiento patológico de sus funciones y la desintegración de su unidad; dentro del marco de una colectividad la ruptura, la estratificación,las tensiones sangrientas alimentadas por las clases; en la inmensa escala de la humanidad, por último, los odios raciales, la esclavitud, la explotación y, sobre todo, el genocidio no sangriento que representa la exclusión de mil quinientos millones de hombres.
No rindamos, pues compañeros, un tributo a Europa creando Estados, instituciones y sociedades inspirados en ella.
La humanidad espera algo más de nosotros que esa imitación caricaturesca y en general obscena.
Si queremos transformar a África en una nueva Europa, a América en una nueva Europa, confiemos entonces a los europeos los destinos de nuestros países. Sabrán hacerlo mejor que los mejor dotados de nosotros.
Pero si queremos que la humanidad avance con audacia, si queremos elevarla a un nivel distinto de nuestros países. Sabrán hacerlo mejor que los mejor dotados de nosotros.
Pero si queremos que la humanidad avance con audacia, si queremos elevarla a un nivel distinto del que le ha impuesto Europa, entonces hay que inventar, hay que descubrir.
Si queremos responder a la esperanza de nuestros pueblos, no hay que fijarse sólo en Europa.
Además si queremos responder a la esperanza en los europeos, hay que reflejar una imagen, aún ideal, de su sociedad, y de su pensamiento, por lo que sienten de cuando, en cuando una inmensa nausea.
Por Europa, por nosotros mismos y por la humanidad, compañeros, hay que cambiar de piel desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de crear un hombre nuevo.