Andalucismo
¡Por un nuevo poder andaluz! El andalucismo como proyecto soberanista

Para comprender el andalucismo resulta imprescindible tomar conciencia de la procedencia de los problemas sociales estructurales –que Infante denominaba dolores– que afectan a nuestro pueblo.
 Las estrellas andaluzas
Jaén de Las estrellas andaluzas (2021). Ilustración y proyecto street art de Caye Villodres. Pensar Jondo
José Carlos Mancha Castro, Profesor de Antropología en la Universidad de Huelva Miembro de la plataforma Andalucía Viva y militante de Defender Andalucía y Adelante Andalucía
20 jul 2023 17:52

“Sentimos llegar la hora suprema en que habrá que consumarse definitivamente el acabamiento de la vieja España […]. Declarémonos separatistas de este Estado que, con relación a individuos y pueblos, conculca sin freno los fueros de la justicia y del interés y, sobre todo, los sagrados fueros de la Libertad; de este Estado que nos descalifica ante nuestra propia conciencia y ante la conciencia de los Pueblos extranjeros […]. Ya no vale resguardar sus miserables intereses con el escudo de la solidaridad o la unidad, que dicen nacional” (Manifiesto de Córdoba del 1 de enero de 1919).

Estas palabras del Manifiesto de la nacionalidad, ciento cuatro años después de su promulgación en la ciudad de Córdoba, continúan poseyendo una absoluta y rabiosa actualidad para los andalucistas. Convendría, pues, reflexionar y repensar algunas de las tesis políticas que fundamentan las razones del por qué, más de un siglo después, Andalucía –el conjunto de sus pueblos, ciudades y comarcas– continúa en una posición de inferiorización cultural, política, económica y social en el seno del Estado español y de ese supra-Estado que es la Unión Europea. Esta reflexión –que entiendo es fundamental– se hace urgente y necesaria por responder a un problema general –y, por tanto, generalizado– entre los andaluces: la falta de conciencia de identidad como pueblo ligada a la escasa conciencia crítica y política sobre la causa de sus problemas sociales estructurales.

Breve referencia a los orígenes del andalucismo

A modo de introducción, debemos de recordar que el andalucismo –es decir, el nacionalismo andaluz– es una cultura política que surgió en el último tercio del siglo XIX ligada al despertar de una conciencia de identidad cultural particular y diferenciada de otros pueblos y de la –(im)posible– construcción identitaria nacional sobre una idea unitaria de España. Esto dio lugar a dos corrientes interpretativas sobre el hecho nacional andaluz, una de carácter cultural –primordialista o esencialista– y otra de carácter político –constructivista, situacionalista o instrumentalista–. 1) La corriente cultural aparece durante el Sexenio Democrático, cuando un grupo de intelectuales –también llamados folkloristas, la mayoría de orientación krausista– comienzan a tomar conciencia de las particularidades culturales de Andalucía y profundizan en algunas de las expresiones de dicha identidad cultural. Entre algunos de estos intelectuales podemos destacar a Antonio Machado y Núñez, su hijo Antonio Machado Álvarez, Federico de Castro, Joaquín Guichot o su hijo Alejandro Guichot. 2) La corriente de carácter político nació en el seno del movimiento republicano federalista. Esta corriente hizo suyo un andalucismo político que quedó expresado en la Constitución de Antequera de 1883, que declaraba a Andalucía como “soberana y autónoma” y organizada en “una democracia republicana representativa, y [que] no recibe su poder de ninguna autoridad exterior”.

Sin embargo, como reconoce Moreno (2018), entre ambos movimientos hubo escasos contactos y no sería hasta la Asamblea de Ronda de 1918 cuando los andalucistas históricos, liderados por Blas Infante, harían suyas estas tradiciones, presentándose como el fruto de ambas. El andalucismo blasinfantiano profundizó en las tesis de estas dos corrientes –imbricándolas– y conformó el corpus ideológico central de esta cultura política: la especificidad cultural de Andalucía como pueblo-nación y la lucha contra la posición subalterna asignada por España y Europa. A lo largo de su obra intelectual y política, durante más de dos décadas Infante denunció a España como una nación cadáver (Infante, 1919/2020) y luchó por la liberación de Andalucía a través de diversos movimientos políticos hasta su fusilamiento en agosto de 1936. Nunca pretendió conformar un partido político como herramienta exclusiva para alcanzar los fines propuestos, sino algo mucho más trascendental: un movimiento social, político, intelectual y pedagógico –un nacionalismo humanista que construyera la nación– que era causa de la búsqueda de una común redención de los dolores que afectaban –y continúan afectando– a los andaluces. Ya en la década de los setenta, en los estertores de la dictadura franquista, germinaría una nueva etapa del movimiento andalucista, heredera de las tesis infantianas, cuya historia y trayectoria teórica, sindical y política merecería un denso análisis reflexivo que sobrepasa los fines y límites de este artículo.

El andalucismo como proyecto soberanista hoy. ¿Soberanismo? ¿Para qué?

“Este es el problema: Andalucía necesita una dirección espiritual, una orientación política, un remedio económico, un plan de cultura y una fuerza que apostolice y salve” (Infante, 1914/2018: 99).

Para comprender el andalucismo de nuestros días como cultura política y movimiento sociopolítico que aspira a la consecución de soberanía para Andalucía, resulta imprescindible tomar conciencia de la procedencia de los problemas sociales estructurales –que Infante denominaba dolores– que afectan a nuestro pueblo. Entiendo el andalucismo como la respuesta ideológico-política de quienes han tomado conciencia del papel colonial que juega Andalucía en el seno del Estado español y de Europa y en el eje de relaciones del sistema-mundo desde el siglo XIX hasta nuestros días. Se trata de una identidad política de resistencia ante los efectos del capitalismo en diferentes fases históricas y del Estado-nación (1) –España– como ente encargado de administrar las consecuencias sociales de ese sistema de dominación.

Durante la conformación de España como Estado-nación a lo largo del siglo XIX se produce una división internacional del trabajo que asigna posiciones de dominio y de dominación entre los diferentes pueblos del Estado. La pérdida de las últimas colonias de ultramar en 1898 acentuó ese proceso y Andalucía asumió más decididamente su función de (nueva) colonia interna, al servicio de los centros de poder estatales. Ya en el siglo XX, el franquismo, la ideología del desarrollismo y el desarrollo de la globalización capitalista neoliberal profundizaron en esa función colonial asignada a nuestro país. En el caso de Andalucía, esto se tradujo en un estatus caracterizado por la alienación cultural –sintetizada en el concepto fanoniano del síndrome del colonizado (Fanon, 1961/2018)– y la dependencia económica y subalternidad política respecto a los centros de poder del Estado.

Es, pues, durante el siglo XIX cuando Andalucía comienza a asumir las funciones económicas, políticas, sociales y culturales propias de una colonia, pero ahora en forma de nueva colonia al interior del Estado, hecho que dificulta aún más la toma de conciencia. Esas funciones, a lo largo de su desarrollo histórico hasta nuestros días, se podrían sintetizar en cuatro: 1) pueblo-nación enfocado al extractivismo material y simbólico; 2) patio de recreo turístico; 3) vertedero del Estado y la Unión Europea al servicio de grandes corporaciones transnacionales; 4) frontera-muralla de sacrificio. Analicemos someramente algunos aspectos de cada una de ellas y cómo se expresan sus consecuencias sociales a lo largo y ancho de Andalucía (2).

Un país de extractivismos materiales y simbólicos

Moreno (1992) afirma que, entre principios y mediados del XIX, Andalucía poseía una relativa diversificación de su mercado de trabajo (industria textil, minería y agroindustrias) que se frenó con la nueva división internacional del trabajo en el Estado español. Los centros de producción textil andaluces se enfrentarían a la hegemonía que comenzaron a disfrutar las industrias textiles catalanas; la actividad metalúrgica se desplomó y la minería comenzaría a ser controlada por empresas transnacionales –principalmente de capital británico–, dando origen a un contexto verdaderamente colonial que tuvo su mayor exponente en la Cuenca Minera de Huelva y en la propia capital provincial.

En conjunto, este proceso produjo una profunda reagrarización de Andalucía, que se agudizó cuando antiguos estratos de la nobleza y una nueva burguesía agraria adquirieron amplias extensiones de tierra –latifundios– por medio de las desamortizaciones, concentrándose grandes superficies agrarias en pocas manos. Esto se tradujo en una polarización socioeconómica entre pocos grandes terratenientes –señoritos– frente a múltiples jornaleros sin tierra, institucionalizándose el caciquismo como vertiente política del latifundismo. De esta manera –y hasta nuestros días–, Andalucía se ha erigido en el mayor granero hortofrutícola del Estado español, caracterizado por una clase terrateniente –mayoritariamente, además, no afincada en Andalucía– frente a una clase jornalera sin tierra y, en partes del año, sin jornal, siendo subsidiada desde los años setenta del siglo XX ante la dramática situación de paro estructural, ejemplo de cómo se ha ido reinventando el caciquismo hasta nuestros días.

La actividad minera –como ya adelantamos– también supone otro ejemplo del extractivismo colonial sufrido por Andalucía, materializado por grandes corporaciones de capital extranjero y transnacionales, y que se refleja claramente en la estructura social generada en determinadas comarcas como la Cuenca Minera (Huelva) –ejemplo paradigmático–, partes concretas de la Sierra Norte de Sevilla y, en la actualidad también, algún punto de Córdoba y Granada. Asimismo, la situación estructural de pobreza generalizada producida por los diversos procesos socioeconómicos expuestos ha coadyuvado a otro extractivismo: el humano. Desde el XIX hasta nuestros días las clases populares andaluzas se han visto obligadas a la emigración para la supervivencia, bien allende las fronteras del Estado, bien a otros territorios del Estado. Este es, sin duda, el extractivismo más doloroso en el plano emocional, convirtiendo Andalucía en un ente local productor a nivel global de fuerza de trabajo barata. Y para qué hablar del actual extractivismo electoral, que entiende Andalucía como un granero de votos del cual extraer diputados que cumplan las finalidades marcadas por las organizaciones políticas desde sus centros de poder y decisión, anclados en Madrid, legitimando esta estructura de dominación política centralista, y sin la pretensión de solucionar los graves problemas sociales que afectan a los andaluces. Porque esos problemas sociales son el sustento estructural imprescindible para el mantenimiento de este statu quo asignado.

Pero estos extractivismos coloniales no se reducen únicamente a un plano material, es decir, a nuestros bienes naturales y humanos. La construcción del Estado-nación demandó la cimentación de una (falsa) cultura española unitaria, cuyos elementos simbólicos centrales fueron extraídos mayoritariamente de dos de los pueblos-naciones peninsulares: Castilla y Andalucía. Supone el extractivismo más determinante para evitar la toma de conciencia por parte de ambas realidades nacionales al asumir el Estado-nación español parte de sus imaginarios, vampirizándolos –en expresión de Isidoro Moreno–, es decir, despojándolos de sus funciones simbólicas específicas y particulares de resistencia para convertirlos en banderas del proyecto nacionalizador del Estado. De este modo, sus arsenales simbólicos –mitos, hitos históricos, modos de expresión artísticos, rituales y fiestas populares y otros modos de expresión como la lengua– fueron resignificados como natural y esencialmente españoles para difuminar las identidades culturales castellana y andaluza, conformándose una nación Frankenstein que, en el fondo, no es más que un cadáver –como denunció Infante (1919/2020)– conformado por las amputaciones simbólicas realizadas sobre las culturas de ambos grupos étnicos. Cabría apuntar que los elementos simbólicos castellanos se asociaron, además, a los propios de las clases burguesas, quedando los andaluces como expresión de las clases populares, favoreciendo la continua estigmatización de los mismos por parte de la propia burguesía del Estado y de las otras realidades nacionales de la península. El ejemplo de la discriminación lingüística andaluza es excepcionalmente gráfico a este respecto.

Este contexto de extractivismo inmaterial sobre Andalucía resulta crucial para entender el escaso nivel de conciencia nacional de los andaluces, que han asumido el relato de que su identidad cultural no existe porque esa identidad cultural es la de España –como si fuera un constructo monolítico–, tesis central de los discursos del nacionalismo español de nuestros días. La misma lectura hacen múltiples elementos de otros nacionalismos alternativos al español –fundamentalmente catalanes, vascos y gallegos–, que entienden la cultura andaluza solo como el resabio de la construcción nacional española, potenciada por las tesis y los imaginarios franquistas desarrollados en el siglo XX, asumiéndolos acríticamente. La descolonización de Andalucía pasa por combatir todos estos extractivismos materiales y simbólicos desde una posición política e intelectual y requiere recorrer todavía un arduo y largo camino de pedagogía y lucha política para la reconstrucción nacional. Si España, como constructo nacional, es producto de la deconstrucción nacional de Andalucía, la reconstrucción de esta solo es posible mediante el combate y la destrucción del concepto de la nación española.

Un patio de recreo turístico

Es también en el siglo XIX cuando se comenzó a construir un imaginario de exotización y orientalización de Andalucía. Los viajeros románticos reflejaron en sus escritos y pinturas la imagen de un pueblo rural, que resistía los envites de la modernidad; una reserva exótica que daba cuenta de la existencia de una otredad cultural diferenciada de la macrocultura euroamericana, a caballo entre oriente y occidente. Esto supondría uno de los pilares sobre los que se cimentaría una industria turística de recreo, que empezaría siendo disfrutada por las clases acomodadas británicas, europeas y españolas y, desde la segunda mitad del siglo XX también, por un masivo turismo internacional, debido a los avances de las infraestructuras de interconexión transnacionales posibilitadas por la globalización.

Los cascos históricos de nuestros pueblos y ciudades más monumentales –casos de Sevilla, Córdoba, Granada o Málaga– se han convertido en parques temáticos turísticos, y nuestras fiestas y expresiones culturales son vendidos como capital simbólico consumible por las instituciones económico-políticas del Estado, hoy bajo el concepto de la Marca España. Lo mismo ocurre con nuestros pueblos y ciudades de costa que, en la actualidad, sufren una masificación brutal en temporadas de verano, fenómeno que fue iniciado en lugares de descanso apropiados para las clases altas, y que tienen su máxima expresión en la costa del Golfo de Cádiz (Huelva y Cádiz) y la Costa del Sol (Málaga).

Los resultados de estos procesos se traducen en la actual turistificación que sufren muchos de nuestros pueblos y ciudades. Sus consecuencias se reflejan en la creación de puestos de trabajo precarizados y con bajos salarios –jornalerización turística–, asignando a los trabajadores andaluces del sector la etiqueta soportada hasta entonces exclusivamente por los jornaleros y que podría valerles la calificación de jornaleros urbanos de la modernidad. También ha provocado la imposibilidad de acceso a una vivienda digna en múltiples espacios urbanos debido al alza de los precios posibilitada hoy por la acumulación de viviendas y apartamentos por parte de empresas turísticas y que ha conllevado la expulsión de grandes capas de población de los barrios que componen los cascos históricos. Los casos de Cádiz, Sevilla, Málaga, Granada y Córdoba son paradigmáticos en este sentido, así como el de las localidades costeras andaluzas, sobre todo en período estival.

Un vertedero al servicio del Estado, de instancias supraestatales y de grandes corporaciones transnacionales

Tras la Segunda Guerra Mundial y bajo el liderazgo imperialista norteamericano, la ideología del desarrollismo comenzó a orientar las políticas de los Estados-nación del ámbito occidental bajo un principio que conecta el desarrollo con los conceptos de progreso y modernidad y que evoca la metáfora del crecimiento orgánico y la evolución ad infinitum. Se trata de un mitema –una verdad absoluta–, componente de la narrativa mitificadora de la modernidad, que propugna la extensión universal de ese modelo a través de un proceso de transferencia desde el centro a la periferia (Palenzuela 2009). Inserto en ese paradigma y bajo el auspicio económico de los Estados Unidos y otras instancias supra-estatales, el régimen franquista puso en marcha los planes de desarrollo económico y social y conformó diversos polos industriales y de desarrollo en diferentes partes del Estado entre 1963 y 1975. Los ejemplos de los polos químicos e industriales de Huelva y el Campo de Gibraltar resultan paradigmáticos.

Las características estratégicas que presentaban eran la existencia de yacimientos mineros cercanos, la de un puerto que permitiera el acceso a grandes barcos, gran cantidad de mano de obra barata y una situación geoestratégica debido a su cercanía con el Sahara –principal productor de fosfatos– y proximidad a países suministradores de petróleo (Narbona y Román 1979). Las consecuencias socio-ambientales y de salud provocadas son de sobra conocidas: destrucción de la naturaleza y contaminación química masiva, altos índices de cáncer, desequilibrios demográficos –favoreciendo el éxodo rural–, desarticulación del tejido económico y acumulación de residuos tóxicos en amplias extensiones de terreno. Las protestas sociales en demanda de soluciones a estos problemas y, concretamente al de la contaminación, han constituido un problema político de primer orden en los enclaves afectados, pero se ha hecho desde una lectura de carácter local (casos de Huelva, Nerva, Aznalcóllar, Algeciras, La Línea, etc.), debiéndose entender desde una mirada andaluza (nacional) que denuncie las relaciones existentes entre todas estas problemáticas como una urdimbre, y que es consecuencia de una posición periférica y colonial asignada desde centros de poder externo.

El almacén de residuos radiactivos de El Cabril en Hornachuelos (Córdoba) representa otro caso paradigmático de cómo la función de vertedero se potencia en la nueva etapa democrático-liberal española. El caso de Nerva (Huelva) es aún más perverso: el establecimiento –auspiciado por el gobierno del PSOE en la Junta de Andalucía– en 1998 de un depósito con la finalidad de recoger basura industrial –en principio de empresas de Huelva, Sevilla y Cádiz–, hoy convertido en vertedero mundial que, en fechas recientes (2022), ha acogido residuos de empresas procedentes de Montenegro y del que se pretende su ampliación. Y todo ello al amparo de las instituciones políticas del Estado español y Europa.

Una frontera-muralla de sacrificio

A lo largo de la historia, lo que hoy es Andalucía se ha configurado como una frontera-puente entre múltiples culturas que han ido superponiéndose, hibridándose y conformando una cultura particular caracterizada por su diversidad, por su específica multiculturalidad constitutiva. No en vano, Blas Infante se referiría a Andalucía como un continente entre África y Europa donde no hay extranjeros, y a los andaluces como euro-africanos, euro-orientales, hombres universalistas, síntesis armónicas de hombres. El flamenco, posiblemente, sea la expresión cultural que más claramente ejemplifica esa síntesis de hibridación entre formas expresivas provenientes de diferentes culturas del ámbito mediterráneo. Sin embargo, la configuración de las fronteras como murallas en la lógica del capitalismo y el Estado-nación ha generado uno de los principales desastres humanitarios de nuestro tiempo. Las políticas migratorias para el control de las fronteras exteriores y el flujo migratorio, desarrolladas desde mediados del siglo XX en Europa, han convertido hoy el mar Mediterráneo en una travesía agónica y en una gran fosa común de personas migrantes. No podemos entender esto sin ligarlo a la función colonial que cumple Andalucía como enclave geoestratégico militar instrumentalizado por el Estado español y el imperialismo norteamericano, y que tiene en las bases militares de Morón de la Frontera (Sevilla) y de Rota (Cádiz) su expresión más nítida.

Entender Andalucía como una frontera de sacrificio implica reflexionar sobre su posición periférica, inserta en los márgenes del sistema, conformando un espacio de disputa y contradicción en la lógica de los centros de poder del Estado y la Unión Europea, y donde es posible desarrollar acciones de violencia simbólica y política contra los otros africanos que transitan desde sus lugares de origen, empobrecidos por el colonialismo decimonónico y la globalización actual. En este sentido, la desterritorialización de la producción, característica la globalización capitalista, ha generado problemas sociales y humanitarios de primer orden, como los que sufren múltiples personas contratadas en origen –o una vez establecidas aquí– para determinadas labores agrícolas y jornaleras. El fomento del racismo a través de discursos políticos construidos específicamente para realidades sociales de localidades empobrecidas, el problema de los asentamientos o los múltiples casos de explotación laboral de migrantes son ejemplos de estas acciones de sacrificios humanos. Los casos de Almonte, Lucena del Puerto, Palos de la Frontera y Lepe en Huelva o de El Ejido en Almería ilustran a la perfección este hecho, y no es baladí que representen enclaves donde –cada día– crecen y se socializan las tesis xenófobas de la extrema derecha. Esta desterritorialización de la producción también se encuentra en relación con los altos índices de paro estructural que encontramos en el Campo de Gibraltar y la Bahía de Cádiz o Linares (Jaén), entre otros múltiples ejemplos. Es la consecuencia social de que empresas multinacionales abandonen lugares de producción anclados en Andalucía para su traslado a otras partes del mundo bajo la finalidad de abaratar los costes de la producción; o también su traslado a otras partes del Estado por velados intereses económicos y políticos.

La denuncia de muchas de estas problemáticas se ha venido realizando –en muchas ocasiones– desde una perspectiva local o provincial, generando algunas respuestas políticas aisladas. Sin embargo, considero imprescindible que el andalucismo inserte todas estas problemáticas en una mirada y un discurso nacional que dé cuenta de los nexos y conectores que las interrelacionan y las explican a nivel global. Sólo mediante una ardua tarea de pedagogía política podremos tomar conciencia de la urgente necesidad de soberanía política que tiene nuestra Andalucía. Se trata de una tarea inmensa, a la que debemos entregarnos porque –parafraseando a Blas Infante– representa una común necesidad que invita a todos sus hijos para luchar por una común redención. Las respuestas a nuestra alienación cultural, nuestra dependencia económica y nuestra subalternidad política no pueden ser construidas por organizaciones que no piensen los problemas de Andalucía fuera de este marco soberanista. Debemos construir nuestra propia respuesta, soñar nuestros propios sueños y dilucidar nuestra propia lucha política. Porque, al igual que Blas Infante, ya estamos hartos de ver “entregada esta tierra a aventureros de la política, a advenedizos que hacen de ella asiento de su cretina vanidad y base de su mezquino interés. Los que hacen de la política una profesión exclusiva y excluyente (como una propiedad) suelen hablar de conflictos entre ideas y realidades. La diferencia entre ellos y nosotros [los andalucistas] es esta: para ellos, las realidades de un país son los intereses creados; para nosotros, las realidades de un país son los dolores creados por esos intereses”.

Referencias

Fanon, Frantz (1961/2028). Los condenados de la tierra (4ª ed.). Fondo de Cultura Económica.

Infante, Blas (1919/2020). La Sociedad de las Naciones. Centro de Estudios Andaluces.

Infante, Blas (1914/2018). Ideal Andaluz (2ª ed.). Centro de Estudios Andaluces.

Moreno, Isidoro (2018). “El andalucismo blasinfantiano como soberanismo. Contexto y significación de la Asamblea de Ronda de 1918”. En Delgado Cabeza, Manuel (coord.), Andalucismo Histórico. Cien años de la Asamblea de Ronda (pp. 19-52). Almuzara.

Moreno, Isidoro (1992). “Desarrollo del capitalismo agrario y mercado de trabajo en Andalucía”. Revista de Estudios Regionales 31, pp. 19-29.

Narbona, Cristina y Román, Carlos (1979). “Industrialización y desarrollo económico: el caso de Huelva”. Revista de Estudios Regionales 4, pp. 123-140.

Palenzuela, Pablo (2009). “Mitificación del desarrollo y mistificación de la cultura: el etnodesarrollo como alternativa”.Iconos. Revista de Ciencias Sociales 33, pp. 127-140.

Piqueras, Andrés (2002). “La identidad”. En de la Cruz, Isabel (coord.), Introducción a la antropología para la intervención social (pp. 37-83). Tirant lo Blanch.

(1) Entiendo el concepto de Estado-nación en el sentido de Piqueras (2002): Estado integrado por diversos grupos étnicos y uno de ellos se erige en dominante y, desde su control estatal, pretende la estatalización de todos los otros mediante un proyecto nacionalizador unitario basado en su modelo político, social y cultural (lengua, historia, símbolos, etc.). De tener éxito, supondría una etnificación de los demás grupos étnicos. El Estado se convierte así en un Estado-nación.

(2) Entiendo que el análisis y las conclusiones de este artículo deberían ser ampliadas, pero se trata de un trabajo tan extenso que desbordaría los límites de un artículo de divulgación y crítica política en prensa.

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