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Pista de aterrizaje
Rosa Ruiz: “Me relaja lijar el cuadro de una bicicleta”
Esta mecánica de 60 años es vecina de toda la vida del barrio de la Txantrea (Iruñea), en donde regenta en solitario una tienda de venta y reparación de bicicletas
A sus 60 años, esta txantreana acérrima, cuyos orígenes se remontan a Almandoz y a Lobera de Onsella, forma parte de esas familias que en los años 50 nutrieron Pamplona con el éxodo rural. Constituyeron cooperativas y levantaron sus hogares, con huerto y gallinero, con sus manos. No conoce a otra mujer que lleve 35 años regentando una tienda de venta y reparación de bicicletas en solitario. Ciclos Ruiz, así se llama, es el único taller de la Txantrea, un barrio de 20.000 habitantes.
¿Naciste o te hiciste?
Mi padre me transmitió la pasión. Era un obrero que trabajaba por las mañanas y por las tardes se las apañaba para conseguir dinero extra haciendo lo que le gustaba. No eran tiempos fáciles; mi madre extremaba en otras casas, éramos cuatro hijos y una hija. Comenzó montando ruedas para Orbaiceta, un fabricante de entonces. Luego construyó un pequeño taller en el txoko de nuestra casa. Lo recuerdo arreglándolas y subiendo a venderlas al campo de San Juan, cuando jugaba Osasuna. Hasta poco antes de morirse estuvo haciendo cucharas de boj.
¿Nadie más quiso coger el relevo en la familia?
Es que yo era la más inquieta.
¿Como cuánto?
Como para que sentarme a comer o dormir ya me pareciera una pérdida de tiempo. Yo me fijaba en lo que hacían los fontaneros, electricistas y albañiles. Teníamos poco, como todos en el barrio, pero era feliz cacharreando cuando no estaba jugando. A los 14 me puse a trabajar en Maset, una fábrica de sacos, donde están las Hermanitas de los Pobres, y luego estuve en Plásticos Plasor. Las tardes y los fines de semana lavaba el pelo en un par de peluquerías. Había que llevar dinero a casa. También echaba una mano en el taller y aquello me tiraba.
¿Cómo empezaste?
Con 12 años ya le hacía las facturas a mi padre. Empecé lijando: todavía hoy me relaja lijar el cuadro de una bicicleta. Es como pelar una borraja.
Pero hacen falta fuerza y destreza, ¿no?
Es una combinación de las dos. En algunas averías, una mujer como yo, que mide 1,56, tiene que resolver el problema de forma distinta a como lo haría un hombre más fuerte. Lo normal es que una mecánica piense más que un mecánico para solucionar lo mismo. He tenido que idear muchas palancas.
Lo normal es que una mecánica piense más que un mecánico para solucionar lo mismo
¿Cuántas compañeras de profesión conoces?
Ninguna.
¿Demasiado duro o todavía pesan otras cosas?
Es una suma de obstáculos: horarios malos, sueldos bajos, atención al público, una profesión masculinizada... Los primeros años trabajábamos de nueve de la mañana a diez de la noche. Y los sábados por la mañana. Desde 1983, aparte de las vacaciones, solo he cerrado un par de semanas, cuando nacieron mi hijo y mi hija, y otra vez que me operaron de juanetes.
¿Se usa la bicicleta más que antes?
Creo que sí. Las mujeres han ido entrando al trapo, aunque con la crisis se ha notado el bajón en las ventas. Lo que no diría es que se usa mejor, todavía me sorprendo con la cantidad de gente que se monta con posturas forzadas y malas para la salud, sillín y manillar bajo son lo más frecuente. Eso, por no hablar de lo que se vende en las grandes superficies. Me refiero a lo que se oferta por menos de 300 euros.
¿Hay diferencia?
Se rompen echando hostias, me pego el día arreglándolas.
Siempre se ha dicho que la reparación da menos dinero que la venta. Ahora parece que se venden mucho patinetes, eléctricas y fixies.
Las fixies no son útiles para las cuestas de Iruñea. Las eléctricas no me gustan y los patinetes eléctricos menos. Ganaría mas, pero no pienso vender todo eso ni aunque me saque un pastizal.
¿No quieres ganar más?
No me hace falta para vivir dignamente. Tampoco necesito WhatsApp ni vender por internet. Además, muchos clientes están poniéndose gordos, porque comen igual que antes pero con las bicis eléctricas hacen menos ejercicio. Ya les digo: “Qué vagos nos estamos volviendo”.
¿No discutirás con ellos?
No. Ya me explicó mi padre que eso no hay que hacerlo nunca, ni cuando preguntan “¿dónde está el mecánico?”, ni cuando me explican cómo tengo que apretar una tuerca. Entrené mucho de pequeña, cuando oía algunas conversaciones entre hombres que no me gustaban nada. Ahora, después de que muriera mi padre, se pasan los viejicos del barrio: entran, saludan y me cuentan sus cosas, como si estuvieran con él.
¿Y qué tal?
Al entrar lo primero que me dicen es: “No vengo a comprar nada”. Me encanta.