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Política
Las flores y los ruiseñores
Hablar de militar con pasión no es lo común, los viejos grupos sectarizados y seniles han puesto de moda hablar de sacrificio para mencionar sus gestas heroicas. Como si militar fuera una especie de epopeya. El eros del militantismo se ha diluido entre aquellos que se creen protagonistas de la historia. Hemos perdido un lenguaje erótico del estar organizado, pasionales, arrebatadores.
Política
Lamernos las heridas (Oda a la militancia)
Los lenguajes férricos, las alas enyesadas de vieja arrogancia no aportan nada a conocer la experiencia de la militancia. El militantismo es ante todo una pasión alegre que, para mí, no es individual ni colectiva, sino algo que desborda estas definiciones. Es el placer individual de sentirte realizado en el proceso de cambiar el mundo, pero también es la práctica colectiva de llorar los desvelos y cuidar las heridas que provocan las tardes de derrota, compartir las sonrisas y las lágrimas de miel que caen en las madrugadas triunfales. Es, en ese sentido, una experiencia también colectiva. Una experiencia que tiende la dialéctica entre lo individual y lo colectivo, sin más.
Los lenguajes férricos, las alas enyesadas de vieja arrogancia no aportan nada a conocer la experiencia de la militancia. El militantismo es ante todo una pasión alegre
Muchos se asustarían al oír una frase común entre la militancia revolucionaria: “no milito para hacer amigos”. Una frase que cuadra muy poco con la experiencia antes descrita. Hace unos días me preguntaba si esto era posible. Yo creo que el corazón del militante siempre bombea buscando afinidades y afectos en su espacio de militancia. No vinimos por los vínculos y sin ellos la vida sería irrespirable. Como decía Bensaïd, la organización nos ha hecho vivir los flechazos amistosos, conocer a indispensables desconocidos. Militamos porque así vivimos y porque nos gustaría compartir esa experiencia con el resto de la humanidad, porque creemos que la camaradería que construimos es un sentimiento que está presente en el mañana. Al final la solidaridad de la que tanto hablamos no es más que esa lealtad con los desconocidos. Es esa lealtad la que creo que nos lleva a militar.
Al final la solidaridad de la que tanto hablamos no es más que esa lealtad con los desconocidos. Es esa lealtad la que creo que nos lleva a militar
Hay un profundo sentimiento de lo bello en esa afinidad. El comunismo, ese metabolizador estratégico que actúa de horizonte regulador del futuro, nos ha enseñado a cribar el presente, ver en sus potencias que la revolución es un proceso sin descanso, que es el deseo de ser siempre algo más. Ahí vemos lo bello. Algunos creen que la humanidad es lo suficientemente mediocre como para no merecer un futuro mejor, que el capitalismo es el mejor sistema posible; nosotros creemos que la humanidad tiene derecho a un mundo hermoso. Un mundo donde ser felices. El autonomismo italiano descubrió en la práctica que esta felicidad solo es subversiva si se colectiviza.
Salud mental
Rompernos, cuidarnos, aprender
Para mí son estos los motivos que me movieron a militar. Descubría que había algo más que una organización, una simple organización gris de héroes de plomo. Mi militancia es en la organización de las flores y los ruiseñores. Donde brota la resistencia y alzamos el vuelo con cánticos melódicos de lucha. Una práctica que recorre el espinazo con un escalofrío tierno.
Mi militancia es en la organización de las flores y los ruiseñores. Donde brota la resistencia y alzamos el vuelo con cánticos melódicos de lucha. Una práctica que recorre el espinazo con un escalofrío tierno
No sabemos a dónde volaremos, que brotará, no sabemos cuánto tendremos que sembrar. Es imposible ver como crecen las insurrecciones, las revoluciones o simplemente las transformaciones. Se sitúan siempre en el centro de la sociedad como una crisálida, crecen lentamente bajo un envoltorio roto en el que apenas se puede atisbar algo incierto.
Sin embargo, creo que a pesar de que muchos crean que la incertidumbre es el suplicio de los que quieren cambiarlo todo, para mí es la esperanza. La incertidumbre es aquello que mantiene viva la llama, es el saber que pasarán cosas y también el no saber que pasará lo que nos mantiene en pie. Si supiéramos todo lo que va a ocurrir, simplemente nos dejaríamos arrastrar por el progreso. Para los militantes, cada minuto es un campo de batalla que dura una eternidad a sabiendas de que el futuro será muy largo. Sabemos, como decía Blanqui, que son solo las bifurcaciones de ese presente las que pueden abrir el capítulo de las esperanzas.
Sin embargo, creo que a pesar de que muchos crean que la incertidumbre es el suplicio de los que quieren cambiarlo todo, para mí es la esperanza
Con sentimientos profundos de amor y humildad hacia la herencia del Sabbath que nos precedió, vivimos esa incertidumbre de lo que está por venir. Aprendiendo de esa herencia a ser herejes con lo que haga falta, cargados de rabia como todo acto de herejía.
Recuperar el erotismo en la militancia, el placer que sucede a ese sacrificio, la experiencia encandilada y cálida de la política más allá de las intrigas palaciegas, es recuperar la pasión por cepillar la historia a contrapelo y volver la mirada a los vencidos para decirles que la chispa electrizante de su vida sigue habitando la nuestra.
Un transmisor de herencias, de rutas, de prácticas. Un lugar donde volar juntos, donde recoger los frutos, donde disfrutar de ellos. Esa es para mí la organización de las flores y los ruiseñores. Donde abrazar intensamente la incertidumbre y practicar el arte del presente.