Psiquedélicos, patentes y trumpismos: el campo antagonista que inaugura el renacimiento psiquedélico

Vivimos un momento de transición en el que algunos intereses empresariales ya están invirtiendo en psiquedélicos sin pillarse los dedos y siempre bajo las lógicas capitalistas.

Soplan nuevos tiempos para la psiquedelia. Con la llegada de Trump al poder, la disputa en torno a las sustancias psiquedélicas ha entrado en una nueva fase. No con determinación, sino más bien con turbulencias importantes. Introducir la psiquedelia en las leyes del mercado y la propiedad privada puede no ser tan fácil como parece en un primer momento. De ahí que en función de como se desarrolle esta legislatura podría haber cambios importantes en el seno del trumpismo.

El problema que se genera cuando se ingiere un psiquedélico es de índole espiritual o filosófica, de sentido en cualquier caso. La experiencia que mucha gente tiene es una mutación de subjetividad que contradice la propiedad, el beneficio y la exclusión; sobre todo cuando responde a la lógica de la codicia capitalista. De ahí que a medida que progresa la ciencia, cada vez sea mayor la preocupación respecto a que haya un incremento exagerado de precios en los psiquedélicos, que estos se instrumentalicen por medio de la propiedad intelectual o cualquier otra tendencia mercantil.

Los límites en la alteración de la consciencia, cuando se parte de una consciencia marcada por el individualismo neoliberal, se vuelven evidentes en la confrontación con el entorno. No se puede aspirar a preservar la naturaleza, por ejemplo, y mantener el modelo económico neoliberal. Si la transformación psiquedélica es profunda, hay que tomar partido contra la economía. No cabe otra alternativa, hay una contradicción inherente entre buena parte de las experiencias psiquedélicas y la dinámica de mercado. Para empezar, la ilegalidad de buena parte de las sustancias.

Aún así el negocio es demasiado grande y tentador. Por eso, si echamos un ojo a la solicitud de patentes, podremos observar pros y contras. Para entender cómo la política puede influir en la legalización/prohibición de sustancias es fundamental seguir la línea del dinero y sus contradicciones. En el capitalismo no deja lo que guía el cambio.

Merodeando la psiquedelia: la estrategia de Philipp Morris

A la espera de la legalización de los psiquedélicos, buena parte de la labor de patentes se centra en incorporarles las utilidades del consumo lisérgico. Las razones son evidentes: cuando se legalicen los psiquedélicos podría tener un gran éxito económico. En la actual coyuntura no se trata tanto de inventar para los psiquedélicos, como de incorporarlos en las solicitudes de patente y permanecer así dentro de la ley.

Y aunque no hay garantía de que las patentes sean concedidas o, en todo caso, no plenamente, ya que se podrían requerir modificaciones como suprimir los psiquedélicos. Lo que sí se observa la actualidad es que estos aparecen mucho más en las distintas patentes que se presentan. La psiquedelia, ni que solo sea en este terreno prospectivo, va mucho más allá de sus aplicaciones psicoterapéuticas.

El caso paradigmático de este tipo de aproximación nos lo ofrece Philip Morris con sus «vapeadores de DMT», un truco publicitario que desvela la estrategia de marketing de la multinacional. En rigor, no se trata de un producto psiquedélico, esto es, patentado en exclusiva para el consumo de psiquedélicos. Pero, la empresa ha incluido entre las sustancias que puede vapear tres fórmulas distintas del psiquedélico: la N, la N-DMT y la 5-MeO-DMT .

El revuelo estaba armado. Cuando el abogado Graham Pechenik anunció la patente tuvo que corregirse acto seguido al anuncio: Philip Morris no había fabricado un vapeador de DMT, sino que más bien lo que había hecho era patentar su uso para el DMT. De esta suerte, aunque el aparato podía ser legal para otras sustancias, lo cierto es que serviría para el consumo de DMT. Lo único cierto bajo esta estrategia es que no existe un vapeador testado que se pueda demostrar efectivo con la DMT y sí mucho marketing.

Las grandes empresas y corporaciones apuntan a que disponen de artefactos con los que consumir estas sustancias; pero les niegan formalmente su aplicación, mientras lo cuentan a bombo y platillo

He aquí por tanto, el nivel de ambivalencia y ambigüedad que se mantiene en la esfera pública norteamericana. Por un lado, las grandes empresas y corporaciones apuntan a que disponen de artefactos con los que consumir estas sustancias; pero, por otra, les niegan formalmente su aplicación, mientras lo cuentan a bombo y platillo. Se trata de una manera de marcar un territorio para el resto de futuros vaporizadores de DMT a la espera de la legislación correspondiente, situar su marca como pionera en el consumo de DMT y, en rigor, no pillarse las manos con la ley

Psiquedelia ad futurum

El capitalismo está erigido sobre la captura de la tendencia. Lejos de eliminar los conflictos deja que se expresen, observa la línea por la que se desarrollan y a partir de un momento dado capitaliza los logros. De esta suerte lleva ya décadas extrayendo de la creatividad anticapitalista todas sus ventajas, sus innovaciones, y sustrayendo al movimiento toda su fuerza.

La psiquedelia no es una excepción a esto. En un primer momento, durante los años cuarenta y cincuenta, el capitalismo cedió en el desbordamiento de las instituciones que albergaban la LSD. En cierto modo toleró y hasta provocó la pérdida de control. Se entiende así el caso de la expulsión de Leary, Alpert y Metzner, donde la expulsión fue, sobre todo asignada, por la universidad de Harvard.

Henos aquí ante la ambivalencia de un Leary que, ante el desbordamiento, simplemente cogió sus cosas y se fue para Millbrook a seguir protagonizando el momento histórico en su plenitud. Algunos años más tarde, el capitalismo decidiría cerrar filas y prohibir los psiquedélicos. Solo a partir de la consolidación del poder de Thatcher y Reagan, en los ochenta, volvieron a darse las condiciones para el renacimiento psiquedélico.

Sucedió así que, de un tiempo a esta parte, dio comienzo otra negociación sobre la fallida Guerra contra las Drogas. De vuelta al encierro, con un mundo underground puramente marginal, los psiquedélicos estaban en condiciones de partir, esta vez sí, bajo otras relaciones de poder. No en vano, los ochenta habían marcado un rumbo hacia el una mutación del poder que se pasaba a ejercer de manera indirecta, desde el interior del cuerpo. No es casual, por tanto, que el discurso del encierro volviese atrás para empezar por la psicoterapia.

Qué patentar cuando se debe volver a empezar

El primer obstáculo que surge cuando se habla de legalización es el mal viaje. Este puede ser una experiencia terrible que cueste mucho integrar. Los psiquedélicos podrían incluso acabar en brotes psicóticos en aquellas personas con una inclinación previa. Los psicoterapeutas psiquedélicos esgrimen que tiene que ser así, que no hay «mal viaje», sino un «viaje necesario»; que la integración del mal viaje puede ser también muy beneficiosa. Pero esto convence poco al consumo capitalista (otra idea contradictoria: querer vender felicidad con el mal viaje).

Se optó así por fijar claramente protocolos de uso controlado para los psiquedélicos, mientras se optaba por negociar la legalización. Durante unos cuantos años ya la investigación avanzó lenta, pero inexorable. En los últimos años ha sido un auténtico boom. A pesar de ello ha habido algún traspiés en organizaciones tan emblemáticas para el renacimiento de la psiquedelia como la Asociación Multidisciplinar de Estudios Psicodélicos (MAPS, por sus siglas en inglés).

En 2015 se reconoció el primer caso de abuso en un ensayo de fase II. Los terapeutas Rochard Yensen y Donna Dryer habían abusado de Meaghan Buisson mientras se encontraba vulnerable. No sería antes de 2018 que el caso fuese denunciado y revisado tiempo después. MAPS reconoció al fin que se había tratado de una violación ética del protocolo. Con este caso se traspasó una frontera que debería haberse gestionado mejor. MAPS salió tocado de todo el asunto.

Por si fuera poco, a este escándalo siguieron otros como los de algunos veteranos con estrés postraumático. El buen funcionamiento en su caso de la cura, no impidió que acusaran a MAPS de la instrumentalización como “casos de éxito” por un exceso de optimismo conducente a casos de manipulación emocional, explotación, violación de límites deontológicos, todo ello con finalidad política o mediática (de nuevo las aporías del renacimiento psiquedélico).

Pero estos tropiezos de MAPS no fueron suficiente para acabar con su intención. La reacción pasó por retirar al personal afectado, por fortalecer los códigos éticos con entrenamientos específicos sobre límites, ética de los estados alterados, líneas de denuncia directas y creación de equipos para el cumplimiento de la trasparencia. A pesar de todo ello se sigue señalando que los protocolos no se han modificado en lo esencial y que carece de un laboratorio de ética que sea realmente independiente.

Sea como sea, la vía terapéutica ya no solo dependía de MAPS. Otras instituciones como la Beckley Foundation, primero, pero sobre todo las universidades más adelante (con la Johns Hopkins a la cabeza) el renacimiento psiquedélico había dado el salto definitivo.

Un boom a la espera

El siglo XXI apunta claramente a ser el siglo de la legalización. En este primer cuarto no solo se ha legalizado el cannabis, otras sustancias han empezado a revertir el proceso de ilegalización que en EEUU había ido de los estados a la nación. La psilocibina ya es legal en algunos Estados. Por todas partes surgen clínicas de ketamina. A las culturas indígenas se les tolera el uso de psicodélicos como el peyote con finalidades religiosas.

El boom psiquedélico no se ha dejado esperar y las patentes han proliferado en todas direcciones. Se ha patentado usos de sustancias psiquedélicas para un tratamiento periodontal, para la caída del cabello, para la pérdida de peso, etc. En todas ellas se observa la misma lógica capitalista de siempre. Empresas posicionándose para disponer de las patentes futuras.

En el cannabis, la relación exagerada con los beneficios y la inversión que se operaron con la legalización en el mercado se ha traducido en el desplazamiento de los conocedores del tema por los comerciales de toda la vida

En esta dinámica se observan patrones comunes con la legalización previa del cannabis, que a estos efectos ha sido la vanguardia en la legalización. Una lógica capitalista que ha operado cambios en el consumo, su sociología, etc. En el cannabis, la relación exagerada con los beneficios y la inversión que se operaron con la legalización en el mercado se ha traducido en el desplazamiento de los conocedores del tema por los comerciales de toda la vida, que igual te venden un estropajo que un psiquedélico.

Por el contrario, han sido pocas las patentes originales. La «burbuja de olor personalizado» es seguramente una de las que más haya llamado la atención. Se trata de un dispositivo que crea y mantiene una burbuja de olor personalizado en torno a una persona. Si bien la burbuja de olor podría usarse para los perfumes, los psiquedélicos tales como LSD o psilocibina figuran entre los líquidos que podría dispensar.

De momento también hay una fuerte división entre partidarios de los psiquedélicos, dentro y fuera de las filas trumpistas

Vivimos un momento de transición en el que algunos intereses empresariales ya están invirtiendo en psiquedélicos sin pillarse los dedos, pero con una visión del futuro inmediato que ya no es la de principios de siglo. Queda por ver hacia donde se declina todo esto con la llegada de Trump al poder. De su orientación política nos queda por ver cómo gestiona la tensión intrínseca entre el neoliberalismo conservador del partido republicano y la ruptura psiquedélica. Allí donde los primeros están por volver a los viejos tiempos, los segundos no saben todavía muy bien cómo hacer.

Pero de momento también hay una fuerte división entre partidarios de los psiquedélicos, dentro y fuera de las filas trumpistas. Los viejos del lugar siguen pensando en términos como licencias creative commons y otros instrumentos. Tal sería, después de todo, el gran cambio de perspectiva por venir. Y aún es más, no parece muy desatinado pensar que propiedad intelectual psiquedélica y ley de patentes difícilmente van a llegar a un buen puerto. A nosotros de entender lo que está finalmente en juego.

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