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El pasado 11 de noviembre una marcha antirracista tomó las calles. Cientos de personas marcharon desde Cibeles hasta la Puera del Sol de Madrid denunciando el racismo institucional y sus consecuencias en la vida de las personas. Cientos de pancartas que hablaban de colonialismo, de los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE), de la Ley de Extranjería. La gente coreaba contra las fronteras, contra el estado racista, contra las redadas.
Fue una movilización antirracista encabezada por personas no blancas. La cita ya es anual. Arrancó el año pasado cuando los emergentes movimientos racializados acordaron salir a la calle el 12 de noviembre en memoria de Lucrecia Pérez. La dominicana, asesinada en Aravaca en 1992, constituye un símbolo: su caso fue el primero reconocido como un crimen racista por parte de la justicia. Quienes organizaron esa manifestación llevaban tiempo hablando de la necesidad de tomar el protagonismo de la lucha antirracista.
Racismo
Marcha antirracista del 11N
Protagonismo
“El protagonismo de las personas racializadas es fundamental por el poder simbólico que tiene que nosotras seamos las que marquemos el camino: ese poder simbólico cambia los imaginarios y también los discursos”, considera Yeison García López. Integrante del espacio Conciencia Afro, a Yeison es fácil encontrarlo en marchas y manifestaciones, asambleas, debates y charlas. También trabaja con Rita Bosaho, la primera diputada negra en el Congreso.Yeison señala que el objetivo del movimiento antirracista en el que participa no es hablarle a una sociedad mayoritariamente blanca: “Nosotras queremos hablar a nuestras comunidades, esto anteriormente no se ha hecho, sino que se hablaba a una colectividad homogénea mayoritariamente blanca sin nombrarla, eran discursos para que las personas no blancas fuéramos toleradas”. Frente a esto Yeison plantea la necesidad de politizar a “comunidades que han sido despolitizadas bajo una lógica de asistencialismo.” En este sentido, confronta la idea —paternalista— de proteger a las personas contra el racismo, frente a impulsar que tomen el poder para enfrentarlo por sí mismas.Yeison García: “Nosotras queremos hablar a nuestras comunidades, esto anteriormente no se ha hecho, sino que se hablaba a una colectividad homogénea mayoritariamente blanca sin nombrarla“Hay colectivos racializados que se han tomado en serio su autonomía de manera directa, se han visto con capacidad para armar sus propios espacios politicos de organización y trabajan en un antirracismo que ya no viene de esa ola que era más clásica”, constata Mario Espinoza, del Instituto para la Democracia y el Municipalismo. Apunta en este cambio a un “salto generacional” que posibilita un intercambio de experiencias de lucha y tradiciones, y que “tiene que ver con todos los colectivos gitanos, afro, latinoamericanos o moros que están juntándose, y que tienen trayectorias vitales muy diferentes de la que podía tener una antifascista de los 80 o los 90”.“Yo milito en el antifascismo, que a mucha gente le parece una cosa occcidental y colonizada”, ironiza Tatiana Romero quien se define como activista sudaca bollera, “pero el antifascismo tiene que ser antirracista, un antifascismo que no sea antirracista y feminista es un absurdo”. Tatiana estuvo ahí el pasado domingo 11, ella dice que siempre apuesta por la calle, para la lucha feminista, para la lucha contra los desahucios, también por ello, cree que es fundamental que las personas racializadas tomen ese espacio “porque es empoderante que la peña tome las calles, que quienes viven, trabajan y mueren en las calles, también tomen las calles, porque al final son suyas”.
Agencia política propia
Tatiana nació en México y, antes de llegar a Madrid, donde realiza un doctorado sobre la historia del movimiento feminista en el Estado español, pasó 15 años en Alemania. Allí y aquí integró espacios antifascistas y feministas. Cuenta que en los espacios antifascistas “mientras no pusiese por delante el eje de la raza todo estaba bien, si me presentaba a mi misma a partir de mi identidad no blanca en seguida salían las monjitas”. Las monjitas para Tatiana son esas personas que de pronto te quieren ayudar desde una óptica paternalista. Con el movimiento feminista ha tenido más choques.“Me cuesta estar en espacios de feminisas blancos porque no me escuchan, invalidan mi experiencia política”, denuncia. Pone ejemplos: cuenta que un grupo de feministas latinoamericanas, entre las que estaba ella, propusieron hacer huelga ya en 2017 y las “señoras blancas ahí en la Karakola” les dijeron que no, que solo había que mostrar solidaridad con la huelga argentina. Que por eso dejaron la asamblea. “Las mismas señoras ya un año después apostaron totalmente por la huelga como si se les hubiese ocurrido a ellas”, protesta.Tatiana siente que si no se les tiene en cuenta es porque no se valoran sus luchas. Sin embargo, en Alemania “sí que tenían mucho respeto a las luchas latinoamericanas”. Apunta a la posibilidad de que esta diferencia pueda tener que ver con el colonialismo. “Después de todo México fue colonia española, no alemana.” En su recorrido de la historia del feminismo español, sin embargo, señala como, al ver la revista de las feministas de la Liga Comunista Revolucionaria, le sorprende lo atentas que estaban a las luchas latinoamericanas.“Yo creo que la invisibilidad de las organizaciones no blancas a nivel histórico reproduce paternalismo, la idea de que nosotros no tenemos agencia política sino que ellos nos tienen que decir lo que tenemos que hacer”, defiende Yeison. “Cuando hablamos de privilegios, de jerarquizacion social en torno a la raza, hay gente que no quiere saber nada, que no estás dispuestos a cuestionarse nada, pero hay mucha muchas personas y organizaciones que se están cuestionando”, admite.
De pedagogía y alianzas
Algunas de las cuestiones que surgen en los debates sobre los discursos y prácticas de estos colectivos tienen que ver con la cuestión de la pedagogía, de a quién y cómo se llega. El debate de las alianzas, de cómo construir frentes amplios ante el racismo, es también recurrente.
Tatiana reflexiona sobre el tema de la pedagogía, que para ella tiene que ver con la comunicación. “Cuando mucha peña racializada pensamos que hacemos pedagogía no nos estamos comunicando”, lamenta, “decirle a la gente oye tú, has hecho esto mal, o tienes estos privilegios... Mi opinión totalmente personal es que en muchos espacios racializados no se está haciendo pedagogía, que todo es un ataque muchas veces frontal y muchas otras pasivo-agresivo a la peña que podría ser nuestra aliada”.“En mi opinión en muchos espacios racializados no se está haciendo pedagogía, que todo es un ataque muchas veces frontal o pasivo-agresivo a peña que podría ser nuestra aliada.Yeison también advierte de que su visión es solo personal antes de relatar cómo entró en el movimiento antirracista cuando era mayoritariamente blanco, también en SOS Racismo, y que aprendió de su trabajo y fue testigo de su compromiso. Cuenta Yeison que empezó en el movimiento cuando aún en SOS racismo, por ejemplo, la mayoría de estas personas eran blancas, y que aprendió mucho de ellas. Recuerda que, si Lucrecia Pérez fue reconocida como víctima de un crimen racista por parte del Estado español fue también por la labor de estas organizaciones: “Creo que aquí hay un cambio generacional y entiendo la preocupación de que no se reconozca la lucha previa, pero también tiene que entender que en algún momento hay una fractura que era necesaria, para recomponer los elementos”.
También se pronuncia respecto a las alianzas, “creo que estamos en una época en la cual todos somos jueces, condenando a la gente sin un juicio justo. Así, si se señala a una persona u organización como racista se le invalida como aliado político.” La cuestión es, señala, que justamente vivimos en una sociedad racista y machista así que es difícil que esto no se refleje en lo que hacemos o cómo hablamos. “A mi este tipo de cosas me parecen contraproducentes si queremos construir puentes, si queremos un frente antirracista amplio”, advierte.
Derechos Humanos
Decolonizar el antirracismo moral
Horizontes
“Yo creo que el antirracismo político tiene que articularse con la gente de la clase obrera blanca organizada para hacer frente al fascismo”, sintetiza Tatiana. Yeison, sin embargo, considera más necesario de que el movimiento antirracista amplíe sus bases entre las personas racializadas que viven en los barrios: “Estamos en un momento incipiente, politizando a la gente que está alrededor nuestro, al activismo, y poco a poco ampliando el círculo, pero sí que es verdad que aún no llegamos a amplias capas de comunidades no blancas que están en los barrios”. Si bien afirma que hay movimientos antirracistas en estos espacios, el activista alerta ante el riesgo de acabar formando una “pequeña élite ligada a las redes de activismo.”Recuerda Yeison que el movimiento antirracista es plural y diverso, así que considera importante trabajar “desde nuestras diferencias, pero unirnos en la lucha contra las lógicas neoliberales que nos afectan, articularnos en torno a objetivos concretos”. Respecto a las alianzas fuera de las comunidades no blancas, reclama que para ello, es necesario que se les reconozca como sujeto político con agencia. También apunta a la necesidad de respetar sus tiempos, los tiempos de un movimiento político incipiente que se está construyendo. Mientras, dice, se puede ir avanzando en paralelo.
“Junto al fascismo que amenaza, se nos viene encima una ola devastadora de precarización brutal”, advierte Mario, quien piensa que aún se está a tiempo de trazar luchas comunes en los barrios ante conflictos concretos. “Pero si no hemos hecho alianzas previas y si todos lo colectivos que estamos luchando, autónomos, racializados, izquierda, no peleamos esos espacios, el golpe puede ser mucho más duro”.Relacionadas
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El racismo en el siglo XXI es solo egoismo por conservar los privilegios de los que rapiñan recursos a lo largo de un mundo que se desintegra.
O sea, una anomalia que no debe aceptarse, y menos desde la izquierda que se la juega si da el brazo a torcer en esta materia.