Opinión
¿Nos estamos volviendo todos al pueblo? (o por qué Barcelona me retiró su bendición)
Hasta hace un mes vivía en Barcelona con mi novio. Se juntó que nos echaban del piso con que la cosa laboralmente no pintaba muy bien, así que nos pusimos a mirar Idealista. Idealista era la casa de los horrores, para sorpresa de nadie. El contrato que se nos acababa estaba hecho en tiempos de covid, cuando los caseros tenían solo un 200% del poder y no un 2000%, y ahora, pues... bueno, lo que ya sabemos.
Por el dinero que estábamos pagando por nuestro piso, lo que podíamos alquilar ahora eran literalmente estudios de 30 metros cuadrados a media hora del centro. Y creo que el cambio fue que esa no nos pareció una forma apetecible de vivir.
Entonces le pregunté a mi novio: “Oye, ¿vuestra casa del pueblo estará habitable?”
Era la casa de sus abuelos, en un pueblo del centro de Extremadura. Su padre la estaba reformando, pero murió de repente en 2019 —infarto— y desde entonces nadie había vuelto. No sabíamos ni si se habría caído un trozo de techo. Si había luz, si había agua. No sabíamos nada.
Pero sabíamos que en Barcelona íbamos a tener que reconstruir muchas cosas, y que tratar de cuadrar el círculo de hacerlo aceptable cada vez era una cosa más forzada. Así que nos vinimos al pueblo.
Y al llegar aquí, descubrimos que no éramos los únicos. Había otra gente que también se había venido precisamente de Barcelona. Que también se le había acabado el contrato hecho en covid. Al hablar con otra gente de otras partes de España, me cuentan historias parecidas en sus respectivos pueblos: gente de Madrid, de Barcelona, de Málaga, —más en la treintena que en la veintena— que teletrabaja o que se está buscando la vida, y que se vuelve, a ver qué pasa. Si tienes suerte y tu pueblo no es un pueblo cuqui, a lo mejor puedes comprarte una casa por 20 o 30.000 euros, en vez de 300.000.
¿Somos mi burbuja y yo, o esto es algo que está pasando de verdad? ¿Que mucha gente, ante la imposibilidad de pagar los alquileres, se esté volviendo a los pueblos de su familia?
Así que aquí está mi pregunta abierta: ¿somos mi burbuja y yo, o esto es algo que está pasando de verdad? ¿Que mucha gente, ante la imposibilidad de pagar los alquileres, se esté volviendo a los pueblos de su familia? Porque creo que estamos viendo algo que va más allá de casos aislados.
Nuestra mudanza fue un desastre. Durante el mes que tardamos en tomar la decisión y hacer el traslado pasaron muchas cosas inesperadas. Se averiaron dos furgonetas de mudanza diferentes. A mi novio le dio un trombo en el brazo de la nada. Todos los planes que pensábamos que iban a funcionar terminaron no funcionando.
Yo tenía un superpoder en Barcelona: siempre que llegaba a la estación de metro, el metro aparecía en menos de un minuto. Teníamos bromas sobre eso. Estaba blessed, bendecida por el espíritu de la ciudad.
Pero desde que decidimos irnos, la ciudad me retiró su bendición. Empezó a tirar todo tipo de cosas terribles contra nosotros, vengándose porque nos fuéramos.
Y sin embargo, al llegar aquí, fue como si esa fuerza hubiera perdido poder. Lo que encontramos fue bienvenida. Una casa viejísima, sí, pero enorme y para nosotros. Solo nuestra habitación es más grande que el piso de Santa Coloma que no quisimos alquilar.
Y la gente parece bastante encantada de que estemos aquí: la primera mañana conocí a más personas que en un año en Barcelona. Todo el mundo quería saber quiénes éramos. Querían hablarle a mi pareja de sus abuelos, recordarlos con cariño, contarnos de la tienda que tenían. Fue muy agradable sentir que estábamos en un sitio donde había ganas de que estuviéramos.
Porque en Barcelona, sin darnos cuenta, nos habíamos metido en una dinámica desagradable en la que creo que vive mucha gente: estábamos tratando de convencer a la ciudad de que éramos dignos de ella.
Me recordaba un poco a Regina George en Chicas Malas. Estar tratando de contentar a alguien que tampoco te está haciendo la vida tan maravillosa. Porque si no tienes un sueldo de 3.000 pavos, tampoco es un sitio tan agradable para vivir en realidad, pero hay una especie de orgullo en pensar que puedes.
Y creo que en la dinámica en la que están entrando las ciudades grandes —y no solo las grandes, porque lo de los alquileres desorbitados está pasando ya un poco en todas partes— nos estamos centrando mucho en la forma en que expulsan a quien no gana tanto dinero... pero se pone menos atención en cómo se están volviendo sitios bastante poco agradables para vivir, incluso para quien se puede quedar.
Porque la propia dinámica extractiva destruye lo que hacía a la ciudad apetecible en primer lugar.
Lo que hace que una ciudad esté viva no son los elementos que contiene, sino las relaciones entre ellos. Que no son necesariamente sus negocios
Que Barcelona sea una ciudad cool —o Madrid, o donde sea un sitio al que la gente quiere ir— tiene que ver con las posibilidades laborales, claro, pero también con ser un sitio vivo, un sitio en el que “pasan cosas”. Esta vitalidad no es propiedad privada, sino un patrimonio común. Las relaciones entre personas. Las dinámicas de los barrios. Lo que hace que una ciudad esté viva no son los elementos que contiene, sino las relaciones entre ellos. Que no son necesariamente sus negocios, ni siquiera los musicales (en Madrid se habla siempre de los musicales pero yo en siete años no fui a un musical y tampoco pasó nada).
Eso que hace que una ciudad esté viva es lo que la hace apetecible. Y cuando se vuelve apetecible, empieza a invertir en ella quien en realidad no va a aportar a esa dinámica. Entidades que lo que quieren es ir, extraer y marcharse. O consumir y marcharse, como lo que hacemos en calidad de turistas, sin construir esa riqueza que hace que el sitio funcione: eso requiere tiempo, contacto, complejidad, conflicto.
Y eso erosiona la ciudad. La convierte en ese escaparate del que hablamos muchas veces, que en realidad está vacío y que ya está lejos de lo que nos había hecho apreciarla en un primer momento.
Entiendo que para otra gente quedarse tiene sentido. Hay quien sí forma parte de ese tejido de los barrios. Pero creo que eso —sobre todo en el caso de Barcelona— son personas que han nacido allí, que tienen familia, que es más probable que puedan vivir en el piso de su abuela en Gràcia.
Nosotros estábamos en una situación diferente. Y creo que estábamos tratando de controlar algo que ya no tenía sentido controlar.
Tener una casa gratis a la que venir, claro, es un privilegio. Lo puedes enfocar como el último recurso, y a la vez como una suerte que mucha gente no tiene. Y no solo materialmente, sino socialmente. No es lo mismo volver como “hijo del pueblo” que llegar de nuevas como neorrural. O que ser una mujer de Ecuador que viene a cuidar ancianos. Las dinámicas de acogida son muy diferentes.
Me pregunto si habrá quien no tenga un sitio al que volver, pero pueda encontrarse en la capacidad de hacer lo mismo [...] Si se podrán dar formas en las que todos tengamos esta sensación de ir a un lugar donde la gente se alegre de que estamos llegando
Nosotros estamos en el mejor de los casos posibles: hijos que vuelven. En mi caso, hija consorte.
Con las dinámicas que se han dado de urbanitas yendo al campo con una visión un poco colonizadora, existe bastante recelo a quien viene de fuera. Los típicos madrileños que vienen en verano, guiris y todo eso. Pero con los hijos que vuelven es algo diferente. Se ve como: esto es algo nuestro que habíamos perdido y que recuperamos. Y aunque traigan una mentalidad distinta a la de sus padres o sus abuelos, no se ve de la misma manera. Creo que se ve como algo que enriquece.
(¿Es todo esto algo que me cuento para justificar que desde que estoy en Extremadura he vuelto a comer jamón?)
Me pregunto si con el tiempo esto se podrá ir ampliando.
Me pregunto si habrá quien no tenga un sitio al que volver, pero pueda encontrarse en la capacidad de hacer lo mismo. De ser hijos consortes, o familia extendida. Si se podrán dar amadrinamientos. Si se podrán dar formas en las que todos tengamos esta sensación de ir a un lugar donde la gente se alegre de que estamos llegando.
Porque desde luego es mucho más agradable que sentir que te estás agarrando con los dedos al precipicio de una ciudad que te expulsa.
Así que la pregunta sigue ahí: ¿os está pasando al resto también? ¿Conocéis a gente que esté haciendo lo mismo? ¿Es esto una burbuja mía o es un movimiento que se está dando de verdad?
Medio rural
Vivir donde nunca pasa nada
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