Isabel G. Gamero: “Las personas psiquiatrizadas dejan de ser dueñas de sus propias decisiones”

‘Voces apenas escuchadas, jamás creídas’ repasa las cartas escritas y nunca enviadas de las mujeres que estuvieron encerradas en el Asilo de Dementes de Leganés, con diagnósticos psiquiátricos por no cumplir los roles de género.
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David F. Sabadell Isabel G. Gamero, doctora en Filosofía y profesora en la Universidad Complutense de Madrid.

Isabel G. Gamero es doctora en Filosofía y da clases en la Universidad Complutense de Madrid. Pero no le gusta poner sus títulos por delante, asegura que lo que ella intenta es hacer llegar la filosofía a otros escenarios menos académicos. Hacerla más accesible y para todos los públicos. Con esta intención presenta el libro Voces apenas escuchadas, jamás creídas (Piedra papel libros, 2025) en el que analiza las cartas que escribieron las mujeres internadas en el Asilo de Dementes de Leganés entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX, utilizando herramientas de la filosofía de la psiquiatría.

Esta institución, popularmente conocida como Manicomio de Santa Isabel, y que Gamero invita a renombrar por posicionamiento político para no utilizar una palabra peyorativa, nació en 1851 en honor a la Reina Isabel II, y fue clausurado en 1985. Hoy forma parte del Hospital Universitario José Germain, integrado en la red de atención a la salud mental de la Comunidad de Madrid.

El libro es una mirada a la violencia que sufrieron las mujeres bajo supuestos diagnósticos por problemas de salud mental, que en ocasiones no eran tales, pero también un análisis del presente y de cómo las instituciones siguen actuando desde el punto de vista paternalista y punitivista en el ámbito de la salud mental y con un gran sesgo de género en los diagnósticos y en los tratamientos.

Las cartas reflejan que algunas mujeres pudieran teneralgún problema de salud mental, pero que mayormente estaban ahí internadas por ser mujeres que no cumplían la norma social.
Realmente son casos muy diversos. Hay cartas de 15 mujeres distintas y solo una de ellas, Pilar, reconoce que tiene alucinaciones y que no puede distinguir realidad de ficción. Pero en las otras 14 se ve una queja constante, expresan que no están locas y que gran parte de sus encierros, a veces de por vida, fueron por motivos sociales, por no adecuarse a la figura de madre o por haber sido madre pero a la hora de ser mayor no puede mantenerse a sí misma. Había también casos de lesbianismo, casos de mujeres que no eran las “buenas amas de casa” y también bastantes casos de mujeres que eran críticas con la religión. Había algunas que decían que por haber dicho “Dios ha muerto” o por haberse metido con las monjas fueron a parar allí. Había una norma social muy férrea de qué se suponía que debía ser una mujer y a quien no la cumplía era encerrada.

La mitad de las mujeres mueren en el sanatorio. Estamos hablando entonces de una institución que lo que buscaba era más bien retirarlas de la sociedad y no tenía una labor terapéutica.
Sí, porque además el marco de cómo se entiende la salud y la enfermedad mental ha cambiado. Hay que tener en cuenta que la Casa de Leganés se abrió en 1851 y entonces el tratamiento de la salud mental no era como podemos pensar ahora terapéutico o para volver a reingresar en la sociedad. Era un modelo punitivista, como decía Foucault, un modelo basado en el encierro para ocultar al que es distinto. Estos modelos ahora de reinserción y recuperación es que ni siquiera existían. Eso es algo mucho más moderno.

Me llama la atención que estaba regentado por una congregación de monjas, que son las Hijas de la Caridad, una de las órdenes que también gestionó el Patronato de la Mujer, el lugar donde también encerraban a mujeres descarriadas. ¿Puede tener alguna relación?
En algún momento concreto, sí. Lo que pasa que esta institución en Leganés empieza antes y se cierra después y tiene esa apariencia para el tratamiento de la salud mental, que en el caso del Patronato de Mujeres no era así. Son paralelos, están cercanos. Estudiando los testimonios de muchas de las mujeres que estuvieron en el Patronato, que solo aceptaba mujeres, se las mandaba allí por “descarriadas”. Para el terreno tan gris que no se sabe si es enfermedad, si es desobediencia o si es por no cumplir los mandatos de género, estaba el asilo para personas con supuestas enfermedades mentales, donde internaban tanto a hombres como a mujeres.

Me comentabas antes que el concepto de salud mental ha ido evolucionando. Partimos de un concepto de salud mental muy concreto que está muy relacionado con un aspecto punitivista. ¿En ese momento que significaba recibir un diagnóstico de este tipo?
Pues para estas mujeres era exclusión social, reclusión de por vida y dejar de ser sujetos autónomos con capacidad decisoria. Una de ellas quería cambiar su testamento para no beneficiar a los hijos que la habían encerrado allí y para beneficiar a su confesor. Y al estar ahí ingresada esta posibilidad de decidir sus voluntades cambió. Dejas de ser dueña de tus decisiones, pierdes agencia, capacidad política y te conviertes en un personaje secundario del sistema. E insisto, de por vida: algunas entraban y ya no saldrían nunca más.

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Isabel G. Gamero durante la entrevista con El Salto. David F. Sabadell

Muchas veces no sabría decir si la enfermedad mental era previa o surge durante el internamiento.
Mi formación es de Filosofía y ahí se trabaja desde marcos críticos con el concepto bionormativo y médico de la salud mental. Desde estos marcos teóricos se cuestiona la idea de que haya una única explicación biológica para la enfermedad mental, que te falle el neurotransmisor o que te falte el litio o lo que sea. Yo creo que las cartas son un buen ejemplo de que la salud mental hay que entenderla desde un punto de vista más amplio y problemático. ¿Qué puede tener un componente natural genético? Quizás sí, pero en el momento que una persona es encerrada pierde libertades y es sometida a represión y reclusión, esto también puede afectar a su afección previa. O incluso que el brote se lo produzca el encierro. Desde estos marcos teóricos se habla de una concepción de la salud mental ni puramente social ni puramente biológica, sino en retroalimentación.

Dada la condición de reclusión de las mujeres psiquiatrizadas, su palabra, su voz, su queja no fue enviada ni fue escuchada, no fue recibida de ninguna manera

Tú analizas las cartas bajo la filosofía de la injusticia epistémica.Explícanos un poco qué es esto.
Este es el segundo marco teórico del libro, tras la filosofía de la psiquiatría que acabo de contar. La injusticia epistémica es una rama muy nueva de la filosofía que une la filosofía política de la justicia y la teoría del conocimiento o epistemología. Y viene a decir que hay una distribución desigual, ya no solo de las riquezas sino también de la capacidad de hablar, ser escuchados y ser creídos, y que esta injusticia, esta desigualdad, es tan grave y tan preocupante como el reparto material de la riqueza. Entonces, en esta distribución desigual de la capacidad de hablar en público, ser escuchado o ser creído, hay ciertas personas que están en la parte negativa, la parte menos creída. Ejemplos de esto son las mujeres de clase baja, obrera, pobres o alguien migrante, alguien analfabeto o alguien que no conozca muy bien el idioma. Las cartas, que por cierto se encontraron en el Archivo de Leganés, es decir, que fueron escritas por sus autoras pero nunca enviadas, son un buen ejemplo de injusticia epistémica, porque dada la condición de reclusión de las mujeres psiquiatrizadas, su palabra, su voz, su queja no fue enviada ni fue escuchada, no fue recibida de ninguna manera.

Hay algunas cartas bastante dolorosas. Hay una en concreto que habla sobre que tiene problemas de dolores que son tratados con morfina. Y estamos hablando de una persona que posiblemente sufría endometriosis.
Posiblemente, esa es una hipótesis que nunca se podrá comprobar. Esta mujer, que se llamaba Adela, tuvo cinco partos seguidos y a raíz del cuarto empezó a tener unos dolores terribles. Igual tuvo algún desprendimiento uterino, no lo podemos saber, pero se quejaba. Además, le costaba tener relaciones con el marido y seguía pariendo y seguía fatal. Probablemente también podíamos sacar la hipótesis que tenía alguna depresión posparto y el marido lo que hizo fue recluirla en el sanatorio. Los médicos lo que hacían para calmar sus crisis y su dolor era darle morfina. Entonces, gran parte de la enfermedad o la dolencia o el malestar de esta mujer estaba condicionado por la parte social y por el tratamiento que recibía. Al final, parte del diagnóstico era adicción a las drogas, algo causado por la propia institución. Es todo muy doloroso porque en las cartas se ve como tiene una claridad absoluta de lo que le está pasando. Otro ejemplo de justicia epistémica. En una ocasión le dice al marido “Antonio, sácame de aquí, que no puedo más, que yo sé que te has ido con tu amante, que yo quiero ver a mis niños y que estoy bien, solamente estoy mal por estar aquí”. En este caso sí que consiguió salir, logró redimirse, lo que hoy llamaríamos desintoxicarse. En sus cartas se ve como hay una progresión que indica que empieza a aceptar a las instituciones religiosas. Dice que va a misa, que se estaba portando bien, que estaba yendo al taller de costura. Y al tomar el camino de lo que se supone era una buena mujer y de algún modo desintoxicarse, logró salir.

También me llama la atención que no todas las mujeres son pobres. Hay una incluso que quiere repartir su herencia.
Hay varias. En la institución había dos regímenes: el de las clases altas, cuyos familiares pagaban por encerrarlas allí y tenían mejores condiciones vitales, y la parte más de caridad o beneficencia que estaban en peores condiciones. Aunque el factor socioeconómico sea importante, a veces no es la causa única de discriminación en este caso, pues las mujeres adineradas, como Otilia, que era una señora cubana riquísima, encerrada allí porque decía que su madre y su hermana querían quedarse con su dinero, tampoco eran escuchadas ni creídas. Así que la situación de encierro de algún modo iguala a estas mujeres.

En el libro explicas que se distinguen dos tipos de injusticia epistémica: la testimonial y la hermenéutica. No sé si nos puedes explicar un poco la diferencia.
La testimonial son casos individuales. Cada vez que una de estas mujeres o cualquier otra persona dice algo y no es escuchada o creída. Te dicen que lo que dices no es importante o que eres una histérica. Lo que destaca Miranda Fricker, que fue la que se inventó este concepto, es que a veces esta imposibilidad de escuchar a alguien no es porque el oyente esté a su bola, sino que estructuralmente la sociedad, el aparato del Estado, las leyes, las instituciones no están preparadas o habilitadas para atender a estas mujeres. En el libro, las instituciones eclesiásticas, jurídicas o médicas en su conjunto, no estaban preparadas para entender la queja de una mujer como Adela, porque están formadas en torno a prejuicios estructurales de cómo son estas mujeres. Y esto sería la injusticia hermenéutica.

Son 15 historias. ¿Cuál merece la pena rescatar de las que no hayamos hablado?
Bueno, cada cual tiene su propio componente y me costaría decidirme por una. Está Josefa, que es una señora mayor de estrato social bajó que ya no podía trabajar de limpiadora y no la podían mantener ni el marido ni los hijos. Y la internaron en la parte de beneficencia. Su testimonio es de precariedad, de pobreza y de quejas por estar ahí encerrada. Luego está Irene, que es de las más jóvenes, que parecía migrante de algún pueblo, no sabemos de dónde, y que llegaba a Madrid para trabajar de cuidadora y limpiadora en una casa de ricos. En este caso el diagnóstico es pereza porque consideraban que no quería trabajar y no cumplía la tarea que se supone que debía hacer. Al parecer fueron a robar a la casa y ella se defendió y agredió al posible ladrón. Le diagnosticaron también carácter iracundo y estuvo encerrada de por vida.

Estamos hablando de ejemplos de psiquiatrización de la vida de las mujeres. Vamos a avanzar un poco porque ha pasado ya tiempo. Sin embargo, en algunos aspectos, ¿dirías que seguimos en ese punto?
Diría que sí. Una de las preguntas que más me han hecho a raíz de sacar el libro es si esto son cosas del pasado. En el último capítulo hago un análisis de la situación más contemporánea. Ahora, para internar a alguien es necesario pasar por ciertos procedimientos judiciales y que un juez lo autorice y estas cosas. Pero las personas psiquiatrizadas dejan de ser dueñas de tus propias decisiones. Son los médicos o la familia los que deciden y validan su medicación. Existen también casos de contención, ya sea química o ya sea mecánica. Andreas Fernández ingresó con una meningitis y como tenía antecedentes de esquizofrenia, por que su madre la padecía, no fue creída, fue diagnosticada de esquizofrenia, se usó la contención mecánica contra su voluntad y acabó muriendo.

Los diagnósticos de salud mental son superiores entre las mujeres y además estamos muchísimo más medicadas que los hombres. ¿Crees que hay sesgos de género en la medicina?
Por supuestísimo. Desde la propia tarea de la medicina crítica, hay mucha gente, como Carme Valls, que lo ha trabajado bastante. La mujer es vista como más quejica y menos creída y al mismo síntoma se hace más caso a un hombre que a una mujer. También son diferentes los tratamientos: a los hombres se les receta más paracetamol y a las mujeres pastillas relajantes “porque estamos nerviosas”. Esto llega al punto de que el infarto en una mujer no es diagnosticado a tiempo, porque los síntomas que se asocian a este evento son los de los hombres.

¿Hablabas de la pérdida de autonomía legal de antaño. Eso sigue pasando?
Sí.

Recoges un ejemplo que me interesa, es el del consentimiento en la violencia sexual, que con la reforma de la ley de solo sí es sí, sigue estando un poco igual. Las mujeres que tienen algún problema de salud mental se da por sentado que no tienen por qué expresar su consentimiento, se da por hecho la agresión y se las anula.
Justamente estoy trabajando en eso ahora. Desde las primeras leyes de violencia sexual se ha excluido sistemáticamente a las menores o a las mujeres con “deficiencia mental” ahora llamado “otras capacidades”. Pero la idea de que hay ciertas personas que por cuestiones mentales o de desarrollo no son capaces de saber lo que quieren, por lo tanto están fuera de la ley, necesitan un tutor, padre, madre o alguien que decida por ellas, está en todas las figuras o momentos de intentar pensar la ley de violencia sexual.

Se supone que es para protegerlas más.
Claro, pero volvemos a caer en un modelo de paternalismo y de injusticia epistémica de “yo que soy mejor que tú y que tengo todas mis capacidades, sé mejor que tú lo que quieres y sé que hay límites”. Igual hay personas o casos donde se puede decir que no había capacidad de consentir, pero creo que hay muchos otros donde hay mucho paternalismo y mucha limitación de las posibilidades vitales de estas personas en nombre de una idea correcta de lo que significa ser humano.

Esto pasaba hasta hace no mucho con las esterilizaciones forzosas. En 2020 se cambió el Código Penal para que se dejaran de practicar. Hay un cambio legal, ¿pero crees que ha permeado en la sociedad?
No. En mi entorno, que está muy concienciado con el Orgullo Loco, y que estamos pensando que podemos hacer un mundo distinto, quizá podemos pensar que hay una forma distinta de relacionarnos, pero salimos un poco de ahí y creo que sigue presente el punitivismo, el paternalismo y el “pobrecitas que no saben lo que hacen”. Esto es muy peligroso, mucho. Y cada vez creo que hay dos esferas más separadas la una de la otra.

La salud mental ha pasado de ser esa cosa que se ocultaba detrás, para que nadie hablara de ella, a que de repente personas públicas, reconocidas, más o menos admiradas puedan hablar en público sobre ello

En cuanto a los internamientos forzados, esta práctica estaba avalada y respaldada por la Ley de Enjuiciamiento Civil sin necesidad de orden judicial cuando se realizaban de manera urgente. Este artículo fue declarado inconstitucional, pero hay quejas de que los derechos se siguen vulnerando.
La reforma del artículo, en principio prohíbe que haya un internamiento forzado, pero tiene una excepción, en el caso de que sea un fin de semana y no haya juez disponible se puede encerrar a alguien de manera preventiva “por su propio bien”, “porque se puede dañar a sí mismo”. Y de nuevo: ¿Qué significa que alguien pueda dañarse a sí mismo? ¿Con qué criterio se decide esto?

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Isabel G. Gamero reivindica la autonomía de las personas psiquiatrizadas. David F. Sabadell

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos acaba de condenar a España por un ingreso psiquiátrico forzoso sin garantías.
Otro ejemplo de que sigue pasando.

En este caso la persona pedía asistencia letrada y no la tuvo. Y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha dicho que tenía razón, que debería de tener una asistencia letrada. Continuamos en el marco en el que hemos empezado esta conversación, el marco punitivista con respecto a la salud mental y las terapias de salud mental. ¿Crees que hay alguna manera de que esto empieza a cambiar?
Súper difícil. Pero también creo que la salud mental ha pasado de ser esa cosa que se ocultaba detrás, para que nadie hablara de ella, a que de repente personas públicas, reconocidas, más o menos admiradas puedan hablar en público de su salud mental y decir “estuve mal”, “necesité tomarme un tiempo” o que se hable de medicación, de terapia y que podamos criticarlo también con la línea anti psiquiatría.

Las críticas a la concepción más biomédica de la salud mental no son nuevas. Empezaron en los 70, pero que esa línea esté abierta puede ser un espacio para el cambio. Y por ejemplo, no todos los profesionales de la medicina creen en la variante biomédica de “yo doy una pastilla y te cambio”. Hay personas con bastante valía que intentan traer una comprensión más global de la salud y que piensan que no todo es algo médico, también tiene que ver con el contexto.

Por otro lado, la comprensión biomédica está muy presente y la industria farmacéutica es un componente con mucho poder que se opone a que dejemos de tomar pastillas y que creemos espacios más abiertos de terapia. Pero, yo creo que hay más espacios para la crítica y para hablar de estos temas y normalizarlos.

Personas con discapacidad
“Mis padres me esterilizaron con 18 años mediante manipulaciones”
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