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Salud mental
La contención mecánica en la sociedad de la coerción
Rafael Carvajal, profesor, poeta, performer y activista “loco” se ha convertido en una de las caras más visibles de la denominada violencia psiquiátrica y más concretamente de una práctica tristemente extendida en nuestro país como es la contención mecánica. La historia de vida de Carvajal no es precisamente sencilla: con 12 años tuvo que mudarse a Estados Unidos con su madre, donde sufrió el maltrato diario que su padrastro ejercía hacia ambos. En su adolescencia, comenzó a consumir cocaína y heroína entre otras sustancias estupefacientes, acudía a peleas como forma de ocio habitual y tan solo la poesía consiguió mantenerle enraizado a la vida durante las etapas más oscuras de su biografía.
A su vuelta a España le diagnosticaron trastorno bipolar y depresión y ello marcó el inicio de todo un infierno continuado de ingresos hospitalarios, día sí día también, donde recibiría múltiples contenciones mecánicas. Una decena de ellas a lo largo de su vida, con ingresos hospitalarios de entre ocho y 16 días. En julio de 2004 tomó una decisión que le cambiaría para siempre: dejar de consumir sustancias que pudieran alterar su estado de ánimo, pero, sobre todo, aceptarse a sí mismo con independencia de su estado mental.
Hoy, su promesa personal sigue en pie y el actor ha llegado incluso a grabar un documental, Yo maté a Ralph Greene, donde narra sus vivencias y su amor por la poesía, que tanto le mantuvo a flote en tiempos de oscuridad. Pero su experiencia traumática fruto de la práctica de la contención en los hospitales la relata también en primera persona a través de la obra de teatro Contención Mecánica. La representación de Teatro de los Invisibles denuncia esta práctica y combina aspectos testimoniales así como performativos y documentales para servir de altavoz a un colectivo invisibilizado: las personas con diagnóstico psiquiátrico que han sufrido algún tipo de vulneración de derechos durante sus ingresos médicos.
En España se sigue aislando, atando por medio de correas, sobremedicalizando y violentando a quienes reciben diagnósticos vinculados a la salud mental
Zaida Alonso, directora de la obra, ofrecee mediante esta propuesta escénica vanguardista una crítica abierta hacia todas aquellas prácticas deshumanizantes y perjudiciales que se llevan a cabo desde la sombra en los centros psiquiátricos así como en las Urgencias de nuestro país. La obra se inspira en un caso que conmocionó a muchos activistas por la salud mental en España como fue el de Andreas Fernández González, mujer fallecida en la unidad psiquiátrica del Hospital Central de Asturias en 2017 después de permanecer 75 horas atada a una cama. Esta mala praxis hacia quien, según pudo comprobarse tiempo después, no padecía una enfermedad mental sino meningitis, abrió una ventana hasta entonces cerrada a cal y canto: las negligencias médicas perpetradas en los centros psiquiátricos, entre ellas las contenciones. Por descabellado y anacrónico que esto pudiera parecer, actualmente en España se sigue aislando, atando por medio de correas, sobremedicalizando y violentando a quienes reciben diagnósticos vinculados a la salud mental.
Tortura
Las correas cortas
No hay datos, no se informa, y no escuchamos a los afectados porque aún nos acecha en las costumbres la sombra de la psiquiatría decimonónica. No es la falta de protocolo lo que impide el control sobre la práctica de las correas de contención. Es la falta de voluntad para evitarlo, de un tomarse en serio a los pacientes.
¿En qué consiste?
La contención mecánica aparece definida en el artículo Mechanical restraint: a concept analysis, elaborado por Meritxell Sastre Rus, profesora en la Universidad Autónoma de Barcelona, y Fernando Campaña Castillo, enfermero en el Hospital Sant Rafael en la misma ciudad, como “una terapia consistente en la supresión de toda posibilidad de movimiento de una parte o la totalidad móvil del organismo para favorecer la curación, utilizada en la agitación psicomotora o en la falta de control de impulsos”. Esta práctica, que la ONU ya catalogó como tortura en 2013 y que actualmente está totalmente prohibida en numerosos países como Reino Unido —ahí es ilegal desde hace más de diez años—, sigue dándose con frecuencia en España de forma invisible y silenciosa.
A pesar de la posición de las Naciones Unidas contraria a las contenciones, su postura no es vinculante y por tanto nuestro país no tiene la obligación legal de desautorizarlas. Estas tienen lugar mayoritariamente en centros psiquiátricos, cárceles, centros de menores, centros de internamiento para extranjeros (CIE) y residencias geriátricas, todos ellos lugares donde la gente no tiene la libertad de salir a placer.
Una médica psiquiatra defiende que haya “personal especializado en salud mental y profesionales sensibilizados con la situación, de tal manera que se pueda hablar con la persona, calmarla, llevarla a un sitio tranquilo en caso de crisis”
Irene Bolaños es médica psiquiatra en un hospital en Palma de Mallorca. Debido a la creciente precarización de los servicios de urgencias en todo el país, lo que trae como consecuencia inmediata la falta de personal sanitario en estos espacios, resulta imposible que, como defiende Bolaños, haya en centros de Atención Primaria “personal especializado en salud mental y profesionales sensibilizados con la situación, de tal manera que se pueda hablar con la persona, calmarla, llevarla a un sitio tranquilo en caso de crisis”. Por el contrario, muchas veces se incurre en prácticas que vulneran gravemente los derechos de las personas que acuden a los hospitales.
La misma situación de encierro y privación de libertad, unida a que el individuo se encuentre atado de pies y manos, empeora las conductas de quien es tratado, lo que acaba resultando contraproducente. “Cuando una persona está en una sala oscura, sola y atada sus conductas empeoran y al estar mucho tiempo sin moverse se forman más coágulos en la sangre, lo que puede derivar en un infarto, un ictus etcétera, al obstruirse la circulación en una zona”, desarrolla la psiquiatra mallorquina.
Aparentemente, la existencia de protocolos a disposición de los facultativos en los cuales se regula el uso de la contención mecánica en los hospitales debería garantizar la ausencia total de violencias en entornos sanitarios. No obstante, estos protocolos son particulares de cada centro —no existe como tal un protocolo general o estatal que regule las contenciones—, no son garantistas y en muchos casos no llegan siquiera a cumplirse.
Tampoco existe un registro oficial de las contenciones que se llevan a cabo, tan solo en Navarra, lo que complica notablemente la evaluación del número total de veces en las que los facultativos emplean esta práctica esencialmente violenta además de poco práctica. “Una vez estaba teniendo una crisis en el hospital y pedí que alguien viniera a hablar conmigo, los médicos se negaron porque aparentemente nadie tenía tiempo y me dijeron que tenía que autorregularme. La situación se me fue de las manos, me empecé a autolesionar y cuando eso ocurrió me cogieron varias personas de forma muy violenta, violando mi intimidad y me ataron”, relata Marta Plaza, activista loca creadora de la campaña #0contenciones y víctima de violencia psiquiátrica a través de contenciones mecánicas. La labor de Marta ha sido vital en la producción de la obra Contención Mecánica ya que ella ha sido quien ha llevado a cabo todo el proceso de investigación documental.
El sitio web de Orgullo Loco Denuncia se creó para hacer públicos y visibles los numerosos testimonios de personas, algunas de ellas muy jóvenes, que han sido víctimas de violencias psiquiátricas a lo largo de su vida. En este portal, así como en otro específico de casos de niños y adolescentes conocido como Primavera Local, se repiten episodios comunes a todos ellos como la violencia verbal por parte del personal sanitario , desde burlas hasta llegar incluso a los insultos, juicios personales hirientes, encierros forzosos en habitaciones sin posibilidad de acceder libremente al baño y deslegitimación de experiencias traumáticas como abusos sexuales o bullying.
Sphera
Sphera Activismo loco, una lucha contra el estigma y la medicalización de la vida
Soluciones individuales para problemas estructurales
Desde que la covid-19 arrasó, en nuestras vidas ha habido una sensibilización generalizada en relación a ciertos temas vinculados a la salud: la ansiedad o la depresión comenzaron a estar como nunca antes en boca de todos, después de que muchos comenzaran a padecer estos trastornos debido al confinamiento. No obstante, todavía permea un discurso que, por un lado, estigmatiza muchos otros tipos de patologías de la psique como la esquizofrenia o la psicosis, y por otro, atribuye erróneamente causas individuales y biológicas a dolencias que realmente derivan de las condiciones materiales. Fátima Masoud, activista de Orgullo Loco Madrid —colectivo por la salud mental en defensa de la despatologización y normalización de la locura— señala que “cada vez se psiquiatriza más y se crean más trastornos mentales que no son sino consecuencias de las condiciones económicas de la población”.
Dicho de otra manera, la mayor parte de los problemas de salud mental aparecen como consecuencia del malestar psicológico que origina la falta de calidad de vida: la inaccesibilidad de la vivienda, la doble jornada en caso de las mujeres, la precariedad laboral o las dificultades para asumir el coste de la cesta de la compra provocan de manera sistemática y recurrente patologías como el insomnio, estrés y agotamiento.
Plaza explica preocupada que, durante muchos años, ha visto a compañeras suyas “romperse una y otra vez en entornos laborales y sus crisis vienen de que las han echado del trabajo y no pueden pagar el alquiler, porque eso produce muchísima presión”. A este respecto, Masoud reivindica que, quienes sufren circunstancias como las que relata su compañera, “deberían decir, ve a un sindicato a luchar por tus derechos, en lugar de mandarte a tu psicólogo para trabajarte a ti mismo”.
Tanto las terapias psicológicas como otras opciones de “crecimiento personal” como los libros de autoayuda o prácticas tipo el mindfulness acaban constituyendo soluciones superficiales, individuales y cortoplacistas cada vez más extendidas, si bien no eliminan la raíz material de las dolencias que nos atraviesan como sociedad precarizada.
Una consecuencia de la ausencia de una narrativa estructural sobre el origen de las dolencias de la mente es que a menudo se sitúa en la persona que las sufre la responsabilidad de su curación. No obstante, experiencias como la de la pandemia del covid demuestran que fueron precisamente las causas externas al individuo —el aislamiento, la crisis económica y la incertidumbre sobre el futuro— las que provocaron oleadas de sufrimiento psíquico en España y en todo el mundo.
Estas ideas quedan patentes en la investigación Asociación entre esquizofrenia y desigualdad social al nacer: estudio de casos y controles, publicada por la Universidad de Cambridge. Los resultados del estudio reflejan, entre otras cuestiones, que las condiciones de vida inciden de manera directa en todas y cada una de las problemáticas asociadas a la salud mental. Así, las personas con esquizofrenia tienen más probabilidades de ocupar posiciones socioeconómicas más bajas y residir en zonas caracterizadas por una mayor privación social en el momento del primer diagnóstico. De este modo, la investigación pone de manifiesto la existencia evidente de un vínculo entre determinadas experiencias psicóticas con experiencias traumáticas como la pobreza y el desempleo.
“De vez en cuando estoy en un universo paralelo, no estoy aquí, pero el resultado es que tres policías y varios enfermeros me aten en un hospital, esto no me ayuda nada”
La sociedad del castigo
Esta situación se suma a la peligrosa tendencia de psiquiatrizar y marginar todo cuanto se sale de la regla preestablecida y que no se enmarca dentro de las formas hegemónicas y deseables de interaccionar socialmente o percibir del mundo. Rafael cuenta cómo “de vez en cuando estoy en un universo paralelo, no estoy aquí, pero si cuando estoy en otro mundo el resultado es que tres policías y varios enfermeros me aten en un hospital, esto no me ayuda nada”. A él, tanto los fármacos como la terapia y la contención mecánica no le han cambiado a nivel psíquico ni han transformado su forma de ver y entender su entorno, pero sí le han complicado la existencia porque han contribuido a estigmatizarle: “Solo quiero que la sociedad incluya mi forma de ver la vida en formas de ver la vida que son perfectamente funcionales, porque lo que me jode verdaderamente no es ser diferente al resto, sino cuando pierdo mi trabajo porque hago algo fuera de lugar ahí”, expone el poeta y actor, que se declara “orgullosamente loco”.
En lugar de construir sociedades más integradoras y con una mayor aceptación social de la diversidad física y psíquica, se castiga con métodos violentos como las contenciones o los encierros lo que, a ojos del sistema, no se ajusta a los cánones. “El concepto de qué es lo normal a mí me parece completamente asfixiante y perverso, la sociedad para muchas personas acaba convirtiéndose en una especie de cárcel para encajar, que no se note que se es diferente, lo cual absorbe una cantidad ingente de energía”, sostiene Zaida.
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Si la salida de la norma en cuanto a formas de establecer interacciones sociales es habitualmente castigada con la medicalización, lo mismo ocurre con aquellas personas que no se suman al mandato capitalista de la hiperproductividad. Desde el instante en que una persona no sigue los patrones de productividad que marca el propio sistema, se ofrecen los psicofármacos como solución. Esto ocurre, por ejemplo, con muchos niños que son especialmente activos y no pueden soportar un sistema educativo que les obliga a permanecer quietos durante muchas horas. Desde Orgullo Loco Madrid califican este hecho como una patologización de las infancias, en contra de lo que estas activistas consideran óptimo, entender las necesidades y capacidades variadas de los menores en los centros escolares.
“Mi derecho a la salud está ya vulnerado desde el momento en que yo ya no puedo, con todas las violencias vividas en entornos sanitarios, pedir ayuda a médicos por auténtico pavor..."
Tanto Marta como Rafael arrastran consigo la experiencia traumática de haber sufrido violencia psiquiátrica. La iatrogenia —daño en la salud provocado por un acto médico— padecida en los centros hospitalarios donde fueron sometidos forzosamente a contenciones mecánicas ha terminado por causarles secuelas en su vida cotidiana. En el caso de Marta, la activista ha notado una merma significativa de su confianza en las demás personas y su esperanza en el futuro: “Mi derecho a la salud está ya vulnerado desde el momento en que yo ya no puedo, con todas las violencias vividas en entornos sanitarios, pedir ayuda a médicos por auténtico pavor a ver o sufrir contenciones mecánicas”, denuncia.
A este hecho se le suma la falta de legitimidad que viven mucho pacientes psiquiátricos cuando acuden al médico por una dolencia ajena a la mente. “He llegado a ir al médico por problemas de movilidad y en alguna ocasión el médico se ha negado a creerme cuando me estaban evaluando, todo a causa de haber sido una persona psiquiatrizada”, afirma. Esta desacreditación de las patologías que padecen las personas con trastornos psíquicos puede compararse, en cierto modo, con la violencia médica que sufren muchas mujeres con cuerpos gordos cuando cualquier problema físico que padecen se atribuye automáticamente a su peso.
Al igual que Marta, Rafael ha notado en todo este tiempo una herida en su autoestima que a día de hoy todavía no ha conseguido sanar y cuyo origen remite, según el actor, “a haber sido tratado básicamente como un animal, como algo infrahumano, lo que te hace sentir que mereces el mal por el que has pasado”. Hoy, a sus 70 años, sigue reconstruyéndose a sí mismo en un acto de resiliencia y amor por la vida gracias los grupos de apoyo mutuo a los que acude con asiduidad. “Yo estoy orgulloso de ser como soy, no soy un paciente mental ni tengo una patología, sencillamente estoy loco y punto”, manifiesta con satisfacción.
Desde Orgullo Loco Madrid insisten en la profunda relevancia de construir colectivamente herramientas destinadas a acompañar el dolor, como en el caso de los duelos o la pérdida, desde una perspectiva despatologizante y que no pase por la medicalización. También alternativas capaces de superar el modelo biomédico, que estén más basadas en redes de cuidados. Todas ellas, por supuesto, enmarcadas dentro del respeto a los derechos humanos universales. Se trata, como defienden desde los colectivos de mentes disidentes, de dejar de psiquiatrizar todo cuanto se sale de la norma social.
“Atar a la cama, el aislamiento forzoso, o el derecho involuntario resultan ser prácticas extremadamente coercitivas”, explica Fátima Masoud de Orgullo Loco Madrid
Este cambio de paradigma por el que cada vez se está luchando con mayor fervor implica a su vez entender la diversidad que contienen las sociedades, habitadas por individuos con formas de estar en el mundo muy dispares pero igualmente válidas entre sí. “Atar a la cama, el aislamiento forzoso, o el derecho involuntario resultan ser prácticas extremadamente coercitivas”, explica Masoud, a lo que agrega que una buena alternativa a la psiquiatrización podrían ser las denominadas casas de crisis, lugares que de hecho ya funcionan en otros países como Alemania o Reino Unido, donde las personas puedan ir voluntariamente, autorregularse y descansar sin ser sometidos a prácticas violentas. La activista también tiene la esperanza de que en un futuro cercano deje de seguirse el DSM (Manual de Diagnóstico Estadístico de los Trastornos Mentales), siguiendo el ejemplo de espacios como el Centro Noruego sin Medicamentos. “Existen soluciones, lo que no hay es voluntad política”, critica.