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Salud mental
La salud mental se rompe: “Los raros no somos nosotros, sino los que no se dan cuenta de que necesitan ayuda”
Ángela tenía 25 años cuando se suicidó el pasado julio. Llevaba semanas publicando mensajes en su perfil de Twitter donde contaba cómo se sentía, donde le ponía palabras a su infierno, donde gritaba auxilio sin levantar la voz. Hasta que un día dejó varios tuits programados y finalmente se quitó de encima la vida que tanto le pesaba.
Como en una crónica anunciada de su propia muerte, Ángela iba describiendo su malestar y enumerando las causas. “Soy una persona solitaria por la fuerza del contexto, pero en este momento me gustaría estar de todo menos sola”, decía en un mensaje tan solo unos días antes de la fatalidad. “La familia que falla, la escuela que falla, los servicios sociales que fallan, la salud mental que falla”, sentenció en otro.
Tanto en esos avisos previos, como en los mensajes programados que se convirtieron en su epitafio, Ángela apuntaba hacia el abandono institucional y las deficiencias de la Sanidad pública en materia de salud mental: “Me ha matado la familia disfuncional, los servicios sociales, el fiscal de menores y, sobre todo, el trato degradante y horrible en salud mental. Sólo quiero descansar, no ‘simplemente dejar de sufrir’”, dejó escrito. Y arriba del todo, en la biografía de su perfil, la síntesis de todo aquello que le habían hecho padecer las instituciones sanitarias: “el sistema falla desde dentro”.
Una ‘pandemia de suicidios’
Hace unos días, el Instituto Nacional de Estadística (INE) publicó los datos de suicidios correspondientes a 2020. Con un total de 3.941, 2020 fue el año con más suicidios registrados en España desde que se comenzaron a recabar este tipo de datos, en el año 1906. Esta cifra supera en casi 300 a los notificados en 2019, por lo que la media de personas que cada día se quitan la vida en nuestro país se acerca a 11. Observando el histórico, la tendencia al alza en los últimos años es muy clara, con un ligero pero constante incremento desde que comenzó la crisis de 2008. Por ejemplo, si hace una década se suicidaron 3.180 personas en España, ahora ese número ha crecido en casi 800 y se acerca a las 4.000.
En 2020 el suicidio creció en casi todas las franjas de edad, pero lo que más llama la atención es la tendencia al alza que lleva experimentando en los últimos años entre los adolescentes y los adultos jóvenes
En la raíz de la explicación para este crecimiento de las cifras —al menos para las de 2020— se encuentra el negativo impacto que ha tenido la pandemia en la salud mental. Paradójicamente, y tal y como apunta en su informe anual el Observatorio del Suicidio en España, desde varios ámbitos de la psicología clínica y la psiquiatría se esperaba que en 2020 este tipo de muertes se redujeran, debido precisamente a las restricciones derivadas de la pandemia. En concreto, la previsión de un descenso de suicidios se basaba en que, con el confinamiento, y los posteriores toques de queda, mermarían las conductas autolíticas “tanto en la vía pública —al estar prohibido deambular por ella—, como en los domicilios —al estar en compañía—”. No obstante, lo que sucedió fue justamente lo contrario. Acudiendo al recuento de suicidios por meses, es cierto que en abril, en pleno confinamiento domiciliario, las muertes autoinfligidas descendieron un 18% con respecto a las documentadas en 2019. Pero en agosto, una vez acabado el encierro, se dispararon un el 34%.
En 2020 el suicidio creció en casi todas las franjas de edad, pero lo que más llama la atención es la tendencia al alza que lleva experimentando en los últimos años entre los adolescentes y los adultos jóvenes. En España, en las últimas tres décadas los suicidios en esta bolsa de población se han triplicado. Si al comienzo de la década de los 90, cada año se quitaban la vida algo más de 100 jóvenes y adolescentes, en la actualidad ese número lleva tiempo superando con creces los 300. Para hacernos una idea, cada día en nuestro país se suicidan en torno a 11 personas, y una de ellas tiene menos de 25 años.
Pero si el número total de suicidios no había sido tan alto en España desde que se recogen datos, tampoco lo había sido en la franja de las personas con edades comprendidas entre los 15 y los 29 años, donde el suicidio ya es la principal causa de muerte no natural, y ya hace más de una década que supera con mucha diferencia a las producidas por los accidentes de tráfico. Además, en este tramo de edad es la segunda causa de muerte por detrás del cáncer.
Con todo, antes de que saliesen a la luz los datos oficiales de 2020, ya había algunos factores, como el recuento de tentativas de suicidio y partes de autolesiones —aunque sean los que acaban en la sala de urgencias de algún centro médico u hospital—, que hacían presagiar lo peor con respecto a la población más joven. A pesar de que no existen datos agregados de toda España, este registro está mucho más actualizado y tiene mucha más periodicidad que las cifras totales de suicidios que saca el INE anualmente. Por ejemplo, según los datos del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, desde que empezó la pandemia dichas tentativas aumentaron un 250% entre la población juvenil e infantil. En total, el año pasado se registraron cerca de 70.000 intentos, y los especialistas aseguran que detrás de ese número hay muchísimas más ideaciones (pensar en suicidarse).
Aunque se cree que los números reales son mayores, ya que la víctima no siempre acude a un centro sanitario, o el incidente no se registra como intento de suicidio. En relación con esto, en 2020 también aumentó —de hecho, se duplicó— el número de niños menores de 15 años que se quitaron la vida, pasado de siete a 14 en solo un año.
La omnipresencia de la ansiedad y la incertidumbre
Guillermo Blázquez es psicólogo sanitario, lleva nueve años pasando consulta y admite que ahora tiene muchos más pacientes: “La pandemia nos hizo más conscientes de nuestro dolor, de lo mucho que ya veníamos sufriendo; es lo que nos ha hecho darnos cuenta de que tenemos que parar”. Por supuesto, entre ese aumento de nuevos pacientes hay muchos jóvenes. El psicólogo asegura que “el principal motivo por el que la gente joven va a terapia es la ansiedad, que luego puede degenerar en problemas académicos, existenciales, o relacionales. Esos son los casos que más veo”.
El bullying es un poderoso desencadenante del suicidio, y añade aún más presión al maltrato que ya sufren los adolescentes LGTBI
De hecho, según afirma la ONG Bullying Sin Fronteras, basándose en las conclusiones del Informe sobre la situación mundial de la prevención de la violencia contra los niños, que elabora UNICEF, la UNESCO, y la Organización Mundial de la Salud (OMS); los casos de acoso escolar en las escuelas primarias e institutos de España llevan tiempo sin parar de crecer. Además, el bullying, constatan los expertos, es un poderoso desencadenante del suicidio, y añade aún más presión al maltrato que ya sufren los adolescentes LGTBI, que tienen hasta el triple de posibilidades de ser acosados —y ciberacosados— que el resto de los jóvenes de su edad. Por eso en ellos también es mayor el riesgo de suicidio.
Para Blázquez hay un problema que alimenta directamente los numerosos problemas de ansiedad que padecen los jóvenes: la incertidumbre. “La ansiedad se nutre de un capital llamado incertidumbre, y esa incertidumbre es hoy más potente que nunca por factores como la precariedad laboral, la falta de perspectivas, el cambio climático, etc.). Por primera vez tenemos a toda una generación de adolescentes y jóvenes que no sabe si en el futuro va a haber un sistema que los pueda sostener, un gobierno que los vaya a proteger o, literalmente, un planeta donde puedan vivir […] Por lo tanto, la ansiedad es hoy más poderosa que nunca”.
Pensamiento
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Este filósofo y sociólogo alemán defiende que la alienación de las sociedades desarrolladas está relacionada con la lógica del crecimiento continuo bajo la que funcionan.
En su opinión, tampoco ayuda la configuración del sistema económico actual, ni los valores que impone en la sociedad: “Vivimos en una sociedad totalmente capitalista, y eso ya genera sufrimiento por definición […] Se nos ha acostumbrado a poner todo nuestro talento al servicio de la cultura del usar y tirar, y se nos insta constantemente a buscar la felicidad, y a entender el éxito a través de ideas como ser el más competitivo o el que más feliz parece en sus redes sociales”.
En cuanto al suicidio, Blázquez está de acuerdo con que también hay un sesgo de clase social en él, y cita al sociólogo Durkheim cuando dice que “el suicidio es una decisión completamente personal con una vertiente social”. En cualquier caso, opina que ese sesgo de clase existe en todo el estado de la salud mental, en el momento en el que alguien, por ejemplo, no puede permitirse ir al psicólogo o iniciar terapia, y los servicios públicos tampoco le cubren esa necesidad.
Salud mental desatendida
En España, tan solo cinco de cada cien euros que el Estado invierte en Sanidad van destinados a salud mental. En nuestro sistema público de salud, la ratio de psiquiatras no llega a los diez profesionales por cada 100.000 habitantes, un número bastante inferior a lo que sucede en la Unión Europea, donde esa media llega hasta los 30 psicólogos clínicos.
A pesar de que los suicidios y las tentativas llevan varios años aumentando, por ahora no existe ningún plan ni iniciativa gubernamental que intente combatir lo que ya se está empezando a llamar “pandemia de suicidios”. El anuncio de la estrategia de prevención del suicidio anunciada por el Ministerio de Sanidad continúa en el congelador y, a día de hoy, tampoco hay constancia de un plan por parte del Gobierno que aborde el problema de la salud mental. Solo algunas comunidades autónomas, como el País Vasco, Castilla-La Mancha o La Rioja, cuentan desde hace un tiempo con resortes institucionales que se centran, sobre todo, en la prevención.
Salud mental
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“En prevención, a nivel institucional estamos a cero”, asegura José Ramón Pagés, el coordinador general de la Fundación Nacional de Ayuda a los Enfermos de Depresión (ANAED), que opina que “todo lo que no sea dotar de recursos públicos a la salud mental, tanto en fondos como en personal, es hacer campaña electoral”. Considera que en España existe un abrumador abandono por parte de la Administración, y apunta a graves desigualdades territoriales en la atención a los pacientes: “Si en España, el número de profesionales de salud mental ya es bastante inferior al de Europa, en Comunidades Autónomas como Andalucía la ratio es tan raquítica que es de chiste”.
Pagés afirma que “la pandemia nos está pasando factura a todos”, y confiesa que, desde que acabó el confinamiento domiciliario a mediados del año pasado, el número de personas que han acudido a su fundación pidiendo ayuda ha aumentado, aunque destaca el mismo matiz que Guillermo Blázquez: “Hay mucha más gente que nos contacta, pero no tanto por depresión, sino por ansiedad […] Estamos viendo a muchísima gente con unos niveles de estrés y ansiedad muy altos”.
En la Ciudad Condal hace menos de un año que hay disponible un teléfono gratuito de prevención del suicidio (900 925 555)
También se queja de la escasez de datos sobre problemas relacionados con la salud mental —donde el suicidio está en la cúspide— y de la poca continuidad con la que son publicados: “Hoy se van a suicidar entre 10 y 11 personas, pero no se va a saber hasta dentro de un año y ocho meses [ese tiempo es lo que ha tardado el INE en publicar los datos de suicidios de 2020]”.
Ciudades como Barcelona han puesto en marcha, a nivel local, mecanismos que van en esa línea preventiva, pero son insuficientes para atender una demanda de ayuda creciente y hacerlo de manera adecuada. En la Ciudad Condal hace menos de un año que hay disponible un teléfono gratuito de prevención del suicidio (900 925 555). Está gestionado por un grupo de voluntarios que han sido formados para atender a las personas con ideas o conductas suicidas, y un equipo de psicólogos disponibles las 24 horas del día. Según los datos que ha facilitado el propio Ayuntamiento de Barcelona, durante el tiempo que el teléfono lleva en funcionamiento se han recibido casi 3.000 llamadas, pero no solo de la ciudad de Barcelona, sino que la mayoría provienen de otros puntos de Cataluña, y un 15% del resto de España.
Esa falta de planificación y de recursos para cubrir adecuadamente la atención en salud mental de la Sanidad pública perjudica directamente a los usuarios, que sufren el colapso del sistema y la escasez de profesionales cuando piden cita para un especialista o pretenden iniciar una terapia más sostenida en el tiempo.
“No tardó ni 20 minutos en despacharme”, cuenta Lucía sobre la primera vez que fue al psicólogo de la Seguridad Social. “Casi dos meses después me dieron la segunda cita. Fue más de lo mismo, un cuarto de hora y que pase el siguiente”. Lucía tiene 22 años, y aquella fue la última vez que recurrió a la Sanidad Pública para atender su salud mental. “Iba muerta de miedo, sin saber qué me iba a encontrar. No era nada fácil para mí ponerme delante de un desconocido y contarle mis cosas personales […] Y resulta que llegas allí y apenas te escuchan. En 20 minutos al tío no le ha dado tiempo ni de aprenderse tu nombre, ¿Cómo te va a ayudar en condiciones?”.
Relata que después de esa experiencia se desmoralizó, se le “quitaron las ganas de buscar otro, así que seguí tirando como pude”. En enero, en medio de una crisis de ansiedad, se desmayó en la biblioteca donde estaba estudiando sus oposiciones, y se planteó acudir a un psicólogo privado. “Hablándolo con una amiga me pasó su número […] Volví a ir con muchísimo miedo, además ya estaba mosqueada por lo que me había pasado [en la Pública], pero fue todo fenomenal. Llevo yendo desde entonces”.
Lucía es consciente del privilegio que supone poder pagar un psicólogo privado, y de que hay mucha gente que no puede permitírselo. “Yo soy una afortunada porque, por suerte, tengo trabajo y puedo pagármelo, pero para mucha gente un psicólogo privado es inaccesible, no todo el mundo puede gastarse 55 euros a la semana por una hora de terapia”.
Durante el año 2020 se duplicó el consumo de medicamentos para el sistema nervioso, con la ansiedad y los trastornos del sueño como principales dolencias a tratar
La idea del privilegio es la misma en la que incide Clara, que ha decidido que ese será su nombre para participar en el reportaje: “Voy a terapia porque me lo puedo permitir”, comenta, y añade que otra de las razones por las que escogió la vía privada “es que en la pública puede pasar más de un mes entre sesión y sesión”.
Clara tiene 26 años, y ya hace tiempo que fue a terapia por primera vez. Como le ocurrió a Lucía, fue el colapso físico lo que la empujó a pedir ayuda psicológica: “Estaba trabajando y, de repente, me empecé a encontrar muy mal. Llevaba tiempo que me costaba mucho respirar y tenía muchos pensamientos intrusivos, hasta que ese día peté”. Lo primero que hizo su médico de cabecera fue recetarle Lexatin y Lorazepam (dos medicamentos ansiolíticos), y recomendarle que fuese a terapia.
Ese recorrido es muy habitual. En la atención primaria, los médicos suelen prescribir este tipo de fármacos, que ayudan a paliar los síntomas más inmediatos y superficiales de la ansiedad. Tal y como reflejan los datos de dispensación de medicamentos en farmacia, con cargo al Sistema Nacional de Salud, durante el año 2020 se duplicó el consumo de medicamentos para el sistema nervioso, con la ansiedad y los trastornos del sueño como principales dolencias a tratar.
Clara cuenta que “la primera vez que tomé el Lorazepam me asusté mucho, iba como colocada. Y con el Lexatin también lo pasé bastante mal, me dejaba adormecida”. En otra crisis de ansiedad, un tiempo después, fue directamente a urgencias: “Estuve cinco horas para que me acabaran pinchando un Valium, y a casa”. En ese momento empezó a plantearse buscar un profesional privado, y se dio cuenta del enorme tabú social que supone pedir ayuda: “Yo no sabía nada de terapia, ni de psicólogos, ni nada […] Como de esto no se habla mucho, no sabes a qué te enfrentas, vas perdida”.
Mucha gente se enfrenta a lo mismo, y una de las opciones más comunes es sepultarlo bajo un manto de silencio por miedo a lo que el resto pueda pensar. No es el caso de Clara: “Todos mis amigos lo saben, sin embargo no quiero que mi familia se entere, no creo que lo entendieran”, dice. También es consciente de lo importante que es normalizar el hecho de pedir ayuda o de ir al psicólogo, por eso sube “contenido a Instagram, para concienciar, para hacer ver que esto no es nada malo, y para combatir el gran desconocimiento que hay. De todas maneras, solo lo comparto con un pequeño grupo de ‘mejores amigos’, porque no todo el mundo lo comprende, hay mucho Mr. Wonderful que te dice que si tienes depresión es porque quieres”.
De momento, la acogida en sus redes sociales ha sido muy buena. “A raíz de empezar a publicar estas cosas ha habido mucha gente que me ha escrito diciéndome que ellos también están mal, o que necesitan ayuda”. Clara confiesa que en su entorno “hay muchísima gente que va a terapia. Cuando descubres que hay más gente que conoces yendo al psicólogo no te sientes tan bicho raro. Pero creo que los raros no somos nosotros, sino los que no se dan cuenta de que necesitan ayuda, o los que no la piden por orgullo”.
Un problema a nivel global
El suicidio, y la salud mental en general, también es el mayor problema de salud pública de toda Europa, y ya se está convirtiendo en uno grave a nivel mundial. Según la OMS, cada año se quitan la vida en torno a un millón de personas en todo el planeta, y por cada una de esas muertes se estima que hay, al menos, otras 20 personas que lo intentan. El suicidio tampoco es un hecho que únicamente afecte a la persona que decide poner punto y final, sino que se estima que afecta a otras seis —el entorno cercano de la víctima—.
Sin embargo, las alarmas han empezado a sonar con mucha fuerza en las estadísticas que apuntan a los jóvenes y adolescentes. Hace unas semanas, Unicef presentó el Informe sobre el estado mundial de la infancia 2021, que se centra precisamente en la salud mental. El organismo dependiente de la ONU, incide en que la pandemia de coronavirus ha disparado la alerta sobre este asunto.
Aunque la pandemia ha sido el último detonante para poner el foco en la salud mental, puede que solo sea la cúspide de una enorme montaña que lleva creciendo mucho tiempo. Las circunstancias sociales, los escasos mecanismos institucionales y, muchas veces, la falta de respuestas adecuadas, ha hecho saltar por los aires un cóctel de tristeza e incertidumbre, y ha empezado a hacer visible que necesitamos ayuda.
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Aunque aparentemente estemos más conectados por las redes sociales, parece que la soledad crece entre los individuos que se ven forzados a competir al máximo en un sistema que exige productividad para consumir como emblema de prestigio social.
Ante todo esto, es necesario establecer alianzas familiares y buscar personas aliadas, amigas, compañeras en la sociedad que nos permitan superar las crisis de este sistema que se aboca a morir de éxito con nosotros dentro. Muchas veces he pensado que antes que un psicólogo hubiera necesitado un sindicato que me permitiera tener un trabajo con condiciones dignas. ¡¡Ánimo a todo el mundo!!