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Asimetrías de Hezbolá e Israel

Hay miembros de la cúpula política y militar israelí que parecen decididos a provocar una gran confrontación con Hezbolá.
Beirut, protestas bombardeo Gaza - 2
Manifestación convocada por el FPLP en el campo de refugiados palestinos de Sabra y Shatila en Beirut Laurent Perpigna Iban
10 feb 2024 05:26

Cuando el asalto israelí contra Gaza entra en su quinto mes, sigue sin estar claro si se convertirá en un conflicto regional a gran escala. Entre los factores decisivos para que ello ocurra se encuentra Hezbolá, uno de los actores no estatales más contundentemente armados del mundo y con toda probabilidad el más ducho en la guerra urbana y alpina. Hasta ahora, el grupo se ha abstenido de decretar una escalada a fin de evitar la implicación libanesa en la guerra, mientras al mismo tiempo ha comprometido parcialmente a las Fuerzas Armadas de Israel con ataques limitados lanzados contra la frontera norte israelí. En lugar de atacar infraestructuras vitales israelíes, Hezbolá ha lanzado cientos de operaciones contra puestos militares avanzados, obligando a Israel a crear una zona de seguridad interna mediante la evacuación de ciudadanos de los asentamientos situados en el norte del país. Hasta la fecha han muerto más de ciento setenta combatientes de Hezbolá, pero el partido, que cuenta con un número de efectivos que oscila entre los cincuenta mil y los cien mil combatientes bien entrenados, puede hacer frente a tales pérdidas.

Sin embargo, hay miembros de la cúpula política y militar israelí que parecen decididos a provocar una gran confrontación con Hezbolá. Sus motivos están realmente claros. En primer lugar, los miembros del gabinete israelí, junto con el mando de las Fuerzas Armadas de Israel y el Mossad, saben que su mejor oportunidad de mantenerse en el poder es prolongar los combates y no les importa sacrificar a sus propios ciudadanos para conseguirlo. En segundo lugar, es posible que si Israel sigue cometiendo asesinatos en masa sin lograr ninguno de sus objetivos bélicos declarados, se halle paulatinamente cada vez más aislado en la escena internacional; mientras que si Hezbolá empezara a atacar ciudades y civiles, el gobierno de Netanyahu podría revivir la fantasía de un Estado democrático en peligro y reunir a las «fuerzas de la civilización» en torno a su causa. Y, finalmente, existe el temor de que Hezbolá lance algún día su propia «Operación Diluvio de Al Aqsa» a través de la frontera norte de Israel, lo que ha propiciado que políticos de alto rango, como Gantz, Gallant y Ben-Gvir, hayan exigido la necesidad de lanzar un ataque preventivo contra la organización chiita.

Por ello, Israel ha intentado en repetidas ocasiones provocar a su vecino recurriendo al ataque de civiles en el sur de Líbano y al lanzamiento de incursiones en otros puntos del país. Comandantes de Hezbolá y Hamás, como Wissam Al-Tawil y Saleh Al-Arouri, han sido asesinados en suelo libanés, y Netanyahu ha amenazado con «convertir Beirut y el sur de Líbano en Gaza». Pero Hezbolá sigue comprometido con la guerra de baja intensidad y hasta ahora se ha negado a responder con un asalto de gran envergadura. ¿Qué explica esta decisión estratégica? No es sólo el miedo a una mayor destrucción lo que impide la escalada; es la conciencia de que esto no haría avanzar necesariamente los objetivos del grupo, ni los del Eje de la Resistencia.

Los contornos de la relación entre Teherán y Hezbolá no están claros y difícilmente puede describirse a esta última organización como un simple agente iraní

Para comprender el cálculo de Hezbolá, debemos considerar la posición de Líbano en la región. Desde que Obama anunció el «giro hacia Asia» en 2009, Estados Unidos se ha afanado por establecer una nueva arquitectura de seguridad en Oriente Próximo, que le permita minimizar la implicación directa en guerras por delegación y centrarse en la contención de China. Como parte de este proceso, la potencia hegemónica estadounidense trató de normalizar las relaciones entre Israel y el mundo árabe, lo que culminó en los Acuerdos de Abraham de 2020. Al mismo tiempo, Irán y Arabia Saudí empezaron a buscar la distensión con la esperanza de reorientar sus economías, atraer inversiones y forjar lazos con los países vecinos, al tiempo que reducían sus respectivos papeles en los conflictos regionales. El año pasado ambos Estados alcanzaron un acuerdo bilateral en Pekín, cuyos detalles siguen siendo oscuros, pero que parece que contemplan un compromiso referido a las naciones en las que ambos ejercen su influencia, como Yemen y Líbano. Algunos analistas han afirmado que Mohammed bin Salman está ahora dispuesto a cooperar con Hezbolá y a aceptar su condición de potencia política y militar dominante en el Líbano. Cabe igualmente la posibilidad de que los saudíes se muestren interesados en disponer de una robusta fuerza disuasoria en la frontera de Israel, especialmente si no asumen respecto a la misma ninguna responsabilidad financiera o política.

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Dada la actual miseria económica de Líbano, tal escenario podría constituir un salvavidas potencial para el país. La espiral descendente del país comenzó en 2019 después de que los Estados del Golfo, liderados por Arabia Saudí, cortaran la ayuda y se desprendieran de sus sectores inmobiliario y financiero. Se citó como motivo de tal decisión el desafío a la hegemonía de Hezbolá, aunque esta se produjo después de que las ramificaciones de la crisis financiera de 2008 llegaran finalmente al Golfo, obligando a sus líderes a reestructurar sus planes de inversión extranjera. Ahora, la clase política libanesa, incluidos poderosos elementos de Hezbolá, cree que los acuerdos entre Arabia Saudí e Irán, que tras el 7 de octubre han perdurado hasta el día de hoy, podría permitirle retroceder el reloj hasta antes del colapso de 2019. Su objetivo es revivir el modelo rentista que se estableció en el periodo que siguió a la conclusión del Mandato y se consolidó bajo Rafiq Al-Hariri durante la década de 1990: un sector financiero dominante que apuntala al Estado central mediante préstamos regulares y un mercado inmobiliario dependiente de las entradas de los inversores del Golfo y de los expatriados libaneses. La clase política libanesa también espera que el sistema financiero libanés pueda servir de mediador para las inversiones procedentes del Golfo y de Irán para acometer la reconstrucción de Siria.

Con el acuerdo entre Arabia Saudí e Irán en vigor y pasados los efectos de la crisis financiera, podrían eliminarse las barreras a la inversión en Líbano y reconocerse la legitimidad de Hezbolá en toda la región. Además, si Irán confía en reducir su participación en los conflictos regionales y establecer acuerdos económicos duraderos con sus antiguos rivales, es posible que desee que Hezbolá haga lo propio, esto es, que reduzca su actividad militar en Líbano y Siria y se concentre en cambio en la reactivación económica y la «buena gobernanza». Hay que abstenerse de hacer afirmaciones categóricas sobre la relación entre Irán y Hezbolá, ya que sus contornos no están claros y difícilmente puede describirse a esta última organización como un simple agente iraní. Pero la perspectiva de la política exterior de Teherán parecería en principio alinearse con el planteamiento de Hezbolá respecto a Gaza durante los últimos meses.

Israel, que se hunde en el campo de batalla y se desacredita internacionalmente, se siente presionado para poner fin a su guerra de uno u otro modo. Hezbolá, por su parte, no tiene limitaciones de tiempo

También parece coincidir con los intereses de Washington, que desea evitar que la guerra se extienda al conjunto de Oriente Próximo y al parecer ha realizado esfuerzos diplomáticos para convencer a Hezbolá de que continúe con su política de moderación. Aunque los detalles siguen sin estar claros y no están corroborados, informaciones procedentes de funcionarios iraníes y de medios de comunicación afines a Hezbolá sugieren que la Casa Blanca ha ofrecido a esta organización un nuevo «acuerdo para toda la región», siempre que no extienda la guerra. Habib Fayad, periodista libanés (y hermano de un diputado de Hezbolá), ha afirmado que los estadounidenses aceptarían ceder el control de Líbano a Hezbolá con la condición de que el partido se comprometa a no lanzar jamás una incursión como la del pasado 7 de octubre contra Israel.

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Este supuesto acuerdo, sin embargo, también puede plantear un dilema para Hezbolá. Anteriormente, el grupo ha podido eludir su responsabilidad en la crisis económica libanesa, ya que no tiene vínculos con los sectores bancario e inmobiliario. Podría utilizar su condición de movimiento militar transnacional para distanciarse de los partidos políticos nacionales libaneses, generalmente detestados por su mala gestión y por su corrupción. Si Hezbolá aceptara esta oferta estadounidense, algunos de sus cuadros temen que ello acarree su lenta transformación en algo más parecido a un partido de gobierno convencional, esto es, integrado en el establishment y despojado de su energía insurgente. Aún no se sabe con certeza si Hezbolá tomará este rumbo. El grupo está formado por políticos, la mayoría de los cuales no tienen formación militar y pueden ser favorables a esa «normalización», y por una facción militante, más representada en la dirección, que se resiste a ser cooptada.

Así pues, la situación actual parece ser de profunda asimetría. Israel, que se hunde en el campo de batalla y se desacredita internacionalmente, se siente presionado para poner fin a su guerra de uno u otro modo. Hezbolá, por su parte, no tiene limitaciones de tiempo. A medida que se prolongan los combates, cree que puede renovar su credibilidad, dañada durante la guerra civil siria y las protestas de 2019 acontecidas en Líbano, logrando un equilibrio entre la solidaridad armada con Palestina y la preocupación por la seguridad libanesa. Esto no quiere decir que Hezbolá esté simplemente instrumentalizando el conflicto; su dedicación a la causa palestina es genuina y no debe subestimarse. La cuestión es que Israel y el Eje de la Resistencia operan en dos marcos temporales diferentes, uno más apremiante que el otro.

Aun así, la política de Hezbolá podría cambiar drásticamente de rumbo, si la guerra regional se considera necesaria o inevitable. Hassan Nasrallah ha afirmado en repetidas ocasiones que, en esas circunstancias, sus fuerzas se enfrentarían sin límites ni restricciones, lo cual podría significar, en opinión de algunos comentaristas libaneses, el ataque de objetivos estratégicos israelíes, incluidas fábricas de nitrato de amonio, además de plantas petroquímicas y centrales de energía eléctrica, en un intento de corregir el importante desequilibrio militar existente entre ambas partes.

Si Hezbolá sigue actualmente una estrategia de no escalada y afirma su voluntad de negociar con Israel a condición de un alto el fuego, es porque confía en poder consolidar su poder tanto en Líbano como en toda la región. En otras palabras, Hezbolá tiene aún algo que perder, si entra en una guerra a gran escala en estos momentos. Pero si Hezbolá llega a creer que este tipo de guerra, que podría arrasar Líbano, dañar la infraestructura militar del partido y comprometerlo políticamente, es inevitable, entonces no tendría nada que perder. En ese caso, Israel podría acabar con una poderosa presencia en su frontera norte: fuertemente armada y ya sin interés alguno en la moderación.

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Artículo original: Asymmetries publicado por Sidecar, blog de la New Left Review y traducido con permiso expreso por El Salto. Véase Tariq Ali, «Guerra en Oriente Próximo», NLR 38, y «El turno de Yemen», NLR 111.
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