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Sistémico Madrid
Francisco Riberas, el coche que habla
Francisco Riberas, magnate de la automoción y quinta fortuna del país, ha hecho suyo eso de que los ricos tienen que asaltar también los cielos de la política y, desde su trono del Instituto de la Empresa Familiar, predica que, a la hora de decidir, “los empresarios deben estar un poquito presentes”.
Cada vez estoy más envenenada, más harta de ver lo que hacen con el pueblo, eso del pueblo que no se sabe lo que es. He robado esta frase y no digo a quién porque a una no le arreglan el cuerpo ni titulares como éste: “Los japoneses ya no compran coches”(Expansión, 16/10/2017). ¿En Japón?¿El país de Nissan, Toyota, Honda, Mitsubishi y Subaru? No me lo arreglan, para empezar, porque no son ciertos: se venden cuatro millones de turismos cada año invariablemente. Así que vuelta al veneno.
Aquí, en el ombligo del mundo —hay consenso en que Japón es su culo—, otro tanto. Ni el turismo ni el ladrillo. No hay sector más poderoso que el del automóvil. Y aquí, el rey de las cuatro ruedas nació en Burgos, se crió en Usera, montó su empresa en Vallecas y en su epitafio impreso puede leerse: “Francisco Riberas Pampliega (1932-2010), prototipo de hombre hecho a sí mismo”, cuando en realidad lo que hacía eran piezas de coches a chorros para una pléyade de fabricantes.
Hoy su hijo Francisco es nada menos que la voz de lo que llaman “los empresarios”. Es la suya la que se escucha cuando los empresarios piden una “rebaja de impuestos y de los costes energéticos”. Son los coches que fabrica los que dicen “no podemos admitir que el presidente del Gobierno acepte planteamientos extremos” y los que advierten que “somos los generadores de riqueza del país, creo que deberíamos estar un poquito presentes en la toma de decisiones”. Los coches y Francisco Riberas Mera, desde la presidencia del Instituto de la Empresa Familiar, aupados como correa de transmisión leal de las familias más ricas del país porque la patronal CEOE no servía, pues hasta hace una semana estaba presidida por un catalán que no hacía gala de españolidad.
Por eso me he venido a Alfonso XII esquina Juan de Mena (rey del XIX contra bestseller del siglo XV), frente al Retiro, al cuartel de Riberas, con su centinela y todo, pues un agradecido agente de seguridad me analiza y estropea la vista. Porque mira que me gustan las fachadas de la zona, sus portalones de madera con aldabones como el que cuelga de esta, pero con este marcaje no hay quien disfrute.
Cosa rara que un edificio en esta zona tenga solo tres alturas. Dos de ellas las ocupan los empleados de Acek Desarrollo y Gestión Industrial S.L., la sociedad de cabecera de los Riberas, que si bien son tres hermanos, solo dos —los varones—, se lo reparten casi todo. De su tronco salen las tres grandes ramas del imperio: el fabricante de piezas Gestamp, la acerera Gonvarri y sus inversiones en renovables. A ellas suma una cartera de inmuebles (hoteles y oficinas) y una megafinca en Las Pedroñeras (Cuenca) donde se cultiva ajo y olivos. Y dos aviones. Y una sociedad en Holanda (Risteel BV) para derivar los dividendos. Todo junto se valora en 5.900 millones de euros, la quinta fortuna ibérica.
Hasta hace un par de años nadie había oído hablar de ellos, pero los Riberas saben que el negocio de los coches tiene un fuerte componente político. De ahí su salto a la política empresarial y también su toma de posesión de la Bolsa española en apenas año y medio. Gestamp cotiza desde abril de 2017 valorada en 3.200 millones. No está en el Ibex porque los hermanos controlan demasiado su capital (70%). La que sí lo está —desde junio— es la vasca Cie Automotive (15%), otro grande de la industria auxiliar. Riberas, que en 2017 entró en el consejo de administración de Telefónica, también controla un 13% de la tecnológica cotizada Dominion.
“Los gobiernos deben crear ecosistemas adecuados para que las empresas puedan mover, crear riqueza y empleo”. Me pregunto dónde compondrá este hombre estas oraciones. Puede que en la oscura segunda planta. O quizá en algún reservado de Hórcher o Viridiana, los dos restaurantes de morro fino que hay en un radio de 50 metros.
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El presidente de la Mutua Madrileña respira el impuro aire de la capital bruñido por cuadros del Museo del Prado y las glorias literarias de la RAE. Garralda, pionero de la banca de inversión, representa como nadie la hornada de superejecutivos de primera hora que hoy controla las corporaciones españolas.
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