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Trabajo doméstico
Abolir el cuarto de servicio
Las trabajadoras del servicio doméstico sufren condiciones laborales abusivas y además están despersonalizadas, sin poder coincidir día a día con compañeras de trabajo con las que poder organizarse para conseguir que se reconozcan sus derechos.
“Mi trabajo es mi vida”. Todos hemos escuchado este mantra que parece jerarquizar socialmente nuestras vidas en función de lo apretada que uno tiene la agenda de reuniones y otro tipo de eventos. La difusa línea que separa la esfera privada de la esfera laboral es cada vez más inexistente, o al menos a esto parecen querer aspirar los gurús de la nueva economía. Las transformaciones en el mundo del trabajo se vinculan no solo con un aumento de la precariedad, sino también con el debilitamiento de los vínculos sociales entre los asalariados, debido a la pérdida de centralidad del espacio de producción como lugar de convivencia. El estar juntos, el coincidir. Los obreros sin fábrica. Los riders son el ejemplo perfecto de ese transitar el no lugar de trabajo, sin compañeros (y sin contrato).
Los problemas sociales no son un a priori, se construyen, y esta construcción es mucho más fácil cuando tienes a alguien al otro lado de la cadena de montaje que sufre las mismas condiciones de miseria que tú y puedes descargar las penas a la hora del almuerzo. Los veinte minutos de descanso han sido, seguramente, la herramienta más poderosa de organización laboral formal, un catalizador, el precedente a toda sindicalización. Sin embargo, el aislamiento en el trabajo no es algo tan reciente y antecede incluso a estas transformaciones laborales. Aunque hayamos caído del guindo hace relativamente poco, hay mujeres que llevan casi toda su vida trabajando solas, y que lo harán también durante estas fechas navideñas. Y festivas, pero no para ellas, claro. Son las empleadas del hogar y los cuidados en régimen interno.
El sótano, el parque y la política
Edith Espínola salía de la casa donde trabajaba los sábados por la tarde para volver los domingos por la noche: el mínimo legal de 36 horas de descanso consecutivo que no siempre suele cumplirse.
Cuidaba y limpiaba en un chalet pudiente en el igual pudiente municipio de Pozuelo de Alarcón, en Madrid. “Cuando me juntaba con otras compañeras, también trabajadoras internas, me daba cuenta de que no teníamos otro tema de conversación que no fuera la vida de nuestros empleadores”. Sus problemas eran los problemas de la familia para la que trabajaba: los exámenes de la hija, la enfermedad de la abuela, la ropa sucia del padre. Su escasa privacidad se reducía al sótano que le habían cedido como habitación y al armario en el que su ropa se entremezclaba con la que aquella familia utilizaba para hacer deporte. “Eres como de la familia”, le decían.
Edith dejó Paraguay con una licenciatura bajo el brazo y también un recorrido como activista en su país. Pero Edith es una de tantas, y la categoría “trabajadora interna” alberga una heterogeneidad que no acepta ningún reduccionismo por válido. Un proyecto migratorio que comenzó en un Perú rural abandonado para limpiar en la ciudad y cuya última parada terminó por ser Madrid.
Mujeres sin estudios reglados, pero también con doctorados. Sindicalistas. Las que venían por un año, expulsadas por una crisis económica en su país de origen, o las que huían de la guerrilla. De la violencia machista. La violencia, en su sentido más amplio y extendida también a las relaciones económicas y de dependencia transnacionales, es uno de los ingredientes que normalmente explica la decisión de migrar. Pero el todo no es solo la suma de las partes.
Al final, sea cual sea la trayectoria y los capitales económicos, sociales o culturales de cada una de las mujeres que trabajan como empleadas del hogar en modalidad de interna, hay lugares comunes que las encasillan en el cuarto de servicio: ser mujer, de clase trabajadora y migrante. Dentro del ser migrante, claro, se esconde una complejidad que responde en parte a estereotipos racistas y patrones de racialización del sentido común colonial: si quieres que sea cariñosa, búscala latinoamericana. Si prefieres que sea rápida, las mejores son las de Europa del Este, pero si esperas que sea sumisa y no dé problemas, no dudes de que lo que necesitas es una mujer marroquí.
Cuidados
Migrar, cuidar, luchar
El trabajo del hogar y los cuidados es algo que me ha ayudado muchísimo a aprender, a entender, escuchar y compartir, pero también a reconocer qué papel jugamos las mujeres en esta sociedad.
Esta estratificación de cuerpos en venta incita a la competitividad entre las propias trabajadoras, que intentan adecuarse a la demanda y que normalmente están en situación administrativa irregular. Su proyecto migratorio, muchas veces, implica lo que suele llamarse un movimiento de clase descendente, ya que la dificultad para homologar títulos y la configuración del mercado de trabajo marca un camino sin atajos hacia el empleo del hogar.
A pesar de las dificultades, las condiciones de aislamiento en este sector laboral también funcionan a veces como ventana de oportunidad para la movilización política. Los riders nos dieron el ejemplo de que, ante la ausencia de un lugar de trabajo físico y común, los tiempos de espera entre pedido y pedido a la puerta de un restaurante de comida rápida también pueden ser politizados y convertirse en semillas para el nacimiento de plataformas como Riders X Derechos.
En el caso de las trabajadoras internas, tendríamos que dar un paseo por el parque, ese espacio que en uno de los países más envejecidos del mundo suele estar frecuentado más por ancianos que por niños. Los parques han sido testigos de la organización de parte de las mujeres migrantes que trabajan cuidando: los escenarios del boca a boca.
Son muchas las mujeres que se enteran de su derecho al mes de vacaciones en conversaciones informales sentadas en un banco mientras llevan a los mayores que cuidan a “tomar la fresca”. A Edith, una amiga con la que coincidía en uno de los parques de Pozuelo de Alarcón le insistía para que acudiera a las reuniones de una asociación de trabajadoras del hogar en la que ella participaba.
Al final terminó por hacerle caso y acudió al I Congreso de Empleo del Hogar y los Cuidados, allá por el 2016. Hace menos de una semana se celebraba la segunda edición de este Congreso y Edith es ahora la secretaria de Servicio Doméstico Activo (SEDOAC), una de las asociaciones madrileñas organizadoras del evento que lucha incansablemente por la abolición del régimen de interna.
El Congreso de las internas
“Régimen de interna, esclavitud moderna”. Todos los 30 de marzo, el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar, esta es la consigna que resuena en la Plaza del Sol y que tiene también su eco en el resto de convocatorias del Estado. Con un “no estamos todas, faltan las internas”, recuerdan a aquellas que no pueden acudir a las convocatorias a pesar de que siempre coincidan en fin de semana: las que trabajan 24h al día, 7 días a la semana, siendo incumplida la legislación que regula el descanso y las horas de presencia en el trabajo.
Las que ya no cuentan con un cuarto propio, como diría Woolf, pero tampoco con una vida para sí… Ni con derecho a la prestación por desempleo. Esto se debe a que el sector sigue incluido dentro de un sistema especial en el Régimen General de la Seguridad Social y cuenta aún con la obsoleta figura del despido por desestimiento, en el caso, claro, de tener contrato.
Uno de los debates más candentes dentro del movimiento feminista es el que respecta al trabajo sexual y su regulación abolición. El empleo del hogar en régimen de interna reúne algunas características comunes que pueden relacionarse: la mano de obra es mayoritariamente femenina y migrada, y la clase, el género y la etnia intersectan para situar a estas mujeres en una posición social determinada. Sin embargo, este tema sigue en el cajón donde descansan las incomodidades de la población occidental sobre su reproducción social, y son las propias trabajadoras las que, a través de sus asociaciones, comienzan a visibilizar la insostenibilidad de que la insuficiencia de las raquíticas políticas de cuidados recaiga sobre sus hombros.
Este ha sido una de las piedras angulares del Congreso que acogió el Centro de Empoderamiento de las Trabajadoras del Hogar y los Cuidados (CETHYC) del distrito de Usera el pasado 14 y 15 de diciembre. Diferentes asociaciones venían de trabajar durante meses sobre una postura unitaria acerca de qué hacer con el régimen de interna y cómo ha de ser su posición pública al respecto. Sin embargo, asumir que no existe sólo un modelo de “trabajadora interna” es también asumir que el sentir al respecto también es muy heterogéneo, y que las opiniones están influidas por la propia experiencia de la trabajadora. En un sector tan desregulado, la familia para la que trabajan es, en última instancia, la que decide vulnerar o no sus derechos laborales, y esta arbitrariedad siempre juega en contra.
La trampa de los afectos
“A mi me preguntan, ¿por qué tantos años de interna?”. Graciela Gallego es colombiana y lleva 18 años trabajando en casas como empleada. Es la moderadora de una de las mesas de ponencias del Congreso, y de sus experiencias rescata muchas vivencias positivas, intentando sacar a relucir cómo transformó las miserias en fortalezas.
“Yo de interna pude estudiar, pude hacer activismo. Es un ejemplo para las demás compañeras, el que vieran que se podía hacer y que teníamos que utilizar las herramientas que teníamos en la mano”. A Graciela no le convence del todo la rotundidad del mensaje abolicionista y es cautelosa. Entiende que la situación de cada compañera es diferente y así son también sus vivencias, por lo que hay que evitar herir sensibilidades. “Tenemos que respetar la vida de cada trabajadora, que vive de acuerdo a sus necesidades”, afirma. Para Graciela, la lucha de las trabajadoras domésticas ha de ser apoyada por los empleadores, ya que la puesta en marcha real de una Ley de Dependencia ayudaría a ambas partes.
Además, trabajar cuidando implica vínculos emocionales que a veces desdibujan la relación empleador-empleada. Los sentimientos también entran a debate cuando se habla de la abolición del régimen de interna, y sobre esto, Graciela también se muestra dubitativa. “¿Cómo no voy a crear lazos de afecto si estoy compartiendo 24 horas al día? ¿Como no voy a sentir afecto si es la única persona que tengo cerca?”. Dejar a tu familia a miles de kilómetros para vivir en un país donde tus redes sociales son más bien precarias hace que algunas de estas mujeres vean los hogares donde trabajan como refugios. “Nosotros venimos huyendo de la tiranía de nuestros países, venimos dañadas emocionalmente y terminamos aceptando lo que hay”, comenta una mujer hondureña durante la plenaria del Congreso.
En lo perverso de "ser como de la familia sin ser de la familia", suelen ampararse las condiciones de explotación laboral
Ana Camargo es psicóloga en el CETHYC y lleva varios meses trabajando sobre este aspecto, tanto en talleres como en consultas. Intenta asesorar a las mujeres que acuden al centro sobre el peligro que puede acarrear la confusión entre una relación laboral y una relación personal. “Tienen que gestionar adecuadamente sus afectos, sus emociones. Hay que generar distancia y crear un espacio personal, los sentimientos son legítimos, pero no deben confundirlos con su rol profesional en el trabajo”. Por más que el cariño de sus empleadores sea uno de los motores que a veces las ayudan a salir adelante, es imprescindible que cuiden sus amistades, sus redes. En lo perverso de “ser como de la familia sin ser de la familia”, suelen ampararse las condiciones de explotación laboral y se confunden los favores con los derechos.
Irregulares sin domicilio
Pero el debate sobre la abolición del régimen de interna no puede darse pasando por alto la LO 4/2000, es decir, la Ley de Extranjería. La hipotética libre elección de la modalidad en la que deseas trabajar, si interna o externa, hace aguas cuando pones la lupa en la legislación. Las personas migrantes en situación administrativa irregular se ven obligadas a “esperar” tres años antes de poder regularizar su situación, y este esperar engloba trabajar sin contrato.
La demanda de trabajadoras internas, sobre todo a raíz de la crisis, hace que la mayoría de las mujeres migrantes se vean abocadas a vivir con sus empleadores. Por un lado, contar con un empadronamiento desde el momento en el que ingresas en el país es indispensable para poder tramitar el permiso de residencia pasados los tres años iniciales.
Laboral
Trabajadoras de hogar e inacción del Gobierno
Hay un plan deliberado para dejar el empleo del hogar fuera de control, porque hace falta para cubrir las grietas de un sistema organizado de tal manera que no contaba, y aún no cuenta, con las necesidades de cuidado de las personas.
Pero hay otros factores que explican esta elección. Uno de ellos es el miedo. “Estar en situación administrativa irregular hace que muchas mujeres prefieran trabajar de internas, porque al menos así se sienten seguras y no corren el riesgo de ser deportadas o acabar en un CIE”, confirma Edith.
La casa del empleador es inviolable y los controles policiales o redadas por perfil étnico no pueden traspasar la puerta de entrada. Esos tres años de espera y trabajo continuo son también tres años de aislamiento y de no transitar las calles con normalidad, evitando los “puntos calientes” donde suelen darse estas paradas raciales. Mientras la legislación en materia de extranjería permanezca inmutable, la idea de la abolición sigue pareciendo lejana, y es por ello que ambas luchas caminan a la par.
“¿Pero, cómo no vamos a ser internas con el precio que tiene una habitación en Madrid?”, comentaban algunas asistentes a uno de los talleres del Congreso. La crisis habitacional o burbuja del alquiler también era señalada por estas mujeres como uno de los factores que imposibilitan cambiar de trabajo. Aún contando ya con permiso de residencia en vigor, algunas de las presentes señalaban que pagar tal precio por un arrendamiento haría muy difícil el ahorro y el cumplir con sus obligaciones: enviar remesas a su país de origen.
Algunas internas tienen que alquilar otra habitación los sábados por la noche, por la que llegan a pagar incluso 250 euros al mes por cuatro noches
Adriana Araujo, miembra de SEDOAC, ponía su caso de ejemplo para evitar caer en reduccionismos. “Muchos dicen que como interna se ahorra, pero no creo que yo sea la única interna a la que su empleador no le deja dormir la noche del sábado en la casa y tiene que alquilar otra habitación por 250 euros, cuatro noches al mes”. Las cuentas nunca terminan por salir y el precio por pasar la noche libre fuera del lugar de trabajo es igual de abusivo que las condiciones laborales.
Desmentir el tópico del ahorrarse un dinero siendo interna también es uno de los campos de batalla de Marcela Bahamon, de la Asociación Intercultural de Profesionales del Hogar y los Cuidados (AIPHYC). Desde Valencia, llevan tiempo sensibilizando a las compañeras sobre que, en régimen de interna, nadie regala nada. “Si tu estás cobrando 700 o 800 euros como interna, cuando el salario tendría que rondar los 1200 euros, de ahí te lo están descontando en especies, porque tú tendrías que estar cobrando un 30% más”, afirma Marcela.
La ratificación y aplicación del Convenio 189 de la OIT, una de las principales demandas de las asociaciones de todo el Estado, vendría a limitar la retribución en especie y a prohibir que el alojamiento pueda ser descontando del salario de las trabajadoras del hogar. Sin embargo, el gobierno español sigue posponiendo su aprobación de manera indefinida.
Es cuestión de derechos. Si la libre elección de verdad fuera libre, “entre un trabajo de 8 horas con un salario digno y un trabajo de interna en las condiciones que ya conocemos, ¿quién dudaría?”, sentencia Carolina Elías, presidenta de SEDOAC y coordinadora del CETHYC. La palabra utopía resuena en la sala. “No considero que sea una utopía. Somos conscientes de que es necesario que haya un proceso de transición, ya que la abolición de este régimen de manera inmediata sería un caos”, argumenta. Un proceso que puede durar 5, 10 años. Es difícil concretar plazos, pero estos dependerán también del trabajo conjunto con sindicatos y partidos y de la sensibilización de la sociedad. Carolina es clara y tajante: las trabajadoras tienen derecho a tener una vida propia. Si son las circunstancias negativas las que les abocan a trabajar en esas condiciones, hay que luchar también por erradicarlas.
Abolir el régimen de interna es poner en jaque uno de los pilares invisibilizados de la reproducción social. Tirar abajo la Ley de Extranjería, cuestionar la insostenibilidad de un sistema económico que entra en contradicción con la sostenibilidad de la vida. La lucha de las trabajadoras del hogar no es una lucha parcial, es una enmienda a la totalidad. La abolición puede ser el objetivo último al que antecederán muchas victorias, pero si logramos cerrar para siempre la puerta del cuarto de servicio, ¿acaso no podríamos hacer temblar los cimientos del edificio?
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Qué será que tengo una corazonada de que hay muchos lucrándose a costillas de las internas... 😒
El término "migrante", tan en uso ahora, significa lo que indica su nombre: "que cambia de lugar" por diversas razones. En el país de destino son "inmigrantes" (que no 'migrantes') y el de partida se refiere a los que marcharon como"emigrantes".