Vivir trabajando

Si las trabajadoras internas no fueran internas, las familias que las contratan deberían emplear a tres personas entre semana, y a una cuarta el fin de semana, para que cambiaran cada pañal, recogieran cada caída y alimentaran cada comida. Además de llevar la casa y cumplir con las tareas del hogar. Cuando se abola el trabajo interno, desaparecerá un régimen de semiesclavitud, en auge en pleno siglo XXI.

Trabajo domestico
Álvaro Minguito El trabajo interno lo realizan principalmente mujeres, muchas de ellas migradas.

El metro de Bilbao cierra solo en dos ocasiones: en las noches del 24 y el 31 de diciembre. Desde las 20.30h hasta la una de la madrugada. También dejan de trabajar los taxistas y, de algún modo casi mágico, como si la ciudad estuviera nevada, Bilbao se queda en silencio y sus calles, vacías. Las personas se cobijan en sus casas, con sus seres queridos. Pero ese pacto tácito no se aplica a un colectivo: las trabajadoras internas. Por eso, ya el pasado año, la asociación de Trabajadoras del Hogar realizó una concentración que han repetido también en 2019: las empleadas internas tienen derecho a cenar con quienes ellas quieran.

Parece un lema demasiado pobre para convocar un acto de protesta delante del majestuoso Teatro Arriaga, pero es una consigna de mínimos tan mínimos que deja entrever una situación que, como las propias afectadas definen, es de semiesclavitud. Aideé Escobar fue despedida en dos ocasiones precisamente en Navidades. En ambas reclamó cenar fuera de la casa donde trabajaba y pernoctaba. “Si tú no le cuidas, ¿quién lo va a hacer?”, le preguntaron sus empleadores. Las ancianas que cuidaba necesitaban atenciones constantes, también para ir al baño.

Lo que Escobar puede narrar ahora, lo hace tras haber vivido un proceso emocional lento y doloroso en el que se ha encontrado políticamente. “No era consciente de qué era aquello, pensaba que tenía que tragar y ser agradecida, así me lo hacían saber. Ahora sé que eso no era más que chantaje emocional y control psicológico”. Una de sus empleadoras le decía qué estaba gorda, le ordenaba qué debía comer, cómo debía vestirse y le colocó en el cabecero de su cama una bombilla que se encendía cada vez que la anciana a la que cuidaba se levantaba de su propia cama. “Lo tenía que anotar todo en el cuaderno, que luego le enseñaba al neurólogo de la anciana. Tres, cinco, diez, quince veces cada noche. Tenía Alzheimer”, indica.

La hija de la anciana la despidió un 31 de enero y le pidió, a las siete de la tarde, que abandonara el hogar y firmara una liquidación del contrato. “Me negué. Le dije que me iría a la mañana siguiente, a primera hora”. Escobar aún no tenía una red social amplia en el País Vasco y todas sus amigas se encontraban en la misma situación: mujeres migradas que trabajaban de internas en casas privadas. No conocía a alguien que pudiera ofrecerle un sofá bajo un techo propio. Se fue a llorar a su cuarto y su empleadora se llevó sus maletas al coche.

“Pensé que me las iba a botar”. Afortunadamente, la señora volvió a las once de la noche con las maletas. Pero algo ya se había quebrado dentro de Escobar y a la mañana siguiente, junto con un amigo que la animó a ir a comisaría, interpuso una denuncia. Fue así como conoció a su abogada, Liz Quintana, de la asociación Trabajadoras No Domesticadas, y fue así como empezó a procesar lo vivido y a entender que el trabajo interno es un régimen de semiesclavitud: “Te puedes mover y te puedes marchar, pero debes estar ahí 24 horas al día”.

Proyección

Si yo fuera una trabajadora interna del periodismo —y tú de tu propio trabajo—, pasaría en la redacción 24 horas al día, siete días a la semana. Teóricamente, mi contrato laboral sería más amable: trabajaría 40 horas a la semana y otras 20 serían de trabajo presencial. Y tendría derecho a 36 horas de descanso seguidas. Pero en demasiadas realidades, las trabajadoras internas no disponen de esas 36 horas, ni tampoco de solo 60 horas semanales de trabajo. Recibiría a cambio manutención, que se me descontaría de mi sueldo (hasta un 30%), cotizaría por la cuota mínima de la Seguridad Social, no tendría derecho al desempleo y cobraría, más o menos, unos 700 euros al mes.

Si las trabajadoras internas no fueran internas, las familias que las contratan deberían emplear a tres personas entre semana, y a una cuarta el fin de semana, para que pudieran cambiar cada pañal, recoger cada caída, alimentar en cada comida y vestir y desvestir cada mañana y cada noche. Además de llevar la casa y cumplir con las tareas del hogar.

“No es casualidad que las trabajadoras internas sean, en su mayoría, mujeres migradas. En las internas se cruzan las tres grandes opresiones: clasismo, racismo y machismo”, afirma Joseefina Roco Sanfilippo, una de las portavoces del colectivo Trabajadoras No Domesticadas. Para Roco, es necesario abolir el trabajo interno y repensar colectivamente los cuidados desde una clave social, feminista y decolonial.

Junto con la abogada Liz Quintana, ha presentado al Parlamento vasco la propuesta titulada Hacia la abolición del régimen interno. Si hay algo que caracteriza muchas veces al País Vasco es que destaca sobre otras regiones del Estado: está más envejecido, es algo más rico, tiene menos migración, tiene más lucha social. Las proyecciones demográficas establecen que, para 2030, la población mayor de 65 años alcanzará el 30%. Ahora ya es del 22%. El gasto medio por hogar destinado a trabajos de cuidados es el más alto del Estado, junto con Navarra, Madrid y Murcia, con entre 312 y 532 euros mensuales, según los datos del INE recogidos en el estudio Diagnóstico de las trabajadoras del hogar en la CAV y las necesidades a las que dan cobertura, realizado por la Universidad del País Vasco y Civersity.

La investigación pone de relieve lo que vienen solicitando todas las asociaciones vascas que trabajan en este campo, más inversión pública: “Sin tener en cuenta las cifras de economía sumergida, el Eurostat indica que el peso del empleo doméstico en el Estado español es del 3,7%, frente al 0,1 y 0,5% en el que oscilan países como Austria, Dinamarca, Alemania, Holanda, Finlandia, Irlanda y Reino Unido”.

“El modelo de cuidados aquí es familista y en el marco familista, los cuidados recaen, sobre todo, en las vidas y en los cuerpos de las mujeres. Los cuidados no se recogen como una necesidad de la sociedad, sino como una falla del sistema. Pero somos vidas interdependientes. Requerir ser cuidada no es una vulnerabilidad, sino una parte propia de la vida y tenemos una responsabilidad que debería situarse en el ámbito de lo comunitario, lo político y lo común”, defiende Roco. Abolir el régimen interno no significaría dejar a todas esas mujeres sin trabajo, “sino crear empleo de calidad e infraestructuras públicas que partan de priorizar los cuidados en los presupuestos de las administraciones, como ya hacen los países nórdicos”.

“Las trabajadoras del hogar están en todos los portales y estamos sosteniendo entre todos situaciones de clasismo, racismo y abuso de poder”

El 5 de diciembre, 33 organizaciones vascas salieron a la calle para denunciar el fallecimiento de una trabajadora interna. Por primera vez, se activó el protocolo de accidente de riesgo laboral para una interna. “No fue un accidente traumático, pero sí se puede derivar a muerte laboral por condiciones de trabajo. Tenía anemia y solo libraba dos horas el domingo. Un día se encontró mal, mareada, y llamó a una amiga, que la llevó al hospital. Le hicieron transfusiones, pero en dos días falleció por una conmoción pulmonar masiva”, explica Roco. Las asociaciones de mujeres portaron las pancartas, junto con  los sindicatos. Y este hecho, también aparentemente nimio, es de una relevancia importante para esta lucha, porque como recuerdan las mujeres, las internas apenas disponen de tiempo para conocerse, juntarse, emprender un discurso común y defenderlo públicamente para encontrar y tejer alianzas.

“Se supone que este país debería estar más adelantado que nuestros países, pero aquí hay todavía mucho por hacer. Y las trabajadoras del hogar están en todos los portales y estamos sosteniendo entre todos situaciones de clasismo, racismo y abuso de poder”, recuerda Aideé Escobar, quien también asegura que “jamás volveré a trabajar como interna, antes trabajaré por horas que de interna”.

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