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Trabajo sexual
Genealogía puta, entre la desmemoria y el borrado: “Se deja de lado a las putas para sanear la historia cuir”
“Tenemos años y años de lucha a nuestras espaldas, de apoyo mutuo y de solidaridad para cuidarnos entre nosotras porque nadie más nos cuida”. Así habla Tigra, secretaria de migraciones del sindicato de trabajadoras sexuales OTRAS, sobre la historia de politización de las prostitutas. La genealogía puta es extensa y está llena de alianzas con otras luchas, pero su memoria histórica es escasa y se las borra del relato histórico de movimientos como el LGTBIAQ+, donde estuvieron y están en primera línea.
Hay evidencia de lucha por los derechos de las trabajadoras sexuales desde, por lo menos, la II República, donde trataron de formar una sección sindical dentro de la CNT anarquista. Durante el franquismo fueron reprimidas por la infame Ley de Vagos y Maleantes y el Patronato de Protección a la Mujer, y tras la Transición se manifestaron mano a mano con colectivos feministas y cuir contra la Ley de Peligrosidad Social, que penaba el aborto, el adulterio o el “escándalo público” —precepto bajo el que se perseguía la homosexualidad—. Sin embargo, el estigma que pesa sobre las prostitutas y las pinta, en el mejor de los casos, como víctimas sin agencia hace que no se tengan en cuenta sus aportaciones a las luchas cuir en un “saneado” de la historia del colectivo LGTBIAQ+, opina Tigra.
LGTBIAQ+
Propuesta legislativa Ley de memoria trans: qué propone, a quién se dirige y por qué ahora
Ese borrado histórico afecta en el presente a las trabajadoras sexuales y a sus exigencias de despenalización de su trabajo. “Me he peleado con muchas asociaciones LGTB para que aboguen por los derechos de las trabajadoras sexuales, pero muchas veces no puedes hablar con ellos porque se han convertido en filiales de los partidos políticos”, analiza Mónica Martín, secretaria general del sindicato OTRAS. Esta trabajadora del sexo recalca que muchas personas trans ofrecen servicios sexuales para ganarse la vida, y el hecho de que algunos colectivos cuir ignoren esta realidad es “vergonzoso”: “Un colectivo está para dar voz, apoyo y solución a las demandas de la gente. Si solo estás para amoldarte a lo que te viene bien no eres un colectivo, eres un chiringuito”.
La conexión puta-cuir
“Aunque parezca paradójico pensar que las prostitutas tengan fuertes tendencias homosexuales, lxs [sic] psicoanalistas han demostrado que la prostitución representa una forma de pseudoheterosexualidad, una fuga de las represiones homosexuales”, decía un psicoanalista en 1954, según recoge el texto Lesbianas y prostitutas: una hermandad histórica, publicado en 1987.
Y es que, más allá de lo que piensen lesbianas o trabajadoras sexuales sobre cuánto tienen en común, parte de la literatura psicológica estadounidense de los años 50 las ha metido en el mismo cajón al afirmar que las prostitutas —“enfermas” para la psicología del momento— eran en realidad “lesbianas disfrazadas que sufrían de un complejo de Edipo y por lo tanto eran hostiles a los hombres”, recoge Lesbianas y prostitutas.
Durante el posfranquismo, la lucha contra la Ley de Peligrosidad Social unió a trabajadoras sexuales y/o personas cuir en manifestaciones y protestas contra la norma
Hay motivos más tangibles que los que proponía esa psicología LGTBIfóbica y putófoba para afirmar que existe una conexión histórica entre las trabajadoras sexuales y las personas cuir. En España y durante el posfranquismo, la lucha contra la Ley de Peligrosidad Social unió a trabajadoras sexuales y/o personas cuir en manifestaciones y protestas contra la norma, pero la conexión entre prostitutas e identidades LGTBIAQ+ no solo es pretérito: ambas tienen el “enemigo común”, dice Tigra, de “la Iglesia, la policía y el Estado”. Además, el trabajo sexual ha sido la forma más común de ganarse la vida para las personas disidentes del pasado, especialmente mujeres trans, y aún existe “muchísima gente cuir que sin decirlo abiertamente hace trabajo sexual”, cuenta Tigra.
El borrado
No obstante, muchas personas LGTBIAQ+ ignoran la importancia que han tenido las prostitutas en la lucha por los derechos del colectivo y Mónica Martín echa en falta la solidaridad de las personas cuir y su presencia en las acciones para reivindicar los derechos de las trabajadoras sexuales: “El tema del trabajo sexual es crónico en los movimientos LGTB, se dice ‘esto hay que arreglarlo algún día, pero no hay prisa’ tal vez porque las posturas abolicionistas son mayoritarias en la izquierda”, cuenta la secretaria general de OTRAS.
“Las personas que estamos un poco más politizadas conocemos quiénes son Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera, pero le preguntas a una persona cuir promedio y no sabe que eran trabajadoras sexuales trans porque compran el whitewashing y la normalización”, apostilla Tigra, la secretaria de migraciones de OTRAS, que desde que llegó a España en 2021 participa en movimientos cuir.
Tal vez sea por la normalización de la que habla Tigra o por la mentalidad abolicionista predominante en la izquierda a la que se refiere Martín, pero el caso es que las manifestaciones LGTBIAQ+ no son lugares seguros para las trabajadoras del sexo. “El año pasado pedimos apoyo para ir al Orgullo Crítico de Madrid porque nos sentimos pocas y desprotegidas; el año anterior habíamos hecho un bloque puta, pero terminamos junto al bloque estudiantil, que estaba lanzando cantos abolos y fue muy violento”, relata Tigra, que opina que, aunque siga existiendo una mirada “paternalista o higienista” hacia las trabajadoras del sexo, el colectivo cuir es el más receptivo a las demandas de las prostitutas.
La Ley de Vagos y Maleantes
Al igual que otras tentativas revolucionarias y de lucha por derechos, la reivindicación de despenalización del trabajo sexual quedó aplastada por el régimen franquista tras la guerra civil. Cabe destacar que la posición que hoy llamaríamos proderechos era minoritaria entre las trabajadoras del sexo, pero las que abogaban por la sindicalización eran activas políticamente y realizaron acciones como la ocupación de prostíbulos. “Se ruega que tratéis a las mujeres como camaradas”, rezaban algunos carteles en los clubes ocupados, según el libro Putas, república y revolución (Virus, 2022).
El trabajo sexual era legal en España hasta 1954, año en que se modifica la Ley de Vagos y Maleantes promulgada por las Cortes de la II República para (además de castigar la homosexualidad) perseguir no solo a proxenetas, sino a las propias trabajadoras. Andrea Momoitio, periodista de Pikara Magazine, cree que el cambio jurídico prohibicionista fue parte de los esfuerzos del régimen para ponerse en la misma línea que otros países del entorno y salir del aislamiento internacional. Sin embargo, no se sabe qué impacto tuvo realmente la reforma legal en la vida de las trabajadoras sexuales. Momoitio investigó la situación de las prostitutas en Bilbao en el tardofranquismo y la Transición para su libro Lunática (Libros del K.O., 2022) y asegura que “tampoco cambia tanto”.
El Patronato de Protección a la Mujer
La otra arma del régimen para reprimir la prostitución, que se consideraba una “degradación moral”, era el Patronato de Protección a la Mujer. No era la primera institución en España que buscaba “redimir a las mujeres caídas”, pero sí es la única que, a partir de 1941 y hasta 1983, también tiene un fin preventivo y quiere actuar sobre “las que están a punto de caer”, explica Momoitio.
Aunque el Patronato tenía como fin manifiesto luchar contra la prostitución, era más bien un cajón de sastre para reprimir a todas las mujeres que se salieran de los dictados de la Sección Femenina de cómo debe ser una mujer, ya fuera por robar, ser lesbiana o no querer hacerle la cena al marido. Desconocemos qué impacto tuvo realmente en la persecución de la prostitución porque, aunque formalmente piramidal, el Patronato tenía juntas provinciales y “cada cual se apañaba y hacía lo que quisiera”, cuenta Momoitio.
“En 1977 en Bilbao no había colectivos de trabajadoras sexuales organizadas, pero se organizan a partir de la muerte de María Isabel”, cuenta Andrea Momoitio, que recoge la historia de esta mujer en su libro ‘Lunática’
Ante la opacidad y la disonancia entre la teoría y la práctica del Patronato, la investigación sobre esta entidad se ha llevado a cabo mayormente a través de testimonios. Las mujeres que han contado su vivencia en las instalaciones del Patronato no tienen por qué conformar una muestra representativa de todas las allí encerradas, pero es la mejor forma de acercarse a conocer la realidad de la institución y lo que arrojan sus testimonios, expone Momoitio, es que no había tantas trabajadoras sexuales ingresadas. Eso sí, la periodista reconoce que “nos faltan tantos datos que son todo conjeturas”.
Huelga por un asesinato
El 9 de noviembre de 1977, el cuerpo de María Isabel apareció carbonizado en su calabozo de la prisión de Basauri (Bizkaia). La versión oficial mantuvo que la prostituta encerrada se había suicidado, pero sus compañeras de la calle Cortes de Bilbao no se lo creyeron y organizaron una huelga como forma de protesta. Según El País, fueron unas 300 trabajadoras sexuales quienes la secundaron y recorrieron la capital vizcaína cerrando los locales al grito de “ha muerto una compañera, hoy no se trabaja”.
Trabajo sexual
Andrea Momoitio “Seguramente, yo me apartaría de María Isabel si me la cruzase en la calle”
“En 1977 en Bilbao no había colectivos de trabajadoras sexuales organizadas, pero se organizan a partir de la muerte de María Isabel. Los comités de apoyo a la COPEL [Coordinadora de Presos en Lucha] se enteraron de la muerte de una presa social y se acercaron al barrio [de Las Cortes] para preguntar a las trabajadoras si necesitaban algo y las animaron a organizarse”, relata Momoitio. La periodista cuenta que las octavillas con las reivindicaciones de las prostitutas las repartían miembros de los comités de apoyo a la COPEL, y también se sumaron a las protestas y a un encierro en el hospital de Basurto el colectivo cuir EHGAM y la Asamblea de Mujeres de Bizkaia.
Todas estas agrupaciones tenían un objetivo común: derogar la Ley de Peligrosidad Social que había sustituido a la de Vagos y Maleantes en 1970. El cambio legislativo fue fruto de un paradigma diferente en el que la prostitución o las identidades LGTBIAQ+ dejaron de considerarse desviaciones morales para entenderse como problemas médicos, explica Andrea Momoitio, pero no supuso un cambio, y mucho menos una mejora, en la vida de las personas a quienes afectaban estas leyes.
A pesar de la gran movilización contra la Ley de Peligrosidad Social el 25 de noviembre de 1977 —antes de que el 25N fuera una fecha señalada en el calendario—, se pierde la pista al Comité de Prostitutas de Bilbao un mes después del asesinato de María Isabel. La reivindicación política muere pronto, opina Momoitio, porque las trabajadoras sexuales estaban más ocupadas en garantizar su propia supervivencia y apoyándose mutuamente que en escribir pancartas y manifiestos. “Estaban organizadas y politizadas en el día a día”, declara la periodista.
Putas y trans
Mónica Martín, la secretaria general del sindicato OTRAS, empezó a trabajar como prostituta en 1982. Era la época de la liberación sexual y de la movida madrileña, pero también de las ordenanzas que trataban de expulsar a las trabajadoras sexuales a la periferia de las ciudades. Las redadas eran frecuentes, especialmente contra las prostitutas trans, según cuenta Martín, que dice conocer las comisarías “ladrillo a ladrillo”.
Los años 80 también vieron la eclosión de algunos colectivos que representaban a algunas de las letras de lo que hoy es el colectivo LGTBIAQ+. La primera asociación de personas trans, Transexualia, nació en 1987 y, dado que el “99 %” del colectivo trans ejercía el trabajo sexual, llevó en sus primeros estatutos la despenalización de esta profesión, cuenta Martín. “No se habla [de despenalización] en los siguientes estatutos porque no podemos hablar por todas las trabajadoras sexuales, pero el tema siempre estaba presente”, relata la sindicalista.
Gais, lesbianas, trans y/o trabajadoras sexuales protestaban mano a mano contra la Ley de Peligrosidad Social, que no se derogó totalmente hasta 1995
Gais, lesbianas, trans y/o trabajadoras sexuales protestaban mano a mano contra la Ley de Peligrosidad Social, que no se derogó totalmente hasta 1995. A pesar de esta lucha común, Martín afirma que “el tema del trabajo sexual siempre era una espina muy molesta” a la hora de hablar con colectivos de gais o lesbianas y dificultó la unión de todas las identidades bajo las siglas LGTB. “Intentábamos meter cuña y decir ‘si asumimos la T, hay que asumir también que tiene esta realidad [la del trabajo sexual]’”, cuenta Martín.
Organizándose
Las trabajadoras sexuales se habían organizado puntualmente, como tras el asesinato de María Isabel en Bilbao o contra las “limpiezas” del Ajuntament de Barcelona con motivo de las Olimpiadas del 92, pero el primer colectivo con carácter perenne en el ámbito estatal nace en 1995 y se llama Hetaira. La fundación de esta asociación fue una respuesta a la enorme presión institucional en contra de la prostitución, cuenta Martín, y agrupaba tanto a trabajadoras del sexo como a otras personas dispuestas a luchar por los derechos de las primeras.
Durante los 90 y los 2000, las principales reivindicaciones eran las que estaban en contra de la zonificación, una práctica de los ayuntamientos que consistía en regular, ordenanza mediante, en qué zonas se podía trabajar y en cuáles no para expulsar a las trabajadoras del centro de las ciudades. Ahora, surgen cada vez más “voces y grupos” en contra de las posiciones abolicionistas y reclamando derechos ante la “degradación” de las condiciones de vida de las prostitutas que ha venido de la mano de la Ley Mordaza o la del ‘solo sí es sí’, explica Martín. “Es una toma de conciencia muy bonita”, valora.
Este reportaje ha tomado esta forma concreta gracias a la cronología aportada por un trabajo universitario de Irene Adán, secretaria de organización de OTRAS.