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Tribuna
Verde de ecosocial, verde de educación pública
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Estamos viviendo un momento crítico en la educación pública de la Comunidad de Madrid. Es la Comunidad que menos dinero destina por alumno, un 15 % menos que la media estatal, y hasta un 20% menos en el nivel universitario, la que más horas docentes impone al profesorado, con instalaciones donde el alumnado pone nombre a las humedades y las grietas, o donde faltan 50.000 plazas de Formación Profesional (FP). No faltan motivos para salir a la calle este domingo 23 de febrero.
El sistema educativo se encuentra severamente amenazado por una confluencia de factores. Por un lado, la perpetuación de unos presupuestos insuficientes desde hace más de una década, que impiden la contratación de más personal, y la disponibilidad de infraestructuras adecuadas y recursos. Por otro, se hace cada vez más patente el desvío de fondos de dinero público a manos privadas, que engrosan la escuela concertada y las colaboraciones con empresas opacas como La Caixa, la Fundación Bofill, Amazon o Google. Esta clase de conciertos privados, aquellos que juegan con la educación como si fuera un negocio, están viviendo su apogeo en todos los niveles, aunque especialmente en la FP o la universidad. En otros ámbitos, como son la etapa infantil o sectores tan invisibilizados como las trabajadoras no docentes, la externalización y la precarización del sector directamente arrasan.
Comunidad de Madrid
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Este contexto económico se traduce, como cabe esperar, en un modelo educativo que se ahoga en sí mismo. Hay que irse a las últimas acepciones de escuela en la RAE para encontrar su definición como “lugar real o ideal que puede modelar y enriquecer la experiencia”. Es esa escuela pública, desde infantil hasta la universidad, la que nos están arrebatando. En el lugar real de nuestras aulas se ha colado una prisa ansiosa, que juzga al alumnado como un gasto, que lo dirige, poco a poco, a un mundo laboral tecnoptimista y completamente atomizador. Donde faltan horas, plazas, techos enteros, salarios dignos, profesoras. Donde sobran propuestas de digitalización y talleres de orientación enfocados a la empresa, horas extra y prácticas sin remunerar.
Necesitamos una escuela cuya principal fortaleza y riqueza sea la diversidad, en la que se puedan imaginar futuros deseables y posibles
Los cuerpos, analizados siempre desde un lugar ajeno a su vulnerabilidad, se han convertido en máquinas de producción y calificación. El alumnado, con todas sus realidades diversas, intenta encajar como puede en un ritmo y unas metodologías impersonales y disciplinadoras. En un contexto en el que cada vez se nos segrega más y se valora la competitividad, la autoexplotación y los éxitos individuales. Necesitamos una escuela cuya principal fortaleza y riqueza sea la diversidad, en la que se puedan imaginar futuros deseables y posibles, en la que aprender que el ser humano es un ser vivo más en la trama de la vida, y que es esa trama la que hay que cuidar y respetar.
Ante esta ofensiva, por suerte, existen muchas personas que reivindican otra mirada. Bell hooks nos habla de una pedagogía interseccional que tiene cuerpo más allá de su dimensión teórica. Una educación enraizada, tal y como el ecofeminismo nombra, en el territorio y en los cuerpos que la reciben y en los que la hacen posible. Rescatamos el atractivo de pensar el aprendizaje educativo como algo cocinado a fuego lento, con la dimensión humana en el centro, con perspectiva de cuidar el presente, honrando el pasado, para garantizar el futuro. No hay fórmulas mágicas, pero los feminismos y los movimientos ecologistas nos han enseñado un esbozo de lo que puede funcionar. O, al menos, de aquello por lo que puede merecer la pena apostar: la importancia de la cooperación, los vínculos comunitarios, o el arraigo al territorio (ya sea el barrio, el río o la cornisa del edificio donde anidan los vencejos).
No existe la educación neutral, como bien argumenta Henry Giroux. La actual ley estatal de educación LOMLOE partía con la noble intención de incluir la mirada ecosocial en las aulas, pero ha sido insuficiente. No parece que vayamos a hacer frente a la pérdida de los ecosistemas con las propuestas de desarrollo sostenible que Naturgy que ha elaborado para el actual currículo de Formación Profesional. Tampoco que vayamos a conseguir sensibilizar sobre las desigualdades de género o sociales con el proyecto educativo de un gobierno autonómico que no solo niega estas realidades sino que enfatiza la segregación con su sistema de bilingüismo y su sobrefinanciación de la escuela concertada.
La lucha por la educación pública gratuita y de calidad es la lucha por la sanidad y la vivienda, por el feminismo y el antirracismo
En este contexto se hace imprescindible defender un modelo de escuela pública con suficiente inversión, donde se respetan las condiciones de trabajo dignas, donde debería ser posible poner en práctica aquellos aprendizajes que nos harán más resilientes ante el futuro. Un futuro áspero de cambio climático, pérdida de biodiversidad y conflictos bélicos, para el que es necesario una escuela que modele y enriquezca la experiencia de la vinculación a la tierra y la comunidad. Una escuela que construya solidaridad con el presente de las generaciones destrozadas por el impacto del capitalismo neocolonial (no podemos olvidar las escuelas de Gaza, Sudán o las favelas), con el futuro de las generaciones más jóvenes y con las generaciones futuras aún por venir.
Por último, la escuela pública es un lugar fundamental de construcción de vínculos comunitarios. Por eso, la lucha por la educación pública gratuita y de calidad es la lucha por la sanidad y la vivienda, por el feminismo y el antirracismo, porque es, en definitiva, la lucha contra el sistema neoliberal que nos ahoga. Por todo ello creemos que la mirada ecosocial se manifiesta de manera patente en esta lucha. Colectivos y sindicatos están construyendo un horizonte de lucha interseccional, desde abajo, centro a centro, barrio a barrio, del que el ecologismo social es parte.
Ecologistas en Acción acudiremos este domingo 23 de febrero con la determinación con la que se lucha por algo que sabes que siempre fue tuyo, y que a la vez no puede ser sin todas nosotras. La lucha de las trabajadoras, las estudiantes y las familias de la educación pública es la nuestra, es la esperanza de que se materialice la propuesta pedagógica que deseamos: una educación pública, gratuita y de calidad, que posibilite la escuela que permita construir los futuros posibles y deseables del ecologismo social.