Opinión
Romper todas las fronteras

Es de noche. Un chico comienza a bailar. Lleva una gorra negra y, sobre ella, la capucha de una sudadera también negra.
El altavoz está colocado sobre la tapa amarilla de un cubo de basura también amarillo. Suena música que lleva al norte de África. Aunque el lugar donde está el altavoz es un barrio a las afueras de Girona. Uno de esos barrios donde las calles están llenas de ropa tendida esperando a secarse al sol y al viento.
Las personas que viajan Caravana Abriendo Fronteras han estado todo el día reunidas en ese lugar. Han conocido la situación en distintas fronteras, han escuchado los testimonios de personas que las han atravesado, han pensado estrategias para quebrarlas.
Es de noche. Un chico comienza a bailar. Lleva una gorra negra y, sobre ella, la capucha de una sudadera también negra. No es el único. Hay más gente bailando. Pero nadie es capaz de acompasar el ritmo de la música y los movimientos de los pies como él.
Coge el altavoz y lo coloca en el centro de la pequeña plaza en la que, un rato antes, se juntaron para cenar más de cien personas de distintos colectivos. La noche ha atraído a algunas habitantes del barrio.
Él, como el altavoz, también ocupa el espacio central. Baila. El resto sigue con las palmas el ritmo de la música.
Nadie se anima a ocupar el centro del círculo que se ha formado. Ni siquiera una chica que canta en árabe la letra de todas las canciones. Ni siquiera ella que, sin duda, sabe mover el cuerpo tan bien como él.
Un rato después, otro chico se anima a pisar el círculo. Lleva un pañuelo palestino que agarra con las dos manos mientras baila. Otros chicos le siguen. No muchos. La vergüenza a meterse en el espacio central es más fuerte que las ganas de bailar.
La otra chica. La que no se separa de una amiga que también lleva la capucha de la sudadera tapando su cabeza, la que desde que comenzó a sonar la música se entrega desde un lateral del círculo a bailar, hay un momento que no se aguanta, quizás llevada por uno de los temas que ella misma está pinchando, quizás animada por otras mujeres mayores que ella que la animan a ocupar el espacio central y rompe el círculo. Propone hacer dos filas de personas que se miran entre sí. Rompe el círculo y se erige en la líder del grupo de baile. Las personas, colocadas en dos filas, se mueven al ritmo de la música sin perder la distancia entre ellas. Unas dan pasos hacia atrás y las otras hacia delante. Las palmas siguen sonando.
A partir de ahí el centro del espacio es ocupado por cualquier persona. Incluida ella. Que se ha quitado las zapatillas y baila descalza. A veces pisando con fuerza. A veces apenas rozando el suelo. Como si la música y su cuerpo se hubieran fusionado en una sola cosa. Como si bailar fuera suficiente para romper todas las fronteras.
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