Violencia policial
            
            
           
           
Crear y fortalecer tejidos comunitarios en los barrios o cómo resolver nuestros problemas sin policía
           
        
         
Cuando  la policía ocupa nuestros espacios públicos, se interpone entre  nosotros. Perdemos la capacidad de imaginar las formas originarias de  resolver nuestros problemas se convivencia más simples. España  ocupa el puesto 16 de los países europeos con mayor presencia  policial, y políticas como la Ley Mordaza o las ordenanzas  de convivencia  han contribuido durante años a normalizar la  lógica securitaria en nuestras calles, vecindarios y fronteras. “La  mitología del héroe de uniforme que acaba con nuestros males en  ocasiones nos despoja de la capacidad de hacernos cargo de los  conflictos que nos rodean de manera colectiva y creativa”,  advierten desde el colectivo Sin Poli.
¿Existen  alternativas a la policía para resolver conflictos comunes y  garantizar la seguridad en nuestras calles? ¿Qué herramientas tiene  la sociedad para afrontar estos conflictos sin depender  exclusivamente de la policía? El 3 de  febrero, Sin Poli  y el Grupo de Apoyo a  Lili organizaron un encuentro para responder a estas preguntas  y compartir  formas  alternativas de resolución de conflictos  que ya existen “con todos sus límites y sus potencias”. Para  ello se centraron en cuatro  ámbitos que les parecieron clave en la deriva securitaria actual:  la inseguridad de los barrios, la juventud, la violencia machista y  violencia psiquiátrica.
Con el objetivo de demostrar que la sociedad puede hacerse cargo de sus problemas si se organiza de manera adecuada, la jornada se celebró en la azotea de la Villana de Vallecas y arrancó con una anécdota: a un vecino o vecina de la calle le molestó el volumen de los ponentes y llamó a la policía, una reacción común que viene a recordarnos cómo solemos gestionar los conflictos vecinales más básicos.
Terrenos de securitización
La  violencia machista es un ejemplo de algo que se utiliza, tanto en el  ámbito político como mediático, como argumento para endurecer el  código penal y legitimar el aumento de policías en el espacio  público y de su financiación. El problema es que, en muchos casos,  la única opción percibida para abordar esta violencia es a través  de denuncias penales, lo cual puede resultar aún más violento para  las víctimas, como explica Nora, del grupo les Aamas  (l'Assemblea d'Afectades pel Masclisme i el Patriarcat) de Manresa.
“Lo que se busca es que esa persona salga de situación de violencia y no solo denuncie, sino que tenga ese entorno que le lleve a salir de esa situación de aislamiento, de victimización”
En muchas ocasiones, lo que querrían las mujeres afectadas por violencia -a las que acompañan desde su colectivo- “es que alguien interviniera desde la salud mental y no desde lo penal, pero como es la única lógica que tiene el sistema, denuncian por lo penal”. Desde les Aamas “lo que se busca es que esa persona salga de situación de violencia y no solo denuncie, sino que tenga ese entorno que le lleve a salir de esa situación de aislamiento, de victimización”, añade. “Lo que quieren es recuperar la persona que eran antes de la situación de violencia, y eso no te lo da el circuito institucional de denuncia”.
Parten de que hay mucho más allá que  hacer fuera de la institución y, por eso, abogan por una mirada  amplia que incluya el acompañamiento comunitario y la recuperación  de las víctimas. Incluso aunque pueda dar miedo: “Parece que  [hacer esto] sea defender el desproteger a las personas que están  sufriendo. Pero cuando te pones a ello te das cuenta de que quienes  las está desprotegiendo es el sistema, y que plantear el  acompañamiento comunitario es la única herramienta que tenemos  para, aunque sea, dar a elegir a esas personas qué vía quieren  tomar, que sean ellas las protagonistas de sus decisiones”.
En el encuentro también se habló de las violencias psiquiátricas, a partir de la experiencia de la red La Porvenir, desde donde consideran que la llamada “policía de la salud mental” comparte problemas con la oficial. Creen que esta forma de abordar el sufrimiento psiquiátrico, en lugar de ir al origen, impide la responsabilidad colectiva, ocultando daños y generando una falsa seguridad, utiliza el control y aísla a las personas, limitando su capacidad de decisión y responsabilidad.
Por eso, desde 2019 mantienen un grupo de acompañamiento con el que promueven la autogestión y el apoyo mutuo como alternativas a la violencia institucional. Una “forma de redistribuir los cuidados y los recursos”, lo llaman. “Una de las herramientas que utilizamos es el marco del dialogo abierto”, explica Lu, de La Porvenir. “Es decir, juntar a la persona que esta encarnando la crisis y a su entorno, ajuntarnos, se puede venir la prima, la madre, el vecino... Nos juntamos a hablar de que está pasando, porqué esta persona se está encontrando mal, si está oyendo voces... Siento que desde ahí se colectiviza y distribuye: hablando, entendiéndonos, preguntándonos…”
Crear vínculos
En los talleres organizados por Sin  Poli, cada participante comparte su propia anécdota de cómo han  visto resolverse conflictos sin la autoridad policial como mediadora.  Una de las participantes habla de la época en la que vivió puerta a  puerta con una familia muy problemática. Explica que pensó en  llamar a la policía, pero le dio miedo que eso hiciera escalar la  violencia. Un día, en el rellano del edificio, su gato captó la  atención de los niños de la familia y eso la hizo empezar a  relacionarse más con ellos, a conversar, a preguntarles qué tal.  Eso le cambió la perspectiva que tenía sobre los niños, generó  con ellos cierta relación. El gato fue el vínculo inesperado que  permitió, a la larga, mejorar la situación.
“Es muy fácil llamar a la policía por alguien que no conoces, pero a tu colega no le vas a llamar a la policía si te hace algo”, dice Sergio, que forma parte del gimnasio Guantes Manchados en Usera (Madrid) como entrenador voluntario. “Es importante crear estas redes reales entre las personas que pueden estar inmersas en este tipo de conflictos para que vean que es otra persona la que está al otro lado: ese tiene que ser el primer paso”, señala.
“Es muy fácil llamar a la policía por alguien que no conoces, pero a tu colega no le vas a llamar a la policía si te hace algo”
Ubicado en un barrio estigmatizado, este gimnasio popular es una iniciativa dirigida a la juventud, en parte de origen migrante: es precisamente un colectivo que cada vez se vincula más con la inseguridad y hacia el que se exige mayor contundencia y dureza, criminalizándolo, como ocurre con las bandas latinas o menores extranjeros. Desde Guantes Manchados utilizan algunas herramientas que ayudan abordar los problemas sin mediación policial, y todo ello a través del deporte: “El boxeo requiere mucha disciplina, tiene muchos niveles. En el gimnasio creamos un ambiente diferente del que puedan venir estos chavales, que vienen de situaciones más conflictivas”, explica Sergio.
A pesar de que al gimnasio asiste gentes de bandas, e incluso han coincidido chicos de bandas rivales, entre sus paredes nunca ha habido un conflicto. “El boxeo te enseña a controlar esa violencia y a empatizar con la persona que tienes delante”, aclara. "En el gimnasio creamos un ambiente diferente del que puedan venir estos chavales, que vienen de situaciones más conflictivas. El boxeo te enseña a controlar esa violencia y a empatizar con la persona que tienes delante”, añade.
También le da mucha importancia a la  creación de tejido social que llevan a cabo. “A Guantes Manchados  viene gente de todos los ámbitos sociales, hay gente más mayor, que  está trabajando, con un puesto estable, y jóvenes que no saben muy  bien qué van a hacer con la vida. Esto crea relaciones que no  se pueden crear de otra manera”, pone como ejemplo.
Entre los asistentes, habla de uno de los chavales procedente de un ambiente familiar muy complicado: “Hablaba con él y me decía que en ese momento de su vida él era muy conflictivo, reaccionaba violentamente a cualquier oposición y eso le generaba problemas”. Sin embargo, desde que empezó el boxeo eso ha cambiado: “Ahora, su primera vía es el diálogo, evitar la violencia, algo que siempre enseñamos en clase. Personalmente, con este chico he visto el cambio, lleva un año y medio con nosotros y no solo lo he visto, sino que me ha contado él”.
Inseguridad barrial
Los  barrios son, por último, otro espacio clave para este debate. Frente  a los problemas de convivencia, cada vez está más presente la  lógica de que la policía está legitimada para mediar en casi  cualquier conflicto, que muchas veces se deben a que no existen  espacios de entendimiento mutuo entre los actores enfrentados. En el  barrio valenciano de Velluters encontramos un ejemplo de  conflictividad social que se trató de resolver sin policía. En sus  calles, la presencia del trabajo sexual, compraventa de droga y gente  sin hogar es habitual e hizo manifestarse a los vecinos para pedir la  expulsión de estas personas. “Todo esto generó un contexto de  mucha tensión en el barrio”, dice Hernán,  del  grupo de estudios La Dula.  “Se extendió el relato de que esto se soluciona con más presencia  policial. Vemos cómo cada vez más en el ámbito social hay  más lógicas policiales y burocráticas, la desarticulación de lo  público y la acción comunitaria. Intentamos ir desarmando eso y  recuperar espacios de trabajo desde lo comunitario”.
“Vemos cómo cada vez más en el ámbito social cada vez hay más lógicas policiales y burocráticas, intentamos ir desarmando eso y recuperar espacios de trabajo desde lo comunitario”
Desde La Dula llevaron entonces a cabo  una iniciativa inspiradora: la creación de una mesa comunitaria que  reuniera a los distintos actores del barrio e intentara generar otras respuestas que no  siguieran la lógica de la securitización y el aumento de policías.  La finalidad era mediar entre el vecindario y los sujetos de la  intervención policial, evitar el desplazamiento de las mujeres  trabajadoras del sexo o situaciones que las llevaran a una peor  condición y crear espacios de relación y conocimiento mutuo: “Son  realidades que conviven en un mismo espacio pero que no entran en  relación casi nunca”, apunta Hernán. También intentaron generar otro  relato sobre el barrio que llevaran a imaginar otras posibilidades  más allá de la policía.
En la mesa participaron actores muy  diferentes: asociaciones, entidades, equipamientos públicos,  vecindario y mujeres trabajadoras del sexo. Reconoce que fue difícil  que participaran estas mujeres y que no se logró impedir la  expulsión de la gente del barrio. Pero, más allá de sus límites,  la experiencia permitió la inclusión de estos colectivos,  considerarlos sujetos en espacios de decisión y soluciones del  vecindario, algo que normalmente no se hacía: “Hay una narrativa  de que estas personas no son verdaderas vecinas, si no actores  externos”.
“Más que intentar convencer a la gente de que no llame a la policía, la clave está en crear tejidos comunitarios fuertes en los barrios”
Es lo que Hernán define como “encuentros  improbables” y que sirvieron para crear relaciones de proximidad y  conocimiento mutuo donde antes no existían, generar relaciones entre  personas y colectivos que están normalmente separados aunque estén  conviviendo en el mismo espacio. “Fue interesante trabajar con la  diversidad del barrio, fue una mesa muy diversa. Se trabajó con  posicionamientos sobre el trabajo sexual diferentes”, describe el integrante de La Dula. A partir de  este trabajo de la mesa surgió una obra de teatro, ‘Traspasando  fronteras’, iniciativa de mujeres trans que ejercían en este  barrio que se representó en un centro social del barrio, un proyecto  conjunto que antes era inimaginable. “Más que intentar convencer a la  gente de que no llame a la policía, la clave está en crear tejidos  comunitarios fuertes en los barrios”, opina. “Con el covid 19 se vio  claro que los barrios que fueron capaces de articular redes de apoyo  mutuo potentes eran los que ya tenían una trayectoria previa de  trabajo comunitario”.
Hernán cree que es crucial  contrarrestar la fragmentación del vínculo social: “Hemos  delegado en la administración pública la capacidad de hacer  comunidad y vida cotidiana”, dice. Y concluye proponiendo un doble  reto: que los equipamientos públicos sean lugares de encuentro y de  relación significativa entre los diferentes, y que los espacios  autogestionados acojan esa diversidad que existe en los barrios, “ser  capaces de relacionarnos no solo con las personas con las que  compartimos posicionamientos y formas de ver y pensar”.
Autogestión
        
            
        
        
De la policía a la política (o cómo hacerse cargo del conflicto “sin poli”)
        
      
      Barrios
        
            
        
        
Usera: pensar el barrio entre el boxeo y la plaza
        
      
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