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Yemayá Revista
Sobrevivir en la frontera: el cuerpo como moneda de cambio
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Esperanza baila sobre las piernas de un hombre al ritmo del reggaetón. La música, a un volumen ensordecedor, proviene de una gramola moderna. Los clientes pagan diez pesos mexicanos (0,4 euros) por tres canciones. Tras el frondoso bigote del hombre que acompaña a Esperanza se vislumbra una gran sonrisa ebria. Entre trago y trago de cerveza, sus manos no paran de manosear el cuerpo de la chica.
Seis círculos de plástico rodean su brazo. Esperanza se toma el último trago de cerveza y se despide de su acompañante. Con una mirada superficial al resto de mesas del local, Esperanza piensa cuál de todos esos hombres que la observan lascivamente podría ser su siguiente cliente. Está siendo una buena noche para ella. Hoy regresará a casa ebria, hasta mañana a las 12h, cuando otro hombre la pagará por su compañía a cambio de unos pocos pesos.
Han pasado cuatro meses desde que llegó aquí, y Esperanza todavía no ha podido avanzar a su destino: Estados Unidos. Es de Cuba, y como a miles de migrantes, las políticas de contención impulsadas por la potencia del norte e implementadas por el Gobierno de México les mantienen atrapados en Tapachula, una ciudad situada en la frontera sur de México. Como casi todas sus compañeras de trabajo, su propósito es ahorrar y poder continuar su viaje. Para conseguirlo, la única salida para muchas de ellas es el trabajo sexual.
Tapachula, la primera frontera de Estados Unidos
La ciudad de Tapachula, ubicada en el estado de Chiapas, es un punto de entrada esencial de la frontera sur de México y, en consecuencia, de la ruta migratoria del continente. La externalización fronteriza y las políticas de contención de Estados Unidos han convertido estratégicamente a esta ciudad de 350.000 habitantes en una ‘ciudad-tapón’ o una ‘cárcel a cielo abierto’, como se la conoce popularmente.
La ciudad está sitiada por retenes de policía y agentes migratorios en sus salidas oficiales. Si se opta por usar rutas menos transitadas, las personas migrantes se exponen a los peligros y abusos perpetrados por grupos de crimen organizado y por las autoridades. Por estos motivos, salir de Tapachula es muy complejo y la ciudad se ha convertido en una zona de espera para miles de migrantes de todo el mundo. Debido a la peligrosidad de las rutas y las restricciones de libre circulación para cruzar el país, cada vez más personas optan por quedarse en México, buscar un empleo y ahorrar un poco de dinero para poder continuar su viaje.
Como casi todas sus compañeras de trabajo, su propósito es ahorrar y poder continuar su viaje. Para conseguirlo, la única salida para muchas de ellas es el trabajo sexual
Sin embargo, Tapachula es una de las ciudades más pobres del estado más pobre de México, Chiapas —con una tasa de pobreza del 75% en 2020 según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval)— por lo que las oportunidades de trabajo son realmente escasas para las personas que están atrapadas en una de las fronteras más peligrosas del planeta. En el sector formal, las oportunidades de empleo son insuficientes y exigen que las personas cuenten con documentación que demuestre su permiso para trabajar en México. Además, la falta de oportunidades se suma al racismo existente entre la población, por lo que muchos empresarios se muestran reacios a contratar a personas migrantes.
En este contexto, muchas mujeres como Esperanza usan su cuerpo como una forma para sobrevivir. “No es la vida que había pensado. No es la vida que una sueña, pero una tiene que sobrevivir. Es prácticamente obligatorio que lo haga”, asegura Esperanza con la mirada perdida en el horizonte mientras da otro trago de su cerveza Tecate.
El precio del sueño americano
Son las 20h en el centro de Tapachula. Aunque empieza a atardecer, el calor infernal en estas latitudes no cesa. En la entrada de un antro con nombre caribeño, un joven venezolano que hace tareas de seguridad nos da la bienvenida. Encima de él, unas grandes letras rojas anuncian que se trata de un “bar diurno”. Así es como se conoce en Chiapas a las cantinas donde a primera hora de la mañana ya hay gente muy ebria. En el fondo del local, diez mujeres permanecen sentadas en torno a una mesa de plástico blanco. Unas hablan, otras miran el móvil, otras simplemente tienen la mirada perdida y parecen inmersas en sus pensamientos. Todas son migrantes. El resto de mesas están ocupadas por clientes. Todos hombres. Beben una cerveza tras otra para intentar paliar las temperaturas mínimas de 30 grados. Una nube de humo se mezcla con las luces de neón del local.
La cerveza que nos trae el camarero viene acompañada de una botana, una tapa o porción gratuita de comida. También viene acompañada de una sugerencia: pueden escoger la chica que más les guste. Las ficheras, como se conoce a las mujeres que trabajan en este tipo de bares llamados botaneros, son “mujeres de compañía” que beben y dan conversación a los clientes mientras ellos les invitan a cervezas que cuestan el doble o el triple del precio habitual. La compañía de las trabajadoras durará mientras el cliente siga invitando a consumiciones. Cada cerveza que un cliente paga para la chica cuesta unos 150 pesos mexicanos, prácticamente siete euros. De ese dinero, ella se queda aproximadamente un 60% y la parte restante es para el local. Mientras dure el intercambio, el cliente puede disfrutar de la conversación de la fichera, de un baile que ella realice, de tocarla, manosearla y besarla, aunque normalmente son ellas las que ponen el límite. Cada vez que un cliente las invita a una cerveza, el dueño del local les pone un aro de plástico en el brazo. Al final de la noche, la fichera cobra su parte correspondiente en función del número de pulseras que tenga.
“No es la vida que había pensado. No es la vida que una sueña, pero una tiene que sobrevivir. Es prácticamente obligatorio que lo haga”, asegura Esperanza
“He llegado a tomar mucho, hasta 20 cervezas en una noche. He llegado a padecer gastritis, pero tenía que seguir viniendo a trabajar y tenía igual que fichar”. Esperanza trabaja cada día, de lunes a lunes, desde las 12h hasta las 22h. “Es un mundo feo y hay droga, bebida… Hubo un momento en que me tuve que drogar para aguantar la bebida. Las otras fueron las que me enseñaron el truco para aguantar bebiendo tanto. Me enseñaron a consumir cristal, cocaína… también aprendí a tirar la cerveza cuando el cliente ya iba un poco bebido sin que se diera cuenta”.
Esperanza era ginecóloga, en Cuba. Huyó del país por la pobreza y la falta de recursos económicos. Aquí cobra 200 pesos mexicanos (9,25 euros) diarios de base y de cada cerveza que se toma se lleva 100. “Es la mejor manera de sobrevivir aquí, yo tengo amigos que trabajan 12 horas y cobran 100 pesos al día. Yo hay días que he llegado a salir con 2.000 pesos (92 euros)”.
Diversas investigaciones periodísticas y organizaciones de la sociedad civil local aseguran que a parte de los servicios que se ofrecen en este tipo de locales, muchas de las chicas tras fichar con un cliente también ofrecen servicios estrictamente sexuales por un precio mayor. Sin embargo, Esperanza asegura que en general los clientes solo quieren hablar. “Sí, hay algunos que se propasan, pero también las chicas lo permiten, algunas dejan que vayan más lejos para cobrar más, pero yo no, a mí me tienen que respetar”.
Se calcula que aproximadamente unas 2.500 mujeres ejercen la prostitución en Tapachula. Al menos una de cada 100 mujeres es prostituta, según datos de Brigada Callejera
Como en el caso de Esperanza, para cientos de mujeres migrantes varadas en la frontera sur de México el trabajo sexual es una opción más de sobrevivir a las violencias del tránsito migratorio. “En estas zonas de estancamiento, que son resultado de las políticas de contención migratoria, el trabajo sexual se presenta como una herramienta de supervivencia más para ahorrar y poder seguir con el viaje” sostiene Carmen Fernández Casanueva, profesora e investigadora en el CIESAS Sureste.
Se calcula que aproximadamente unas 2.500 mujeres ejercen la prostitución en la ciudad. Al menos una de cada 100 mujeres es prostituta, según datos de Brigada Callejera, la asociación que trabaja en la defensa de sus derechos. Estos datos únicamente recogen las que trabajan en cantinas, bares y cabarets, no las que trabajan en la calle. Por lo que las cifras son aún mayores. En esta parte del mundo, este negocio tradicionalmente ha sido ejercido sobre todo por mujeres guatemaltecas, salvadoreñas, hondureñas y nicaragüenses. Según la Encuesta sobre Migración y Salud Sexual y Reproductiva en la frontera México-Guatemala del año 2010, estas nacionalidades representaban el 68,5% del total de las trabajadoras sexuales de la región. Sin embargo, las nuevas dinámicas migratorias y la diversificación de las nacionalidades han conllevado un aumento del número de ficheras provenientes de otros países, principalmente de Cuba y Venezuela.
Cuerpos marcados por la frontera
Isabel tiene 41 años. Llegó a Tapachula hace siete meses huyendo de San Pedro Sula, Honduras. Como tantas otras mujeres en esta frontera, huía de la violencia de las pandillas. En su caso, del Barrio 18, la mara que gobernaba su distrito. Como prácticamente la totalidad de mujeres que se encuentran varadas en esta frontera, su sueño es ahorrar y obtener el estatus de refugiada para llegar a Estados Unidos.
Durante los primeros meses de su estancia en México, Isabel trabajó como fichera. “Yo me acuerdo del primer día. Llegué y me sentía tan rara. Me acuerdo que me puse a llorar, allá en la disco”. En ese momento Isabel estaba embarazada de cinco meses. Uno de sus hijos estaba con ella, en Tapachula, los otros dos se habían quedado en Honduras, no quería arriesgar sus vidas ante los peligros del viaje. Entre lloros, asegura que era la única manera que tenía de salir adelante, que lo hacía por sus hijos. “No estaba acostumbrada a beber tanto… y embarazada. Me acuerdo de que, el primer día, me tomé como unas diez cervezas o más. Saqué 1.000 pesos en la noche, pero con una borrachera que me puse… y yo lloraba por mi hijo, porque yo decía ‘el niño no me va a salir bien’”, se lamenta.
Las nuevas dinámicas migratorias han conllevado un aumento del número de ficheras provenientes de otros países, principalmente de Cuba y Venezuela
Aunque para muchas de ellas se trata de una actividad temporal, su situación de suspenso legal las convierte en personas susceptibles de padecer extorsión, ataques y violencia, tanto por parte de autoridades como del crimen organizado. “Hace unos días mataron a una chica en un botanero cerca de este”, asegura Esperanza.
Esta vez regresamos al bar diurno al mediodía. En su interior parece que sean altas horas de la madrugada. La falta de ventanas y de luz natural, las luces artificiales, el volumen de la música y el humo te recuerdan que en este tipo de lugar no pasan las horas. Delante nuestro, una mesa grande con cuatro hombres y cuatro ficheras. Dos de ellos se están besando con las chicas y manoseándolas.
Esperanza está sentada al fondo del bar. Con una leve sonrisa nos saluda desde la distancia. Le invitamos a una cerveza y se sienta con nosotros. Hoy está contenta. “Hoy estoy de celebración, es mi último día”. Esperanza ha conseguido una cita a través de la aplicación CBPOne. Con esta podrá desplazarse por territorio mexicano de forma teóricamente segura y avanzar a su destino final, Estados Unidos.
En dos días abandonará Tapachula. Mientras tanto, su puesto de trabajo en este botanero lo ocupará muy pronto otra mujer migrante que se encuentre retenida en el embudo más grande de migrantes de todo el continente americano.