Opinión
A propósito de las reivindicaciones del campo: La larga agonía del modelo agropecuario intensivo e industrial

Apuntes para un análisis de las causas estructurales de la crisis agraria que las movilizaciones del campo han puesto, por fin, en la agenda pública.

manifestación agricultores ganaderos MInisterio
Álvaro Minguito Manifestación de agricultores y ganaderos frente al Ministerio de Agricultura en 2014.

No estamos sólo frente a una crisis de precios, ni de costes de producción, y por supuesto el problema no es la subida del SMI, estamos ante algo muchísimo más grave y complejo que carece de solución, o al menos de una solución fácil: la quiebra del metabolismo social y la insostenibilidad estructural del modo de producción agroindustrial, que no sirve para alimentar bien a la población y encima erosiona dramáticamente las propias condiciones materiales de la producción de alimentos. Hablamos de la fertilidad del suelo, los grandes ciclos biogeoquímicos, el ciclo del agua y los recursos hídricos, así como otros servicios ambientales fundamentales para la vida como la biodiversidad o la estabilidad climática.

El actual modelo agrícola y ganadero basado en la intensificación productiva con enorme consumo de recursos fósiles, en una competencia internacional brutal propiciada por la liberalización del comercio mundial, en la especulación financiera con alimentos y tierras, y en el control de los mercados de semillas, maquinarías, fertilizantes y fitotóxicos (eufemísticamente llamados fitosanitarios), así como de la distribución y comercialización por cada vez menos empresas privadas cada vez más poderosas, está abocado a un estrepitoso fracaso. Fracaso que ya podemos empezar a atisbar en el aumento de la pobreza y la desnutrición en amplios territorios del Sur, en el aumento de la obesidad y otras enfermedades nutricionales en el Norte, y en las crisis de los sectores productivos y del campesinado del Sur y del Norte, así como en el abandono del mundo rural.

Si la agroganadería antes de la mutación sólo requería de energía solar y trabajo (humano y animal), ahora tras la modernización capitalista requiere además un enorme flujo de energía fósil en forma de maquinaría y combustible, en forma de fertilizantes y pesticidas sintéticos

La actividad agropecuaria en los dos últimos siglos ha sufrido una mutación brutal en cuanto a los fines y a los medios. En cuanto a los fines: ha dejado de estar orientada a cubrir las necesidades de la reproducción social para pasar a estar orientada hacia la producción de beneficio financiero y especulativo, o sea, ya no importa tanto producir alimentos (y ya no importa nada que estos sean sanos) como producir plusvalía.

En cuanto a los medios: si la agroganadería antes de la mutación sólo requería de energía solar y trabajo (humano y animal), ahora tras la modernización capitalista requiere además un enorme flujo de energía fósil en forma de maquinaría y combustible, en forma de fertilizantes y pesticidas sintéticos, así como para el envasado, transporte y distribución de los alimentos. Este flujo es tan desmesurado y creciente que ha hecho irrentable y antieconómica la actividad agropecuaria medida en términos de energía: se gasta más energía de la que se extrae. Esta insostenibilidad termodinámica ha permanecido oculta mientras el suministro de petróleo ha sido fácil y por lo tanto barato, pero a medida que este vaya siendo cada vez más escaso y caro, como de hecho acontece ya, la irrentabilidad y el absurdo del actual modelo estallará. Dice Jane Goodall que en el futuro comprenderemos que cultivar alimentos con venenos no era una buena idea, también acabaremos por comprender que gastar más energía en producir alimentos de la que obtenemos con ellos no se puede soportar en un mundo finito y sometido a las implacables leyes de la termodinámica.

Véase el ejemplo del aceite de oliva, que cuando procede de cultivos superintensivos y supermecanizados se convierte en un producto dañino para el empleo, que hunde los precios, desecan los acuíferos, contaminan los suelos y producen en buena lógica un aceite insalubre
Este modelo está estallando ya, está quebrando la rentabilidad de las pequeñas y medianas explotaciones, está quebrando las cadenas alimentarias y comprometiendo la seguridad alimentaria mundial, y está dañando la salud pública con alimentos cada vez más insanos que repercuten en el sistema sanitario cada vez más saturado por enfermedades cuyo origen es cada vez más ambiental y nutricional. Además, este modelo es uno de los principales causantes de la disrrupción y desestabilización del clima. Como somos inter-dependientes y eco-dependientes y todo está relacionado es imposible que lo que no es bueno para la tierra, el clima y las otras especies sea bueno para los cuerpos humanos y para la sociedad. Véase el ejemplo del “oro verde”, o sea del aceite de oliva, que cuando procede de cultivos superintensivos y supermecanizados (como los del desierto de Tabernas en Almería) se convierte en un producto dañino para el empleo, que hunde los precios arruinando a los olivares tradicionales de secano, desecan los acuíferos, contaminan los suelos y producen en buena lógica un aceite insalubre, ecocida y antisocial.

La modernización de la agricultura capitalista provocó cambios en la composición de clase del mundo rural ibérico que han de analizarse para poder entender el alcance de las movilizaciones que se están produciendo en estos días. Sigue existiendo una fracción jornalera, de campesinos sin tierra que trabajan en las explotaciones pequeñas, medianas y grandes en condiciones de temporalidad, precariedad y sobreexplotación, en algunas ocasiones en condiciones de sumisión con tics semifeudales, paliadas en Extremadura y Andalucía por lo que seguimos conociendo como PER. No por casualidad una gran parte de esta mano de obra es población migrante en condiciones de gran exclusión social que sufre además el peso del racismo… y que no están representados por las organizaciones agrarias mayoritarias, y no participan en las movilizaciones actuales.

Los pequeños y medianos productores, autónomos y pequeños empresarios, aunque tienden a colocarse más cerca de los terratenientes, son hoy en día víctimas de la crisis estructural del modelo agropecuario, porque en el fondo son marionetas de la industria, con un poder mínimo de negociación frente a las grandes fuerzas
Por otro lado, en ausencia de una Reforma Agraria que lleva un siglo o más pendiente, no han dejado de existir terratenientes. Los viejos: los dueños de España desde la Reconquista, y los nuevos: los asociados a los fondos de inversión, los dueños de las grandes cadenas comerciales que están propiciando un peligroso acaparamiento de tierras y aguas en lo que podemos calificar como “contrarreforma agraria”. Se llevan la mayor parte de las ayudas y subvenciones de la PAC, controlan las principales organizaciones de la patronal agraria desde las que se ha boicoteado la subida del sueldo mínimo interprofesional, y no simpatizan en nada con el actual gobierno contra el que parecen dispuestos a utilizar y dirigir el lógico malestar del campo.

Entre medias de estos sectores “clásicos” de la lucha de clases en el medio rural, están los pequeños y medianos productores, autónomos y pequeños empresarios que, aunque son propietarios de sus tierras y tienden a colocarse ideológicamente más cerca de los terratenientes, son hoy en día víctimas de la crisis estructural del modelo agropecuario, porque en el fondo son meros gestores intermediarios de flujos de capital y recursos, marionetas de la industria fitoquímica, de la industria de los transgénicos, muy dependientes de la financiación bancaria y con un poder mínimo de negociación frente a las grandes fuerzas que operan y dominan los mercados agroalimentarios. Sus posiciones ideológicas demasiadas veces caen en el saco de lo que llamamos “falsa conciencia” alineadas con organizaciones como UPA y COAG que son las correas de transmisión del sindicalismo de concertación de UGT y CCOO, que llevan lustros facilitando el vuelco neoliberal, que precisamente está arruinando a las explotaciones familiares.

La bienintecionada reivindicación de una ley de precios mínimos además choca con la propia “cultura de masas” que se ha ido imponiendo por la que la agricultura, el campesinado y la naturaleza tienen que subvencionar la reproducción social de las poblaciones urbanas con productos alimentarios de bajo coste
De esta segmentación básica y muy esquemática del sector agropecuario ibérico podemos derivar la siguiente conclusión: el campesinado ha desaparecido como clase. El campesinado que era la clase social que producía bienes de uso antes que de cambio, que atendía las necesidades de reproducción social antes que las de beneficio y plusvalía, y que tenía una posición estratégica mediando entre el metabolismo social y la naturaleza, ha desaparecido, ha sido destruido, segmentado, dividido, desplazado allende de nuestras fronteras nacionales y continentales. Por eso, los análisis clásicos de la izquierda sobre las clases sociales no son capaces de aprehender la realidad contemporánea del mundo rural. No son capaces de realizar las preguntas pertinentes y sus respuestas son estériles, y sus soluciones simples a problemas tan complejos son inútiles e inoperantes. Así, la bienintecionada reivindicación de una ley de precios mínimos (o sea, de una intervención pública sobre los mercados alimentarios y la consideración de la alimentación como un derecho social) choca frontalmente con el sacrosanto libre comercio, con la política del UE y con el marco de la globalización. Pero es que además choca con la propia “cultura de masas” que se ha ido imponiendo en estos decenios (y de la que participan los propios dirigentes y personas en general de izquierda o progresistas) por la que la agricultura, el campesinado y la naturaleza tienen que subvencionar la reproducción social de las poblaciones urbanas con productos alimentarios de bajo coste. Roza el absurdo también pedir una intervención pública del mercado alimentario y no pedir lo propio para el mercado de la electricidad y la energía en general, para el de las telecomunicaciones y el de la producción químico farmaceútica como mínimo, y resulta hasta patético la petición al papá Estado de que salve la agricultura familiar y de pequeña escala, por parte de organizaciones que llevan decenios colaborando en el desmontaje del Estado en favor de los mercados y de la burocracia europea cooptada por el poder financiero.
No es de extrañar que con este argumentario simplón y anti ilustrado, sea en los círculos y sedes de ASAJA o APAG donde se ha forjado la reacción neofascista del Vox rural, que está haciendo irrespirable el ambiente social de nuestros pueblos y campos
En el marco de la actual quiebra del metabolismo social, en relación con la naturaleza en la que se inserta, resulta trágica la ceguera cortoplacista de las organizaciones mayoritarias del campo peninsular que siguen ignorando que el cambio climático está afectando ya a la rentabilidad de sus explotaciones. El presidente de ASAJA, Pedro Barato, hacía el otro día unas declaraciones que ilustran a la perfección esta “falsa conciencia” ecocida y suicida: “en conjunto hacen cada día menos rentable la actividad agraria por los bajos precios: la exigencias comunitarias en materia de medio ambiente, la demonización de la actividad por el bienestar animal, normativas más duras y costosas para el uso de algunos fertilizantes y productos fito o zoosanitarios, nuevas amenazas de menos ayudas en la reforma de la PAC… y para rematar el nuevo SMI”. En otras palabras que la culpa de sus problemas la tienen los ecologistas y los animalistas, el nuevo gobierno y la PAC. No es de extrañar que con este argumentario simplón y anti ilustrado, sea en los círculos y sedes de ASAJA, APAG y otras organizaciones donde se ha forjado la reacción neofascista del Vox rural, que está haciendo irrespirable el ambiente social de nuestros pueblos y campos, y que trata de rentabilizar el malestar rural para sus intereses espúreos.
A derecha e izquierda todos quieren soluciones sencillas, polarizadas de amigo/enemigo, pero los problemas del campo, que son los problemas de la alimentación y del cambio climático, del agotamiento del petróleo y del progresivo colapso de nuestro modo de vida insostenible, no admiten respuestas sencillas
A derecha e izquierda todos quieren respuestas fáciles, soluciones sencillas, esquemas claros y polarizados de amigo/enemigo, pero los problemas del campo, que son los problemas de la alimentación y que son los problemas del cambio climático, del agotamiento del petróleo y del progresivo colapso de nuestro modo de vida insostenible, no admiten respuestas sencillas, incluso puede que estas acaben por complicar más las cosas. La tarea inmensa, perentoria y dramática de diseñar una salida civilizada y no bárbara a la crisis del modelo agrícola y de la sociedad de consumo, que nos reinserte en los límites de un planeta de recursos finitos y en una naturaleza con leyes y límites infranqueables, no se puede abarcar en este artículo, ni en varios, es más una tarea de mutación económica, cultura y política que atañe a los movimientos sociales, es una tarea revolucionaria, es una tarea de supervivencia colectiva, es una tarea de reinvención civilizatoria. Y una de las cuestiones que urgen en esta titánica labor que tenemos que empezar es la de plantearnos la siguiente cuestión: ¿cómo se reconstruye la clase campesina, una clase social que es vital para cubrir las necesidades humanas sin menoscabar las condiciones de la propia producción, condiciones que no son otras que la naturaleza, la biodiversidad, la estabilidad climática y los ciclos de nutrientes y minerales? La agroecología, la ecología como ciencia de la vida, los conocimientos y experiencias de los pueblos originarios y del campesinado mundial que todavía existe y resiste, la antropología y la historia… contienen algunas de las claves para pensar esta reconstrucción.
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