Muro fronterizo Estados Unidos-México
Tijuana, frontera entre México y Estados Unidos. Álvaro Minguito

Análisis
Las fronteras selectivas: discriminación en los movimientos y migraciones globales

Los países poderosos implementan políticas que protegen sus intereses estrechos, seleccionando a los migrantes en función de su capacidad de “adaptarse” a la sociedad receptora o basándose en criterios raciales, culturales y religiosos.
12 oct 2024 09:03

Las migraciones globales del siglo XXI están experimentando transformaciones profundas que reflejan los cambios políticos, económicos y sociales que vive el mundo. Estas transformaciones ya no se limitan a ser simples movimientos de personas en busca de mejores oportunidades, sino que se han convertido en elementos centrales de las políticas de los países más poderosos, que buscan proteger sus identidades culturales y raciales frente a lo que consideran una amenaza a su equilibrio interno. Aunque la migración ha sido y sigue siendo una parte integral de la historia humana, contribuyendo a la formación de civilizaciones y al intercambio cultural entre los pueblos, las últimas décadas han mostrado un cambio significativo en la forma en que se maneja este fenómeno.

A medida que aumentan los niveles de migración debido a los cambios climáticos, las guerras y el deterioro de las condiciones económicas en muchos países del sur global, los países desarrollados están adoptando políticas migratorias estrictamente selectivas. Estas políticas reflejan claramente el temor a perder la identidad cultural y racial en estas naciones, donde la migración ya no se percibe solo como una cuestión de seguridad o economía, sino como un asunto existencial para muchos gobiernos que intentan mantener la cohesión social. Bajo estas políticas, los migrantes no son tratados según sus necesidades humanitarias o los valores globales de solidaridad entre pueblos, sino que son seleccionados en función de criterios raciales y religiosos que determinan quién tiene el derecho a cruzar las fronteras y quién debe ser rechazado.

Con el envejecimiento de la población en muchos países desarrollados y la disminución de la mano de obra local debido a las bajas tasas de natalidad, la migración se ha vuelto un elemento esencial para el crecimiento económico. Sin embargo, a pesar de enfrentar estos desafíos demográficos, los países afectados aún prefieren mantener un estricto control sobre quién puede ingresar a sus territorios, basándose en criterios culturales y religiosos que limitan la “migración aceptable” a ciertos grupos. Este enfoque queda claramente reflejado en las políticas que adoptan estos países, en las que se prioriza a los migrantes considerados más “compatibles” con los valores culturales o religiosos predominantes, mientras que aquellos percibidos como una amenaza a esa identidad son excluidos.

Las políticas migratorias selectivas dejan a las personas migrantes atrapadas entre el sueño de mejorar sus condiciones de vida y la realidad de fronteras cerradas y políticas discriminatorias

Muchos países en desarrollo enfrentan una fuerte presión debido a las crisis económicas y sociales, lo que impulsa a grandes oleadas de personas a buscar mejores oportunidades en los países del norte. No obstante, las políticas migratorias selectivas que practican los países desarrollados dejan a estos migrantes atrapados entre el sueño de mejorar sus condiciones de vida y la realidad de fronteras cerradas y políticas discriminatorias. En este contexto, el flujo migratorio se ha vuelto más complejo que nunca, ya que la necesidad económica de los países desarrollados de contar con más mano de obra se encuentra con el deseo de preservar un equilibrio racial y cultural.

Además de los aspectos económicos y sociales de la migración, este fenómeno también se ha convertido en una herramienta para medir el grado de compromiso de los países con los valores humanitarios que promueven la solidaridad y la justicia. Aunque muchos gobiernos pronuncian discursos en los que abogan por el respeto a los derechos humanos y la protección de los migrantes y refugiados, la realidad muestra una clara contradicción entre el discurso y la práctica. En la práctica, los países poderosos implementan políticas que protegen sus intereses estrechos, seleccionando a los migrantes en función de su capacidad de “adaptarse” a la sociedad receptora o basándose en criterios raciales, culturales y religiosos.

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El marco de la crisis migratoria se ha asentado durante el verano en el debate político y los medios de comunicación, mientras el nuevo Pacto Europeo de Migraciones y Asilo habilita un endurecimiento de las políticas migratorias.

La migración, como siempre, sigue siendo un factor clave en el progreso económico y social de las naciones. Los migrantes juegan un papel crucial en cubrir las brechas en el mercado laboral, especialmente en sectores que enfrentan escasez de mano de obra local. Sin embargo, el temor al cambio demográfico y la presión cultural ha llevado a muchos países a adoptar políticas restrictivas hacia la migración. En lugar de aprovechar los flujos migratorios para impulsar el crecimiento económico y desarrollar la sociedad, el enfoque se ha centrado en cómo limitar la entrada de migrantes “no deseados” para asegurar la hegemonía racial y cultural.

Hoy en día, la migración no es solo una cuestión de pobreza, guerras u oportunidades económicas. Es un tema que está directamente relacionado con la política global, donde los países poderosos controlan los flujos de personas basándose en criterios que benefician sus propios intereses económicos y culturales. Si bien la migración sigue siendo esencial para el crecimiento de estos países debido a la escasez de mano de obra y la disminución de las tasas de natalidad, las políticas discriminatorias están obstaculizando este flujo y limitándolo a unos pocos grupos de migrantes.

Las políticas de selección y discriminación pueden reforzar la hegemonía cultural y racial en el corto plazo, pero también amenazan con agravar las tensiones sociales y económicas, tanto en los países receptores como en los países de origen de los migrantes. Por ello, es necesario reconsiderar estas políticas de acuerdo con los valores humanitarios y la justicia global, garantizando flujos migratorios que contribuyan a la construcción de sociedades diversas y sostenibles.

Estados Unidos: un país moderno con raíces excluyentes

Estados Unidos es un claro ejemplo de un país moderno construido sobre la base de la exclusión racial y cultural. Su fundación se produjo tras una serie de masacres y genocidios que afectaron a las poblaciones originarias que habían habitado esas tierras durante miles de años. Este proceso colonial estuvo acompañado por la expulsión sistemática de estas comunidades y la apropiación de sus tierras y recursos, lo que dejó una profunda huella en las identidades culturales y sociales de la región. Este legado de violencia y exclusión aún resuena en las políticas actuales de Estados Unidos, especialmente en lo que respecta a la inmigración. Hoy en día, la inmigración procedente de América Latina se ha convertido en un tema central en la política interna estadounidense, en particular debido al continuo flujo de migrantes de países como México, Guatemala y El Salvador.

Las estadísticas indican que la frontera sur de Estados Unidos con México registró más de 2.4 millones de intentos de cruce ilegal en 2022, una cifra récord que refleja el tamaño del desafío que enfrentan las autoridades estadounidenses. La inmensa mayoría de estos migrantes proceden de países latinoamericanos, lo que aumenta la presión sobre los sectores conservadores del país. Estos sectores temen que el continuo flujo de migrantes latinoamericanos conduzca a cambios demográficos que afecten la composición poblacional y la estructura cultural y social de Estados Unidos. Muchos conservadores creen que esta intensa inmigración podría erosionar la “mayoría” cultural europea-americana del país.

Este creciente temor ha llevado al gobierno de Estados Unidos a adoptar políticas estrictas destinadas a frenar la inmigración ilegal mediante un fortalecimiento de los controles fronterizos. Un ejemplo destacado de estas medidas es el muro fronterizo de 3.145 kilómetros que se extiende entre Estados Unidos y México. Se han invertido miles de millones de dólares en la construcción de este muro y en el refuerzo de la seguridad en la frontera, con el objetivo de reducir el flujo migratorio. Sin embargo, aunque estas políticas suelen justificarse por razones económicas y de seguridad, en realidad esconden un objetivo más profundo: preservar la hegemonía cultural europea-americana del país.

Las proyecciones demográficas indican que el porcentaje de población blanca en Estados Unidos podría reducirse a menos del 50% para el año 2045

Además, las proyecciones demográficas indican que el porcentaje de población blanca en Estados Unidos podría reducirse a menos del 50% para el año 2045, lo que aumenta los temores de los sectores conservadores que ven en los migrantes de América Latina una amenaza para esta mayoría demográfica. Estos temores refuerzan el apoyo a las políticas migratorias estrictas, ya que los migrantes son percibidos como elementos que podrían alterar la identidad nacional y reconfigurar los equilibrios culturales y sociales del país.

Por otro lado, en América Latina, particularmente en países como Bolivia, Ecuador y Perú, se está produciendo un creciente despertar de la conciencia de los pueblos originarios sobre sus derechos y su historia. Estas comunidades han comenzado a ver a los europeos como invasores que se apoderaron de sus tierras y suprimieron sus culturas. Este creciente nivel de conciencia se manifiesta claramente en los movimientos políticos y sociales que luchan por recuperar derechos e identidades culturales. Un ejemplo destacado de esto es el Movimiento al Socialismo (MAS) liderado por el expresidente boliviano Evo Morales, el primer presidente en América del Sur de origen indígena. A través de estos movimientos, se alza la voz de que los pueblos originarios de América Latina buscan recuperar sus derechos y culturas que han sido marginadas y oprimidas desde la llegada de los europeos al continente.

Este enfoque pone de manifiesto que las relaciones entre América Latina y Estados Unidos, que se considera una extensión cultural de Europa, siguen marcadas por las tensiones históricas derivadas del período colonial. Esa época dejó tras de sí un legado de explotación y exclusión que todavía influye en las relaciones políticas y culturales entre América Latina y Estados Unidos en la actualidad.

A pesar de todos estos desafíos, Estados Unidos sigue endureciendo sus políticas fronterizas hacia los migrantes latinoamericanos. El gasto en el refuerzo de barreras geográficas y la aplicación estricta de las leyes migratorias está aumentando, en un intento de limitar la inmigración irregular. Al mismo tiempo, el debate sobre las cuestiones de identidad nacional y el futuro demográfico del país sigue en pie, mientras muchos temen que el continuo flujo de migrantes rediseñe Estados Unidos de maneras que pueden no alinearse con la visión conservadora dominante en algunos sectores.

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Europa: extrema derecha y miedo

En las últimas décadas, Europa ha experimentado cambios radicales en sus políticas migratorias, adoptando en muchos países políticas estrictamente selectivas, especialmente en lo que respecta a los migrantes procedentes del norte de África y Oriente Medio. Estas políticas reflejan el creciente poder de los partidos de extrema derecha, que se alimentan de un discurso basado en el miedo a los inmigrantes musulmanes. Esto ha convertido la inmigración en un tema central en los programas electorales de estos partidos. En países como Francia, Italia, Alemania y España, el discurso político de la extrema derecha se centra cada vez más en la inmigración, percibiéndola como una amenaza para la identidad nacional europea, especialmente cuando se trata de migración procedente de países mayoritariamente musulmanes.

Las estadísticas indican que el número de solicitudes de asilo presentadas en la Unión Europea en 2021 alcanzó aproximadamente las 700.000, y la mayoría de estos solicitantes provienen de países del norte de África y Oriente Medio, como Marruecos, Argelia, Siria e Irak. Este importante flujo de migrantes provenientes de estas regiones genera preocupación en muchas sociedades europeas, especialmente entre los sectores de extrema derecha, que aprovechan este miedo para promover la idea de que los inmigrantes musulmanes representan una amenaza para la identidad cultural y religiosa de Europa. Este discurso pone de manifiesto que las políticas europeas sobre migración ya no se basan únicamente en criterios económicos o humanitarios, sino que se han convertido en una herramienta para proteger la “identidad cristiana” y los valores culturales occidentales que algunos consideran en peligro.

Al mismo tiempo que se cierran las puertas a los migrantes del norte de África y Oriente Medio, las políticas europeas facilitan la entrada de migrantes de América Latina, a quienes se percibe como más compatibles con la cultura europea. Esta preferencia se basa en varios factores, entre ellos la religión compartida (el cristianismo) y el idioma español que hablan muchos de los migrantes latinoamericanos, lo que los hace ser considerados más “capaces de integrarse”. Según las estadísticas de la Comisión Europea, se emitieron aproximadamente 4.2 millones de permisos de residencia para migrantes de fuera de la Unión Europea en 2022, y aproximadamente el 12% de ellos procedían de América Latina, en comparación con solo el 6% de los procedentes del norte de África, lo que refleja claramente el enfoque selectivo.

El rechazo a las personas procedentes de países musulmanes no es nuevo, sino que puede rastrearse hasta la Edad Media, cuando Europa cristiana estaba en constante conflicto con el mundo islámico

En este contexto, se puede comprender el ascenso de los partidos de extrema derecha en Europa, que promueven la idea de que los musulmanes representan una amenaza cultural y religiosa para los valores de la sociedad europea. Este discurso no es nuevo, sino que puede rastrearse hasta la Edad Media, cuando Europa cristiana estaba en constante conflicto con el mundo islámico, especialmente durante las Cruzadas. Esta larga historia de tensiones y conflictos se utiliza hoy en día para justificar políticas de exclusión y discriminación contra los inmigrantes musulmanes.

A pesar del discurso político que aboga por el pluralismo cultural y la integración de los migrantes, la realidad muestra otra cara. Uno de los ejemplos más evidentes de esta discriminación es la continua negativa a integrar a países de mayoría musulmana, como Albania, Kosovo y Bosnia y Herzegovina, en la Unión Europea. A pesar de que estos países adoptan muchos de los valores democráticos que supuestamente defiende la Unión Europea, su afiliación religiosa se percibe como uno de los principales obstáculos para su adhesión. 

La historia europea reciente también destaca un tratamiento desigual hacia los propios musulmanes europeos. Durante la guerra civil en Bosnia y Herzegovina en la década de 1990, se cometieron atrocidades horribles contra los musulmanes bosnios por parte de las fuerzas serbias. A pesar de que estas masacres eran ampliamente conocidas, la comunidad internacional, incluidas las naciones europeas, permaneció en gran parte en silencio, sin intervenir de manera eficaz para proteger a los musulmanes bosnios. 

El silencio que acompañó a estas masacres es visto por muchos como una prueba de la falta de voluntad de Europa para intervenir de manera eficaz cuando se trata de proteger a los musulmanes, incluso dentro de sus propias fronteras. Esta realidad refuerza la percepción de que Europa aún no está preparada para aceptar a los musulmanes como parte integral de su tejido social, y que la migración islámica seguirá siendo un tema que generará división y controversia durante décadas.

En última instancia, la combinación de estas políticas y realidades muestra que Europa enfrenta un desafío importante en cuanto a la reconciliación entre sus valores proclamados de pluralismo cultural y derechos humanos, y la realidad de las políticas discriminatorias que afectan principalmente a los musulmanes.

El Golfo Pérsico: altos ingresos y rechazo a la mano de obra árabe

Los países del Golfo Pérsico son algunas de las naciones que aplican políticas migratorias más estrictamente selectivas. A pesar de los profundos lazos culturales y religiosos que los unen con muchos países árabes, como Siria, Palestina y Yemen, estas naciones han optado durante años por cerrar sus fronteras a los refugiados en tiempos de crisis. Mientras que los países del Golfo han brindado cuantiosa ayuda financiera para apoyar a los refugiados y las comunidades afectadas, han preferido no acoger a estos refugiados en su territorio.

Durante la guerra civil siria, que provocó el desplazamiento de millones de sirios, la respuesta de los países del Golfo en cuanto a la acogida de refugiados fue extremadamente limitada. Los informes del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) indican que los países del Golfo solo acogieron a unos pocos miles de refugiados sirios, en comparación con el enorme número acogido por algunos países europeos, que abrieron sus puertas a cientos de miles de refugiados. La situación no es muy diferente en relación con la guerra civil en Yemen, que comenzó en 2014 y aún continúa. A pesar de los estrechos vínculos entre los países del Golfo y Yemen, estas naciones no han tomado medidas significativas para acoger a un gran número de desplazados yemeníes, prefiriendo ofrecer ayuda humanitaria en lugar de recibir refugiados en su territorio.

Por otro lado, los países del Golfo dependen en gran medida de la mano de obra extranjera, pero optan por seleccionar a los trabajadores principalmente de países del sur de Asia, como India, Bangladés y Pakistán. Estos trabajadores constituyen una parte importante de la población de los países del Golfo, especialmente en los sectores que requieren una gran cantidad de mano de obra, como la construcción y los servicios. En Catar, por ejemplo, los expatriados representan aproximadamente el 85% de la población total, lo que refleja una enorme dependencia de la mano de obra extranjera. Sin embargo, a pesar del gran número de trabajadores asiáticos, las condiciones laborales suelen ser difíciles, ya que no se les otorgan suficientes derechos laborales básicos. Este sistema se basa en el régimen de kafala, que vincula al trabajador con un patrocinador local, lo que refuerza la dependencia de los trabajadores con respecto a sus empleadores y les impide acceder a una protección legal completa. A pesar de las crecientes críticas internacionales hacia el régimen de kafala, este sigue vigente en muchos países del Golfo.

Los países del Golfo dependen en gran medida de la mano de obra extranjera, pero optan por seleccionar a los trabajadores principalmente de países del sur de Asia

Mientras los países del Golfo dependen de la mano de obra asiática, evitan recurrir a la mano de obra árabe, a pesar de los lazos culturales y religiosos compartidos. La principal razón detrás de esto radica en el temor de las autoridades del Golfo a que los trabajadores árabes se integren rápidamente en las sociedades del Golfo debido a las similitudes en idioma, cultura y religión, lo que podría llevar a estos trabajadores a exigir mayores derechos sociales y políticos, afectando así la composición racial y social de los países del Golfo. Estos temores han llevado a los países del Golfo a preferir la contratación de mano de obra proveniente del sur de Asia, considerada menos amenazante para el equilibrio cultural y racial.

Los países del Golfo Pérsico se encuentran entre las naciones más ricas del mundo, ya que sus economías dependen principalmente de las exportaciones de petróleo y gas, lo que les ha permitido gozar de un ingreso nacional elevado en comparación con su pequeña población. En países como Catar, el producto interno bruto (PIB) per cápita es uno de los más altos del mundo, alcanzando aproximadamente 61.000 dólares en 2023. Mientras tanto, en Arabia Saudita, el PIB per cápita se estima en alrededor de 22.000 dólares en el mismo año. Esta enorme riqueza hace que los países del Golfo sean cautelosos ante cualquier cambio que pueda afectar su equilibrio social y político. Las autoridades del Golfo son conscientes de que la llegada de un gran número de trabajadores árabes podría tener un impacto profundo en los equilibrios raciales y políticos, por lo que prefieren evitar este escenario mediante la contratación de trabajadores asiáticos, quienes tienen menos probabilidades de exigir derechos civiles o sociales.

En resumen, los países del Golfo aplican una política dual en lo que respecta a la migración: rechazan acoger a refugiados árabes debido al temor de su impacto en la sociedad, pero al mismo tiempo reciben a un gran número de trabajadores asiáticos bajo estrictas condiciones laborales que les impiden una plena participación en la sociedad del Golfo.

Las fronteras como herramienta de discriminación y control

Las políticas que siguen los países más poderosos respecto a la migración muestran que las fronteras ya no son simplemente líneas geográficas que separan naciones, sino que se han convertido en poderosas herramientas utilizadas para controlar el movimiento de personas y restringir su entrada en función de criterios raciales, religiosos y culturales. Tanto en Estados Unidos, Europa como en los países del Golfo, estas naciones aplican políticas selectivas con el objetivo de preservar la hegemonía cultural y política de los grupos dominantes. La migración, que anteriormente se consideraba parte de los flujos naturales de la humanidad, hoy en día representa un desafío existencial para muchos gobiernos que temen el impacto de los migrantes en sus equilibrios internos.

En un contexto de crecientes flujos de refugiados y migrantes debido a conflictos armados, cambios climáticos y crisis económicas, estas políticas se vuelven cada vez más estrictas. Según informes de las Naciones Unidas, el número de migrantes internacionales alcanzó alrededor de 281 millones de personas en 2020, lo que representa el 3.6% de la población mundial. Aunque este porcentaje parece pequeño, genera una gran preocupación en los países poderosos que ven la migración como una amenaza a su orden social y económico, temiendo que los equilibrios demográficos y culturales que afectan la identidad nacional se vean alterados.

Las fronteras ya no son meramente barreras geográficas, sino que se han convertido en herramientas políticas utilizadas para proteger la identidad nacional de influencias externas. En Estados Unidos, el miedo a perder el control demográfico lleva al gobierno a endurecer las políticas fronterizas, mientras que en Europa, el temor al impacto de los migrantes musulmanes en la identidad cristiana impulsa a muchos países a restringir el flujo migratorio desde países de mayoría musulmana. En los países del Golfo, las autoridades seleccionan cuidadosamente la mano de obra extranjera para garantizar que se mantenga la hegemonía racial y política, evitando cualquier influencia cultural que pueda amenazar la estabilidad interna.

Abrir las fronteras basándose en valores humanitarios, justicia y respeto mutuo puede contribuir a construir sociedades más equilibradas

Al mismo tiempo, los migrantes y refugiados son percibidos cada vez más como una amenaza en lugar de una oportunidad para enriquecer la diversidad cultural y económica. Estas políticas discriminatorias exacerban la crisis humanitaria mundial y limitan las posibilidades de alcanzar un desarrollo sostenible y equitativo. A medida que aumentan los desafíos ambientales y políticos, la cooperación mundial en cuestiones de migración y asilo se vuelve más necesaria que nunca para garantizar un futuro más estable y justo.

A largo plazo, abordar la crisis migratoria requiere reconsiderar las políticas actuales, que a menudo se basan en el miedo y la exclusión, y adoptar enfoques más justos e igualitarios que tengan en cuenta los derechos humanos de los migrantes y refugiados. Abrir las fronteras basándose en valores humanitarios, justicia y respeto mutuo puede contribuir a construir sociedades más equilibradas y diversas, donde los migrantes y refugiados sean vistos como individuos que buscan mejorar sus vidas y contribuir al desarrollo de las sociedades que los acogen.

Reconocer los derechos de los migrantes no es solo un deber humanitario, sino que también puede representar una oportunidad real para fortalecer las economías y sociedades mediante la diversidad cultural y religiosa. Fomentar la convivencia entre diferentes culturas y garantizar los derechos de los migrantes como parte integral de las sociedades es la solución sostenible que requiere nuestra época. La migración no es la amenaza que muchos temen, sino que puede ser una solución que contribuya a crear una sociedad global más justa y humana, donde las fronteras no sean herramientas de discriminación y control, sino puentes de cooperación y convivencia.

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