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Publicamos este artículo de Maurizio Lazzarato, al hilo de la de la colaboración entre Effimera, Machina-DeriveApprodi y El Salto, sobre las movilizaciones que han estallado en Francia tras la «reforma» de las pensiones implementada por el gobierno de Emmanuel Macron. El análisis se mueve en dos direcciones: por un lado, Lazzarato explora las formas de expresión conflictiva en relación con el ciclo de luchas reactivado por los gilets jaunes, con sus potencialidades rearticuladoras y con los límites del movimiento; por otro, examina el ciclo de movilizaciones en el escenario más amplio de la redefinición de la relación de fuerzas entre las clases en esta coyuntura y de la transformación de equilibrio global entre las superpotencias verificado en el escenario mundial.
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Vayamos directamente al corazón del problema: tras las enormes manifestaciones contra la «reforma» de las pensiones, el presidente Macron decidió «aprobarla por la fuerza» (passer en force) privando a la Asamblea nacional francesa de su poder legislativo e imponiendo la decisión soberana de aprobar la ley que eleva la edad de jubilación de los 62 a los 64 años. En las manifestaciones de protesta de estas semanas, la respuesta inmediata fue «nosotros también pasamos a la fuerza». Entre voluntades opuestas –la voluntad soberana de la máquina del Estado-capital y la voluntad de clase– decide la fuerza. El compromiso capital-trabajo se ha roto desde la década de 1970, pero la crisis financiera y la guerra han radicalizado aún más las condiciones del enfrentamiento.
Intentemos, pues, analizar los dos polos de esta relación de poder basada sobre la fuerza en las sucesivas condiciones políticas posteriores verificadas entre 2008 y 2022.
Sidecar
Análisis El levantamiento francés
El marzo francés
El movimiento parece haber captado el cambio de fase política provocado primero por la crisis financiera de 2008 y después por la guerra. Ha utilizado muchas de las formas de lucha que el proletariado francés ha desarrollado durante los últimos años, manteniéndolas unidas, articulándolas y legitimando de hecho sus diferencias. A las luchas sindicales, con sus marchas pacíficas que se fueron transformando poco a poco para integrar componentes no salariales (el 23 de marzo, la presencia de jóvenes, universitarios y estudiantes de instituto ha sido masiva), se sumaron las manifestaciones «salvajes», que durante días se desarrollaron al anochecer en las calles de la capital francesa y de otras grandes ciudades (donde han sido aún más intensas) .
Ningún sindicato, ni siquiera el más pro presidencialista, la Confédération Française Démocratique du Travail (CFDT), ha condenado las manifestaciones «salvajes»
Esta estrategia de actuación por grupos que se desplazan constantemente de una parte a otra de la ciudad, despistando a los flics [policías], es una clara herencia de las formas de lucha de los gilets jaunes [chalecos amarillos], que empezaron a «aterrorizar» a la burguesía, cuando en lugar de desfilar tranquilamente entre République y Nation, llevaron el «fuego» a los barrios de los ricos situados en el oeste de París. En la noche del 23 de marzo, se contaron novecientos veintitrés «départs de feu» [salidas por fuego] solo en París. Los flics declaran que las noches «salvajes» se han instalado en un nivel superior al de las «escurribandas» de los gilets jaunes.
Ningún sindicato, ni siquiera el más pro presidencialista, la Confédération Française Démocratique du Travail (CFDT), ha condenado las manifestaciones «salvajes». Los medios de comunicación, todos, sin excepción, propiedad de oligarcas, que esperaban ansiosos, tras los primeros «actos violentos», un vuelco de la opinión pública, se sintieron decepcionados: dos tercios de los franceses seguían apoyando la revuelta. El «soberano» se había negado a recibir a los sindicatos, dando a entender claramente su voluntad de enfrentamiento directo, sin mediaciones. Todo el mundo había deducido de ello que solo había una estrategia que adoptar: articular diferentes formas de lucha sin dejarse abochornar por la distinción «violencia/pacifismo».
La conjunción entre los «petits blancs» (el sector más pobre del proletariado blanco) y los «barbares» (los franceses hijos de inmigrantes, los «indígenas de la república») tampoco se ha producido esta vez
La masificación y la diferenciación de los componentes presentes en las manifestaciones se encuentran también en los piquetes de huelga, tan importantes o más que las manifestaciones. Probablemente, la elección de Macron también estuvo motivada por el bloqueo, no del todo exitoso, de la huelga general del 7 de marzo (¡el día 8 la situación había vuelto prácticamente a la normalidad!). Pero lo que Macron no previó fue la aceleración propinada al movimiento tras la decisión de aplicar el Artículo 49.3º de la Constitución francesa, que permite al gobierno aprobar una ley sin contar con la aprobación de la misma por la Asamblea Nacional.
El único movimiento que no se ha integrado en la lucha ha sido el de las banlieues. La conjunción entre los «petits blancs» (el sector más pobre del proletariado blanco) y los «barbares» (los franceses hijos de inmigrantes, los «indígenas de la república») tampoco se ha producido esta vez. Ello no es un hecho menor, como se verá más adelante, porque aquí está en juego la posible revolución mundial, la conjunción Norte/Sur. Se ha producido una articulación de hecho, que ha sido universalmente aceptada, entre las luchas de masas y las luchas de una parte minoritaria, que se ha dedicado a prolongar el conflicto por la noche utilizando las poubelles (cubos de basura), amontonados en los laterales de las calles debido a la huelga de los trabajadores de la limpieza urbana, para bloquear a la policía y meter zbeul (follón, del árabe magrebí zebla, basura). Llamémosla de momento «vanguardia», porque no sé cómo llamar a esta minoría, esperando que los cretinos habituales no apelen al leninismo. Aquí no se trata de llevar la conciencia al proletariado, que carecería de ella, ni de introducir funciones de dirección política, sino articular la lucha contra el brazo de hierro impuesto por el poder establecido. La relación masas/minorías activas está presente en todos los movimientos revolucionarios. Se trata de replantearla en las nuevas condiciones, no de eliminarla.
Antes de las grandes movilizaciones de estos días existían diferencias y divisiones que atravesaban al proletariado francés, debilitando su fuerza de choque. Aquí solo podemos resumirlas: los sindicatos y los partidos institucionales de izquierda, con la excepción de La France Insoumise, nunca entendieron el movimiento de los gilets jaunes, ni su naturaleza, ni las reivindicaciones de estos trabajadores que no encajan en los estándares clásicos del trabajo asalariado, habiendo mostrado todos ellos indiferencia, cuando no hostilidad, hacia sus luchas. Por el contrario, estos sindicatos y partidos institucionales de izquierda han expresado una enemistad abierta hacia los «bárbaros» de las banlieues (con la excepción de nuevo de La France Insoumise), a la cual se han unido determinados sectores del movimiento feminista, cuando todos ellos se han mostrado dóciles ante de las campañas racistas lanzadas por el poder y los medios de comunicación contra el «velo islámico». Por su parte, ni los gilets jaunes ni los «bárbaros» de las banlieues han sido capaces de desarrollar formas de organización autónomas e independientes capaces de aportar su punto de vista, que ni los sindicatos ni los partidos, encerrados en torno a unas bases en continuo proceso de disminución, quieren siquiera considerar. En el seno de los «bárbaros» se ha desarrollado una teoría decolonial, muchas de cuyas posturas pueden compartirse, pero que hasta la fecha ha sido incapaz de arraigar en los barrios y dotarse de una organización de masas. El movimiento feminista, en cambio, está bien organizado y ha desarrollado análisis lúcidos y profundos, expresando posiciones radicales, pero no aporta rupturas políticas de esta magnitud. No da la batalla política en el seno de las luchas en curso, aunque las mujeres son seguramente las más afectadas por las «reformas». Así, el proletariado francés se hallaba fragmentado por el racismo, el sexismo y las nuevas formas de trabajo precario.
El movimiento actual ha hecho bouger les lignes [que se muevan las cosas] como dicen los franceses, es decir, ha desplazado las líneas divisorias, recomponiendo parcialmente las diferencias. Las acciones ecológicas también han encontrado fuerza y recursos en el seno de las luchas. Los enfrentamientos de Sainte-Soline contra la construcción de grandes embalses destinados a recoger agua para la industria agroalimentaria, en los que la policía utilizó armas de guerra, suscitaron indignación y provocaron la movilización durante los días siguientes con la reanudación de manifestaciones «salvajes», aunque a menor escala. ¿Un salto en las recomposiciones? Tal vez sea demasiado pronto para decirlo, pero en cualquier caso los distintos movimientos que han barrido Francia en los últimos años se han injertado en la movilización sindical, dándole poco a poco otra imagen y otra sustancia: el desafío al poder y al capital. En dos meses estos movimientos han quemado a Macron y han colocado su presidencia en un callejón sin salida.
Cuando el sistema político de los países occidentales se vuelve oligárquico y cuando el consenso ya no puede asegurarse con los salarios, las rentas y el consumo, continuamente bloqueados o recortados, la policía se convierte en el eje fundamental de la «gobernanza». Macron ha gestionado las luchas sociales acaecidas durante su presidencia únicamente mediante la policía. La brutalidad de las intervenciones policiales está ahora en el centro de la estrategia de orden público de Francia. Francia no solo tiene una gran tradición revolucionaria, sino también una tradición de ejercicio de la violencia contrarrevolucionaria, que ha sido inaudita en las colonias y proporcionada al peligro corrido por el poder en la metrópoli, donde en 1848 las clases dominantes francesas hicieron intervenir al ejército colonial, la Armée d'Afrique que había conquistado Argelia, para reprimir la revolución. En estos momentos, lo que está en juego en el movimiento no se remite tan solo al trabajo y a su rechazo, sino que atañe al futuro del propio capitalismo y de su Estado, ¡como ocurre siempre que estallan guerras entre imperialismos!
La lección que podemos sacar de estos dos meses de lucha es la urgencia de repensar y reconfigurar el problema de la fuerza, de su organización y de su utilización. La táctica y la estrategia han vuelto a ser de nuevo necesidades políticas de las que los movimientos se han preocupado poco, centrándose casi exclusivamente en la especificidad de sus relaciones de poder (sexistas, racistas, ecologistas, salariales). Y, sin embargo, estos movimientos han elevado el nivel de la confrontación al moverse objetivamente juntos, pero sin que se halla producido una coordinación subjetiva, lo cual ha desestructurado al poder constituido. O se propone de nuevo el problema de la ruptura con el capitalismo, con todo lo que ello implica, o seguiremos actuando tan solo a la defensiva. Lo que surge cuando se impone la guerra entre imperialismos es siempre, históricamente, la posibilidad de su «colapso», del cual también puede surgir una nueva división del poder en el mercado mundial y un nuevo ciclo de acumulación. Estados Unidos, China y Rusia son plenamente conscientes de lo que está en juego. Que la lucha de clases pueda elevarse a este nivel del enfrentamiento sigue siendo dudoso.
La autocracia occidental
La Constitución francesa prevé siempre la posibilidad de que el «soberano» decida en el seno de las instituciones llamadas democráticas, de ahí la invención de su Artículo 49.3, que permite legislar sin pasar por la Asamblea Nacional. Es la inscripción en la Constitución de la continuidad de los procesos de centralización política, que comenzaron mucho antes del nacimiento del capitalismo. La centralización de la fuerza militar (el monopolio legítimo de su ejercicio), también anterior al capitalismo, constituye la otra condición indispensable para el surgimiento de la máquina del Estado-capital, que a su vez procederá inmediatamente a centralizar la fuerza económica constituyendo monopolios y oligopolios, que no han hecho más que aumentar en tamaño, así como en peso económico y político, a lo largo de la historia de este sistema histórico.
Los enormes desequilibrios y polarizaciones existentes entre los Estados y entre las clases, que estas centralizaciones provocan, conducen directamente a la guerra
Gran parte del pensamiento político ha ignorado el capitalismo realmente existente, eludiendo la consideración de sus procesos de centralización «soberana», lo cual ha allanado el camino a los conceptos de «gubernamentalidad» (Foucault), de «gobierno» (Agamben, quien se movilizó mucho durante la pandemia, pero ha desaparecido de escena una vez estallada la actual guerra entre imperialismos, que es de hecho muy poco biopolítica), y de «gobernanza». Las declaraciones de Foucault a este respecto son significativas del clima teórico de la contrarrevolución: «La economía es una disciplina sin totalidad, la economía es una disciplina que empieza a manifestar no solo la inutilidad, sino la imposibilidad de un punto de vista soberano». Los monopolios son los «soberanos» de la economía, que solo aumentarán su voluntad de totalización combinándose con el poder «soberano» del sistema político y el poder «soberano» del ejército y la policía. El capitalismo no es idéntico ni al liberalismo ni al neoliberalismo. Ambos son radicalmente diferentes y han constituido un verdadero sinsentido describir el desarrollo de la máquina Estado-capital como el paso de las sociedades soberanas a las sociedades disciplinarias y, luego, a las sociedades de control. Las tres centralizaciones (económica, estatal y militar) se complementan, pero quien manda siempre y en todo caso son las formas de gubernamentalidad (liberal o neoliberal), que utilizan y abandonan esos procesos de centralización a medida que el choque de clases se radicaliza.
Carta desde Europa
Guerra en Ucrania ¡Alemanes, al frente!
Los enormes desequilibrios y polarizaciones existentes entre los Estados y entre las clases, que estas centralizaciones provocan, conducen directamente a la guerra, la cual expresa una vez más la verdad del capitalismo (el choque de imperialismos), cuyas repercusiones políticas son inmediatas, sobre todo en los pequeños Estados europeos. Mientras el presidente francés afirma la soberanía frente a su «población», ha cedido, como buen vasallo, otra gran parte de la misma a Estados Unidos, que ha logrado sustituir, gracias a la guerra contra el «oligarca ruso», el eje franco-alemán por el eje conformado por Estados Unidos, Gran Bretaña y los países del Este de Europa en cuyo centro los estadounidenses han instalado al más reaccionario, sexista, clerical, homófobo, antiobrero y belicista de los países europeos, Polonia. En estos momentos, no solo la hipótesis federal es una utopía, sino también la Europa de las naciones. El futuro será de los nacionalismos y de los nuevos fascismos. Si alguien quisiera alguna vez resucitar el proyecto europeo tras el nuevo consentimiento servil a la lógica del imperialismo del dólar, primero tendría que emprender una lucha de liberación del colonialismo yanqui.
Der Spiegel habla de «déficit democrático», de «la propia democracia en peligro», cuando son las políticas económicas que estos medios defienden en nombre del establishment las causas de la autocracia occidental
En el tablero internacional, Francia cuenta menos de lo que contaba antes de la guerra, pero como todos los señores subalternos, Macron vierte toda su venenoso rencor y su impotencia sobre sus «súbditos» a los cuales reserva el tratamiento de su policía. Según el Financial Times (25 de marzo de 2023), «Francia tiene el régimen que, entre los países más desarrollados, más se acerca a una dictadura autocrática». Resulta divertido leer en la prensa internacional que el capital está alarmado (The Wall Street Journal), porque «las marchas forzadas impuestas por Macron a la transformación de la economía francesa en un entorno favorable para las empresas se hace a expensas de la cohesión social». Su verdadera preocupación no son las condiciones de vida de millones de proletarios y proletarias franceses, sino el peligro «populista» que amenazaría con poner en discusión la Alianza Atlántica, la OTAN global y, por lo tanto, a Estados Unidos que la dirige: la «rebelión parlamentaria» y el «caos que se extiende por todo el país plantean cuestiones ominosas para el futuro de Francia a todos aquellos que esperan que permanezca firmemente en el campo liberal, partidaria de la UE y de la OTAN» (Político). El Financial Times teme que Francia «siga los pasos de estadounidenses, británicos e italianos y opte por el voto populista». No está claro si estos medios de comunicación son hipócritas o irresponsables. Les gustaría tener dos cosas al mismo tiempo: ingresos financieros y monopolísticos y cohesión social, democracia y dictadura del capital, empresas exentas de impuestos, financiadas suntuosamente por un sistema de bienestar completamente descuajeringado rediseñado a su favor, y paz social. Der Spiegel habla de «déficit democrático», de «la propia democracia en peligro», cuando son las políticas económicas que estos medios defienden a diario en nombre del establishment las causas de la autocracia occidental que no tiene nada, pero que nada, que envidiar a la oriental.
El ciclo de las luchas mundiales después de 2011
Lo que empieza solo a vislumbrarse en las luchas acaecidas Francia, el desafío al poder y al capital, es lo que las luchas en el Sur global han logrado inmediatamente después de 2011. El Sur global desempeñó una función estratégica decisiva, incluso más que las luchas en Occidente, ya en el siglo XX. La dimensión internacional de las relaciones de fuerza es un nudo decisivo para volver a tomar la iniciativa. La crisis de 2008 no solo abrió la posibilidad de la guerra (que ha llegado puntualmente), sino también la posibilidad de rupturas revolucionarias (la realidad de las luchas se mueve, está obligada a moverse, en esta dirección, si no quiere ser arrastrada por la acción conjunta de la guerra y los nuevos fascismos).
La última globalización no solo ha labrado diferencias, sino que también ha creado Norte en el Sur e implantado Sur en el Norte. De ello no debe deducirse en absoluto una homogeneidad de los comportamientos políticos y de los procesos de subjetivación entre estas dos fracciones diferentes. La polarización centro-periferia es inmanente al capitalismo y debe reproducirse imperativa y continuamente. Sin la depredación del «Sur», sin la imposición del desarrollo «lumpen» y del «intercambio desigual» (Samir Amin), la tasa de beneficio está destinada a caer inexorablemente a pesar de todas las innovaciones, tecnologías e inventos que el Norte pueda producir bajo el control del mayor empresario tecnocientífico, el Pentágono estadounidense. Esta es la razón subyacente de la guerra actual. El gran Sur quiere salir de esta relación de subordinación, de hecho ya ha salido parcialmente de ella, siendo esta voluntad política la que amenaza la hegemonía financiera y monetaria estadounidense y su supremacía productiva y política.
Análisis
Diario de la crisis Industria bélica S.A.: cómo fabricar la guerra infinita
Hay al menos dos grandes diferencias políticas que subsisten entre Occidente y el resto del mundo. Comencemos por la primera. La no integración de los «bárbaros» de las periferias francesas en las luchas actuales, a pesar de que constituyen uno de los estratos más pobres y explotados del proletariado francés, es ya un síntoma, interno esta vez a los países occidentales, de las dificultades para superar la «división colonial» de la que los blancos se han beneficiado durante mucho tiempo.
En el seno del ciclo de luchas iniciado en 2011, se ha producido una diferenciación similar a la que se produjo en el siglo XX. Entonces teníamos, por un lado, las revoluciones socialistas o de liberación nacional (con tintes socialistas en todo caso) en la totalidad del gran Sur y, por otro, luchas de masas, algunas muy duras, pero incapaces de desembocar en procesos revolucionarios exitosos en Occidente. Hoy tenemos grandes huelgas en Europa (Francia, Gran Bretaña, España e incluso Alemania) y en cambio verdaderos y propios levantamientos, insurrecciones y apertura de procesos revolucionarios en el gran Sur. Consideremos solo algunos ejemplos, Egipto y Túnez, por un lado, que inauguraron el ciclo en 2011, y Chile e Irán, que han experimentado ciclos muy intensos de luchas más recientemente, para destacar las diferencias y las posibles convergencias existentes.
El enemigo ni siquiera es solo el poder nacional, la soberanía de un Estado como el chileno. En estas situaciones nos enfrentamos directamente a las políticas imperialistas
Resulta difícil comparar el levantamiento de la Primavera Árabe con «Occupy Wall Street», aunque hubo una circulación de las formas de lucha: derrocamiento del poder establecido, millones de personas movilizadas, sistemas políticos sacudidos hasta sus cimientos, represión con cientos de muertos, la posibilidad de abrir un verdadero proceso revolucionario, que fue inmediatamente abortado porque, como rezaba un cartel en El Cairo durante el levantamiento, «media revolución, ninguna revolución». Occupy Wall Street nunca puso sobre la mesa relaciones de poder de esta magnitud, ni logro producir, aunque sea durante breves períodos, «vacíos», desestructuración o deslegitimación de los dispositivos de poder, como periódicamente determinan los levantamientos registrados en el Sur. Y sigue siendo el Sur el que abre y promueve nuevos ciclos de lucha (véase también el feminismo sudamericano), que se reproducen con menor intensidad y fuerza en el Norte.
Chile, el país en el que nació el «neoliberalismo» después de que la acción de la máquina del Estado-capital destruyera físicamente los procesos revolucionarios en curso y convocara a Hayek y Friedman para construir sobre esa masacre el mercado, la competencia y el capital humano (no confundir nunca neoliberalismo con imperialismo y capitalismo, ¡hay que distinguirlos siempre con cuidado!), presenta otro tipo de insurrección de la que se pueden extraer otras lecciones, aunque, como en el Norte de África, se trate de derrotas políticas.
En Chile, a diferencia de Egipto, una multiplicidad de movimientos (la importancia del movimiento feminista e indígena es significativa) se expresó en el levantamiento. Pero en un determinado momento de la lucha entre las clases nos enfrentamos a un poder que ya no es solo el poder patriarcal o heterosexual, que ya no es solo el poder racista o el poder del patrón, sino que es el poder general de la máquina Estado-capital, que los engloba, los reorganiza y, al mismo tiempo, los desborda. El enemigo ni siquiera es solo el poder nacional, la soberanía de un Estado como el chileno. En estas situaciones nos enfrentamos directamente a las políticas imperialistas, porque cualquier ruptura política, como en Egipto (más que en Túnez) o en Chile o Irán, corre el riesgo de poner en cuestión las relaciones de fuerza en el mercado mundial, así como la organización global del poder: tanto el levantamiento chileno como el egipcio fueron seguidos muy de cerca por Estados Unidos, que no dudó en intervenir con su «injerencia estratégica». Una situación similar se ha producido también en Francia: el desarrollo de las luchas se encuentra, a partir de una lucha «sindical», frente a la totalidad de la máquina del Estado-capital.
En el seno de estos momentos de lucha se llega un punto de no retorno para ambos contendientes, porque no es posible consolidar formas estables de contrapoder, de espacios o territorios «liberados», sino durante cortos períodos de tiempo. La solución zapatista no es generalizable, ni reproducible (como, por otra parte, siempre han afirmado los propios zapatistas). No está claro cómo se puede implantar un «doble poder» duradero en las condiciones actuales del capitalismo. Al mismo tiempo, la toma del poder no parece, desde 1968, una prioridad. ¡La situación es un rompecabezas! A pesar de las diferencias políticas existentes entre el Norte y el Sur, surgen, no obstante, problemas transversales: qué sujeto político debemos construir que sea capaz, al mismo tiempo, de organizar la multiplicidad de las formas de lucha y de puntos de vista y de plantear la cuestión del dualismo del poder y de la organización de la fuerza.
Análisis
Diario de la crisis 5. Guerra y moneda
Las revueltas, las insurrecciones (pero también, aunque de manera diferente, las luchas en Francia) producen una serie de rompecabezas: la imposibilidad de totalizar y sintetizar las luchas y la imposibilidad de permanecer únicamente en la dispersión y la diferencia; la imposibilidad de no rebelarse desestructurando el poder y la imposibilidad de tomar el poder; la imposibilidad de organizar la transición de la multiplicidad al dualismo de poder impuesto por el enemigo y la imposibilidad de permanecer únicamente en la multiplicidad y la diferencia; la imposibilidad de centralización y la imposibilidad de enfrentarse al enemigo sin centralización. Reflexionar a fondo sobre estos rompecabezas es la condición sine qua non para crear lo posible de la revolución. Sólo en estas condiciones, superando estas imposibilidades, lo imposible se hace posible.
La segunda gran diferencia entre el Norte y el Sur se refiere a la guerra en curso y al imperialismo. El imperialismo define el salto cualitativo dado en el proceso de integración de los tres procesos de centralización económica, política y militar mencionados, que la Primera Guerra Mundial sancionó y que han alcanzado su punto culminante durante el «neoliberalismo», a pesar de la libre competencia, la libre empresa, la lucha contra cualquier concentración de poder que distorsione aquella, etcétera, hasta el punto de imponer, como hacen hoy, la inflación de los beneficios («pricing power», el poder de fijar los precios desafiando al autodenominado «neoliberalismo») no contentas estas clases dominantes con la depredación que ejercen a escala mundial ni con la reorganización de las políticas de bienestar que han impuesto a su favor. El movimiento francés no se ha expresado sobre la guerra entre imperialismos. La lucha contra la reforma de las pensiones se inscribe en este marco, aunque nunca se haya planteado la cuestión.
El hecho de que Europa esté en guerra y Occidente reorganice el Estado del bienestar en Estado de guerra cambia considerablemente la situación política. Tal vez sea mejor así, aunque se trate de una limitación política evidente. De haberse posicionado respecto a la guerra interimperialista, probablemente habrían surgido en el movimiento francés posiciones políticas diferentes e incluso opuestas. En el Sur global, en cambio, el veredicto sobre la guerra es claro y unánime: se trata de una guerra entre imperialismos, cuyo origen es, sin embargo, el imperialismo estadounidense al que se adhieren las suicidas clases políticas europeas. El Sur solo está dividido entre Estados partidarios de la neutralidad y Estados alineados con Rusia, rechazando todos ellos, no obstante, las sanciones y el suministro de armas.
Fueron las revoluciones, temidas en el Norte y victoriosas en el Sur, las que obstruyeron la máquina del Estado-capital, obligándola a hacer concesiones
En el Sur la categoría de imperialismo nunca ha sido cuestionada como en Occidente. El gran error de Negri y Hardt en Imperio (2000), cuya formación supranacional ni siquiera ha comenzado, es significativo de una diferencia de análisis y de sensibilidad política que les llevó a afirmar, en el último volumen de su trilogía, que el Imperio imposible habría optado por las finanzas después de probar la guerra. Exactamente lo contrario de lo que ha sucedido: las finanzas estadounidenses, habiendo producido y continuando produciendo crisis repetidas, que ponen continuamente al capitalismo al borde del colapso, cuya salvación se verifica exclusivamente por la intervención de la soberanía de los Estados, en primer lugar del estadounidense, obliga a Estados Unidos a la guerra. El imperialismo contemporáneo, cuyo concepto podría resumirse (simplificándolo mucho) en el triángulo monopolio/moneda/guerra, también arroja luz sobre los límites de las teorías que lo han ignorado y nos obliga a adoptar el punto de vista del Sur, que nunca lo ha abandonado porque aún lo lleva a cuestas. Como nosotros por lo demás, ¡pero preferimos fingir que no!
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Sidecar Anegados en liquidez
¿Cómo salir de la contrarrevolución?
Uno admira con toda la razón las luchas del proletariado francés. Uno se entusiasma, porque reconoce rasgos de las revoluciones del siglo XIX (e incluso de la gran revolución), porque estas luchas siempre dificultan la contrarrevolución en curso con una continuidad y una intensidad que no se ven en ningún otro país occidental. Sin embargo, hay que permanecer alerta. Si los proletarios y proletarias franceses se levantan con una regularidad impresionante contra las «reformas», solo consiguen, al menos hasta ahora, retrasar su aplicación o modificarlas marginalmente, produciendo y sedimentando, por otra parte, procesos de subjetivación sin precedentes, que se acumulan como sucede en las luchas actuales (de las luchas contra la Loi 2016-1088 relative au travail, à la modernisation du dialogue social et à la sécurisation des parcours professionnels –impulsada por el gobierno de Manuel Valls y la entonces ministra de Trabajo Myriam El Khomri– a los gilets jaunes pasando por las Zones a Deféndre). Las luchas, sin embargo, han sido todas, al menos hasta ahora, defensivas, cuyo sentido reactivo puede ciertamente invertirse, pero existe todavía un obstáculo de partida considerable para que ello suceda.
Para explicar lo que debemos llamar, a pesar de las grandes resistencias expresadas al respecto, «derrotas», debemos quizá remontarnos a cómo se han impuesto las conquistas salariales, sociales y políticas históricamente. Si en el siglo XIX las primeras victorias fueron fruto de las luchas de las clases trabajadoras europeas, en el siglo XX el Sur desempeñó un papel estratégico cada vez más importante. Fueron las revoluciones, temidas en el Norte y victoriosas en el Sur, las que obstruyeron la máquina del Estado-capital, obligándola a hacer concesiones. Lo que daba miedo era la autonomía e independencia del punto de vista proletario que allí se expresaba. La conjugación de las revoluciones campesinas en el Sur con las luchas obreras en el Norte dio lugar a un frente objetivo de luchas transversal a la «línea de color», que forzó aumentos salariales y políticas de bienestar en el Norte y la ruptura de la división colonial, que había reinado durante cuatro siglos, en el gran Sur. Este es el fruto más importante de la revolución soviética (Lenin nunca fue a Londres ni a Detroit, sino que se le veía por Pekín, Hanoi, Argel, etcétera), que solo fue prolongada por los «pueblos oprimidos».
Al igual que el socialismo es imposible en un solo país, también es imposible imponer condiciones a la máquina del Estado-capital desde una sola nación. Las clases obreras occidentales habían sido derrotadas por el estallido de la Primera Guerra Mundial, cuando la inmensa mayoría del movimiento obrero aceptó enviarlas al matadero para gloria de sus burguesías nacionales. Para cuando tanto la clase como el movimiento obrero se habían redimido mediante el antifascismo, la iniciativa ya estaba en manos de las revoluciones «campesinas», cuya fuerza empujó a los centros del capitalismo hacia el Este. Para entonces, las clases trabajadoras occidentales se habían integrado en el desarrollo y, aunque se rebelaron, nunca estuvieron en condiciones de amenazar realmente a la maquinaria del Estado-capital. Durante ese mismo periodo, las revoluciones del gran Sur se han transformado en máquinas de producción o en Estados-nación.
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Crisis financiera Do you remember Lehman Brothers?
Una vez desaparecida la amenaza de la revolución en el Norte y su presencia real en el Sur, la relación de fuerzas se ha invertido radicalmente: empezamos a perder y seguimos perdiendo, pieza a pieza, todo lo conquistado (el paso de la edad de jubilación de 60 a 67 años, siete años de vida capturados de un plumazo por el capital, es quizá la señal más clara de la derrota). Hasta la contrarrevolución iniciada en la década de 1970, incluso cuando éramos derrotados políticamente, avanzábamos económica y socialmente. Hoy perdemos en ambos frentes. Ahora, tras la crisis de 2008, estallan luchas significativas en todas partes (el marzo francés es una de ellas), pero si no se reteje la red de las insurrecciones y de las luchas a escala global, subjetivamente esta vez, dudo que pueda romperse la jaula de la contrarrevolución.
Hombres y mujeres de buena voluntad proponen civilizar la guerra de clases situada en el origen de las guerras entre Estados. Les deseamos buena suerte. En un solo siglo (1914-2022), los diversos imperialismos han llevado a la humanidad al borde del abismo en cuatro ocasiones: durante la Primera Guerra Mundial; durante la Segunda Guerra Mundial, con el punto álgido del nazismo; durante la Guerra Fría, en la que se vislumbró por primera en la historia la posibilidad del fin nuclear de la humanidad; y en la guerra actual, de la que Ucrania no será más que un episodio, que podría revivir esta última eventualidad.
Frente a esta trágica y recurrente repetición de guerras entre imperialismos (ni siquiera contamos las demás), se trata de reconstruir las relaciones internacionales de fuerza y elaborar un concepto de guerra (de estrategia) adecuado a esta nueva situación. El Manifiesto comunista daba una definición que sigue siendo de absoluta actualidad, aunque haya sido eliminada o haya caído en el olvido de la pacificación: «[…] la guerra ininterrumpida, a veces disfrazada, a veces abierta. Disimulada o explícita, requiere siempre un conocimiento de las relaciones de fuerza, así como una estrategia y un arte de la ruptura, adaptados a estas relaciones. La guerra, históricamente, pero parece que todavía hoy es así, puede dar lugar a una transformación revolucionaria» o a una nueva acumulación de capital a escala mundial. Otra posibilidad que el Manifiesto comunista de Marx y Engels consideraba está a la orden del día, agravada por el desastre ecológico en curso, «la destrucción [no solo] de las dos clases en lucha», sino también de la humanidad.