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Análisis
La Real Casa de Correos, de epicentro del terror franquista a Lugar de Memoria
Hoy, la Real Casa de Correos es la sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid. Es el lugar también donde, cada 31 de diciembre, se celebra la llegada del Año Nuevo en Madrid y se retransmite por la mayoría de televisiones de este país. La Puerta del Sol es un lugar donde confluyen movilizaciones, pero también turistas, compradores, transeúntes. Pero lo que se ha querido ocultar durante las últimas cuatro décadas es que dicho edificio fue la sede de la Dirección General de Seguridad, quien coordinaba los servicios policiales franquistas. Entre ellos, a la Brigada Político Social, la policía política de la dictadura, que se encargaba de perseguir a la oposición contra el régimen.
Desde hace años se lleva reivindicando que se convierta en un Lugar de Memoria, con una placa en el exterior o un museo. Ayer se votaba en la Comisión Constitucional del Congreso la aprobación de que este edificio sea declarado como “Lugar de Memoria Democrática”, con 19 votos a favor y 18 en contra (de PP y Vox). Hoy el BOE publica que tiene que tomarse esa medida, poniendo una placa, entre otras cosas. Pero, ¿qué fue lo que ocurrió entre sus cuatro paredes para qué hoy aún siga tan vivo en la memoria de este país?
Un edificio al servicio del orden público…
La Real Casa de Correos, tal y como su nombre indica, se construyó a finales del siglo XVIII por el arquitecto francés Jaime Marquet, para albergar el incipiente servicio postal. Sin embargo, debido a la situación de movilizaciones, revueltas, revoluciones que se dieron a lo largo del siglo XIX cerca del lugar, pronto se convirtió en una zona para mantener el orden público, con las primeras guarniciones militares que se apostaron en las puertas del inmueble.
El 19 de julio de 1939 moría en los calabozos del edificio de la Puerta del Sol el trabajador de Telefónica y militante de UGT Sergio Álvarez Ibáñez
Desde que tenemos noticias sobre su existencia, la Puerta del Sol fue lugar de confrontación, primero con los comuneros a principios del siglo XVI. Aunque después perdió cierto protagonismo en la Villa, fue a finales del siglo XVIII y principios del XIX cuando volvió a convertirse en epicentro de la protesta y la lucha encarnizada. El motín de Esquilache, el 2 de mayo de 1808, las revoluciones liberales, la Gloriosa de 1868, la proclamación de la II República, todas estas luchas dejaron su rastro en la céntrica plaza madrileña. Incluso dentro del edificio, que fue tomado varias veces por los revolucionarios.
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En un momento de cambios, de consolidación del Estado burgués y del aparato policial moderno, en 1848, se instaló en la Real Casa de Correos el Ministerio de la Gobernación (hoy Interior). A partir de esos años, con la creación de las primeras organizaciones de trabajadores de corte anarquista, socialista, republicano, también comienzan, desde las dependencias de este edificio, a llevarse a cabo las primeras políticas contra el movimiento obrero, prohibiciones del 1º de Mayo, de las huelgas, del derecho de reunión y manifestación, de sindicarse libremente, etc.
También se promulgaron las primeras instrucciones policiales para hacer frente mediante infiltraciones, delaciones a todos aquellos que se movilizaban por mejorar sus condiciones de vida. Porque en periodos como la Restauración borbónica o la dictadura de Primo de Rivera estuvo presente la represión contra obreros, estudiantes e intelectuales.
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Pero yendo al meollo de la cuestión, en septiembre de 1939, a los pocos meses de acabar la Guerra Civil, en la Real Casa de Correos situó la Dirección General de Seguridad, organismo creado ya en el siglo XIX y estabilizado en 1912, pero que con el franquismo alcanzará sus mayores cotas de poder, como órgano de control y vigilancia de la disidencia contra la dictadura y de la sociedad en general. De la mano, sobre todo, de la Brigada Político Social (BPS), que ya tiene sus antecedentes con la Brigada de Investigación Social de Primo de Rivera. Pero que con Franco se convertirá en un pilar fundamental del aparato represivo del régimen.
Entre las cuatro paredes del céntrico edifico actuará esta BPS. Pronto se hicieron notar, incluso antes de instalarse allí la DGS. El 19 de julio de 1939 moría en los calabozos del edificio de la Puerta del Sol el trabajador de Telefónica y militante de UGT Sergio Álvarez Ibáñez por un supuesto “ataque cardíaco por neumonía”. Aunque los policías que lo interrogaron negaron la mayor, los médicos forenses, aunque también desmintieron las torturas dijeron que el enfermo “tenía contusiones en los codos, regiones pectorales y nalgas”. No son efectos de una neumonía precisamente, si no de las torturas sufridas.
No sería el único episodio en el que la policía política se inventaría una muerte natural, cuando fue realmente por malos tratos. En 1953 estaba el caso de Tomás Centeno, dirigente de la UGT, que en 1953 supuestamente se suicidó en los calabozos de la Real Casa de Correos. Pero el testimonio de uno de los que trabajaba en el depósito de cadáveres a los familiares del muerto, les dijo que tenía las nalgas deshechas, fruto de los golpes sufridos que le causaron la muerte. Algunos sí que se intentaron suicidar de verdad, como el caso del guerrillero comunista Cristino García Granda, en 1946, tras los crueles métodos policiacos contra su persona.
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Otros fueron tirados por las ventanas, como el dirigente del PCE Julián Grimau, en 1963, que fue fusilado en una silla porque no podía mantenerse de pie, por lo que le había ocurrido entre las cuatro paredes del edificio de la Puerta del Sol, que en los años 40 llamaban el “Belsen español”, comparándolo con un campo de concentración nazi. Otros fueron torturados por policías como Saturnino Yagüe, Roberto Conesa, Billy el Niño, Villarejo, tras ser detenidos por hechos que no cometieron, como los anarquistas Granados y Delgado, que fueron inculpados injustamente de poner un artefacto en la sección de Pasaportes de la DGS, saliendo a la luz años después quienes habían sido realmente. También muchas mujeres sufrieron las torturas, las violaciones, las vejaciones en los calabozos de la Puerta del Sol, por el simple hecho de organizarse políticamente, hacer huelgas o querer abortar.
La DGS lo controlaba todo. No sólo la lucha política, sino también la disidencia moral, con la prohibición de los carnavales, las normas de vestimenta, la persecución de la pobreza y los quinquis (que ya estaban en el franquismo, a finales de los 50).
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La Real Casa de Correos como DGS (después Dirección General de Policía) tuvo un inicio trágico y también un final tenebroso, con la desaparición a manos de la policía de Santiago Corella, alias el Nani, en 1983. Porque sí, durante los años de la Transición, una época llena de luchas, de sangre y muertos a manos de las fuerzas de orden público y bandas fascistas, siguió siendo el edificio epicentro del terror policial con las muertes del militante del PCE (R) José España Vivas, entre las cuatro paredes del edificio en 1980, por las torturas sufridas o en 1981 del militante de ETA Joseba Arregui, que falleció en la prisión tras todos los golpes sufridos en la Real Casa de Correos.
Necesidad de un museo de la represión franquista
A partir de principios de los 80, con la creación de la Comunidad de Madrid, en el edificio se instaló la presidencia de la Comunidad, aunque hubo dependencias policiales dentro hasta 1991.
Se ha hecho todo lo posible por borrar ese pasado tenebroso. Y es que los que habitaron dicho edificio durante la dictadura, no solo no fueron purgados y juzgados en democracia, sino que siguieron en sus puestos, incluso algunos ascendieron y tuvieron muy buenas jubilaciones o trabajaron para la empresa de seguridad privada. Por poner un ejemplo, el famoso Carlos Arias Navarro, el hombre que dijo “españoles, Franco ha muerto”, fue jefe de la DGS entre 1957 y 1965. Este hombre fue el primer presidente de la Monarquía, hasta julio de 1976. Después formaría parte de Alianza Popular y fue nombrado senador. El propio monarca le otorgó el título de marqués de Arias Navarro. Y como este, se pueden poner centenares de ejemplos.
De los calabozos ya queda poca cosa. No se ha puesto una placa que recuerde lo que allí pasó. Desde hace más de diez años, todos los jueves por la tarde, hay movilizaciones de organizaciones memorialistas y víctimas del franquismo pidiendo, entre otras cosas, que dicho edificio se convierta en un Lugar de Memoria. Parece que sus palabras han sido oídas, tras tanta luchas.
Pero, ¿cómo se va a concretar eso, más allá de una declaración institucional? ¿se va a poner una placa? De las decenas de centros policiales franquistas que hubo en el país, solo en la comisaría de Vía Laietana, en Barcelona, hay una donde se explican las torturas durante la dictadura. ¿Se va a hacer un museo, como el Museo do Aljube en Lisboa? Veremos qué pasa. Pero las víctimas, los investigadores, los colectivos memorialistas no queremos más palabras vacías. Con mi trabajo La DGS. El palacio del terror franquista (publicado con Espasa) he querido señalar todo lo que allí ocurrió. Porque no lo podemos olvidar.
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Todo este dolor e injusticia practicados por quienes querían mantenernos en la opresión y la oscuridad, no puede quedar en el olvido. Hacer un museo donde se narren las torturas, se den honores a los militantes asesinados y se explique que los torturadores salieron de rositas, es lo minimo que se puede hacer.