Análisis
Reflexiones a un año de la primera victoria electoral de Javier Milei

Una sensación sigue imperando sobre parte de la población que votó a Milei: no hay alternativa al abismo reaccionario neoliberal, apoyado sobre una concepción del éxito de tipo darwinista.
14 ago 2024 06:00

Ayer se cumplía un año de la primera victoria electoral de Javier Milei. La que implicó una sorpresa para buena parte del país, dado el calibre de esperpento histriónico que acompañaba al personaje y su discurso. Un tipo que, no obstante, prosperaba en apoyo. Lo hacía en un contexto tanto de constante desgaste para el gobierno de coalición peronista, en continua crisis política, como de profundización progresiva de una situación de crisis inflacionaria severa, que asediaba el país desde hacía más de un lustro. Una crisis de inflación que en los últimos dos años contaba con periódicos puntos de inflexión cada vez más preocupantes, perturbadores y empobrecedores.

En esa coyuntura, un 13 de agosto, allá invernal, Milei y su partido, La Libertad Avanza, resultaron ser la opción más votada en las PASO: elecciones Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias que tuvieron lugar de cara a las elecciones presidenciales. Fue entonces cuando el minusvalorado impacto del estrambótico Javier Gerardo mostró el músculo que había acumulado durante esos dos últimos años, siendo el candidato más votado con un 30% de los votos.

Aquella victoria del neocon ultraderechista era para mí un temor fantasmático e incrédulo que se hacía realidad. Un temor hecho presente desde que entrara en las Cámaras parlamentarias con las elecciones legislativas de noviembre de 2021, debutando con un 17% del sufragio. Pero ¿por qué un miedo fantasmal e incrédulo? Porque rondaba desde hacía tiempo como presencia acechante sin poder calibrar su corporeidad.

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Se trataba de un temor real pero sin dimensiones apreciables. Real desde hacía años por distintas causalidades de calado. Cabe destacar la fortaleza del antiperonismo, que se había recrudecido y envalentonado durante el ejercicio del poder gubernamental y mediático en los años de Mauricio Macri (2015-2019), reforzado por el anti-kirchnerismo que había sido alimentado durante los años de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015), llegando a su máxima expresión con el intento de asesinato de la expresidenta en el año 2022, cuando ejercía como vicepresidenta del gobierno presidido por Alberto Fernández. Se trataba de un antiperonismo coaligado, por la larga crisis del sistema de partidos tradicional, al que ganó la coalición del Frente de Todos en medio de una crisis inflacionaria, que ya entonces duraba desde hacía varios años, pero que había sufrido un salto cuantitativo y cualitativo durante los años en los que el gobierno derechista de la coalición macrista Juntos por el Cambio firmaba la mayor deuda de la historia del Fondo Monetario Internacional, sin reducir un ápice la inflación. La de finales de 2019 fue una victoria ajustada para haberse resuelto en primera vuelta con un 48,2% para Alberto Fernández y un 40,2% para Mauricio Macri.

Un segundo fundamento del temor frente a los discursos de Milei desde sus performances en televisión era la penetración neoliberal de los sentidos comunes. Un neoliberalismo normalizado y naturalizado, hasta diluirlo en la consciencia de su presencia, constituyendo subjetividades. La de una realidad progresivamente mercantilizada e individualizada, que articulaba diferentes cotidianidades en diversos sectores y antagónicas clases sociales. Una realidad que el estudio demoscópico de la encuestadora Sentimientos Públicos sintetiza en su estudio “Tracking de valores: ¿una neo-justicia social?”. El resultado permea la eclosión de cambios profundos durante décadas que han cristalizado descarnadamente.

Y, por supuesto, el temor tiraba de la forma en que impactó y se desarrolló la pandemia sobre todas nuestras sociedades. Una crisis en la que las derechas pudieron dar rienda suelta a las tácticas y estrategias en su nueva etapa de articulación nacional y global, dentro de un escenario irónicamente inmejorable. Tácticas y estrategias sobre las que llevaban trabajando desde la crisis financiera de 2008 para conseguir dar la vuelta a lo que ellos denominaban “la capitalización hecha por las izquierdas” de la crisis financiera que había estallado tras los cambios en la acumulación de capital implementados a partir de los años 70.

Centrándome en Argentina, y teniendo en cuenta el contexto material de buena parte del país, el escenario posibilitaba que el riesgo del giro reaccionario, en una versión más neo y disruptiva, se cerniera como una sombra sobre los imaginarios sociales. Concretamente a partir de los escándalos y la consecuente crisis de legitimidad política que tuvieron lugar a principios de ese segundo año 2021, generando una fuerte indignación. Un impacto que no fue menor porque golpeaba vinculándose a los impactos previos, recibidos sobre una base maltrecha, por lo sufrido antes y, en particular, durante el covid19, en un país con recursos deficientes para la contención estatal.

Hoy, Alberto Fernández, el autoproclamado “mayor feminista de todos” —rozando el ridículo personalista— está acusado, entre otras cosas, de violencia de género sobre su entonces esposa

Me refiero, por encima de cualquier otro, al escándalo que protagonizó el entonces presidente, Alberto Fernández, cuando salió a la luz que había tenido su momento Boris Johnson: haber disfrutado de fiestas de cumpleaños a todo trapo y con total libertad en la residencia presidencial de Olivos mientras su país afrontaba una de las cuarentenas más largas del mundo. Era el mismo Alberto Fernández que enarboló la bandera del feminismo por encima de sus posibilidades evidentes, con una personalización que ya entonces generó en cualquier militante feminista de base una contundente incomodidad y rechazo. Independientemente, por supuesto, de lo logrado por la Ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad (hasta octubre del 2022) y todas las feministas de la coalición política que apoyaba el gobierno junto a otras fuerzas de la cámara cuando, dentro de las políticas de género, consiguieron aprobar junto al movimiento la histórica Ley del Aborto legal, seguro y gratuito. Hoy, el autoproclamado “mayor feminista de todos” —rozando el ridículo personalista— está acusado, entre otras cosas, de violencia de género sobre su entonces esposa. Fue el miércoles pasado cuando salía a la luz la apertura de la causa, y lo hacía casi en paralelo a la macabra noticia de la presunta intención de un senador —entre los siete que tiene La Libertad Avanza— de encargar por una suma de dinero el asesinato de su esposa. Una noticia eclipsada por la publicación del material gráfico con los golpes en el cuerpo de Fabiola Yáñez y conversaciones de whatsapp entre ella y su entonces marido, cuando éste aún era el presidente Alberto Fernández.

Se trata de un nuevo escándalo que profundiza una de las extendidas sensaciones que, parece, sobrevuelan la explicación de cómo están soportando los estratos populares y medios de la sociedad el embiste de la profunda recesión inducida por el plan anti-inflacionario del gobierno de coalición mileísta. Como decía el sociólogo Pablo Semán en una entrevista aquí, en El Salto: “la popularidad de Milei se mantiene por el espanto que causa la oposición”.

Esa es la difuminada sensación que sigue imperando sobre la parte de la población que votó a Milei por bronca, castigo, hastío o credulidad acrítica: que no hay alternativa al abismo reaccionario neoliberal, apoyado sobre una concepción del éxito de tipo darwinista, cuyo centro de pivotaje es un cruce que incluye, como uno de sus componentes, el odio y la bronca contra varios chivos expiatorios.

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Chivos expiatorios en su mayoría vinculados a lo político. Por un lado, la política denostada frente a lo privado —el apoliticismo post80s— y que, por otro lado, era inflada permanentemente como voluntad de lo posible y efectivo en el ejercicio del poder; mientras, el trabajo militante realizado desde abajo —a partir del recuerdo de los 60s y 70s, más la experiencia del 2001 como salida comunitaria y por izquierda— ejercido sobre una creciente anomia social y laboral, que viene del orden social y no del temido desorden, se enfrentaba a una estructura ya transformada por el posfordismo en un país periférico del continente americano. Una estructura transformada que, sin embargo, fortalecía lo inamovible de la propia estructura oligárquica de la propiedad de la tierra y la timba financiera: entre la financiarización y la primarización de la economía del país. Unos cambios estructurales que afectaban a la población subalterna y que impedían a las organizaciones político-sociales y sindicales alternativas poder dar respuestas que fueran más allá del apoyo, indispensable pero asistencial en los territorios, a unos sectores cada vez más expulsados de la legalidad, el trabajo y la comunidad —tanto de la general ciudadana como de la vincular, familiar y comunitaria—.

Ante esas contradicciones, ha quedado al raso el fascio remasterizado y el mercado endiosado, naturalizado desde un yo individualizado, un inconsciente competitivo atomizado, capilar e incesante, que reproducimos esclavos de un narcisismo frustrado pasado por la veloz distorsión cognitiva de las redes sociales y el smartphone. En definitiva, con el liderazgo del ‘Joker ríoplatense’ se vehiculó como opción para el ejercicio del poder. Una opción que perversamente se ha erigido como última esperanza a la que aferrarse, antes de una supuesta ‘nada’. Una ‘nada’ que no sabemos bien cómo, es lo único que ha quedado como percepción pragmática dentro de unos imaginarios que niegan la posibilidad de pensar su propia alienación, desde la cual se consideran libres y listos para ser despertados por “el león que no vino a crear corderos sino a despertar leones”.

Lo cierto es que cuando escuché por primera vez a Milei en un programa televisivo nocturno de 2017, volvía de dar clase en un bachillerato popular de La Boca. Hacía poco que había visto la película paragüaya Siete cajas. Y aquella mañana había desayunado en un café del que no era habitual. Un café de barrio a unas cuadras de la empobrecida estación Constitución. El local hacía esquina cerca de aquel cruce entre avenidas en el que murió el escritor Rodolfo Walsh como consecuencia del intento de secuestro de la patota militar, enviada por el espionaje a base de torturas de la dictadura, al día siguiente de haber escrito su Carta a las Juntas Militares, a un año del golpe de Estado de 1976.

Presenciamos cómo durante la pandemia la tradicional ‘derecha gorila’ —antipopular y antiperonista— se venía arriba, sembrando lo que después recogería el inesperado y psicótico “elegido”

En aquella ventana de madera, mientras tomaba mi café con medias lunas y miraba la fachada de una escuela pública en la que estaba escrita la reivindicación ‘tierra, techo y trabajo’, una manifestación pequeña avanzaba por la avenida. No fui la única que se fijó en la marcha. En cuanto los hombres del café escucharon los pocos bombos que la acompañaban dieron cuenta de estar viendo “a los negros de alma”: salía a la luz esa brutal denominación e insoportable expresión que no tardas en conocer en pagos porteños y bonaerenses, al tiempo que te familiarizas con lo contrario, esa forma hermosa y fraternal de que te llamen ‘negra’. Ante aquella infame verbalización a viva voz, no hubo tiempo de reacción, la veda estaba abierta: continuó aflorando el racismo y el clasismo, con odio y sin cortapisas, realimentándose en un bucle codicioso para soltar la frustración en forma de desprecio. Lo hizo a borbotones en la sucesión de comentarios de los dueños que eran los camareros entrados en años del local y los clientes de aquel café, hasta la expresión de un deseo: que dejasen de existir.

Tras transitar esa jornada que terminaba con Milei vehemente en un plató de televisión, no pude evitar sentir un escalofrío mientras escuchaba al autoproclamado doctor en economía con su esperpento, su estridencia y sus nocivas premisas discursivas. Si la crisis continuaba profundizándose en los próximos años, ese tipo y su discurso tenían mucho peligro. Obvio, pese al desasosiego que había nacido, jamás podría haberse atisbado que ese tipo tuviera tanto peligro.

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Era algo en el fondo impensable en el país donde la derecha prácticamente no ganaba elecciones, el de las Madres de Plaza de Mayo y los organismos de Derechos Humanos, de la Comisión de Verdad por los detenidos-desaparecidos de la última dictadura cívico-militar, el del Juicio a las Juntas, los Juicios por la Verdad —cuando estaban vigentes las Leyes de Impunidad— por el robo de niños en el circuito desaparecedor, conformado por los centros clandestinos de detención del sistema de desaparición-forzada. El país de los juicios de lesa humanidad contra represores, a partir de 2003 y la decisión política de Néstor Kirchner de aprobar la ley que declaraba la nulidad de las leyes de Obediencia debida y Punto Final, después declaradas inconstitucionales por la Corte Suprema, que llegaron a juzgar a la colaboración empresarial de Ford como parte de las políticas nacidas de la lucha y la organización por y para ‘la memoria, la verdad y la justicia’.

Sí, también en el país de la respuesta popular a la crisis del 2001, el del movimiento piquetero que organizó a los desempleados que generó la solución neoliberal a la anterior hiperinflación, la de 1989. El enorme país que albergaba el Encuentro Nacional de Mujeres y un movimiento feminista organizado en su lucha por el derecho al aborto que, tras el asesinato de Lucía Pérez hizo masivo al movimiento de mujeres en el repudio a los femicidios a partir de aquel miércoles negro de 2016, en el que exclamamos ‘basta’ de la mano de la coordinadora ‘Ni una menos’ que, junto con el movimiento feminista al completo, convocó la primera huelga del feminismo en el país. Unas jornadas de movilización y paro que terminarían con la coordinación de las huelgas feministas a nivel internacional en el 8M los tres años siguientes. En definitiva, en el país en el que diez años antes de las PASO de 2023, pude descubrir, entre otras militancias, la vida de la Carpa Villera en el central Obelisco de la avenida 9 de Julio durante más de siete semanas.

Sin embargo, conociendo muchas caras, el temor navegaba sin descanso alrededor del estrambótico personaje y su discurso. Lo hacía con ahínco tras la victoria de Bolsonaro en el Brasil de 2018, e in crescendo viviendo nuestro país durante la pandemia, mientras allá la situación no dejaba de empeorar en los barrios y las villas, con una situación económica-social quebrada durante un confinamiento sin los resortes y las medidas de contención que tuvimos en España. Un contexto de crisis severa e insoportable para amplios sectores de población que ya habían visto cómo el narco penetraba en sus entornos durante los últimos diez años. Todo mientras, como hemos dicho, la tradicional ‘derecha gorila’ —antipopular y antiperonista— se venía arriba, sembrando lo que después recogería el inesperado y psicótico “elegido” —que cree, por supuesto, tener la misión de “plantar las ideas de la libertad” hasta en un Davos socialista: “vengo a plantar las ideas de la libertad a un foro socialista contaminado por la Agenda 2030”-.

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