Anarquismo
1883, el pueblo pacense frente a los “Héroes de Badajoz”

Relato de un pronunciamiento militar al que el pueblo fue indiferente, puesta ya su mirada en el horizonte inmediato de los principios del anarquismo en Badajoz.
Juan Lanas
Juan Lanas. El Motín, 8-05-1881.


28 mar 2023 10:30

La mañana del 5 de agosto de 1883, poco antes de las nueve, varias secciones militares avanzaban al compás de La Marsellesa por la calle Santa Catalina de Badajoz, hoy Obispo San Juan de Ribera, en ordenada columna, desde la Plaza de Minayo, con la compañía de artillería en cabeza, el regimiento de Covadonga después y el de caballería de Santiago a retaguardia. Era el tiempo de la restauración canovista, con un borbón sentado de nuevo en el trono de España después de que las huestes de Martínez Campos hubieran dado al traste, pocos años antes, con el sueño de la República española.

Era el tiempo de la restauración canovista, con un borbón sentado de nuevo en el trono de España después de que las huestes de Martínez Campos hubieran dado al traste, pocos años antes, con el sueño de la República española

Al llegar a la Plaza de la Constitución, hoy Plaza de España, la columna desfiló en orden cerrado frente al Ayuntamiento, extendiéndose después la caballería hacia la derecha por no haber sitio suficiente. Tras colocar en los balcones del Ayuntamiento varias colgaduras y en el balcón del centro un cuadro con la figura de la República, volvieron a sonar La Marsellesa y el Himno de Riego, interpretados por los cornetas del Regimiento de Covadonga Nº 41.

Badajoz asistía así a un nuevo pronunciamiento de los muchos que acompañaron el siglo XIX, esta vez dado por miembros de la Asociación Republicana Militar, la ARM, en nombre de Manuel Ruiz Zorrilla, que descansaba a salvo de todo peligro allende los Pirineos, en el exilio, mientras sus acólitos en Badajoz iniciaban un golpe de Estado dado a destiempo, equivocado y adelantado por un lío de fechas y cruce de telegramas entre sus principales organizadores en la capital bañada por el Guadiana. Sus protagonistas fueron los militares Serafín Asensio Vega, Pedro Marín y Melchor Muñoz Epelde, en compañía del abogado y ex director de La Crónica Rubén Landa Coronado, invitado a sumarse en el último momento para darle cierto cariz civil de apoyo a la causa, siempre bajo mando castrense, implicado cuando tocara la huida al día siguiente, en compañía de los militares, a uña de caballo y sin pararse a interpretar escenas de honor, en un rocambolesco y humillante episodio con los dineros que se llevaron a Portugal los golpistas, más de 200.000 pesetas de la época de las cajas de los regimientos, dejando a los que no se habían sumado al cuartelazo en Badajoz a dos velas. La contraseña para reconocerse entre los sublevados durante aquella larga noche de principios de agosto era “Libertad y orden”. La consigna: “¡Viva la República Española!”.

La contraseña para reconocerse entre los sublevados durante aquella larga noche de principios de agosto era “Libertad y orden”. La consigna: “¡Viva la República Española!”

Si atendemos a lo que contó uno de los protagonistas, corroborado por otros testimonios y por la prensa del momento, tras el desfile de la tropa por la plaza, el Ayuntamiento fue invadido por una turba de gentes pobremente vestidas, gritando “¡Viva la República Federal!”, y apoderándose del retrato de Alfonso XII, lo arrojaron por el balcón, y no había caído aún al suelo cuando fue pisoteado, escupido y hecho mil pedazos[1].

Viendo que la turbamulta crecía y amenazaba con desmadrarse, convirtiendo en revolución lo que era un claro golpe militar que abogaba por la República de orden y no por la federal, el que se había erigido como jefe del ejército sublevado, Serafín Asensio Vega, a lomos de su caballo,  se adelantó hasta el frente de las casas consistoriales y de modo breve dijo que se había proclamado la “República española de orden, terminando su arenga con vivas a la República que fueron contestados por algunos, aunque muy pocos, paisanos”[2].

Memoria histórica
Memoria histórica Entre piornos: los últimos días de tres combatientes antifranquistas
En memoria de Mariano Álvarez Escobar (Antonio), Tomás López Gutiérrez (El Rubio) y Andrés Iglesias Prieto (Olivero). En memoria de los que se fueron sin saber que siempre estarán.

En consonancia con el lema de “Libertad y orden” y según su propio testimonio, tenía “el firme propósito de derramar hasta la última gota de sangre antes de consentir, no ya desórdenes, sino la más pequeña mancha que pudiera empañar el acto realizado”[3]. No obstante esta declaración, el que fuera testigo de los mismos hechos y acompañante del anterior, Ezequiel Sánchez, dijo haber oído que también Asensio Vega daba gritos a “la federal”, que era la de Pi i Margall, dejando de darlos cuando sus mismos compañeros de aventura le recriminaron la arenga y le recordaron que ellos estaban allí, según el mandato de Zorrilla, por “la de orden”, que era la de Salmerón.  

Sea como fuere el lapsus del espadón, el levantamiento fue estrictamente militar y contó con un reducidísimo elemento civil que actuó como mero comparsa, apenas unos cincuenta paisanos convencidos republicanos del Partido Federal que fueron utilizados para detener, bajo el mando de Rubén Landa, a los militares leales al régimen monárquico, evitando así que esta tarea la hicieran soldados susceptibles de acatar las órdenes de sus superiores depuestos, lo que habría hecho fracasar la intentona.

Serafín Asensio Vega, golpista en Badajoz
Serafín Asensio Vega, golpista en Badajoz.

El pueblo llano, al que los periódicos llamaron “la muchedumbre”, se limitó, una vez más, a corear los vítores a la República y darle color popular al levantamiento en la plaza de Badajoz. Como era ya costumbre en cada militarada insurrecta, la chusma anónima interesaba para montar el jaleo, dentro de los límites consentidos por los agitadores profesionales de uniforme y charretera. Cuando se pasaban tales límites, le llovían palos y cintarazos de la mano de los mismos que poco antes la habían animado a sublevarse contra el orden establecido.

Cuando se pasaban tales límites, le llovían palos y cintarazos de la mano de los mismos que poco antes la habían animado a sublevarse contra el orden establecido

Aunque el pronunciamiento había triunfado, los militares no las tenían todas consigo. A pesar de que quisieron engañar al Gobierno rehuyendo dar la información de lo que estaba pasando en Badajoz, con la oficina de telégrafos ocupada, aquel finalmente se acabó enterando, el mismo día 5 de agosto, gracias a un cable enviado por el Jefe de estación de Elvas[4]. Otras fuentes discuten si fue Rubén Landa o Ezequiel Sánchez (uno de los dos) quien se ocupó de las transmisiones telegráficas que al final anunciaron al ministro de Gobernación la sublevación[5]. Ezequiel Sánchez señaló en sus memorias que, puesto al habla con Martínez Campos, este le contestó “que venía Blanco a sofocar la insurrección y a castigar ejemplarmente a los culpables”, en referencia a Ramón Blanco, Capitán General de Madrid. Temeroso, el que hacía funciones de alcalde, Regino Izquierdo, mandó hombres de su confianza a los lugares más elevados de Badajoz, armados con telescopios. A partir de entonces el pánico empezó a cundir y, según Sánchez, “¡Que viene Blanco! ¡Que viene Blanco!” era la única voz que se oía.

Movimiento obrero
El kiosco de los parias de la tierra: Lecturas de izquierdas en un pueblo extremeño de 1936
El kiosco nos envía un mensaje a través del tiempo: el del afán de cultura y emancipación de una clase social, el acervo cultural como nexo de unión de la formación del individuo y del grupo.

En menos de 24 horas desde la proclamación de la República, los llamados “Héroes de Badajoz” huyeron de la Plaza tomada. Según unos, como Serafín Asensio, en ordenada retirada por el Puente de Palmas, protegida la tropa de cerca de mil soldados por lo que él mismo llamó un “inmenso gentío de la población” que impedía que las fuerzas repuestas y leales a la corona “mortificaran” a sus tropas al pasar por el puente; según otros, aquello fue un sálvese quien pueda, y hubo alguno que atravesó esa misma noche el río a nado, en dirección a la frontera de Caya. Dejaron atrás mujeres y niños, que se unirían al día siguiente de aquella atropellada huida. Una vez en Portugal, donde entraron más pronto que tarde ante el grito continuado de “¡Que viene Blanco! ¡Que viene Blanco!”[6], depusieron sus armas y fueron trasladados a Lisboa, donde se les dio a elegir entre ser deportados a las islas de Cabo Verde y Azores o bien abandonar el país. Obviamente, eligieron lo último y dos vapores de la marina lusa, primero el “India” y después el “África”, les trasladaron a Cherburgo, en Francia. Poco después, el gobierno galo les confinó en Rennes. Allí cada cual habló de la feria según le había ido en ella. Hubo versiones para todos los gustos. Fin del episodio.

Sello de la Asociación Republicana Militar
Sello de la Asociación Republicana Militar, 1882. Detalle de la portada del libro de Eduardo Higueras Castañeda.

Sin embargo, el elemento popular, anónimo pero interesado en el devenir de los hechos, asistió a los mismos tejiendo la urdimbre de un movimiento incipiente, callado, que en poco tiempo daría sus frutos. Badajoz, una pequeña capital de provincia de menos de 30.000 habitantes, residentes intramuros de una ciudad con forma de venera invertida, donde alargadas pero angostas calles compartían espacio con  plazas abiertas al almacenaje de pertrechos militares, no era solo la pequeña y mediana burguesía de comerciantes, abogados, médicos, profesores y oficialidad militar que protagonizó, en gran medida, los hechos reflejados durante la Restauración por la prensa tan bien estudiada por autores como Francisco López Casimiro[7], dedicada a las lides masónicas y republicanas, con la consecuente y tramontana reacción catolicona y monárquica, sino también los jornaleros en paro que se concentraban a diario en la Plaza Alta a la espera de ser contratados, a donde se les había obligado a desplazarse desde la esquina del Rastro, hoy segundo tramo de San Juan, por las ordenanzas de 1767[8], la gitanería de la Ronda de Palmas, hoy día Joaquín Costa y calle Porrina, los pastores que entraban bien temprano en la ciudad, provenientes del campo, con sus cabras, vacas e incluso burras de leche, para el suministro a los clientes habituales, llenando de ruido de esquilas y cencerros las calles y las plazas, con un segundo ordeño para nuevo reparto al atardecer, con los rebaños a veces apriscados en el entonces parque de Santa Catalina, semibaluarte de Palmas, hoy Parque de las Viudas, los vendedores ambulantes según las distintas épocas del año, los de sartenes con su repique de martilleo sobre el mango, los veloneros de Lucena vendiendo lámparas para aceite común, los de macetas y flores que pregonaban el género cantando coplas, o los botijeros de Salvatierra, que en el tiempo tan ardiente de la canícula iban por las calles con sus borricos cargados de botijos, panzudos porrones, botellas y copas de barro entre abultadas tinajas con agua fresca.

En la época de la siega acampaban en la Cabeza del Puente, extramuros, los segadores portugueses, por cientos, a la espera de ser contratados por los capataces para trabajar durante la temporada en distintas fincas, a veces a cambio solo de la alimentación.

En la época de la siega acampaban en la Cabeza del Puente, extramuros, los segadores portugueses, por cientos, a la espera de ser contratados por los capataces para trabajar durante la temporada en distintas fincas, a veces a cambio solo de la alimentación

Manuel Alfaro Pereira[9] les definió como gente mísera, honrada y trabajadora, que con el producto de su esfuerzo en la época de siega, sostenían las duras jornadas invernales de sus familias. En Badajoz se les llamaba “os ratiños”, en su mayor parte vecinos de la Beira Baixa, en el Bajo Alentejo, de pueblos como Castelo Branco y Covilhã, con su característica vestimenta de color marrón: chaquetilla corta, faja, pantalones ceñidos, tocados por una barretina de algodón de diversos colores, de la que pendía una borla. Llevaban colgados de la faja un plato y la hoz de trabajo, y unos enormes paraguas azules con regatón de metal y varillaje de madera que no solo les servía para preservarles de la lluvia, “sino que eran como tiendas de campaña que les amparaba de los terribles rayos del sol en los descansos de las abrumadoras labores de la siega[10].

Segador portugués
Segador portugués con el traje típico.

La tez morena, casi negra, castigada por el sol, era lo único en su apariencia que no les distinguía de los otros muchos jornaleros vecinos de Badajoz, autóctonos, con quienes la mayoría de las veces disputaban la faena. A diferencia de otros labradores y agricultores, sector importante también de la población pacense, estos jornaleros no disponían de ninguna tierra, por escasa que fuera. Compaginaban oficios según la temporada, cuando los había, e integraban una masa de segadores, carreteros, horneros, carboneros, molineros, aguadores, braceros, mozos de cuerda y asalariados del campo sin cualificación ninguna. Cuando no había trabajo o subía el pan a precios imposibles, que hacia 1887 estaba a 38 céntimos[11], ellos y sus familias sufrían las dentelladas del hambre, lo cual abocaba a que algunos se dedicaran a actividades marginales como el contrabando de café, el tabaco y otros productos que traían de Portugal. Otros no tenían más reparo que dedicarse a la mendicidad, pidiendo por las calles de Badajoz y llamando a las puertas de las casas al atardecer, lo cual a veces suscitaba la queja de ciertos periódicos. Tres clases de pobres había[12]: pobres a secas, que eran considerados maleantes y rechazados por el vecindario en general, pobres de solemnidad, controlados en el ejercicio de la mendicidad callejera, y pobres vergonzantes, objeto de los socorros municipales y la caridad individual, quedando asignado en muchas ocasiones la gestión de tal socorro a curas y sacerdotes, quienes lo repartían en concepto de limosna, a pesar de ser dinero del erario público.

Tres clases de pobres había: pobres a secas, pobres de solemnidad, y pobres vergonzantes

La pobreza de esta masa anónima también tenía cara de mujer, en claro contraste con el rostro y el rastro que han dejado para la posteridad otras mujeres muy significadas de la época, como Walda Lucenqui de Pimentel o Soledad Acedo, sin menoscabo de las mismas, quienes pertenecían a la clase media acomodada. George Borrow[13], el vendedor de biblias protestantes que visitó la ciudad en 1836 en labor de proselitismo, describió a las lavanderas que con su faena blanqueaban las orillas del Guadiana a la entrada por el puente de Puerta de Palmas, “las unas mozas, las otras de edad, de mejillas tostadas, cuyas voces fuertes y claras multiplicaba el eco por todas partes”. Estas mujeres, muchas de ellas aún niñas, que realizaban su labor “descrismándose” sobre la ribera, como escribió Borrow, lavaban la ropa del señorío de Badajoz, esa clase pacense de la pequeña y media burguesía que ya hemos comentado. Como no tenían donde dejar a la crianza[14], niños y niñas chicas jugaban a su alrededor mientras restregaban la ropa en los lavaderos, que tenían propietarios y les cobraban por su uso, impidiéndoles incluso que se aprovecharan del agua que iba más allá de los mismos, lo cual fue motivo de una huelga de tres días por parte de las lavanderas a principios de 1894[15].

Estas mujeres, muchas de ellas aún niñas, que realizaban su labor “descrismándose” sobre la ribera, como escribió Borrow, lavaban la ropa del señorío de Badajoz

En julio de 1885, bajo la excusa de cuestiones de higiene y por bando municipal del alcalde Jerónimo Castro, se les había prohibido la faena en los aledaños de la muralla, teniendo que abandonar además los lavaderos del Rivilla y Calamón, con prohibición de lavar a menos de dos kilómetros de distancia aguas arriba y abajo del Puente de Palmas, prohibición que se extendía, igualmente, a menos de medio kilómetro abajo y un kilómetro arriba del puente de Gévora. Cuando no había agua en los lavaderos del canal de Gévora, tenían que ir andando hasta los de Caya, con los hatos de ropa sobre la cabeza[16].

Niñas lavando ropa
Niñas lavando la ropa -foto de Eulalia Abaitua-Museo Vasco-. Finales siglo XIX.

Esta población anónima y obrera, mujeres y hombres, se hacinaban en el barrio de la Plaza Alta y calles aledañas. La condición como plaza militar de Badajoz, impedía que se establecieran nuevos barrios más allá de las murallas, con el fin de no dificultar las defensas, a pesar de que los cañones y conjunto de armamento de la ciudad era tan antiguo que lo hacía prácticamente inservible. Las garitas de las puertas de la ciudad y las troneras de las murallas eran utilizadas por la población como cagaderos, sin que se dispusiera de un adecuado alcantarillado, con calles cuyo empedrado, con rollos del río, estaba desnivelado y con numerosos baches. La falta de higiene en los barrios obreros era tal que la viruela hacía estragos en los mismos cada vez que había una epidemia, como denunció un obrero que vivía en la calle Afligidos, que se quejaba de que “no hay autoridades que se ocupen de visitar estas pocilgas, donde no penetra ni la luz ni el aire, ni hay sifones para las aguas sucias; muere una persona y los demás vecinos tenemos que ser víctimas del contagio; así es natural que todo esto contribuya a que se respiren miasmas pútridos, deletéreos, dando lugar con este abandono a la propagación de tan desastrosa enfermedad”[17].

La falta de higiene en los barrios obreros era tal que la viruela hacía estragos en los mismos cada vez que había una epidemia, como denunció un obrero que vivía en la calle Afligidos

Allí, en la calle Afligidos, estuvieron las casas de prostitución de Felisa Suárez y de Petra Serra[18]. Esta última se acabó suicidando a principios de mayo de 1916, arrojándose por el puente de Palmas sobre el empedrado, reventándose el cráneo[19]. Ningún periódico de Badajoz informó del caso. La de Afligidos y la calle de Corregidores eran los principales focos de prostitución de la ciudad en las últimas décadas del XIX. Después se desplazaría a la del Burro. Guardias municipales de Badajoz participaban o se aprovechaban del negocio[20]. Las prostitutas eran tratadas con un enorme desdén por la prensa pacense de la época, culpabilizándolas en todo momento del ambiente de inmoralidad y escándalo que se daba en aquellos barrios, con numerosas peleas entre mujeres y hombres, a veces a navajazos, que acababan con sus protagonistas en la cárcel de mujeres, en la Plaza de San José, frente a la calle de Mesones. Un pudridero.

Las prostitutas eran tratadas con un enorme desdén por la prensa pacense de la época, culpabilizándolas en todo momento del ambiente de inmoralidad y escándalo que se daba en aquellos barrios...

Esa misma prensa burguesa distinguía entre “palomas”, que eran las prostitutas pobres, de los barrios bajos, cercanos a la Plaza Alta, de cuya explotación se aprovechaban jornaleros, albañiles, soldados, braceros portugueses llegados a la ciudad…, y las “vengadoras”, que eran prostitutas de alto copete que solían pasearse y exhibirse en el paseo de la Memoria de Menacho, donde también tenían casa adosada a la muralla, que por entonces unía el Baluarte de Santiago y Puerta de Palmas, requeridas por maridos adinerados que pertenecían a la clase media alta y oficialidad militar. Un periódico conservador como El Orden, en su edición del 28 de noviembre de 1892, en la sección “Plumazos” sobre la capital, llamaba la atención sobre estas mujeres del siguiente modo:

Hable de las vengadoras
que con un descaro inmenso
ofenden a las personas
de morales sentimientos
que suelen por la memoria
salir a dar un paseo…
Hombre, le diré, yo soy
un chico bastante honesto.
¡Es una inmoralidad!...
Sí señor, yo lo comprendo;
pero si no hubiera hombres
con un gusto tan perverso
estaba el mal remediado.
Es verdad, lo mismo creo,
mas, como existen, ¿qué hacer?
Denuncie al Ayuntamiento
en EL ORDEN, estas faltas
para que se pongan remedio.
Pues no me da la real gana
hablar en EL ORDEN de esto”.

Tomaron el nombre de “las vengadoras” de una obra de carácter naturalista del dramaturgo Eugenio Sellés y Ángel, representada por primera vez en 1884 y repudiada por la sociedad de bien de la época por retratar el ambiente y las vicisitudes de unas prostitutas madrileñas que se codeaban con hombres de las clases adineradas.

Las vengadoras, obra de Eugenio Sellés
Las vengadoras, obra de Eugenio Sellés.

El pronunciamiento del 5 de agosto, protagonizado por la oficialidad militar y secundado, como convidado de piedra, por la clase media burguesa de Badajoz, no interesó a este pueblo llano y anónimo de la ciudad fronteriza cuya mayor preocupación era alcanzar el jornal para matar el hambre de todos los días. Este pueblo anónimo, desconocido, apenas estudiado, confundido en la masa que siempre queda a la sombra de los grandes hechos históricos, como si no contara, no estaba interesado en participar en los conciliábulos masónicos ni en las centros culturales donde se discutía de política, ni tampoco asistía a las soirées ni buffets que los amos de las mejores casas daban a sus amigos, ni a los bailes de sociedad, donde las señoritas y los pollos que las rondaban, hijas e hijos de las mejores familias, mostraban sus excepcionales galas.

El pronunciamiento del 5 de agosto [...] no interesó a este pueblo llano y anónimo de la ciudad fronteriza cuya mayor preocupación era alcanzar el jornal para matar el hambre de todos los días

Este pueblo no tenía ganas de diversión, salvo la fiesta que se hacía cuando se acababa la época de la siega, o a lo sumo los cantos de los segadores portugueses acampados en la Cabeza del Puente, quienes, como recordó Manuel Alfaro, “en las cálidas noches, en el sosegado silencio de los mansos nocturnos, entonaban sus canciones melodiosas y sencillas; cantigas melancólicas que evocaban quizá la aldea lejana, recordada en el acento de los dulces fados sentimentales. Cantos de remembranza que llegaban a la Ciudad en tímidos ecos”[21].

La Revista Social, Eco del Proletariado, órgano “oficioso” de la FTRE (Federación de Trabajadores de la Región Española), heredera de la Internacional, anarquista, ofreció su opinión sobre la sublevación militar de Badajoz en su número del 6 de septiembre de 1883, una vez levantada la suspensión de garantías. El periódico alababa la actitud del pueblo de Badajoz, “que era extraño al movimiento, siendo este puramente militar”, en la línea de conducta marcada por el Congreso de Barcelona y ratificada por el de Sevilla, en los que se había determinado, textualmente, que, “el Proletariado debe estar siempre al lado de la Revolución enfrente de la Reacción”, y era evidente que los sucesos de Badajoz, a pesar de reclamar la Constitución de 1869, sin su artículo 33[22], “abajo las quintas” y “abajo los consumos”, respondía a un “programa vago, indefinido y no revolucionario”, “con la circunstancia agravante de proclamar, desde luego, como jefe del Poder ejecutivo al Sr. Ruiz Zorrilla”. El escrito continuaba:

“¿Qué revolucionario simpatizaría con sublevados que ponían todo su empeño en que el pueblo no tomara parte activa en el acto que estaban realizando, sin duda alguna, para no verse en la precisión de plantear, las reformas sociales que a voz en grito pide la clase trabajadora? No, y mil veces no. Eso será otra cosa, pero no Revolución. Lo que se pretendía, era una forma de cambio de Gobierno, llevada a cabo única y exclusivamente por medio de una sublevación militar, y esto no es Revolución; es uno de tantos motines como en España hemos presenciado, dejando en pie todos los privilegios existentes, con sus inmoralidades, explotaciones, miserias y podredumbres”.

“¿Qué revolucionario simpatizaría con sublevados que ponían todo su empeño en que el pueblo no tomara parte activa en el acto que estaban realizando [...]?”

Se cuestiona así esa calificación tan repetida, a lo largo de la historia, de que el levantamiento zorrillista de Badajoz fue uno de los últimos de carácter progresista protagonizados por el ejército (o parte de él), a no ser que entendamos el progresismo  —tenido como un avance en las condiciones sociales de la comunidad—,  como patrimonio único de las clases medias, de aquellas que invertían su tiempo en conspiraciones urdidas en el seno de las logias masónicas, donde dirimían sobre diatribas políticas liberales y se discutía, en ocasiones, sobre (o contra) el sexo de los ángeles. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo.

La Revista Social, 6-9-1883
La Revista Social, 6-9-1883.

Como se concluye en el escrito de la Revista Social, “el ejército, es el instrumento natural de la Fuerza; por casualidad lo será del Derecho”, y en cuanto a quienes protagonizaron tales sucesos, “llámense, si bien les place, defensores de los intereses y privilegios de la clase media democrática, pero no tomen el título honroso de Revolucionarios, porque Revolución es sinónimo de Verdad, Moral y Justicia y nada de ello existe, así en los medios como en el alcance de sus propósitos”. Para sintetizar la cuestión, La Tramontana, periódico anarquista catalán, en su edición de 17 de agosto de 1883, publicaba:

“Sublevación en Badajoz. Unas cuantas horas de jarana, algún ¡Viva yo!, ¡Viva este otro!, y después… nada. Camino de Portugal falta pueblo. Ved aquí una bomba de dinamita que ha explotado como una burbuja de jabón”[23].

El pueblo de Badajoz, el Juan Lanas de la historia de todas las ciudades, despertó eligiendo dormir frente a la algarada militar. Como señaló la prensa de la época, la mayor parte de la población, a excepción del reducido grupo burgués del Partido Federal, siguió ocupándose de sus quehaceres mientras los militares se sublevaban.

El pueblo de Badajoz, el Juan Lanas de la historia de todas las ciudades, despertó eligiendo dormir frente a la algarada militar

Solo hubo un pequeño ofrecimiento de algunos paisanos que pidieron armas a los sublevados, siéndoles negadas por el temor a que una vez pasado el cuartelazo, se negaran a entregarlas.

Poco después, en menos de diez años, surgirá la primera sociedad anarquista de Badajoz ciudad, que llevará por nombre La Nueva Aurora, integrada por mujeres y hombres ajenas a las costumbres y modos de relación de esa clase media pacense. Algunos de ellos aparecerán suscritos a la prensa ácrata de la época bajo lemas como “otro que desea acabe la burguesía”, “uno que desea no haya autoridad” o “un convencido de que todos los políticos son unos farsantes”. Sobre sus vicisitudes, sus inicios, modos de organización, triunfo y ocaso, hablaremos en el siguiente artículo.

[1] Testimonio de Ezequiel Sánchez Martínez, Sublevación de Badajoz (5 de agosto de 1883), en Higueras Castañeda, Eduardo (Ed.), Memorias del insurreccionalismo republicano en la Restauración, Ediciones Universidad Salamanca, Salamanca, 2022. Esta edición, con estudio preliminar de Eduardo Higueras, reúne en un solo volumen los testimonios sobre el pronunciamiento zorrillista de Badajoz y otros de la época de Melchor Muñoz Epelde, Serafín Asensio Vega, Daniel Rubio Báez, Ezequiel Sánchez Martínez, Ernesto García Ledevese y Rafael Ginard de la Rosa. Sobre el “rocambolesco” episodio de los dineros llevados por los golpistas y Rubén Landa en su huida a Portugal, merece leer lo narrado por Ezequiel Sánchez entre las páginas 91 y 97.

[2] La Crónica. Periódico democrático, de intereses morales y materiales, Badajoz 10-08-1883, p. 2.

[3] Higueras Castañeda, ob. cit., p. 64.

[4] José Raya Téllez, El pronunciamiento republicano de 1883 en Badajoz, Revista de estudios extremeños, vol. 36, Nº 3, 1980, págs. 553-570.  .

[5] Higueras Castañeda, ob. cit., p. 90, nota 13.

[6] Ramón Blanco entró en Badajoz el 8 de agosto, al mando del Regimiento de Granada y de Arapiles, tres días después del golpe. Nada más entrar dictó un bando suspendiendo las garantías constitucionales para toda Extremadura. El Avisador de Badajoz, Periódico de intereses generales, 9-08-1883, p. 3.

[7] López Casimiro, Francisco, Masonería, prensa y política (Badajoz, 1875-1902), Universidad de Granada, Universidad de Extremadura, Granada, 1992.

[8] González Rodríguez, Alberto, Badajoz ayer, Servicios Inmobiliaros Extremeños, Badajoz, 1994, p. 26.

[9] Este excelente relato de las gentes que poblaban o visitaban Badajoz con sus menesteres en el siglo XIX y principios del XX lo encontramos en Edición facsímil de Badajoz Estampas Retrospectivas, de Manuel Alfaro Pereira, según la edición del Excmo. Ayuntamiento de Badajoz de 1956, Universitas Editorial, Badajoz, 1995, y en concreto el capítulo “Tipos y escenas”, páginas 103-115.

[10] Alfaro, Manuel, ob. cit. P. 114.

[11] La Crónica de Badajoz, 13-03-1887, p. 2. Un jornalero solía cobrar, en tiempo de siega, un jornal diario de seis reales, 150 céntimos.

[12] González Rodríguez, Alberto, ob. cit. página 38.

[13] Borrow, George, La Biblia en España, Introducción, notas y traducción de Manuel Azaña, Alianza Editorial, Madrid, 2003, p. 108.

[14] En noviembre de 1895 se presentó una moción al pleno del Ayuntamiento para fundar un establecimiento donde las lavanderas pudieran dejar a sus hijas e hijos cuando iban a cumplir con su oficio. Finalmente, la moción no prosperó por considerar el consistorio que no había fondos para el proyecto, si bien se derivó a la beneficencia para que estudiara el asunto. La Región Extremeña, 25-11-1897, p. 2.

[15] El Orden, 15-02-1894, p. 1.

[16] El 7 de agosto de 1897, La Región Extremeña anuncia en su segunda página la puesta en marcha de un servicio público que permite ir a las lavanderas en coche Ripert  hasta los lavaderos de Caya, por un precio especial. El coche Ripert era una especie de ómnibus más pequeño que el tranvía, tirado por tres caballerías.

[17] La Región Extremeña, 8-07-1896, p. 2.

[18] La Región Extremeña, 19-04-1896, p. 4, 01-07-1896, p. 4

[19] El Popular, Diario Republicano, 6-5-1913, p2.

[20] La Región Extremeña, 29-9-1894, p2.

[21] Alfaro, Manuel, ob. cit., p. 115.

[22] “La forma de gobierno de la Nación Española es la Monarquía”. Artículo 33 texto de la Constitución de 1869. Congreso de los Diputados.

[23] La Tramontana, Periodich Vermell, Barcelona, 17-08-1883, p. 1. Original en catalán.

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Periodismo Desinforma, que algo queda
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O teleclube 'O Teleclube' reflexiona sobre a procura de aquilo que desexamos coa película 'La Chimera'
A arqueoloxía, a reflexión sobre a propiedade, o amor, a morte e a maxia son algunhas das cousas sobre as que xira este filme italiano dirixido por Alice Rohrwacher que bebe da comunidade que rodea á directora.
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Galiza Morre aos 92 anos a poeta, activista e revolucionaria Luz Fandiño
O falecemento foi anunciado publicamente pola súa amiga e alcaldesa de Santiago de Compostela, Goretti Sanmartín.
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Elecciones catalanas El futuro de la regulación de los alquileres en Catalunya se juega el 12M
El decreto que regula los alquileres de temporada que lanzó el Govern era la pieza que faltaba para que funcionen los topes de los precios. Pero la norma debe ser revalidada con los votos socialistas y convergentes, que se han opuesto a la medida
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Análisis No dejemos de hablar de Siria
La situación humanitaria en Siria se endurece en un contexto de inestabilidad regional, mientras que la ayuda internacional que el país recibe es muy inferior a la necesaria.
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1 de mayo La policía carga violentamente contra la manifestación de CGT en París y detiene a 45 personas
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Obituario | Luz Fandiño Ata sempre, comandanta!
Luz Fandiño era unha punky, inamovible nos seus ideais e no seu discurso. Unha muller que, a pesar de ter vivido as peores miserias, chegou ao final da súa vida coa súa enerxía adolescente e co seu espírito de loita intacto.
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