Opinión
El espacio simbólico de Andalucía en el mapa político español
Lo andaluz solo puede acabar reproduciendo una parodia de sí mismo, o negarse y aparentar ser otra cosa. Su lugar en los productos culturales españoles refleja esto bastante bien, ya sea contando chistes en programas de radio o limpiando escaleras en ficciones televisivas.
De forma muy seguida, conocí en el extranjero, ámbito interesante desde el que analizar estas cuestiones, a un madrileño y a un vasco con los que acabé teniendo discusiones muy similares. De forma muy sintética ambos me ejemplificaron lo que significaba Andalucía en sus respectivos contextos con la referencia a dos personajes públicos.
El madrileño apuntó a un jugador del Betis, acusado de maltrato, al que se jaleó en su momento en el Benito Villamarín, y el vasco a la figura de Belén Esteban. Tardé un tiempo en darme cuenta que el jugador de futbol era canario y Esteban madrileña. No obstante, estos actos fallidos reflejaban una realidad más interesante. Estos personajes eran andaluces en la medida en que Andalucía no es tanto un pueblo o un ámbito geográfico sino una posición simbólica dentro del mapa político-cultural de España.
Me atrevería a afirmar que la imagen de Andalucía casi siempre se ha construido desde fuera o, en cualquier caso, las construcciones más exitosas han sido las que se han realizado de esta manera. Y estas construcciones son fundamentalmente negativas. La imagen de Andalucía de un conservador del centro o norte del Estado, hasta hace poco al menos, podría ser la de un pobre cateto, que apenas sabe hablar, con carnet del PSOE. La de una persona progresista sería la de un reaccionario besa cirios, aficionado a los toros y a la copla.
Ambos coinciden en algo: Andalucía es un pozo al que se arrojan aquellos elementos de la propia sociedad y la propia cultura que se rechazan, que se quieren erradicar. Es un espacio político necesario para procesos que se dan fuera de Andalucía, pero que la implican constantemente. Eso podría acabar convirtiendo el territorio y sus gentes en una otredad absoluta, con la que no es posible el entendimiento, o con el que no es deseable pues siempre corre el riesgo de contradecir esta imagen preconcebida (aunque también puede reafirmarla, por supuesto).
Andalucía rara vez se ha construido exitosamente desde dentro. Tanto lo conservador como lo progresista acaban por lo tanto compartiendo el prejuicio del no-andaluz. Cada uno lo que se ajusta más a sus maneras. De esta forma, lo andaluz solo puede acabar reproduciendo una parodia de sí mismo, o negarse y aparentar ser otra cosa. Su lugar en los productos culturales españoles refleja esto bastante bien, ya sea contando chistes en programas de radio o limpiando escaleras en ficciones televisivas. No hay un rol positivo que jugar, al menos no desde una perspectiva progresista.
Estos procesos son desencadenados por un contexto en el que la identidad nacional se sitúa en primer plano
La construcción ideológica, sin ser independiente de las condiciones materiales, impacta en los comportamientos y en los procesos políticos y culturales que se desarrollan en la actualidad. Estos procesos son desencadenados por un contexto en el que la identidad nacional se sitúa en primer plano, empujando a la gente a posicionarse en un juego de banderas que inevitablemente funciona mediante una dinámica de conflicto (sin conflicto no hay política) y de inclusión-exclusión. Aquí, la imagen conservadora de Andalucía tiene la capacidad de imponerse como una profecía auto-cumplida.
Quienes tenemos una visión distinta de lo que es nuestra tierra, contemplamos aterrados como prolifera la exhibición de banderas de España o como arraigan los partidos de ultraderecha. Esto es una realidad, pero también es una imagen distorsionada. Se le da bombo a un mitin multitudinario de Vox en Sevilla, pero nadie presta atención a que los dos partidos más votados en la ciudad y la provincia en las autonómicas fueron, por este orden, el PSOE y Adelante Andalucía. El prejuicio busca siempre refrendarse y encuentra material abundante para ello.
En el contexto actual solo puede florecer más y más una práctica política acorde con la idea reaccionaria de este territorio, que tiende a hacerse hegemónica. Esto en la medida en que no hay un rol político y cultural positivo de lo andaluz, en términos progresistas, que la gente pueda asumir de forma masiva. Esta es una labor que, fuera de Andalucía, a nadie le interesa ni nadie espera. Es una guerra cultural que debe lidiarse aquí.
Andalucía
Andalucía, un campo de batalla cultural
Si queremos comprender de qué modo el pasado se ha convertido en presente, hemos de comprender también nuestras completas relaciones con ese pasado, que incluyen tanto la necesidad histórica de transformarlo, como el deseo de mantener, de establecer e incluso inventar una continuidad”, Eric Hobsbawm.
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