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Andalucía
Poner el acento
El 28 de febrero tiene en Andalucía sus ritos. La mayoría tienen que ver con la infancia. El himno con la flauta dulce. El pan con aceite en el recreo. A la tarde el especial de Canal Sur. Y venga Juan y Medio. Y venga coplas por Andalucía. Y venga qué bonito hablamos. Y venga el arte, la gracia y el salero. Uno llega a la cama y no se echa la verdiblanca para taparse porque no la tiene a mano.
El millenial andaluz tiene eso en la retina. Y ahí va el dato: nueve de cada diez nacidos en Andalucía se sienten orgullosos de ser de aquí, según el Centro de Estudios Andaluces. Vamos, que el andaluz de ahora es el andaluz más andaluz que ha existido. Y claro, de esa contundencia, de esa amplitud, a lo andaluz le surgen polémicas por casi todo.
Pregunten a un filólogo cómo lo pasó estudiando las hablas andaluzas y lo verán jurando en arameo
El tema estrella en 2021 son los spots publicitarios y la cantidad de acento que le echan. A saber: los que ponen poquito, los que ponen mucho y los que ponen nada. Como si de un puchero y la pimienta se tratase. Como si al acento en Andalucía no hubiera que echarle un galgo para saber cómo y por qué funciona. Pregunten a un filólogo cómo lo pasó estudiando las hablas andaluzas y lo verán jurando en arameo. Un solo acento andaluz, lo que se dice uno, no hay.
¿Qué hay detrás de la polémica entonces? Identidad. Pura identidad. La misma que reaparece cuando sales Despeñaperros pa’arriba, te miran rarete y te preguntan si les puedes contar el chiste.
Porque si se puede sacar algo en claro es que a los andaluces siempre les han construido la identidad casi a la fuerza. Desde el traje de luces en la película de Cine de Barrio hasta la chacha, el portero, el yonqui y el vago de cualquier serie a elegir. En las comedias griegas el esclavo era el gracioso. La conclusión sale fácil. Y el acento calcado.
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Y eso que el andaluz siempre se ha preocupado más por lo de fuera que por lo propio, aunque luego no le hayan hecho mucho caso. Ha sido protagonista desde siglo XIX en todos los procesos constituyentes en España. Ya sea en las Cortes de Cádiz o en la Segunda República, en el Trienio Liberal o en la transición del 78.
Por eso no es de extrañar, que pasados los cuarenta años de la autonomía andaluza algo se mueva hacia dentro. Un debate. Sobre quiénes somos, qué hacemos y por qué parece que siempre nos va tan mal si nos proclaman portadores de un “arte” casi de ancestros.
Ahora llaman a esto tercera ola. La primera fue la de Infante y la segunda la del Estatuto. En la primera se ponía el andalucismo sobre la mesa y en la segunda su autonomía. En la de ahora, nada parece claro.
No es difícil deducir que el debate sobre el acento le viene bien a cualquiera
El andaluz ya no se avergüenza de sus símbolos, de su tradición y de su historia. Y eso es un regalo que las nuevas generaciones hemos heredado a fuerza de martillo pilón de las anteriores. Pero quien piense que con eso se puede cambiar el modelo productivo de las ocho provincias de un tirón, por desgracia, se equivoca. No es difícil deducir que el debate sobre el acento le viene bien a cualquiera. Tanto al presidente de la Junta, Moreno Bonilla, que a estas horas ya se ha declarado el presidente más andalucista de la historia, como al cacique de los invernaderos almerienses que ya no deja de pensar en verde, como a la izquierda alternativa, que a estas alturas ya no sabemos ni en qué piensa. Dejamos en un aparte al PSOE, que nadie sabe muy bien por estos lares donde se ha metido.
La cosa es que, en el fondo, aunque el corazón se te haga un guiñapo escuchando carnaval en febrero, son sólo eso. Símbolos. Identidad. Y mientras se hable desde ahí, el andaluz seguirá siendo el pobrecito. Otra vez.
Ya que las hablas andaluzas tienen esas virtudes tan escasas como la ductilidad, la creatividad o la rapidez en el entendimiento, quizás convendría poner el acento en otro sitio.
Andalucía es la comunidad autónoma que más emigrantes produce en toda España. El 24%. El grueso de su tejido empresarial es la hostelería, que constituye un 49,1%, y que, ahora pandemia mediante, estamos viendo, tiene la fortaleza de azucarillo en agua. De ahí podemos entender que los andaluces cobren de media un 10% menos que la media estatal, siendo la tercera comunidad autónoma en la que menos se cobra: medalla de bronce en precariedad. La misma para la brecha salarial entre hombres y mujeres. Llegados a este punto, claro, no nos va a sorprender que uno de cada cuatro parados en España se encuentre en Andalucía.
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La emigración andaluza, un relato vivo
El número de personas que abandona su residencia en Andalucía crece cada año. Una dinámica en ascenso casi ininterrumpido que culmina en las 127.035 del último registro.
No está reñido que te pirren Califato 3x4, Lola Flores o Triana con decir que la reivindicación andalucista no tiene que ser sobre un anuncio sino sobre por qué Andalucía parece condenada a ser un poco menos que los demás en todos estos ámbitos.
2021 es un momento de cambio y la recuperación económica tras la pandemia, el cambio del modelo productivo, la renovación del tejido empresarial o la inversión en I+D no deberían ser carne de vacuidad en rueda de prensa para el político de turno. Son palabras clave, necesarias, posibilitadoras. Merecedoras de ponerse a debate. De acentuarse. Y mientras no sea así, habrá otros que se aprovechen de ello.
Nos conviene a todos. También en Madrid. A nadie se le escapa que mientras Andalucía, la comunidad más poblada, no sea un motor económico sólido, a España le quedan décadas de reinventarse en vano. Hay mucho en juego como para que esta tercera ola muera en la orilla o en un debate tuitero sobre un anuncio soso con la locución hecha en vallisoletano.