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Andalucía
¿Qué Andalucía queremos después del Covid?
Mientras se nos ha intentado distraer con un debate en torno a las declaraciones en las que Garzón tachaba de “precario, estacional y de bajo valor añadido” a nuestro modelo turístico, desde la Junta se ha iniciado el trámite, en medio del torbellino de la pandemia, de una ley que fomenta la cultura del pelotazo y la especulación.
Aún no hemos aprendido a ponernos bien las mascarillas, estamos aprendiendo a ser personas en la ‘nueva normalidad’, reencontrándonos con lo que fuimos y replanteando lo que seremos. No tenemos suficientes pruebas para siquiera asegurar que, efectivamente, estemos saliendo de esta rareza y ya estamos pidiendo a gritos que vuelvan desde fuera para devorar nuestra comunidad. Entre tanta incertidumbre parece que solo podemos rescatar una certeza: hay que salvaguardar el vertiginoso modelo productivo basado en el sol, el ladrillo y la explotación.
La posibilidad de un verano sin turistas ha hecho que salten todas las alarmas, poniendo de relieve la fragilidad del modelo económico en el que se sustenta Andalucía. Se hace difícil dudar de que cualquier modelo productivo basado en el turismo sufrirá de una elevada estacionalidad y precariedad. Ni siquiera las Islas Canarias, con un clima estable durante todo el año, escapa de esa doble condición engarzada a la actividad turística. El polvo levantado por las palabras de Garzón no surge por un supuesto ataque al turismo, sino porque revela lo que se esconde debajo del velo turístico. Ausencia de garantías laborales, inestabilidad en el empleo y la economía sumergida son solo algunas de las características imbricadas a un modelo arrastrado en el tiempo. Un ecosistema que, para las élites extractivas y las instituciones que caminan de su mano, se torna ideal para su visión retrógrada del andaluz, al cual siguen enclaustrando en su ficticia condición de vago, gandul y perezoso. Ni las horas de trabajo a pleno, las jornadas eternas en la hostelería o la emigración continua han variado la percepción que las élites conservan de los trabajadores andaluces.
Los últimos proyectos legislativos de la Junta son muestra de que a Moreno Bonilla no le tiembla el pulso a la hora de realizar una violenta aplicación de la doctrina del shock en Andalucía
¿Es osado presentar a Andalucía y las ciudades que la conforman como un producto de consumo? Si atendemos al actual gobierno andaluz, no. La sensación de ser una marca más que una comunidad se torna acuciante al observar la actitud de nuestros gobernantes. El decreto de desregulación, el cual ha sido denominado - siguiendo la mejor tradición ‘lakoffniana’ - como Decreto de mejora y simplificación de la regulación para el fomento de la actividad productiva de Andalucía. Su anteproyecto ‘gemelo’, no se queda atrás en cuanto a neolenguaje se refiere, al ser denominado como Ley de Impulso para la sostenibilidad del territorio de Andalucía. Ambos son muestra de que a Moreno Bonilla no le tiembla el pulso a la hora de realizar una violenta aplicación de la doctrina del shock en Andalucía. Bajo el pretexto de estimular la actividad económica, se aprovecha una coyuntura de crisis sanitaria y socioeconómica para poner a disposición del 1% la legislación y los recursos que pertenecen al conjunto de los andaluces.
Andalucía
Rechazo social al “decretazo” de la Junta de Andalucía
La consejera de Fomento de la Junta, Marifrán Carazo, ha presentado la ley que ahora inicia su trámite parlamentario (aprobado por trámite de urgencia) y “en base al interés general” como necesario “para mover la economía y más en un contexto de tanta dificultad”. Desde Fomento se ha insistido en que esta ley viene a “cambiar la forma de hacer ciudad, de hacer pueblo” y que vela por “contar con espacios más habitables, más sostenibles”. Sin embargo, para la oposición y colectivos ecologistas como Ecologistas En Acción no se están dando más que facilidades para especular, dando pasos hacia otra posible burbuja inmobiliaria donde priman los intereses económicos frente a los medioambientales.
La receta de ladrillo, cañas y explotación promulgada por la Junta de Andalucía en una nueva oleada de ‘shock’ neoliberal solo traerá más pobreza, miseria y desigualdadEn este intento de buscar remedios ante una colosal crisis sanitaria que afecta al mundo entero y que causa un virus que deja pocas pistas aún sobre cómo hacerle frente, además de este anteproyecto, la Junta también ha visto con buenos ojos proponer asegurar la seguridad sanitaria del sector turístico con el sello “Andalucía, libre de Covid”. La Inspección sería la encargada de asumir los costes de mano de la Junta y evitar así que sean los propios empresarios los que pagarán por ello. Se habla de cumplir con “los parámetros establecidos por la Organización Mundial de la Salud”, ¿pero cómo se está libre de una enfermedad incontrolada de la que ni siquiera estamos seguros de que se cree inmunidad?, ¿qué criterios va a seguir esa Inspección?
La capital hispalense no escapa al desesperado empeño por poner cerco al virus. Apenas estábamos comenzando a salir de manera tímida con el chándal entre persianas de negocios bajadas y carteles de conciertos caducados, la ciudad dirigida por Juan Espadas ya se engalanaba con la flamante publicidad del Plan de Impacto turístico. Por parte del Ayuntamiento de Sevilla, de mano de Turismo y la empresa de titularidad pública Contursa (a la que se le ha cedido las competencias de turismo durante la pandemia dejando sin efecto la idea inicial de crear una Agencia de Turismo que asumiera las competencias del Consorcio) también se ha visto con buenos ojos volver a las andadas con el modelo turístico que ya estaba asentándose. A través Plan 8, se ha apostado por diseñar un sello Covid Free para destacar las “bajas tasas de contagio y mortalidad” registradas en la ciudad desde que llegara el virus y garantizar así “que los espacios y los eventos que se desarrollarán en los próximos meses son saludables y están libres de Covid-19”.
Especulación urbanística
Sevilla, ciudad en venta
El alcalde entregó a los inversores durante la Cumbre Mundial del Turismo un dossier en el que les ofrece el solar de los Corralones de Artesanos de Castellar en pleno centro histórico y el patrimonio histórico como reclamo.
La reiteración en un modelo que ha fracasado durante décadas refleja la condena a la que está sometida el andaluz, la perpetuación de su atribuida condición de “bufón de sol y procesiones”
Todo parece apuntar a que la visión romántica de Andalucía descrita por Washington Irving se transformaría hoy día en la de una Andalucía convertida en una comunidad escaparate. Una tierra que, sobre todo en sus ciudades, ha pasado de ser una comunidad para sus habitantes a ser un espacio para sus visitantes. La quiebra social de ciudades donde el centro y la periferia parecen núcleos de población diferentes es el culmen de un proceso de gentrificación y turistificación al que la Junta de Andalucía no solo no quiere poner freno, sino que hará todo lo posible para estimularlo. La fractura entre barrios ‘ricos’ y ‘pobres’ cada vez es más visible, toda vez que la revolución de los Cayetanos - cuyo eco recién ha llegado desde el barrio Salamanca hasta las ciudades andaluzas - sí distingue entre barrios; si en los primeros las cacerolas se usan como instrumentos de percusión y las aglomeraciones son por capricho, en los segundos las cacerolas sirven para alimentar al mayor número de personas posible y las aglomeraciones se producen en los bancos de alimentos.
El futuro de nuestra comunidad dependerá de la manera de abordar esta crisis. La receta de ladrillo, cañas y explotación promulgada por la Junta de Andalucía en una nueva oleada de ‘shock’ neoliberal solo traerá más pobreza, miseria y desigualdad para la ya maltratada comunidad andaluza. La reiteración en un modelo que ha fracasado durante décadas refleja la condena a la que está sometida el andaluz, la perpetuación de su atribuida condición de “bufón de sol y procesiones”.
¿De verdad nuestra mejor propuesta es la de alcanzar esa ‘nueva normalidad’ con un suelo Covid Free vendido a un mayor número de manos privadas, pero trabajado por una comunidad andaluza cada vez más ahogada en precariedad? De la respuesta que demos a esta cuestión depende el futuro de una comunidad que no se conforma con ver entregada su tierra como producto de consumo y hacer las maletas, que aspira a edificar en ella no rascacielos y ‘algarrobicos’, sino un proyecto de vida común.