Artes escénicas
‘iSlave’: tecnología, esclavos y consumo

En ‘iSlave’, el compositor Alberto Bernal propone, junto a Mar Gómez y Pablo Ramos, reflexionar en el escenario sobre la esclavitud que la tecnología provoca en este sistema a un lado y otro de la pantalla.

Nomofobia se denomina al miedo irracional a no tener teléfono móvil. En menor medida, ese vacío que se siente al quedarse sin batería, cuando no sabes dónde lo has puesto o al quedarnos sin cobertura. Una enfermedad del siglo XXI que se ha creado en apenas unos años. En 2001, Apple lanzaba su primer reproductor compacto de audio digital, el primer iPod. En 2007, el primer teléfono inteligente, el iPhone. En dos décadas, cuesta imaginar la vida sin el segundo, que acabó por engullir al primero. El móvil se ha convertido en una extensión de nuestro propio cuerpo, sin el cual no parece que podamos llevar adelante el día a día.

Sobre esta reflexión arranca iSlave, obra que se estrena en los Teatros del Canal de Madrid y que es una auténtica nueva experiencia, al dejar por los suelos los muros que separan las disciplinas como el teatro, la danza, la música o la performance. La espectadora, el espectador, se siente inmerso en una experiencia en poco más de una hora que va desde lo lúdico de la tecnología o el infierno que producir esta puede generar. El origen está en las noticias que el compositor Alberto Bernal, director del montaje, descubrió tras varios suicidios en la fábrica de la empresa taiwanesa Foxconn en China. Indagó y descubrió que la explotación laboral, las jornadas extenuantes de los trabajadores y las pésimas condiciones de vida de estos estaban detrás. Pero, ¿qué vinculaba esa realidad con la de los miles de consumidores que usan los productos que allí se generan? La respuesta está en iSlave.

“Si pensamos en 2011, un momento en el que la tecnología se veía como algo liberador, con el 15M en España con las redes sociales como elementos de organización o las primaveras árabes, que incluso se llamaban las revoluciones de Facebook. De ahí, en muy pocos años, esas tecnologías que vehicularon esas revoluciones han pasado a ser lo contrario”, recuerda Bernal en referencia al escándalo de Cambridge Analytica en el ascenso al poder de Trump o el referéndum del llamado Brexit. “La tecnología ha pasado de ser una herramienta de liberación a una herramienta de opresión en muchos casos”, concluye. Esa trampa se visualiza en el espectáculo, que ofrece dos mitades de la escena: el software y el ansia de consumo de imágenes, vídeos o redes sociales; y el hardware, donde los movimientos repetitivos consumen la vida de quienes crean teléfonos como el iPhone.

“Se tiende a ver la tecnología como algo inmaterial, la nube, lo digital, pero está sustentado en una realidad material muy concreta que no vemos porque el sistema se ha encargado de tapar”, explica Alberto Bernal

iSlave no somos nosotras y nosotros, es el término que se usa para las personas que producen los iPhone y otros en condiciones de casi esclavitud”, indica el director. “Nos quejamos de que la tecnología nos esclaviza —continúa—, que tenemos que estar pendiente de cosas que no queremos, pero en el fondo lo que produce esta semiesclavitud es una esclavitud real. Se tiende a ver la tecnología como algo inmaterial, la nube, lo digital, pero está sustentado en una realidad material muy concreta que no vemos porque el sistema se ha encargado de tapar”, explica Bernal, reflexión que se ve sostenida con los textos de Mar Gómez, proyectados sobre los separadores y sobre el fondo que contextualizan esa separación que pensamos que existe y el privilegio que supone poder no pensar en ello.

Con citas de Susan Sontag, Hannah Arendt o Guy Debord —filósofo francés que politizó el concepto de espectáculo—, la obra se va poniendo más frenética cuando la danza de los bailarines y la música de percusión y vientos aumenta y aumenta de intensidad. Ese consumo frenético que hacemos tanto del software como del hardware de las nuevas tecnologías y que se plasma en los beneficios multitudinarios de empresas como Apple, intel, Facebook, Universal o Disney. Un viaje desde San Francisco, la meca del sueño tecnológico, hasta Shenzhen, el oscuro rincón donde se fabrica. “Esta ignorancia deliberada o no hacia la otra mitad, de quienes producen los bienes que consumimos, hace que piense en que no es falta de información, es que estamos ‘demasiado ocupados’ moviendo el dedo por la pantalla, consumiendo de forma compulsiva ocio”, explica el compositor a El Salto.

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El espectáculo, que después de Madrid se verá en Pamplona y otros lugares pendientes de concretar, es una apuesta complicada, especialmente por esa reticencia a ver el problema que supone el consumo actual de tecnología. “No es que falte información —explica Bernal—, podemos saber qué es poniendo ‘iSlave’ en un buscador. No es algo que sorprenda, porque ya sabemos qué pasa en Asia con la ropa y otros productos. Tenemos mucha información y esto es lo que hace que nos deje indiferentes”.

Para combatir esta situación de “anestesia colectiva”, los creadores de iSlave buscan la experiencia estética: “Quiero pensar que una hora confrontándose a esa realidad sobre un escenario despierta una vivencia sustancialmente diferente a leer una noticia de dos líneas. Porque viene de la vivencia, de lo estético, las emociones”.

Una estética que obliga a los bailarines a actuar recitando texto e interactuando con los demás, o músicos con coreografía e interpretación. “Trato de que la experiencia artística no esté encorsetada por una o varias disciplinas, sino que todas ellas sirven para crear una realidad que utilice los medios que necesite. Todo el equipo de creación y el equipo sobre el escenario hemos buscado esa idea”, comenta Bernal, que puntualiza que la performance de la obra realmente “no es una actuación, es que realmente están exhaustos, de tocar lo mismo durante una hora, de bailar lo mismo. Son cuerpos y personas reales lo que hace que sea muy potente”. El tipo de teatro de Bertolt Brecht, donde el teatro no es una ilusión, es real, recuerda. Una dirección de escena que completa Pablo Ramos.

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“No sé si manejo la máquina o la máquina me maneja a mí” puede leerse en uno de los textos proyectados. Una afirmación que puede sentirse igual de cierta a un lado o a otro del escenario. Tanto en la fábrica china como en las calles de cualquier ciudad. Una experiencia estética que responde a lo que el compositor trata de transmitir a sus alumnos como catedrático del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. “Desde las especialidades como la creación o nuevos medios, hay una contradicción etimológica, porque no conservas nada, puede que planteemos que haya un conocimiento de la tradición para superarla y crear nuevas”, concluye.

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