We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Campo de cuidados
Vecinas
Si yo no tuviera a mis nietas, mis hijos, mis vecinas, a mis padres para cuidarlos y a las tropecientas personas que pasan por esta casa, y estuviera tan sola, también estaría loca como dicen que están ellas. Soledad. Mi vecina.
I
Algo que me encanta del pueblo son las casas que tienen macetas o jardineras fuera, en el espacio entre la casa y la calle. Veo ahí generosidad, vecindad, alegría, orgullo. Tengo una vecina que tiene una jardinera siempre exuberante, de periquitos, rosas, y plantas aromáticas. La otra mañana bajaba camino a casa. Delante de mí iba la cartera con su carrito. Al final, Sole, mi vecina, regaba con la manguera la jardinera del lateral de su casa. En el pueblo, cuando tres personas transitan por la misma calle, acaban encontrándose y charlando. Bueno, a veces. Yo esa mañana estaba de vacaciones y pasó.
Campo de cuidados
Campo de cuidados Casa
- Tengo una carta para ti.
- ¡Anda, una carta! Pero si ya no recibo nunca una carta. Ah, es del agua y la basura, ya decía yo.
- Uy, pues yo llevo 40 años escribiéndome con una amiga que vive en Barcelona.
- ¿De verdad? ¿Y cómo es eso?
Sole nos contó, a la cartera y a mí sobre su infancia en Barcelona. Sus padres emigraron allí y encontraron un buen trabajo. Disfrutaron de su vida allí, pero su padre enfermó y el médico le recomendó volverse a su casa del pueblo. Para entonces Sole ya era adolescente y dejaba en Barcelona amigas muy queridas. Una de ellas era Lola.
- Ella me enseño a bailar la rumba catalana con las canciones de Peret. Desde que nos separamos nos empezamos a escribir. Hace muchos años que vive en el sanatorio de Sant Boi. Desde hace 40 años nuestras cartas tienen el mismo principio y el mismo final. En medio, nos hemos ido contando nuestras vidas. Hay temporadas que ella no puede escribirme, y me escriben las mujeres que trabajan con ella contándome como está.
Mis nietas me dicen que guarde bien todas esas cartas, pues claro. Ahí está media vida. Niña —le dijo a su nieta—, cierra la manguera que ya he acabado de regar las flores.
II
Por la tarde fui a la piscina con mi hija pequeña. Se le había roto la parte de arriba del bikini, y se me ocurrió ir a buscar un imperdible a Laura, la taquillera de la piscina. Ella sacó su acerico, sus hilos y agujas y nos propuso coserlo. En el mientras tanto entró a la piscina mucha gente, y mientras ella cosía, también daba las entradas de la piscina, recibía y daba conversación.
Campo de cuidados
Campo de girasoles
Estuvimos allí un largo rato, y al menos habitamos cuatro escenas diferentes. Una de ellas en francés. Laura vivió muchos años en Francia. Sus padres también emigraron, y regresaron cuando ella era adolescente. Luego fue durante mucho tiempo la telefonista del pueblo. Recibía peticiones de conferencia, y ponía a hablar a personas.
- Toma Julia, ahí tienes tu bikini, no ha quedado del todo bien, pero para bañarte esta tarde te dará.
- Gracias Laura, qué manos tienes, qué bien coses.
III
Cuando volvimos de la piscina vi en mi calle a otra vecina. Su madre había muerto hacía una semana, justo el día de nuestra boda. No pude ir a darle un abrazo así que quise pararme a dárselo ahora. Yo quería mucho a su madre, mi vecina Lucinda. Ella siempre me regalaba plantas porque había sido amiga de mi abuela, habían compartido muchos esquejes y quería seguir compartiéndolos conmigo. A mí me emocionaba cada vez que se asomaba a la ventana y me decía que pasase. Me daba un trozo de planta y me contaba un trocito de su vida en común con mi abuela.
Le conté a su hija lo que nos regaló Lucinda la mañana que murió. En nuestra jardinera, donde crecen las plantas que nos regaló, apareció una flor justo esa mañana. La de nuestra boda, la de su muerte. La única flor que ha aparecido este año en esa jardinera. La más bonita que veremos. La vida renace en los mientras tanto, en los espacios intermedios, en los márgenes, en los tránsitos.