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Ciencia
Divulgación de la ciencia: ¿Prometeo contemporáneo o Caballo de Troya del capital?
Nadie en su sano juicio organizaría una exposición sobre Charles Darwin en un museo sin hacer referencia a su teoría sobre la evolución. De hecho, si ésta no constituyese el eje estructurante de la muestra, la profesionalidad del coordinador o coordinadora de la misma quedaría en entredicho. Al fin y al cabo, si el autor de El Origen de las Especies reviste algún interés siglo y medio después de su muerte, es precisamente por el uso que podemos dar del conocimiento que obtuvo sobre las dinámicas de evolución biológica de las especies para comprender y transformar la realidad.
Las exposiciones en museos científicos son uno de los principales formatos de la Comunicación de la Ciencia. Y si su objetivo es divulgar el conocimiento entre el público no experto, el mismo trato debieran de recibir las teorías de Charles Darwin o Stephen Hawking que los descubrimientos hechos por Karl Marx. Pero parece que los divulgadores de ciencia son de otra opinión. De ahí que en la muestra ‘Karl Marx y el capitalismo’ organizada por el Deutsches Historisches Museum (Museo de Historia de Alemania) de Berlín, resultara casi imposible hallar una sola referencia a la plusvalía; fundamento, esencia y motor de la producción capitalista.
Esto resulta tanto más sorprendente cuanto que fue el propio Marx quien descubriera este aspecto diferencial del modo de producción capitalista. De hecho, él mismo comentaba que la plusvalía era el más importante resultado de la investigación científica que recogía su opus magnus, El Capital. Y tal es la trascendencia que posee la plusvalía para comprender el capital y subvertirlo, que Rosa Luxemburgo aseveraba que este descubrimiento era la mayor contribución hecha por Marx a la causa a la que dedicó toda su vida adulta, la lucha revolucionaria del proletariado.
Marx decía que la plusvalía era el más importante resultado de la investigación científica que recogía su obra El Capital
La plusvalía es una ‘abominación para el orden burgués’. Al descubrir que la producción de plusvalía es el fundamento y razón de ser del modo de producción capitalista, Marx puso al mundo de la burguesía frente un espejo en el que mirarse para encontrar que todo su sistema se erige sobre el antagonismo y la explotación económica; y que al capitalismo le aguarda el mismo destino histórico que al resto de los modos de producción que le precedieron —desaparecer. Resulta entonces algo menos sorprendente el olvido deliberado de la plusvalía por parte del Deutsches Historisches Museum. Pero ello no significa que ‘Karl Marx y el capitalismo’ no fuese una buena iniciativa en Comunicación de la Ciencia. En muchos sentidos, era completamente impecable. Lo que sucede es que la muestra no era inocente. Como no lo es, en general, ninguna actividad de divulgación de la ciencia.
El fuego del dios Capital
Aunque pueda resultar paradójico, la Comunicación de la Ciencia tiene mucho de mito. No es sólo que se tomen narrativas de la mitología antigua para transmitir ciertos resultados de investigación, sino que la divulgación en sí misma es una práctica social fuertemente idealizada y hasta mitificada. Tanto es así, que los divulgadores de ciencia se consideran y son presentados como Prometeos modernos cuya misión es poner el fuego de los dioses, el conocimiento científico, en manos de los simples mortales —quienes no pueden apropiárselo por sí mismos, y necesitan mediadores que le hagan ese saber comprensible. Ahí es nada.
La divulgación en sí misma es una práctica social fuertemente idealizada y hasta mitificada
El soniquete de alabanzas a la Comunicación de la Ciencia y sus cultores ha ido ganando en decibelios en los últimos tiempos, acompañando la proliferación de iniciativas en divulgación de la ciencia (a nivel global, y en España), y el crecimiento exponencial del número de perfiles profesionales que participan de esta práctica social, incluyendo a los propios científicos y a las instituciones académicas. Cualquiera que sea el lado desde el que se la mire, la Comunicación de la Ciencia parece irradiar virtud: transmite conocimiento de utilidad al público; es expresión del desarrollo social y es una conquista cultural; permite fiscalizar a científicos e instituciones académicas; refuerza la democracia; y, de rebote, contribuye al progreso económico. ¡Chúpate esa, Zeus!
De todo esto, lo único cierto es que el coordinador o coordinadora de ‘Karl Marx y el capitalismo’ merece correr la misma suerte que Prometeo por su ineptitud, y acabar sus días con las entrañas devoradas por un águila. Todo lo demás, es pura ideología. Y no hace falta tener la visión del águila que se daba un festín cada mañana con los intestinos de Prometeo para darse cuenta.
Estimulando la divulgación del conocimiento se pretende crear un clima de opinión favorable a la innovación
Para empezar, la Comunicación de la Ciencia no es políticamente neutra. El vigor que la Comunicación de la Ciencia ha recobrado en fechas recientes tiene su origen en las instancias de la política científica. La instrucción científica de la sociedad sería el daño colateral del fin perseguido, la acumulación del capital: estimulando la divulgación del conocimiento se pretende crear un clima de opinión favorable a la innovación que, de paso, lubrique los engranajes sociales para evitar que se den casos como el de los alimentos modificados genéticamente, en los que la contestación social imposibilita la valorización de los capitales invertidos en la producción de ciertas tecnologías. No por nada, la definición de Comunicación de la Ciencia más ampliamente aceptada postula explícitamente que la función de la divulgación es generar ‘respuestas positivas hacia la ciencia’.
Pero el uso con fines políticos de la divulgación de la ciencia no es algo nuevo. La articulación de la Comunicación de la Ciencia como parte de la estrategia nacional de ciencia y tecnología comenzó en Estados Unidos a finales de los años cincuenta, en reacción directa al lanzamiento del Sputnik por parte de Rusia. Esto es, en el contexto de la Guerra Fría y la rivalidad entre bloques imperialistas. Misma situación se daba al otro lado del Telón de Acero. La crisis económica de los ’70 trajo este uso político de la divulgación a Europa occidental, para facilitar la transición de la estructura productiva hacia una ‘economía basada en el conocimiento’.
Las iniciativas de divulgación de los gobiernos se integran en las estrategias de la política económica de cada espacio nacional
En la actualidad, los gobiernos patrocinan, cuando no directamente pilotan, muchas de las iniciativas en Comunicación de la Ciencia que pretenden facilitar el ‘diálogo’ entre ciencia y sociedad. En España, la Fundación Española de Ciencia y Tecnología aportó 4 millones de un total de 14 millones de euros captados por proyectos dirigidos al fomento de la cultura científica. El FECYT es uno de los actores clave de la divulgación de la ciencia en España, y, también, un organismo directamente dependiente del Ministerio de Ciencia e Innovación. Por supuesto, las iniciativas de divulgación que ponen en marcha los gobiernos no son gratuitas ni arbitrarias, sino que se integran en las estrategias de la política económica implementadas en cada espacio nacional de acumulación del capital.
Mención aparte merece el hecho de que la Comunicación de la Ciencia se ha convertido en un recurso más de la guerra que las universidades libran entre sí para captar recursos en un contexto de creciente mercantilización de la ciencia académica. La pandemia del coronavirus nos enseñó también hasta qué punto las empresas ‘intensivas en conocimiento’ supeditan la Comunicación de la Ciencia al imperativo de generar beneficios: tanto los tándems Pfizer-BioNTech y Oxford-AstraZeneca, como Moderna por su parte, comunicaron la efectividad de sus respectivas vacunas al público antes de que una autoridad independiente pudiese validar sus ensayos clínicos. El resulto en términos empresariales es bien conocido.
Queda claro que la Comunicación de la Ciencia es algo más que dar a conocer entre los públicos no expertos leyes y principios de la naturaleza y la sociedad descubiertos mediante el método científico convencional. Pero incluso en aquellos casos en los que la divulgación se restringe estrictamente a eso, ésta continúa al servicio de la producción capitalista; esta vez, mediante la legitimación ideológica del capital.
La pandemia nos enseñó hasta qué punto las empresas ‘intensivas en conocimiento’ supeditan la Comunicación de la Ciencia a los beneficios
El famoso divulgador de la ciencia David Dorenbaum ha hecho buena esta dimensión particular de la Comunicación de la Ciencia recientemente. En un reportaje para El País, Dorenbaum no dedicó una sola palabra de crítica al burdo intento de unos investigadores canadienses de naturalizar la guerra y los conflictos interimperialistas a los que abocan las contradicciones del capital (véase, Ucrania), buscando las supuestas ‘bases biológicas’ de la agresión. Ya decía Marx —y eso no lo recogía la exposición del Deutsches Historisches Museum— que el capital necesita de una clase obrera que enfrente las condiciones de producción capitalistas como algo dado por naturaleza, eterno e inmutable. Si algo revela el caso de Dorenbaum, es precisamente que la Comunicación de la Ciencia contribuye a la legitimación ideológica de la producción capitalista al no cuestionar los presupuestos (profundamente ideológicos, como se ve) sobre los que se erige la ciencia contemporánea y su método. La problematización de la ciencia por parte de los comunicadores de ciencia, ni está, ni se la espera.
En resumidas cuentas, la realidad de la Comunicación de la Ciencia no guarda ningún parecido con esa idealización ingenua que, no por casualidad, se pretende instalar en la consciencia colectiva. La divulgación del conocimiento científico participa de la reproducción ampliada de la relación social capitalista, y por partida doble: directamente, en tanto que la divulgación de la ciencia pretende solventar las dificultades particulares que el curso de la acumulación del capital encuentra en cada momento (incremento del personal científico, y de los recursos destinados a ciencia; cambios en las cualificaciones de los trabajadores; aceptación social de la innovación, etcétera); e indirectamente, naturalizando las condiciones de producción capitalista vía la difusión de la concepción burguesa del mundo sobre la que se construye el método científico convencional. Más que un Prometeo moderno, habría que pensar en la Comunicación de la Ciencia como un Caballo de Troya: el supuesto ‘regalo’ para la humanidad del que se vale el capital para romper las líneas enemigas y atacar por el flanco más débil, precisamente por ser éste el lugar en el que no se espera el ataque —la ciencia.
La ‘brecha’ entre ciencia y trabajo
Con todo lo anterior, apenas se ha rascado la superficie en lo que concierne a la relación entre el capital y la Comunicación de la Ciencia. Muchos más secretos a este respecto tiene que contarnos el origen de la divulgación como práctica social, incluyendo la necesidad misma de la Comunicación de la Ciencia en las sociedades capitalistas contemporáneas.
La Comunicación de la Ciencia no ha existido siempre —como no siempre ha existido la ciencia en el sentido pleno del término. Los orígenes de la Comunicación de la Ciencia se suelen situar entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, época de la Revolución Industrial y de la sustitución a gran escala de las manufacturas por las grandes fábricas y la producción a máquina. Es en este periodo cuando se produce la ‘brecha’ o ‘ruptura’ entre ciencia y sociedad que la Comunicación de la Ciencia toma como premisa de su propia existencia.
La respuesta fácil a la pregunta por la causa de esta separación es atribuirla a la complejidad y especialización de la ciencia, como hacen algunos y algunas. Vaya, que hay muchas ciencias, y todas son muy difíciles. Sólo los científicos poseen las facultades que les permiten apropiarse directamente del acervo de conocimiento, y contribuir al mismo. Este vídeo del canal de divulgación ‘QuantumFracture’ ilustra a la perfección el papel que en la ciencia nos está reservado al resto de los mortales. ¿Alguien podría construir y/o lanzar un satélite viendo el vídeo? Pues eso.
No existe algo así como una ‘brecha’ entre ciencia y sociedad. La verdadera ‘ruptura’ es la separación entre ciencia y trabajo
Pero la capacidad de apropiarse y dar uso del conocimiento científico directamente, de forma no mediada, es el resultado de determinadas condiciones materiales de existencia. Y la condición de existencia elemental en el capitalismo es la separación del trabajador de las condiciones objetivas de producción. Y esto incluye lo que Marx denominara ‘potencias intelectuales del proceso material de producción’, o sea, el conocimiento. No existe algo así como una ‘brecha’ entre ciencia y sociedad. La verdadera ‘ruptura’ es aquella que se da entre trabajadores y la ‘quintaesencia’ del trabajo social (Marx dixit); esto es, la separación entre ciencia y trabajo.
Sin la separación de los trabajadores respecto de las condiciones de producción, el capitalismo es de todo punto imposible, pues no habría manera de forzar al obrero a producir plusvalía (¡Sorpresa! Esto tampoco se daba a conocer en la muestra ‘Karl Marx y el capitalismo’). La separación entre ciencia y trabajo es, por tanto, constitutiva de la relación social capitalista, y ningún esfuerzo en divulgar el conocimiento va a lograr revertirla.
Es más barato y efectivo dividir el trabajo, especializar y encadenar de por vida a los trabajadores a una ocupación particular
La producción de plusvalía y las condiciones en que ésta se produce explican por qué no todo el mundo está facultado para contribuir en forma efectiva a la ciencia. Al capital le resultaría demasiado caro equipar a la totalidad de los trabajadores con semejantes facultades. Y una fuerza de trabajo encarecida significa menos producción de plusvalía. Es más barato y efectivo dividir el trabajo, especializar y encadenar de por vida a los trabajadores a una ocupación particular.
Es por esto que Elon Musk puede dirigir una empresa de coches y una red social simultáneamente; pero los empleados de Twitter que Musk ha despedido no pueden ponerse a trabajar de la noche a la mañana en las cadenas de montaje de Tesla. Así, la división capitalista del trabajo restringe la capacidad de producir conocimiento científico a un número restringido de individuos —privando de esta facultad a todos los demás—, que hacen de tal función su propia especialidad. Aquí reside la clave de la separación entre expertos y legos, y, también, la división de la ciencia en disciplinas.
La Comunicación de la Ciencia es un resultado específico del capital. La ‘brecha’ que separa a la ciencia del trabajo no se cerrará hasta que la clase obrera no pase a controlar los medios de producción y pueda organizar colectivamente el proceso de producción social como un todo. Así que la suerte de la divulgación está escrita en el destino histórico del propio modo de producción capitalista. Con él ha nacido, y con él debe de perecer. Los trabajadores no necesitamos ningún Prometeo, como no necesitamos ningún capital. Demos muerte a Prometeo, acabemos con el capital.