Opinión
La política de las migajas: San Buda en Cáceres
El Ayuntamiento de Cáceres se suma a la política competitiva entre grandes municipios por atraer una inversión privada cuyos resultados no están claros. En vez de apostar por la mejora de los servicios públicos, se invierten esfuerzos en exóticas aventuras que tienen poco que ver con la mejora de la calidad de vida de la ciudadanía.

Salvando las distancias que marca el tiempo, poca diferencia existe entre los monasterios de la Edad Media que competían por atesorar reliquias amojamadas de santos, vírgenes y niños mártires, con intención de atraer al peregrinaje que les facilitara fama y dineros, y el Ayuntamiento de Cáceres de hoy día, empeñado en la construcción de un macrocentro budista, con estatua del profeta incluida. Si aquellos guardaban pingajos como el del Santo Prepucio del Niño Jesús, es de esperar que este muestre despojos como la muela del juicio del inveterado guía espiritual calvo y barrigón.
Todo ello por la pela, pues aquí no pinta nada el carácter ideológico, filosófico o moral de la enseñanza budista, aquel que señala como fin último de la confusa humanidad la liberación completa del sufrimiento, sino que más bien se trata de alcanzar poder político y prosperidad económica mediante la explotación de los recursos espirituales de una religión que siempre ha definido esos objetivos como obstáculos para lograr la felicidad suprema.
Todo se hace al tuntún, con la esperanza de que el Gran Buda atraiga al llamado “turismo asiático”, ilusionados ante la idea de ver monjes y creyentes consumistas de dicha religión tomando una “relaxing cup of café con leche” en la Plaza Mayor de Cáceres, o una ración de pestorejoLo ha dicho el alcalde y lo sostienen los concejales y concejalas del ramo que han paseado su palmito por tierras nepalíes: “se nos presenta la posibilidad de atraer más visitantes y de enfocar un tipo de turismo que podría ser muy rentable para la ciudad”.
Ese uso del condicional hipotético, ese “podría”, refleja la total falta de un estudio serio, un mínimo sondeo, un amago de investigación o cualquier prospección económica previa que pueda avalar el embarque en una aventura cuyo resultado es incierto, pues no hay nada estudiado, sólo intuido, deseado, imaginado. Propio de las religiones: Dios proveerá. Todo se hace al tuntún, con la esperanza de que el Gran Buda atraiga al llamado “turismo asiático”, ilusionados ante la idea de ver monjes y creyentes consumistas de dicha religión tomando una “relaxing cup of café con leche” en la Plaza Mayor de Cáceres, o una ración de pestorejo, según sea la hora del día.
El mismo país de donde parte el interés de ciertos empresarios por “budificar” Cáceres, Nepal, ocupa el puesto número 147 en el índice de Desarrollo Humano publicado por la ONUEs de esperar que de ese turismo que se aguarda como maná caído del cielo queden excluidas las masas de obreros del textil y otros ramos que trabajan en condiciones de semiesclavitud en la costa asiática y que sostienen el bueno, bonito y barato del paraíso capitalista de Occidente. Sin ir más lejos, el mismo país de donde parte el interés de ciertos empresarios por “budificar” Cáceres, Nepal, ocupa el puesto número 147 en el índice de Desarrollo Humano publicado por la ONU… de un total de 189 países, con un índice de pobreza menor que el de Angola y mayor que el de Kenia. Es difícil de creer que, entre tanta mística y fe, la ciudadanía nepalí vaya a hacer turismo por la ciudad mangurrina.
Todo encaja, una vez más, con la llamada política de las migajas, denominado así por el Observatorio Metropolitano de Madrid en referencia a las ilusionantes aventuras emprendidas primero por la alcaldesa Ana Botella con el Eurovegas y después por Manuela Carmena con el templo budista que finalmente rechazó y que quedó a expensas de que lo aprovechara cualquier otra ciudad de la periferia, como puede ser, por poner un ejemplo, Cáceres.
Al mismo tiempo que el consistorio apostaba por ese turismo de terraza, céntrico y familiar (recogidito), se criminalizaba y repudiaba aquel otro modelo de clientela de bar que en su día protagonizaron los estudiantes (difícil de recoger), con las condenas penales de los hoteleros de la MadrilaEsa política de las migajas que en palabras de Víctor Lenore responde a un enfoque de la gestión municipal, tanto de la derecha como de la izquierda, que renuncia a la transformación social para limitarse a la competición con otros municipios, en vez de mejorar y ampliar los servicios públicos, refleja una falta de ideas sobre las acciones necesarias para mejorar la vida de la gente, más allá de lo puramente económico que pueda beneficiar a unos cuantos hoteleros del centro de la ciudad que, poco a poco, se van a adueñando de ese centro con sus veladores, privatizando lo que siempre ha sido suelo público de libre paso, convencidos de que lo que es bueno para ellos es bueno para Cáceres. La reciente remodelación de la Plaza de San Juan supuso la ocasión idónea para convertir lo que era una zona de paseo en una carrera de obstáculos entre mesas, sillas y camareros que orbitan desde los restaurantes cercanos. Al mismo tiempo que el consistorio apostaba por ese turismo de terraza, céntrico y familiar (recogidito), se criminalizaba y repudiaba aquel otro modelo de clientela de bar que en su día protagonizaron los estudiantes (difícil de recoger), con las condenas penales de los hoteleros de la Madrila.
Otro de los grandes pilares de Cáceres, la Universidad, no parece entrar tampoco en los proyectos municipales, a pesar de que diversos índices señalan la pérdida progresiva de estudiantes, que prefieren otros destinos, como Salamanca o MadridSería loable que el mismo entusiasmo puesto por la corporación municipal en el proyecto del templo budista se empleara en la creación de empresa pública que volviera a hacer municipales servicios hoy día privatizados, tales como el transporte urbano, el agua o la ayuda a domicilio, así como asegurar la comunicación de Cáceres con el resto del país, ya sea por ferrocarril o carretera, protegiendo el derecho de los cacereños y cacereñas a tener un tren digno, o cediendo suelo público (como pretende hacer con el asunto del Buda) para proyectos de carácter social y educativo, de uso municipal y ciudadano. Otro de los grandes pilares de Cáceres, la Universidad, no parece entrar tampoco en los proyectos municipales, a pesar de que diversos índices señalan la pérdida progresiva de estudiantes, que prefieren otros destinos, como Salamanca o Madrid, o que abandonan la pública para irse a la privada.
Habrá quien crea que criticar proyectos de este talante es abundar en lo reaccionario, ir contra el todo vale de una política municipal que se fundamenta en proyectos que prometen el oro y el moro, cuesten lo que cuesten, ya se trate de una mina de litio o de un templo budista. Aparte queda el día a día de la ciudadanía, condenada a tragar sapos y culebras con políticos que se guían por corazonadas y a quienes se la refanfinfla el carácter laicista de las instituciones para las que trabajan. Lo mismo da poner un Buda gigante que presidir una procesión. El caso es tener contenta e ilusionada a la gente. La pela es la pela y los sueños, sueños son.
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