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Coronavirus
La pandemia va por barrios
Recorrer las calles de los diferentes barrios que componen el Distrito Norte de Granada durante la pandemia y desescalada paulatina es observar la vida de un lugar acostumbrado a resistir. Entre algunas puertas que comienzan a abrirse y el movimiento en las calles permanecen las infraviviendas, la precariedad y la diversidad de una comunidad fuerte pero cansada tras meses de confinamiento donde varias familias han perdido gran parte de su poder adquisitivo.
“Muchas personas tienen trabajos informales o sin seguro, cómo limpiar casas o zapatos, recoger chatarra, vender romero en la Catedral o la Alhambra... u otros de subsistencia diaria de la que dependen familias enteras. Todos estos vecinos y vecinas se han visto de repente recluidos en sus casas y sin recursos, ya que esa economía se ha frenado totalmente”, explica el párroco del barrio de La Paz a El Salto Andalucía, Mario Picazo.
El brote de coronavirus ha alterado la vida cotidiana de todo el mundo, pero no todos se hallan en el mismo punto de partida. En el Distrito Norte, donde las familias viven al día, el golpe ha sido fuerte: “En nuestros barrios la población ya arrastraba con crisis que dejaron huella. Por ello las condiciones de la mayoría no hacían llevable el confinamiento: cerrados en menos de cincuenta metros cuadrados, con humedades y sin espacios abiertos. Todo esto no facilita la convivencia ni la calma, ni mucho menos la pérdida de trabajo o la desconexión con los centros escolares”, añade Picazo.
La construcción de las primeras viviendas sociales se remonta a los primeros años 60, cuando la administración pública granadina decidió realojar a la gran mayoría de la población gitana residente en los barrios céntricos hacia la periférica Zona Norte. Desde entonces, la expansión urbanística hizo que creciera y que se diversificara el tejido social del territorio con la llegada de varias familias africanas, asiáticas y españolas que decidían vender sus casas en medio de la urbe y optar por una solución a un techo más económica.
Hoy alrededor de 40.000 personas viven en estos siete barrios de la zona que tienen una gran diversidad cultural y altas cuotas de desempleo, informalidad e infravivienda y, además, es el distrito con menor renta per cápita de la ciudad. Tal y como señala el Plan de inclusión local en zonas desfavorecidas (Plizd) de 2018, hay un 41% de paro y casi una de cada diez viviendas se considera inhabitable
Confinamiento a oscuras
Las montañas de ladrillos que caracterizaron la expansión urbanística de la zona septentrional granadina no fueron acompañadas por una necesaria reforma de los servicios de red eléctrica. Desde hace una década miles de residentes sufren cortes de luz cotidianos que impiden el desarrollo de una rutina.
A finales de marzo, el Grupo Municipal Socialista del Ayuntamiento de Granada denunciaba la presencia de parones eléctricos en el distrito que alcanzaban una duración de hasta 48 horas, y exigía al Gobierno Andaluz presionar a Endesa para que garantice un suministro constante a todos los residentes. “El problema se hace más preocupante en la situación de pandemia que vivimos, con granadinos que no pueden salir de sus casas y que no tienen luz en estas circunstancias tan difíciles” alegaba en una nota el viceportavoz del PSOE en el Consistorio, Miguel Ángel Fernández Madrid.
A pesar de la creación de una Brigada Técnica Especial (coordinada por el Consistorio y Endesa para atender exclusivamente a las incidencias imprevistas de la zona Norte), hasta la fecha de publicación de este artículo los residentes siguen denunciado cortés en su suministro eléctrico.
Mari Paz Muñoz y su pareja viven en un piso del barrio de Almanjáyar, uno de los más afectados por los apagones: “No te imaginas la sensación de vivir toda la cuarentena con unos cortes diarios que alcanzaban las cinco horas. Imagínate la impotencia de ver pasar el tiempo a oscuras, o con unas velitas. Me he venido abajo muchas veces; es muy desesperante vivir todo esto tanto por mí, con escasa movilidad, como para todas las familias con niños. Aunque soy una persona muy positiva, me he sentido privada de mis derechos como persona” cuenta Mari Paz a El Salto Andalucía.
Hace 37 años su familia fue una entre las muchas de la comunidad gitana del Sacromonte en ser realojadas a las viviendas sociales específicamente construidas en el Distrito Norte. De los momentos más críticos, Mari Paz destaca febrero del año pasado, cuando la llegada de una ola de frío coincidió con un parón en el suministro eléctrico de un mes: “Yo lo sufrí como un atentado a mi persona, hacía mucho frío y mis piernas necesitaban calor, estaba rabiando de dolor” recuerda con impotencia.
A raíz de estos parones las organizaciones vecinales organizaron varias manifestaciones, a la cual Endesa respondió invitando los residentes a poner contadores para calcular el suministro. “Yo puse el mío y todos los meses llegaban 140 o 160 euros de luz; me decía que merecía la pena pagar, aunque los cortes seguían. La última factura, mayo de 2019, era de 388 euros; fue entonces cuando me negué a pagar”.
Coronavirus
Confinamiento a oscuras en la Zona Norte de Granada
En torno a este asunto Picazo señala: “Carencia sumada a carencia, miseria con más miseria. En el colmo del confinamiento, también estar sin luz”
Pero la cosa no queda ahí, a esta realidad se suma también la de muchos escolares de los barrios que desde el pasado catorce de marzo no han vuelto a tener contacto con sus maestros y maestras debido a la falta de medios y por ende accesibilidad.
La brecha digital limita al alumnado de la zona, que quedaron aislados de sus Centros Educativos y sin medios para acceder a clases en remoto. En ese sentido se ha trabajado desde diversos proyectos, como el llevado a cabo desde la parroquia de la Paz y el Centro Socioeducativo Lestonnac, que a través de un seguimiento constante hicieron llegar tabletas y conexión a Internet a 20 familias del barrio.
Tejido organizativo
A pesar de la dificultad de sobrellevar una crisis permanente, el Distrito Norte es también un territorio con un fuerte tejido comunitario, donde instituciones, organizaciones sociales y voluntarios trabajan en conjunto para solventar las diferentes problemáticas.
Víctor Rojas, de la Asociación gitana Anaquerando, y Youseff El Ayad Siraj de Granada Acoge, son dos jóvenes criados en la zona que colaboran desde hace tiempo con las redes de apoyo mutuo vecinales. Aunque trabajan con entidades distintas durante el estado de alarma han juntado todos sus esfuerzos para hacer frente a una demanda de ayudas sin precedentes. “Desde el principio hubo una coordinación constante entre las entidades sociales del distrito a través del programa de Intervención Comunitaria Intercultural (ICI). Cada miércoles nos reuníamos poniendo sobre la mesa todos los recursos que teníamos para gestionarlos de la mejor manera posible, esperando una respuesta estructural y real desde la administración pública” cuentan a El Salto Andalucía, justo a las afuera del Centro Cívico Norte.
Nacido en el 2010, con subvenciones públicas y privadas, ICI es el proceso comunitario a través de la cual se coordinan tres líneas de actuación ciudadana: la administración pública, la técnicas y operadoras de los servicios sociales y la misma ciudadanía. Según cita el dossier del proyecto, publicado el pasado 29 de abril: “El impacto repentino de los efectos de las medidas de aislamiento social han demandado una intervención paliativa urgente, sin precedentes en la historia de la intervención social contemporánea. A las ya existentes se suman familias que nunca antes se habían encontrado en esta situación debido al perfil de sus puestos de trabajo doméstico, hostelería, venta ambulante, etc”.
A partir de estas necesidades, se fueron implementando nuevos focos de atención para las personas mayores y/o dependientes, articulando Servicios de Ayuda y Comida a Domicilio del Programa Municipal y acompañamiento vecinal. A esto se suman la cobertura urgente de necesidades básicas, el abordaje de la brecha digital y el seguimiento educativo para la infancia.
“Las primeras dos semanas nos apañamos desde los servicios sociales y las iniciativas de apoyo mutuo, con la ayuda de varias entidades independientes que de repente se volcaron a proporcionar bienes de primera necesidad. Los profesionales y voluntarios de las entidades particulares se dedicaron 24 horas siete días a la semana al servicio de atención telefónica intentando responder a todas las dudas de sus usuarios; se trata a menudo de personas con una comprensión del idioma muy limitada o poco escolarizada, que de repente vieron cerrar todos sus puntos de referencias sin alguna indicación. Sin el soporte de las asociaciones vecinales esta gente no hubiera tenido herramientas para acceder autónomamente a las ayudas sociales, ni la propia administración hubiese tenido los recursos para detectar estas familias. Por ellos fuimos tanto trabajadores sociales como educadores, a la par que mediadores y psicólogos” explica Rojas.
A pesar del papel esencial que han jugado tanto las redes de apoyo como los programas municipales, ha sido evidente un trato diferenciado respecto a otros barrios de Granada en la manera de lleva a cabo estas medidas de urgencia. Según cuenta Yuseff: “En otros territorios de Granada si tú solicitabas comida te la llevaban directamente a casa sin que nadie supiera de la ayuda que habías pedido, mientras aquí en varios barrios se paraba una camioneta en mitad de la calle con una lista y era la gente que tenía que ir a por su comida -incluso por algunas de las reparticiones se pidió presencia policial- . Aquí la cuestión principal es la falta de un trato igual: por ser del distrito norte la gente no tiene que recibir una atención menor o ser despojada de su propia privacidad, recibiendo su ayuda por la calle. Porque es este sentimiento que luego genera rivalidad entre los mismos vecinos, que piensan que a una u otra comunidad se le has dado más”.
Y justo este factor - ‘la lucha entre pobres’ - es lo que preocupa a todas las asociaciones que desde tiempos inmemoriales intentan fomentar la inclusión en el territorio; “en cuanto a la intervención social con esta crisis hemos retrocedido unos 30 o 40 años; otra vez por una cuestión de necesidad ha crecido el racismo entre las multitudes de etnias residentes y la restauración de la convivencia que se había construido conllevará mucho tiempo”, sostiene Rojas.
Negocios de barrio
A mediados de marzo la gran mayoría de los comerciantes en el Distrito Norte bajaron las persianas y cumplían la ordenanza que imponía el cierre de casi todas las actividades hasta finales del mes. Las medidas, que eventualmente se prorrogaron por otros dos meses, conllevaron un daño irreparable a todas aquellas personas que sustentaban núcleos familiares enteros sobre la base de su ganancia diaria. Para algunas de ellas las pérdidas han sido tantas que se hace imposible una reapertura.
“Nosotros aquí trabajamos mucho de venta al por mayor, y han sido muchísimos los locales que han parado de comprar en los últimos meses, sea por el cierre temporáneo de su actividad o por la falta de clientela. En este sentido los bares y restaurantes han sido los más dañados”, explica a El Salto Andalucía Majid Ali Sharif, dueño de uno de los supermercados de referencia en el distrito, que añade: “Dos o tres de mis clientes han llamado a su contable para darse de baja ya que una reapertura ni se la cuestionan; son bares pequeños que tenían lo justo para funcionar a diario, sus dueños estaban mayores y no han sentido de ponerse otra vez tras el golpe recibido”.
La hostelería y las tiendas alimenticias no son el único sector afectado, como señala el empresario Mehdi que acaba de cerrar una de sus tres peluquerías situada en la zona del distrito próxima al campus universitario. La suspensión de las actividades lectivas presenciales y la vuelta a casa de los estudiantes han sido un duro golpe a la gran mayoría de los comercios cercanos y, aunque la reapertura se inicia, la vuelta de su principal clientela está aún lejana.
Aun así, muchos establecimientos locales no solo han seguido a flote, sino que han buscado adaptar y flexibilizar el trabajo de su plantilla y así evitar al máximo posible los despidos. Ejemplo de ello es el del supermercado de Ali: “al principio me enfrenté a la posibilidad de poner alguien en ERTE, pero conseguimos arrancar con la sola venta al detalle. Como faltaba trabajo en el almacén, nos pusimos a renovar la tienda” afirma satisfecho.
Ali y su familia pertenecen a la comunidad musulmana del barrio, que durante el estado de alarma ha sido forzada a un Ramadán insólito; “Yo sé que tras todo el día ayunando, voy a volver a casa y tengo comida, ¿pero qué pasa con todos lo que no tienen por la situación que se ha generado? Esto te hace pensar y actuar para ayudar a los demás”. A raíz de ello, todo el mes en la mezquita se sirvió comida tanto a la comunidad musulmana como a todos los que necesitaban. Pequeños actos que durante el estado de alarma han aportado notas de color a una realidad en blanco y negro.
Lo de la pandemia, que va por barrios.