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En 1976, la edad a la que las mujeres tenían el primer hijo en España era de 26 años. En 2021 fue de 32,6. Son datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), que también refleja que el porcentaje de mujeres que se convierten en madres después de los 40 años ha aumentado un 38% en diez años. Al mismo tiempo, el aumento de la esperanza de vida de las personas mayores ha llegado a situarse en los 83,1 años en España. En el cruce de estos datos se encuentra la llamada “generación sándwich”, una generación de mujeres que, pasados los 35 años, se encuentran cuidando a dos bandas a pequeños y mayores.
El término “generación sándwich” fue acuñado en 1981 por Dorothy Miller, trabajadora social estadounidense, para hablar precisamente de esas mujeres. El contexto entonces era otro: las mujeres tenían menor presencia en el mundo laboral y eran madres mucho antes que ahora, como en generaciones anteriores, pero a diferencia de sus propias madres, sus hijos empezaban a independizarse más tarde. Se trata de mujeres que se encontraban cuidado a sus progenitores mientras convivían aún con sus hijos adolescentes o adultos sin independizar.
Esta situación ha ido mutando desde la crisis económica de 2008. En esa mutación han influido factores como las escasas políticas de conciliación, el empleo cada vez más precario con horarios imposibles, el retraso de la maternidad y la situación económica y social post pandemia que han estrangulado en especial a las mujeres. Según Eurostat, en 2021 la edad en la que se independizaban los jóvenes era de 29,8 años.
En su libro Mujeres Generación Sándwich (Plataforma Editorial, 2009), la periodista Milagros Álvarez Gortari cuenta su propia experiencia cuidando de su madre con hijos adultos. Según la autora, hacerse cargo de mayores en casa exige cambios drásticos para los que no siempre se cuenta con colaboración familiar. Las instituciones como centros de día o la residencia, el cuidado por turnos entre hermanos y hermanas, mudarse cerca o que se vayan a vivir con una de las hijas o hijos son las soluciones más comunes e implican estrés y ansiedad a toda la familia.
Además, los mayores, cuando tienen que abandonar su hogar, se ven delante del espejo social de la “vejez”. Esto quiere decir que se sienten inútiles y pierden amigos, lugares y rutinas, por lo que no es extraño que la depresión se dispare de forma exponencial en nuestros/as mayores y mucho más en mujeres.
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Ninguna solución parece buena a la hora de hacerse cargo de los padres, una situación que suele aparecer de forma súbita por un accidente, la aparición de una enfermedad o el agravamiento de otra o la muerte de uno de los cónyuges, como describe Álvarez Gortari en su libro. Dentro de las posibles soluciones descritas, la de alternar domicilios entre hermanos llevando a la persona mayor de un lado para otro es la que más desarraigo produce haciendo que se sientan como “trastos” de aquí para allá sin sus propias referencias de lugares, cosas y personas. Por muy grande e irreversible que sea su deterioro, a menudo se sienten incomprendidos y despojados de sus derechos por sus hijos. Por este motivo, señala la autora, hay que tener en cuenta que cuanto mayor sea la independencia de los mayores y durante más tiempo, mejor para toda la familia.
Elegir qué hacer con ellos va a depender de su estado de deterioro y en esto tiene mucho que ver la capacidad económica de las familias. Teniendo en cuenta que los sueldos y pensiones son cada vez más precarios, el dinero para afrontar los cuidados se convierte en un quebradero de cabeza. En los últimos años y a raíz de esta necesidad han aparecido en España dos opciones nuevas que ya tienen cierto recorrido en Europa y Estados Unidos: la hipoteca inversa con la que si se tiene una vivienda en propiedad, se puede hipotecar consiguiendo medios económicos para mantener la independencia de los mayores en mejores condiciones y las comunidades de seniors en las que conservan su independencia teniendo su propio hogar pero dentro de una comunidad con servicios médicos y asistenciales las 24 horas.
El coste de cuidar
“¿Cómo se puede asumir el cuidado de una persona mayor dependiente en un hogar con un sueldo normal de entre 1.200 y 1.500 euros, con hipoteca de unos 600 y una madre en proceso de crianza sin ingresos?”, se pregunta Maite Egoscozabal, socióloga responsable de investigación social del Club de Malasmadres y de la Asociación Yo No Renuncio. “Hay muchas mujeres que no pueden costear servicios como las escuelas infantiles por lo que les sale más rentable dejar su empleo y dedicarse a la crianza mientras que otras mujeres con algo más de ingresos prefieren reducir su salario y jornada para poder tener tiempo de cuidar”, explica la socióloga. “Este coste económico que asumen no está reconocido, haciendo una labor que repercute directamente en las cuentas públicas porque el cuidado es salud y sostenibilidad para una sociedad”, lamenta.
Sobre quién hace ese trabajo de cuidados, los datos son claros: pese a una participación más equilibrada de hombres y mujeres en el mercado laboral, ellas siguen asumiendo la mayor parte de las responsabilidades familiares y domésticas. En 2021, en cuanto a los cuidados y las cuidadoras, como publica el INE en el informe Conciliacion trabajo y familia “el impacto sobre la participación en el mercado de trabajo (cuando existen personas que requieren cuidados) es muy diferente en hombres y mujeres, lo que es reflejo no sólo de un desigual reparto de responsabilidades familiares, sino también de la falta de servicios o servicios de cuidados muy caros y la falta de oportunidades para conciliar trabajo y familia”. En 2021, un 24,4% de mujeres (de 25 a 54 años) empleadas con 1 hijo trabaja a tiempo parcial frente al 4,1% de hombres.
Además, en más de un 34% las cuidadoras no tienen ningún tipo de ayuda, pese a que esta situación dura varios años. Su salud física y mental empeora como indica el informe del CSIC sobre la sobrecarga de las cuidadoras de personas dependientes, realizado en 2004. Egoscozabal asegura que “necesitamos un sistema en el que exista un equilibrio entre el tiempo que pasamos en el empleo, en el ocio o descanso personales y el tiempo dedicado a cuidar”. “Sin conciliación no se sostiene el sistema: las mujeres no tienen el número de hijos que desean, cae la natalidad, enferma nuestra salud mental y perpetuamos la desigualdad de género y de clase; las mujeres seguirán siendo las que cuidan, asumiendo el coste salarial, emocional y personal que esto supone”, sigue esta experta.
Mujeres disponibles
Si en 1970, según el INE, el número de hijos por familia era de 2,86, se ha reducido hasta 1,19 hijos en 2021, esto quiere decir que si antes esta carga económica y personal podía repartirse entre hermanos, cada vez habrá menos hermanos con los que compartirla. En la práctica, como sostiene Milagros Álvarez, en la mayoría de los casos siguen siendo las hermanas las que asumen hacerse cargo de los mayores y los datos así lo reflejan.
El 41% de las hijas cuidadoras dedica más de 40 horas a la semana de trabajo a cuidar frente al 26% en el caso de los hijos, el 58% de las hermanas y el 39% de los hermanos; en todos los casos puede afirmarse que la carga recae sobre la mujer más frecuentemente entre 45 y 64 años (41,0% de los casos) en datos del INE. Es necesario el desarrollo de políticas encaminadas a establecer un equilibrio y reparto familiar para evitar esta situación. Teniendo en cuenta la situación económica, la falta de recursos para acceder a la vivienda y el coste de la vida, los cuidados de las personas mayores para las generaciones siguientes van a ser un enorme problema porque ya están viviendo en precariedad.
Las familias que cuidan a mayores cuando aparecen enfermedades como la demencia o el alzheimer se tensionan y estresan mucho más
El nivel de deterioro de los mayores va a tener una consecuencia directa en la vida de las cuidadoras. Las familias que cuidan a mayores cuando aparecen enfermedades como la demencia o el alzheimer se tensionan y estresan mucho más. De hecho es una de las dos razones en las que Milagros Álvarez recomienda la institucionalización en una residencia, entre otras cosas por la carga emocional que conllevan estas enfermedades para las cuidadoras.
La otra opción para ir a una residencia es que lo decidan voluntariamente, algo que sucede cuando se encuentran perfectamente. La sobrecarga de horas necesarias para realizar estos cuidados puede sobrepasar las 105 horas semanales, según un estudio realizado por el Servicio Catalán de Salud en el año 2000. Las cuidadoras prestan una media de 7,6 horas al día a ancianos/as y un promedio de 9,2 horas a personas con enfermedades crónicas. Esto es más de una jornada laboral de 40 horas semanales.
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En el pasado, como indica Maite Egoscozabal, “las mujeres estaban disponibles para el cuidado porque no estaban en el mercado laboral, como ahora y las que sí lo estaban acababan renunciando a parte de su salario para cuidar de los mayores, pero les daba para alimentar a sus hijos e hijas”. Pero “actualmente, con la precariedad laboral que existe y los altos costes que tenemos para sacar adelante una familia, se complica mucho reducir el salario o prescindir de él para cuidar”, añade. Además, la cuestión de las edades es fundamental también para entender el cambio, ya que ahora se retrasa la edad de tener el primer hijo y las mujeres cuidan por arriba y por abajo a personas dependientes, sigue la socióloga. “El cuidado se hace insostenible si no contamos con apoyo institucional y corresponsabilidad social”, concluye.
Es importante poner el foco en una situación en la que todo apunta que irá a peor para las próximas generaciones. La decisión de ser madre se va a ver cada vez más comprometida en este puzzle en el que las piezas empleo, hijos, padres, pareja, cuidados, sueldos, familia, vivienda y pensiones, no cuadran como algo sostenible y llevadero. Hay que desterrar a esa 'súper mujer' que puede con todo, siguiendo a las fuentes consultada; es un término perverso y cruel que además nos fuerza a poner un listón inalcanzable.
Por este motivo hay que plantear el tema de los cuidados como un asunto central del bienestar social, darle el lugar que siempre debió tener y para ello, añade Anna Fargas, coach experta en Programación Neurolingüística y Gestión del Cambio. “Nuestra lucha, sea tanto individual como colectiva, tiene mucho que ver con el hecho de que se sigan reconociendo nuestros derechos y podamos disfrutar de una conciliación real”, dice. Y para ello es necesario que las mujeres estemos unidas porque juntas somos más fuertes. La conciliación es un problema de la sociedad pero es necesaria una lucha individual en la que cada mujer ponga límites, considera esta experta. “Situémonos en el lugar que nos toca y luchemos por mantenerlo, un lugar en el que podamos elegir, un lugar en el que no tengamos que renunciar, un lugar en el que podamos ser libres”, asegura.
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Este artículo resulta espeluznante en algunos momentos. ¿Desde cuándo los derechos humanos se reconocen y defienden olvidando los derechos de los demás? "Elegir qué hacer con ellos va a depender de su estado de deterioro y en esto tiene mucho que ver la capacidad económica de las familias". Se comprende la buena voluntad de denunciar cómo la clase social, el nivel de renta, etc. influyen en nuestra capacidad de proveer de los cuidados adecuados, en este caso, a las personas mayores y que las mujeres, claro, estamos siempre en el ojo del huracán. Pero ¿"elegir qué hacer con ellos", como si fueran un mueble? ¿En serio? Para mí el feminismo como movimiento social tiene la virtud de partir de principios éticos que rompen con valores patriarcales (es decir, basados en una cadena de privilegios) e individualistas. Aquí no veo esos valores, solo un agobio comprensible que conlleva un diagnóstico errado y simplista, desde mi punto de vista.