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Ecofeminismo
¿Has visto alguna vez una sirena en el mar?
“Yo no conocía el ecofeminismo. Lo descubrí estudiando”, afirma la directora y coreógrafa Olga Magaña (Almería, 1983) sobre su última obra, Baleia, justo antes de comenzar a preparar la función de esa noche en la que, como en todas las anteriores, el público aplaude de pie al final.
Desde que ganase la quinta convocatoria de proyectos escénicos de la Factoría Echegaray (iniciativa de producción de espectáculos propios impulsada por los teatros municipales de Málaga) la almeriense comprendió que no solo tenía que enfrentarse a sus contradicciones, sino a las mareas internas de cada una de las tres intérpretes que, junto con ella, componen el elenco de esta obra de setenta minutos.
Baleia significa ballena en portugués. Es, como se dice al inicio de la función, una eufonía, porque suena tanto a “baile” como a “vale ya”. La crítica a la cosificación de la mujer, como piedra angular de la tiranía del patriarcado, y la denuncia de la destrucción de los océanos por la acción del ser humano se entrelazan en esta creación artística que, más allá de las etiquetas, enfrenta dos de los grandes desafíos de la humanidad bajo una estética colorista y un ritmo veloz.
Cuatro mareas internas
En 2014, Olga Magaña soñó con cuatro ballenas, lo que dio lugar a un primer monólogo sobre esta temática y, posteriormente, a su desarrollo a través de cuatro personajes femeninos que entrelazan sus relatos en el escenario mediante el teatro textual, el físico, la danza y el cante. “He bebido toda mi vida del flamenco, pero también escucho mucho a Natty Peluso”, explica la directora de la obra que se estrenó el pasado 13 de julio, consciente del diálogo entre lo tradicional y lo contemporáneo.
Para llevar a cabo su objetivo, comenzó un “no casting”, como lo denominó en abril. Buscaba intérpretes versátiles, capaces de jugar con distintos estilos diversos y crear una comunidad “que permitiese mostrar las mareas internas de cada una”, apunta mientras come en un restaurante en el centro de Málaga. Tras la prueba, tenía claro quiénes serían sus compañeras en esta aventura teatral en la que se respira sororidad, apoyada en todo momento por el que es “el codirector de Baleia, el músico y dramaturgo Javier Viana”, quien también es responsable de la concepción del espacio sonoro.
“Soy Adriana Rogan, peso 120 kilos, tengo 28 años y la sociedad me llama ballena”, afirma una de las intérpretes de la obra. Como ella, Tania Santiago y Rocío García explican en sus respectivos monólogos las contradicciones vitales a las que se enfrentan diariamente. En muchos casos relacionadas no solo con el heteropatriarcado, sino con las expectativas que tiene un mundo capitalista sobre el cuerpo de las mujeres y sus derechos sexuales y reproductivos.
De Greta Thunberg al jabegote
Como contraposición a estas imposiciones del sistema, Magaña beatifica a Greta Thunberg sobre las tablas. La música gregoriana de los catalanes Alexandrae con 'Amazing Spaces' preconiza la llegada de la niña sueca con un chubasquero amarillo, que recorre el escenario bajo una luz inmaculada y su trenza comienza a crecer y crecer, como una maroma (cuerda gruesa de esparto, cáñamo u otras fibras vegetales o sintéticas) o como un cordón umbilical que la une con las nuevas generaciones, conscientes de la importancia de salvaguardar el planeta.
“Soy Tania Santiago, mido 1,50, peso 45 kilos y soy mujer y gitana”. Santiago es una bailaora a la que muchas compañías no aceptaban porque “le faltaban diez centímetros”. Esta artista de metro y medio de aceite de ballena (porque le resbala lo que digan de ella, asegura), interpreta a Thunberg, la activista medioambiental que promovió Viernes por el Futuro, un movimiento internacional, principalmente juvenil, que lucha por la protección de la tierra, el territorio y el medio ambiente. “Greta vivió una odisea cruzando el océano con un catamarán para llegar a la cumbre del clima de Madrid”, argumenta Olga Magaña, “mientras yo sigo cogiendo ese autobús con alas llamado avión para desplazarme”, reconoce la directora, consciente de las contradicciones en las que vivimos en la actualidad.
Precisamente jugar con el imaginario colectivo durante su homenaje marino era uno de los objetivos de la coreógrafa que, a través de juegos de palabras, cambios mínimos a canciones conocidas o referencias a dichos populares hace reír al público mientras plantea críticas a las incongruencias de la actualidad.
“Juego uniendo una frase con otra, para darle respuesta a la anterior”, explica Magaña, recordando con una sonrisa las referencias artísticas al mar en versos de las canciones de Marisol, El Kanka, Perotá Chingó o Joan Manuel Serrat, pero también de las intérpretes de la obra.
De hecho, la propuesta va mucho más allá y también alberga canciones propias. Rocío García posee un proyecto denominado Calma Musique y, en la función, interpreta una nana a su niño pez, bebiendo del texto que le canta a su hijo en la vida real. Más tarde, García se arranca con un jabegote taconeando con aletas azules, un palo del flamenco que procede del fandango malagueño y que cuenta las faenas de los pescadores que trabajan con las jábegas.
Sirena o ballena
“¿Qué quieres ser: sirena o ballena?”, decía un anuncio de una conocida cadena de gimnasios en Brasil hace unos años. Inspirada en esa falsa dicotomía, Olga Magaña se empecinó en hablar de la cosificación de la mujer y del vertedero marino como las dos caras de una misma moneda de letargo social, gracias una dramaturgia muy visual y a un gran conocimiento sobre las expectativas que la sociedad tiene de cada una de las intérpretes. Estas mareas internas, como las llaman en el elenco, fueron identificadas gracias a la labor de Viana en un laboratorio previo realizado en el Ateneo de Málaga durante el mes de mayo.
“En mi vida muy pocas veces voy de negro”, afirma la directora, que señala a su bicicleta rosa, alude al verde de su blusa y explica sus influencias en este sentido: “La compañía Voadora, de Marta Pazos es muy colorista y yo quería algo así, con una escenografía fácil de mover y que convirtiese el vertedero marino en algo bello”, apunta la almeriense, consciente de que la forma también influye en el mensaje que se quiere transmitir al público.
Así, las tonalidades primarias se funden en la obra con conceptos que recuerdan en ocasiones a 'El nacimiento de Venus' del renacentista Botticelli o al surrealismo de 'La invención colectiva' de Magritte, gracias a un attrezzo que reformula lo costumbrista, como las telas para recoger aceituna que parecen en escena en varios momentos, o a las luces, cuidadosamente medidas hasta su explosión en un desfile de moda rocambolesco.
“La industria textil ha tenido un impacto en el medio ambiente brutal. Tiramos un alto porcentaje de la ropa que compramos y me gustaba jugar con la idea de Yolanda Domínguez de que las posturas de las modelos nos hacen pensar que tienen algún tipo de enfermedad o les pasa algo”, dice Magaña. Si bien no aparece en escena, la directora reconoce que un poema que escribió en 2016 es la esencia de Baleia:
“Nuestro intestino tiene el calibre de 3 campos de fútbol,
Pero no aguantamos el aliento excesivamente
Cantamos pop para sosegar
Y comemos gambas hasta empacharnos
Vivimos en el fondo de tu esternón
Y en éter azul anterior al tiempo.
No pretendemos ser sirenas.”
Origen
Durante el transcurso de la obra, el escenario se vacía, hasta llegar al origen. Un mar de patitos de plástico amarillo inunda el escenario al inicio de la función para contar la historia de Moby Duck. En 1992, 28.800 patitos de goma y otros muñecos perdidos en el mar evidenciaron el peligro que supone la basura para las especies que habitan en los océanos y para la directora, era un ejemplo perfecto de cómo debemos revisar nuestros comportamientos como sociedad, haciendo desaparecer el rastro de estos juguetes de plástico del espacio teatral, al igual que el vestuario con materiales reutilizados (mascarillas, ruedas, guantes, botellas…) y la escenografía.
Es en ese momento final cuando las cuatro intérpretes cantan y bailan una haka maorí, una pieza folclórica neozelandesa que se hizo popularmente conocida porque la pone en práctica la selección de rugby del citado país antes de los partidos. “Representa la masculinidad en algunos sectores, pero, para mí, hacer bailar a cuatro mujeres esa haka inspirada en la leyenda de Paikea, cuya reencarnación fue una niña jinete de las ballenas es muy potente”, afirma orgullosa la coreógrafa al hablar de este aquelarre ecofeminista.
Cuatro mujeres, semidesnudas, articulando discursos a través de sus cuerpos y colectivizando las luchas contra el heteropatriarcado y los vertederos marinos de forma armónica y ritual. Tras la danza, dibujan con sus brazos las colas de cuatro ballenas, con las que empezó esta obra en la que, con el rumor de los mares, Olga Magaña va comprendiendo sus sueños, y que ahora ha crecido gracias al trabajo sororo con sus compañeras.