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Educación
Estudiantes palestinos en Egipto piden ayuda para seguir adelante: “La educación es nuestra única arma”
La mañana del 7 de octubre, Maisa se levantó como un día cualquiera en El Cairo para ir a la escuela donde trabaja como ayudante. Palestina de Gaza, la joven de 30 años vive en Egipto desde hace un año, donde decidió estudiar su doctorado debido a la falta de oportunidades en la Franja. Si bien antes de la guerra su padre solía enviarle una pequeña manutención, Maisa cubría parte de sus gastos ayudando frecuentemente en una escuela para refugiados sirios a las afueras de El Cairo. Lo que siguió a esa mañana, no obstante, saldría de lo ordinario.
“Mientras me disponía a salir de casa, mis hermanos llamaron desde Gaza para decirme que unos hechos inéditos acababan de suceder” recuerda con dolor mientras se seca las lágrimas. “Tú, que te habías levantado para conseguir tus sueños, para trabajar, estudiar, poder convertirte en doctora, volver a Gaza y enseñar en sus universidades. De repente, sucede un evento como este, y tus sueños se desvanecen delante tuyo”.
La mayoría de estudiantes, apoyados económicamente por sus familias, se encuentran ahora al borde del vacío
Egipto alberga actualmente a más de 6.000 estudiantes palestinos en sus universidades, la mayoría provenientes de Gaza. Un fenómeno que lleva produciéndose durante décadas, sobre todo mientras El Cairo controlaba la Franja entre 1948 y 1967, ya que la consideraba parte de su área competencial en el ámbito educativo. En consecuencia, generaciones de palestinos crecieron estudiando el currículum escolar egipcio hasta 2001, así como acudiendo al país vecino para completar su formación superior hasta el día de hoy.
Tras casi cinco meses desde que empezó la ofensiva Israelí sobre la Franja de Gaza, la cual ya ha dejado más de 29 mil muertos, tanto Maisa como otros cientos de estudiantes se encuentran prácticamente solos, mentalmente abrumados, y económicamente al borde del vacío.
“Incluso antes de la guerra, la situación ya era difícil. Lo que mi padre me enviaba eran unos 100 dólares para al menos el aquiler del piso,” cuenta Maisa. “Ahora, obviamente, no envía nada. Además, las cosas en Egipto se han complicado con la subida de los alquileres”. A pesar de ello, el trabajo en la escuela consigue mantenerla a flote, al menos hasta ahora. Pero no todos los estudiantes cuentan con eso.
Majed y Ahmed, dos gazatíes que cursan sus másteres en El Cairo, viven del dinero que habían ahorrado y traído desde Gaza para pagar las tasas universitarias de este año. Con sus permisos de residencia caducados, trabajar no es una opción.
“Al empezar la guerra, las universidades públicas egipcias decidieron retrasar el cobro de las tasas universitarias hasta el año que viene. Es por eso que de momento estoy utilizando ese dinero para mantenerme, pagar el alquiler e intentar traer a mi familia desde Gaza,” cuenta Majed, que ha conseguido traer a su madre, hermana y sobrina pequeña a cambio de altas tarifas en el lado Egipcio del paso de Rafah. Una investigación de The Guardian apunta que se ha llegado a cobrar hasta 10,000 dólares por persona por cruzar.
Mientras toma una taza de té junto a su amigo Ahmed, en un pequeño café a los pies del Nilo, Majed no puede evitar pensar en lo que su familia atrapada en Gaza estará experimentado: el sonido de los aviones, el temblor de las explosiones o el anhelo por un mero vaso de agua. Una presión psicológica que obstaculiza su capacidad de seguir con sus estudios tanto como la situación económica.
Comprensión y ayuda brillan por su ausencia en el país vecino
“Nosotros estamos destrozados por dentro”, expresa Maisa mientras toma una pausa para coger aire. También confiesa no haber encontrado ningún consuelo ni comprensión por parte de algunos profesores. “Una vez fui llorando a mi profesor a decirle que me había llegado una noticia que decía que alguien de la familia Matar, mi apellido, había muerto. Fui a decirle al doctor que quería ausentarme para hablar con mi familia, y me dijo que tenía que ser fuerte, que yo era capaz de arreglármelas para no romper mi asistencia”.
Como en la mayoría de universidades públicas en Egipto, tres o más ausencias pueden suponer que Maisa o sus compañeros palestinos vean denegado su derecho a examinarse a final de semestre, incluso mientras se enfrentan a un genocidio.
Y es que, más allá del retraso del pago de tasas universitarias, las autoridades educativas egipcias no han hecho prácticamente nada para ayudar a estos más de 6.000 estudiantes que frecuentan las aulas del país, ni a nivel de educación superior ni en niveles inferiores.
Palestina
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Ashraf*, que llegó a Egipto el día 9 de octubre —tan solo tres días después de que todo comenzara—, lleva cinco meses intentando registrar a sus tres hijos pequeños a la escuela. Sin un permiso de residencia egipcio, ningún niño puede matricularse en las escuelas públicas, lo que deja a cientos de familias gazatíes atrapadas en Egipto con la única opción de llevar a sus hijos a instituciones privadas por alrededor de 7.000 dólares por niño de matrícula.
“Hemos ido a la embajada palestina más de una vez para que nos encontraran una solución” dice Ahsraf* desesperado mientras admira como su hija Reem* hurga en su antigua mochila de la escuela, llena de cuadernos medio vacíos. “Mi hija Reem* era la primera de su clase, es muy trabajadora e inteligente, hasta tiene un diploma de excelencia”.
Incapaz de matricularla en ninguna escuela, Ashraf* y su mujer han impreso el currículum que les tocaría para ir enseñándoselo por su cuenta, “no quiero que mis hijas hagan una pausa a su educación, que se olviden de las cosas”. Saben que, pese a que todo en su vida ha sido destrozado y puesto en pausa, aquello que no puede parar es la educación —un pensamiento compartido por la mayoría de los gazatíes.
“La educación es la única inversión que, a pesar de todas las guerras, no se desvanece”
“Nosotros en la Franja de Gaza somos muy conscientes de que el proceso educativo es la única arma capaz de hacer frente a la ocupación,” apunta Maisa convencida. “La educación es nuestra única arma, porque todo lo demás que tenemos se va: Israel puede destruir tu puesto de trabajo, tu escuela, tu casa, todas tus pertenencias…la única cosa que no puede robarnos es nuestra mente”.
Desde el principio de la ofensiva, Israel ha atacado a casi todas las instituciones académicas de la Franja. Un informe de Euro-Med Human Rights Monitor expone que el 90% de las escuelas estatales han sufrido daños directos o indirectos, mientras que al menos 133 escuelas se estarían utilizando como centros de refugio.
El mismo informe también afirma que todas las universidades de la Franja han sido sistemáticamente destruídas en diferentes etapas, lo que, apunta, llevará a generaciones a renunciar a esos estudios durante años.
“Aquí en Egipto, uno tiene su tierra, su casa, su país, todo”, suspira Majed mientras observa cómo la vida sigue a 346 kilómetros de su hogar. “Nosotros, al ser casi todos refugiados de otras partes de Palestina desplazados tras la Nakba de 1948, no tenemos nada, y por eso mismo, la educación es la base de todo”.
Mientras enciende un cigarrillo y ojea las noticias desde su pantalla, su amigo Ahmed comparte esa opinión. “En Gaza, hasta el más rico lo ha perdido todo y ahora monta su tienda de campaña al lado del más pobre. Sin embargo, la educación es la única inversión que, a pesar de todas las guerras, no desaparece. La única garantía de seguridad y la posibilidad de un futuro mejor”.
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