Durante mi tercer trimestre de embarazo, me sentía apretada en el propio cuerpo habitado, como si no hubiese sitio para mí. Me habría salido para no molestar si no fuese porque yo era necesaria en todo aquello. Durante el parto sentí que yo no cabía en el asunto, tampoco, solo mi cuerpo y mi hija. ¿Qué pinto yo ahí? La pregunta es tonta, pero me la preguntaba igualmente. Cuando el dolor es tan agudo, hasta lo más tonto se sienta sin vergüenza en la sala.

Cuando me quedé sola con mi propio cuerpo, me fue devuelto con los daños propios del uso ajeno. De pronto no sabía que hacer con tanto espacio reformado sin consulta de carne y hueso. Me horrorizo pensando que yo ya no soy yo. Me pongo espejos en todas partes para mirarme, porque todo es nuevo. Y ni siquiera tenía claro qué era yo antes, así que no tengo planos para reconstruirlo, ni medios.

Maternidades ilustración

Mi pareja me ve dentro de este cuerpo, como si mi carne fuese transparente, sabe que estoy ahí. Estoy sentada dentro, aún ocupo el espacio que me había acostumbrado a ocupar, la mitad de mí o menos. Mi pecho a veces se siente más pequeño o más bien, ocupado. Mis pulmones tienen sitio de nuevo, pero se me olvida con frecuencia.

La sociedad me había guardado los huecos que había dejado de ocupar temporalmente, pero ya no quepo en ellos. ¿Tengo que cambiarlos? No puedo. ¿Puedo? A lo mejor tengo que amasarme para volver a meterme en el molde de mí. No tengo tiempo, porque tengo que entrar en esos huecos rápidamente, me aprieto. Mientras tanto, mi hija ha aprendido a mirarme a mí, a través de los ojos, no solo a mis pechos. ¡Hola! Una bocanada de aire.

Tengo tantas preguntas repentinas que maternar se me hace un mundo. Afortunadamente no materno sola, me alivia a la vez que me hace sentir que estoy criando mal. Pero es que no debo criar sola, me recuerdo. Mi hija no es mía, pero si es parte de mí. A la vez, yo soy su alimento. No soy su mundo pero soy su camino al mundo. Me pregunto cómo puede ser tan difícil si es algo que se ha hecho siempre, cómo es algo tan repentino si he intentado aprender por todos lados antes de ser madre. Pero no puedo pararme a pensar, porque tengo que hacer. Más bien quiero hacerlo sin tener que pensarlo.

¿Eres feliz (con ella)? Me pregunta mi madre, también mi pareja. ¡Pues claro! La adoro. La adoro cuando sonríe y cuando llora y cuando grita.

¿Será ella feliz? Pregunto yo. ¡Pues claro! Me dicen.

¡Pues claro!

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