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El laberinto en ruinas
La ciudad desmadejada (I/IV). En la bulla
Las restricciones a la sociabilidad que hoy vivimos bien pueden ser el deseo concedido por algún genio maligno, deseo al fin atendido tras décadas de ruegos y súplicas. En nuestro caso, desde este epítome de lo universal que quiere ser Sevilla, podemos fijar un accidente que anticipa y prefigura el estado de cosas actual, en el que han sido desactivados los diversos modos de ser en la multitud.
Hubo una noche que lo cambió todo. Ignoramos qué ocurrió realmente, solo conocemos la posterior deriva y sus consecuencias. Lo que sucedió esa madrugá no pudo ser recogido en la prensa al día siguiente. Esperaban que todo transcurriera como siempre y las crónicas estaban escritas de antemano con el habitual empalago: “(...) irremediablemente pobres tras haber dejado nuestros pasos en la soledad de la cera quemada y flores marchitas de la gran parroquia cerrada, iremos hacia el Espíritu Santo (...)”. Pero a las cinco y media de la mañana, de pronto, el ancestral orden festivo se vino abajo. ¿La causa? Se dijo que algunos empezaron a correr sin razón aparente, hubo unos gritos y ruidos confundidos con disparos y explosiones, policías que iban y venían, tras un instante de calma cundió al fin el pánico espoleado por rumores de todo tipo: ¡Fuego! ¡Una navaja! ¡Una pistola! ¡Un tiro a la Virgen! ¡Un toro! ¡Un atentado! Los desfiles procesionales quedaron deshechos y las avalanchas humanas arrasaron cuanto encontraban a su paso, trazando desoladores paisajes de cruces abandonadas entre sillas rotas, contenedores de basura volcados, vallas de seguridad tumbadas, nazarenos deambulando atónitos sin los capirotes y con el miedo en el rostro, familiares y amigos perdidos, gente buscando refugio en soportales, bares, iglesias, aporreando puertas y ventanas pidiendo entrar... Un evento festivo que se había tratado de mantener incólume se transformó en un esperpento, al que los medios de comunicación y las nuevas tecnologías dieron dimensión global y difusión en tiempo real. Contusiones, fracturas, infartos, crisis nerviosas, más de cien heridos y las conciencias sacudidas por una misma pregunta: ¿qué había pasado? A día de hoy no lo sabemos, aunque sí conocemos las consecuencias de aquel “11-S” sevillano.
Contusiones, fracturas, infartos, crisis nerviosas, más de cien heridos y las conciencias sacudidas por una misma pregunta: ¿qué había pasado? A día de hoy no lo sabemos, aunque sí conocemos las consecuencias de aquel “11-S” sevillano.
Volvamos al día después de aquellos lejanos sucesos de una madrugá de Jueves Santo, allá por el 2000, cuando el ancestral orden festivo colapsó y durante un breve intervalo reinó un caos jamás visto. En su momento se barajaron dos hipótesis.Según la primera, un incidente aislado de naturaleza y origen desconocidos generó el pánico colectivo. Para la segunda, existió una acción organizada. Ninguna pudo ser falsada, pero resultaron útiles para estimular la imaginación popular y, pese a que señalaban sospechosos distintos, en el fondo compartían similares concepciones del sí mismo local, de las amenazas que sobre éste se cernían y de las posibles soluciones. Al final, por más vueltas que se le diera, había que poner bajo control la calle haciendo frente a eso que llamaban “la movida”.Desordenaba las calles las noches de cada fin de semana, había infestado las fiestas y aquella fatídica madrugá estaba la primera en la lista de los enemigos en boga.
La llamada “movida” desordenaba las calles en las noches de fin de semana, había infestado las fiestas y aquella fatídica madrugá estaba la primera en la lista de enemigos públicos.
Lloverá sobre mojado
Era por entonces el sambenito calzado al protagonista colectivo de la celebración, las muchedumbres señoreándose por los espacios públicos, llamadas antes y después de otros múltiples modos. La genealogía del término es necesaria. La “movida” se populariza a comienzos de los ochenta con una denominación de origen, “madrileña”, movimiento cultural impreciso, efímero y con un legado confuso. En cualquier caso “la movida” sospechosa de los sucesos de la madrugá de 2000 es distinta. Emerge como problema una década antes, justo cuando la movida madrileña se daba por finalizada. La confusión terminológica habrá de ser planteada en su momento, pero podemos tender ahora unos oportunos puentes.
Tras la dictadura se produjo una proliferación de tiempos y espacios abiertos a la sociabilidad y la lucha por las libertades. Modernidad y progreso tenían las calles por escenario a lo largo del Estado. En la Sevilla de finales de los setenta, la falta de vida urbana era síntoma de otras carencias, hasta tal punto que para ABC de Sevilla el escaso ambiente nocturno era motivo de portada, lanzando proclamas del tipo “Sevilla debe recuperar sus noches”. En las ocasionales panorámicas que este diario ofrece sobre la noche sevillana había una notable condescendencia con unos modos de estar que no eran novedosos pero sí peculiares, y que más adelante serán redescubiertos como problemáticos cuando terminen de popularizarse. Encontramos en 1978 asertos como los siguientes (26/10/1978):
“Para desesperación de los habitantes de la zona, los bares no acaban en su recinto acotado, sino que “las ansias de libertad” de sus incondicionales explotan en la calle con cantos, vasos rotos y griterío ¿Dónde acaban los bares? La acera se ha convertido en el lugar ideal para conversar tranquilamente, con el vaso en la mano; y los coches, los más cómodos sillones donde sentarse en esos tiempos de ocio. La moda no es nueva, pero ha tomado auge".
Apoyando a empresarios concretos, ABC empleaba el doble juego de animar la afluencia a establecimientos precisos y a la vez recrear escenas pavorosas a escasos metros de los mismos. Cuando no pintaba el lienzo idílico de la noche sevillana, se hacía eco del padecimiento de un barrio “invadido por pasotas” o daba una mano literaria a la nota policial tras una “redada espectacular”. Los medios reservaban el término “movida” para eventos vanguardistas semejantes a los madrileños. Para dar cuenta de la vida cotidiana en la calle, empleaban el de “basca”. A través de la prensa, la ciudadanía dispondrá de una taxonomía de los tipos humanos que la componen, un diccionario para comprender su jerga y una lista detallada de lugares donde encontrarla. Había una “mala basca”, asociada al consumo de drogas y que nutría los partes policiales, y una “buena basca” convenientemente alentada.
De la basca a la movida
La basca” fue el primer ejercicio de objetivación del fenómeno de la toma de la calle asociado a la juventud como problema (asociación arbitraria porque los procesos eran intergeneracionales y los conflictos relacionados ocurrían desde mucho antes). Estamos ante una de muchas proyecciones mediáticas de sobreentendidos y prejuicios, la caricatura de lo que el público ya sabe o debe saber al tratar fenómenos que le desorientan, en este caso la democratización de tendencias (urbanas, culturales, lúdicas, etc.) antes muy restringidas, poco manifiestas o marginales. El grueso de las categorías, los contenidos y las temáticas que conforman “la basca” son trivialidades. De repente cosas dispersas en la cotidianeidad se aglutinan, toman otro aspecto y lo que comienza en tono de chanza acaba municionando la recámara de la estigmatización, sirviendo para inocular en la opinión pública las problemáticas seguritarias.
De repente cosas dispersas en la cotidianeidad se aglutinan, toman otro aspecto y acaban municionando la recámara de la estigmatización, sirviendo para inocular en la opinión pública las problemáticas seguritarias.
A mediados de los ochenta, el optimismo insuflado por el proyecto de la Exposición Universal de 1992, el repunte económico y el aparente viento a favor que significaban los gobiernos socialdemócratas hacen que la vida de calle sufra un estímulo institucional inusitado como valor y fermento urbanístico, una forma primaria de reincorporación a la ciudad de lugares sumidos en la decadencia. Cumplida su función, la infraestructura festiva y los discursos que se montan en los ochenta como parte de una idea de ciudad (con Cita en Sevilla como buque insignia), empiezan a estorbar a partir de 1991, coincidiendo con una nueva crisis urbana global de la que se pretenderá salir fiándolo todo al negocio turístico y a la promoción inmobiliaria.
Pese a que la represión y la crisis económica tras la Expo provocaron un masivo cierre de locales de ocio, los hitos más arraigados permanecieron y el nomadismo potenció nuevos usos en torno a ellos, usos que con el tiempo se verán condensados bajo otro neologismo (“la botellona”). Los bares pierden su virtud nodal de balizas territoriales, y las generaciones nacidas en los setenta ocuparán los espacios públicos de un modo novedoso. No han vivido “la basca” ni “la primera movida” pero sí “el modelo Expo”. La fiesta multitudinaria en bucle continuo, propia del certamen, se extiende como patrón de ocio para la vida de calle y a la fiesta en general.
Las pandillas se surten de bebida, música y otros aditamentos para permanecer el mayor tiempo posible en la calle desplazándose de manera utilitaria. Al desvincularse de los locales, desregularizada la sociabilidad juvenil, cualquier lugar es válido. El aforo de una plaza supera al de un bar, no hace falta moverse porque tampoco hay adonde ir, y los “efectos indeseables” de este tipo de prácticas se disparan.
El consumo de alcohol en público y esas formas de estar y divertirse eran parte del ocio local desde antiguo, la verdadera novedad consistió en que se problematizara su existencia. Estas expresiones de sociabilidad se bautizaron en bloque como “la movida”, ligándolas a un fenómeno cultural ya caduco. En los medios de comunicación, los sucesos ya no son acontecimientos luctuosos sino colectivos irritantes a los que el ciudadano puede poner cara e identificar por sus restos: botellas rotas, vómitos, orina y detritus. Esta “movida” no es un hecho cultural, sino la excrecencia de una época errónea. Nadie se atreverá a defenderla y mucho menos a analizarla.
La movida gobierna
Si tenía lugar un asesinato, era “Un joven muerto durante una reyerta”, sin más. Su atribución a “la basca” hubiera sido ilegible. En cambio, una década después, un hecho similar será el crimen “de” la movida. Las gentes en las calles eran una entidad capaz de matar. Sólo faltaba un soporte discursivo para legitimar las políticas represivas.
Para la construcción de la nueva amenaza en Sevilla había una opción eficaz: la representación de un conflicto con las expresiones del nosotros, en particular la Semana Santa.
Ante un pretendido desorden callejero, los periódicos estimulaban la inquietud ciudadana. La ciudadanía, por su parte, se manifestaba a través de “cartas al director” o denunciando desde unas entidades vecinales más volcadas en escrutar, controlar y defender su territorio inmediato que en cualquier otra reivindicación. El relato de los afectados repiten machaconamente las mismas imágenes, diagnósticos y prescripciones. Pero la dramatización resultaba increíble por exagerada y espacialmente dispersa. En Sevilla había una opción más eficaz: la de prefigurar una amenaza para las expresiones centrales del nosotros, en particular la Semana Santa.
A comienzos de 1993 andaba en boga “el vandalismo” como descriptor, a falta de algo mejor. ABC lo incorpora a las semblanzas habituales, y si hasta el momento se ceñía a “cartas al director”, columnas escuetas en “Barrios” y aislados “Sucesos”, finalmente llega a portada en la sección “Sevilla” (14/4/1993): “
"El vandalismo asola la ciudad. Pese al esfuerzo realizado para que Sevilla diera lo mejor de sí misma durante su Semana Santa, el vandalismo ha seguido manifestándose en la ciudad durante estos días tan especiales. El balance de las autoridades municipales no puede ser más estremecedor: zonas verdes arrasadas y convertidas en estercoleros, monumentos pintarrajeados, farolas incluso bancos de fundición arrancados de cuajo y un largo etcétera de destrucción ”.
El Ayuntamiento salido de las elecciones municipales de 1991 (coalición Partido Andalucista-Partido Popular) hace suya la alarma. Era la época en que Rudolph Giuliani, Alcalde de New York, recoge los frutos de su política de tolerancia cero, y la derecha sevillana encontrará su particular leit motiv de gobierno en lo que bautizarán como “la movida”. La Teniente de Alcalde, Soledad Becerril, será el adalid de una cruzada donde podrá mostrar su perfil ideológico y su modelo de ciudad. Ella conocía lo que preocupaba al ciudadano: las “pequeñas cuestiones”. Arrancó con “los drogadictos delincuentes”, “los tironeros” y “los gorrillas” (aparcacoches de años de la heroína, aun en la memoria). Pero asuntos tan específicos no le permitían hacer políticas de escala y “la movida” se constituyó en pieza capital de su gobierno gracias a la puesta en escena mediática de un homicidio en la primavera de 1993.
La derecha tomará “la movida” como pieza capital de su gobierno desde la salida a escena de un homicidio en la primavera de 1993.
A dos semanas de unas elecciones generales críticas, en Sevilla el centro del escenario lo ocupa un crimen. El martes 18 de mayo de 1993 aparecía en portada de ABC : “Asesinado un joven en la zona de la `movida’ sevillana”. El detonante fue trivial -una discusión en la compra de drogas- y el asesino un drogodependiente con problemas psiquiátricos, pero la cobertura periodística y las reacciones vecinales consiguen trasfundir el pánico. Si el “vandalismo” no es un agente criminal claro, “la movida”, debido a la escasa contundencia del Gobierno del PSOE, puede serlo. El ABC del día posterior denuncia que los socialistas en el poder pretendían “acostumbrar a los españoles a convivir con niveles de delincuencia intolerables“ . Unas páginas adentro, Soledad Becerril lo corrobora: “El PSOE, con la permisividad que demostró desde el gobierno en los años 80, tiene una enorme responsabilidad (...) se ha inculcado una cultura de ser joven, progre y divertido por consumir drogas”. Las entidades ciudadanas consultadas coinciden en ”responsabilizar directamente al gobierno socialista de la muerte“. Si se empleó el vocablo “movida” para hacer frente a ciertas expresiones de sociabilidad juvenil, fue porque permitía pensarlas en términos de corrupción, falta de autoridad, libertinaje, disolución moral y de las costumbres, drogadicción e izquierdismo. Según el discurrir reaccionario, de aquellos polvos venían estos lodos.
La ritualización de la amenaza y el advenimiento del apocalipsis
Un rasgo distintivo era su carácter itinerante e imprevisible. El casco antiguo constituía su escenario por antonomasia, pero irá atravesando barrios hasta que no quede sector sin “movida”. Y del mismo modo que sirvió para marcar el espacio urbano se la insertó en ciclos estacionales como una fuerza de la naturaleza. Semana tras semana las alarmas, como partes de guerra, hacían ver que podía darse en toda la ciudad, sufriendo vaivenes estacionales. Las tensiones entre “la movida” y “nuestras fiestas” se ritualizaron de tal modo que serán esperadas, recreadas y rememoradas trocándose en un antitópico morboso. Y a fuerza de buscar indicios se encontró que los fenómenos denostados ocurrían al lado mismo de las celebraciones procesionales. La movida estaba por todos lados.
Los itinerarios juveniles entre calles y plazas interceptaban el paso de las cofradías de Semana Santa. Esta proximidad generaba desde hacía años un contraste que nunca adquirió formas virulentas, era más bien una cuestión de alteraciones estéticas, pero bastaba para fundamentar el presagio de que algo podía pasar.
Las tensiones entre “la movida” y “nuestras fiestas” se ritualizaron de tal modo que serán esperadas, recreadas y rememoradas trocándose en un antitópico morboso.
En 1994 hay faltas de respeto y muestras de incivismo. La ausencia de incidentes es irrelevante, el cumplimiento del augurio sólo queda aplazado. Tal fue la advertencia vertida por ABC en la primera Semana Santa que protagonizó “la movida”: “Es preciso poner orden pues algún año va a pasar algo que luego habrá que lamentar”. La problemática está asentada. Ya no era un tema menor del que se había ocupado la derecha, cierto sector de la ciudadanía y medios de comunicación afines. Soledad Becerril cosechó los réditos de su lucha contra los pequeños desórdenes cotidianos alcanzando la alcaldía en 1995. Sin embargo recibirá las mismas críticas vecinales y el partido socialista hará suya también la estrategia de alentar el pánico ciudadano incorporándola a su línea de oposición municipal.
En 1996 el plan especial de seguridad para las fiestas, que tiene el propósito explícito de hacer frente a “la movida”, se salda con disturbios tras unas intervenciones policiales inusitadamente duras. Los altercados, las quejas y protestas de cofradías y vecinos serán seguidos puntillosamente. Revuelo mediático, ciudadano, político. El deterioro del clima de la celebración era general, pero las zonas de fricción por antonomasia son el Arenal y la Gavidia, durante la madrugá. La representación del conflicto en los medios no escatima en descripciones dramáticas: padecimientos vecinales, los pies de los penitentes ensangrentados por los vidrios rotos, la falta de respeto al Señor…El trance sirve para desgranar los lugares comunes sobre ambas expresiones festivas. Como ejemplo,ABC de Sevilla (9/4/1996):
”La “movida”, problema para tantos sevillanos durante todo el año, amenaza también la Semana Santa. Algo debe estar ocurriendo en Sevilla cuando al paso de la hermandad del Gran Poder por la Gavidia la algarada gana al respeto, los vidrios rotos de la “litronas” atentan contra el normal discurrir de los penitentes y la música “bakalao” amenaza el silencio que siempre ha recibido el Señor por las calles de la ciudad. La “movida”, esa fórmula de “entretenimiento” importada que tantos sevillanos padecen durante todo el año, no es compatible con las más enraizadas tradiciones hasta el punto de impedir que se produzcan momentos entrañables de nuestra Semana Santa a los que pronto, si algo no cambia, habrá que renunciar".
En 1997 la ya más temida que anhelada madrugá transcurrió sin problemas en la plaza de Gavidia, fuertemente custodiada desde días antes por la policía. En 1998 de nuevo suenan las alarmas y nada pasará, como tampoco el año siguiente hasta que, dos años después, acontezca lo largamente anunciado...