El laberinto en ruinas
La ciudad maculada (II/II). El affaire de Isis

En esta serie de artículos mostramos el progresivo derrumbe de una ciudad, Sevilla, si bien las dinámicas que estudiamos son parte de procesos urbanos globales.  En el siguiente caso veremos como la Virgen fue desflorada por unos tunantes, mostrándose para mayor dolor las desavenencias entre las élites ante los hechos y una insoslayable emergencia de otros modos de ser, tomando cuerpo fantasmagorías que ya nos resultan más cercanas.

Tras una entrevista realizada a primeros de diciembre de 1968 en El Correo de Andalucía al ex catedrático de griego y filósofo Agustín García Calvo, Félix Moreno de la Cova, Alcalde, envió una nota a la dirección del periódico. Aunque las declaraciones del académico recogían sólo cuestiones intelectuales y elogiaban la ciudad, el primer edil se refirió a él en términos agrios: “Este señor en sus explicaciones sobre mitología presentaba ejemplos que contribuían a la deformación intelectual e ideológica de los alumnos, involucrando a la Virgen María y desvirtuando el dogma de la inmaculada".

Este incidente encubre algo más que un problema teológico. Emparentar el culto a María con el de Isis no menoscababa el catolicismo, pero hacerlo desde un aula sevillana en época franquista implicaba una contradicción dentro del sistema.

Desde que a finales de los cuarenta surgiera en la Universidad española una soterrada corriente de oposición, el campo académico comenzó a ser objeto de unas sospechas que crecieron hasta el fin de la dictadura. En Sevilla la contestación universitaria tuvo poco eco dado que el acceso a la enseñanza superior era restringido. No obstante lo que se dijera en las aulas tenía impacto sobre la reproducción de la hegemonía sobre los símbolos locales.

El caso de García Calvo fue una llamada al orden en nombre de uno de los valores sacros, pero se encuadraba en un contexto más amplio: el del pulso entre el periódico arzobispal y las élites sevillanas.

La introducción clérigos progresistas podía restar parte del apoyo que la Iglesia había brindado a la Semana Santa, y que naturalizaba el estatus local de sus regidores

En diciembre de 1968 duraban los ecos del mayo francés, pero las consecuencias del Concilio Vaticano II ultimado en 1965 eran más lacerantes. La introducción clérigos progresistas podía restar parte del apoyo que la Iglesia había brindado a la Semana Santa, y que naturalizaba el estatus local de sus regidores. Y el temor no era infundado. Al amparo de esa apertura de la Iglesia, y dada la influencia que aun tenía en el régimen, el descontento comenzó a filtrarse a través de los cauces que aquella ofrecía. De 1967 a 1972 El Correo de Andalucía se convirtió en el transmisor de las problemáticas sociales. Y la crítica ejercida en algunos de sus artículos sería impensable hoy día. Sirvan un par de ejemplos.

Jesús Moreno Tirado, jesuita director del Centro Vida, entrevistado en diciembre del 1969, hablaba así de la Semana Santa: “No estoy de acuerdo con ella. El sentimiento religioso del sevillano es algo forzado más por el orgullo de ser propietario de algo que fue grande que por sinceridad”. Y Alejandro Rojas Marcos, con el tiempo Alcalde andalucista de la ciudad, respondía a la misma cuestión: “Las Cofradías y la Semana Santa han sido instrumentos de colonización de Sevilla. Han usado todo esto para proyectar una imagen parcial de Sevilla”.

Consecuencia de procesos globales, los poderes locales parecían estar perdiendo el control de sus feudos, bien por merma de legitimidad, bien por falta de auditorio. La salida a escena de grupos que cuestionaban el sistema de representaciones desde dentro como parte de una propuesta de remodelación social tuvo que ser traumática. Un trauma del que fue síntoma la nota de la alcaldía como reacción a la entrevista a García Calvo y que se rubricó tras los sucesos que tratamos a continuación.

La mañana del 9 de diciembre de 1969, una ofrenda floral colocada la noche antes en el monumento a la Inmaculada aparecía destrozada. Alguien había colocado un tiesto de plantas ornamentales en la cabeza de una de las estatuas. La indignación y la alarma cundieron de inmediato.

El laberinto en ruinas
La ciudad maculada (I/II). Con flores a María

En esta serie de artículos mostramos el progresivo derrumbe de una ciudad, Sevilla, si bien las dinámicas que estudiamos son parte de procesos urbanos globales. Comenzamos con el caso de unas inquietantes manchas sobre la Inmaculada, tótem local. Era otra época y los enemigos parecían lejanos.

Las críticas poblaron los diarios sevillanos, pero no todas eran unánimes. Durante una semana, El Correo de Andalucía y ABC dirimieron sus diferencias sobre la naturaleza del suceso y los posibles culpables. Algo que puede interpretarse como una pugna sobre la legitimidad de los relatos urbanos dispensados por la prensa y que hacía suponer que la expresión pública de aquellos dependía del lugar social desde donde se hablaba y que el discurso dominante respondía a intereses arbitrarios.

La ciudad, que ya terminaba de perder su idiosincrasia por la degradación del casco histórico, comenzaba a parecerse a todas las urbes en lo que hacía a usos del espacio público

Esa división de puntos de vista propició que los sectores más retardatarios intentasen levantar su barrera simbólica entre “toda” Sevilla y los otros, los jóvenes en esta ocasión, a cuyo retrato grotesco el contexto de la época daba credibilidad. Sin embargo había un añadido que soliviantaba a las jerarquías sociales y sus bases más sensibles: el suceso hizo visibles fenómenos antes dispersos en lo cotidiano. La ciudad, que ya terminaba de perder su idiosincrasia por la degradación del casco histórico, comenzaba a parecerse a todas las urbes en lo que hacía a usos del espacio público. Se perdían las acrisoladas virtudes de una ciudad entrando en un remedo de modernidad.

El día 9 de diciembre ABC acusaba directamente a “Hunos (sic) jóvenes de ambos sexos a los que habría que apartar de los que no estén contagiados” y adelanta ciertas connivencias: “ya habrá quien le quite hierro, pero no os sintáis animados por los exculpadores. Sevilla está contra vosotros. Las cosas de la Virgen son intocables”. Sin embargo El Correo no hace una sola mención. Al día siguiente, ABC publicaba la versión “de primera mano” del canónigo José Sebastián Bandarán, a través de la cual se convocaba un acto de desagravio para el día 14. El canónigo relataba que los jóvenes se llevaban las flores para ofrendarlas a sus novias y recordaba que durante la II República cortaron la cabeza de la estatua del padre Pineda, en el mismo monumento. También se magnificó la aparición de varias botellas de licor vacías cerca de éste.

Desde Madrid, la jerarquía eclesiástica emplazó a José María Javierre, sacerdote director de El Correo desde abril del mismo año, a dar una explicación de los hechos, que casualmente había presenciado en persona. El destrozo de las ofrendas y los desperfectos se debieron a la aglomeración en torno a los actos amenizados por las tunas y no al vandalismo. No había gamberros aventados por motivos inconfesables sacados de la brocha gorda del ABC, sino jóvenes normales, algunos de los cuales conocía de la Universidad, sin intención iconoclasta. La falta de organización y una concurrencia masiva propiciaron que la fiesta se saliera de cauce. El 11 de diciembre, El Correo cuestionaba la representatividad de quienes se respaldaban en la Virgen para atacar a los jóvenes y la necesidad de un acto de desagravio, e insistía en que, una vez que un acto minoritario se hace masivo, debería facilitarse a todos su derecho a asistir.

La facción castiza no consentía el incidente fortuito. Desde dentro, la fiesta sevillana es considerada un campo donde no puede pasar nada, y si ocurre, se debe a una determinación ajena y malintencionada. La simple apelación al azar, o al análisis, granjeaba la enemiga de quienes se arrogan la representación de toda Sevilla. Y más aún si se ponía en duda su versión de esos hechos.

ABC pronosticaba que habría quien le quitara hierro “a la reprobable acción y hasta dudara de la veracidad de las informaciones”. Pero avisaba de que la opinión de Sevilla era otra, la suya. Sin embargo no era tan importante esa puesta en cuestión como lo incómoda que resultaban los grupos con cierta ascendencia social que la respaldaban. El propio director de El Correo fue culpado por ABC de herir a Sevilla entera y exculpar a los inexistentes gamberros, conminándole: “¿Por qué no hace su maleta y... a Bilbao?”

Las versiones diferentes indicaban la latencia de fuerzas sociales que matizaban las formas consagradas y generaban una perspectiva de cambio

Resultaba inadmisible que en la ciudad hubiese dos voces autorizadas en torno a este tipo de temas. No importaban los culpables ni su móvil, sino la falta de unanimidad en lo publicado en torno a cuestiones en las que se hilaban la vieja moral, el orden público, la convivencia o la llegada de nuevas tendencias juveniles. Las versiones diferentes indicaban la latencia de fuerzas sociales que matizaban las formas consagradas y generaban una perspectiva de cambio. Versiones que naturalizaban no que fuesen posibles otras formas de ser sevillano, sino que éstas ya estaban presentes en lo cotidiano, incluso en lo más tradicional. Pero esta realidad sólo se hará visible como normal si existen grupos o instituciones decididos a respaldarla públicamente, cosa que no siempre ocurre, ya que en Sevilla, la carencia de medios, tendencias y puntos de vista es un casi un defecto de fábrica.

Poco después del caso tratado se abrió un tiempo en el que parecía que todo era posible. Hasta brujas y diablos llegaron a celebrar un aquelarre en torno a la Inmaculda.  

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