Euskal Herria
La torre foral: boom inmobiliario, rascacielos y crisis

La idea de una torre que acogiese todas las oficinas de la Diputación Foral de Bizkaia lleva 20 años transmutando y cristalizándose en diferentes proyectos que ilustran bien algunos elementos del metabolismo capitalista vasco: su hegemonía cultural, la especulación urbanística, el rol de la banca e incluso los discursos sobre el Digital-Green New Deal
torre iberdrola barakaldo
La Torre Iberdrola, un edificio envuelto en 20.000 metros cuadrados de piel transparente que se erige fuera de escala por encima la ciudad. Ekaitz Cancela

Tres pequeñas habitaciones ubicadas en el Museo de Bellas Artes de Bilbao presumen de mostrar, gracias al generoso respaldo de la Fundación BBVA, la dialéctica desplegada sobre el mapa urbano de Bilbao. Se trata de La Ciudad Vacía, una exposición de Antoni Muntadas. El artista expone la historia reciente de la metrópoli, filmada en un barco durante los meses de más estricto confinamiento. En la muestra, el autor contrapone la ciudad “vaciada” de actividad fabril al “llenado” capitalista de la pretenciosa arquitectura contemporánea. El diálogo entre las ruinas y la vanguardia de titanio con la que Frank Guery sedujo al Bilbao de los años 90 es lo que inspiró al fotógrafo barcelonés. Quizás en este trabajo se intuye tímidamente el desastre urbanístico al que ha sido sometida la villa en las dos últimas décadas.

La obra de Muntadas intercala largas superposiciones de planos estáticos, grabados desde la ría, con imágenes históricas y un puñado de “bertsos”. En una de las salas contiguas podemos contemplar una foto satelital centrada en la ría, narrada por la audioguía de la empresa Bilboats, y que se contrapone al relato crítico del arquitecto Iñaki Uriarte. No hay nada más reseñable, la crítica cultural diría que estas obras de arte no dan lugar a experiencia sensorial alguna. Es bajando las escaleras del museo, dando por terminada la exposición, cuando se produce un suceso estético de primer orden. Al prolongar la mirada por la ventana del Bellas Artes, un edificio envuelto en un abrigo de 20.000 metros cuadrados de piel transparente se erige fuera de escala por encima la ciudad.

La Torre Iberdrola, donde el gigante energético del Ibex 35 estableció su sede oficial, es la cristalización de ese poder corporativo que nos hizo estallar contra la última gran crisis. Una forma que, en palabras de Mark Fisher, “subsume y consume toda la historia previa [y] asigna a cada iconografía un valor monetario”. La mayor de sus funciones es convertirla en un objeto turístico y mercantil; despojarla artísticamente de su contexto histórico. Pero hemos de mirar con nuevo ojos (una mirada antisistémica y radical) el poder del realismo capitalista vasco y afirmar: la ilusión industrial que vivimos subsiste gracias a la valorización inmobiliaria de la ciudad, un metabolismo depredador que consume hasta el último recurso biótico.

La Torre Iberdrola, donde el gigante energético del Ibex 35 estableció su sede oficial, es la cristalización de ese poder corporativo que nos hizo estallar contra la última gran crisis. Una forma que "subsume y consume toda la historia previa [y] asigna a cada iconografía un valor monetario”.

La torre Iberdrola, operación Abandoibarra
En algún momento de 1998, la Diputación Foral de Bizkaia diseñó el que sería a la postre el mayor proyecto megalómano que ha acogido Euskal Herria. Toda una muestra de burocracia a la bilbaína que trataba de integrar las oficinas de la institución distribuidas por la ciudad en un mismo edificio. Se le denominó ‘Torre Foral’. El solar del antiguo Astillero, ubicado en la zona del actual Guggenheim, procedía de haberle comprado el suelo a la operadora ferroviaria por 79 millones de euros.

Seis años antes, el proyecto público-privado Bilbao Ría 2000 nacía como el primer gran experimento neoliberal vasco; el Master Plan para la regeneración de la zona de Abandoibarra, una de sus patas principales. Los arquitectos que contrató el ente público para culminarla estéticamente fueron el difunto César Pelli, Diana Balmori y Eugenio Aguinaga, en cuyos bocetos iniciales aparecía una propuesta, la de construir dos torres de 200 metros. Digamos que estos mercaderes de altos vuelos quisieron venderle a la Diputación una versión a escala de las Torres Petronas de Kuala Lumpur, el gran éxito del equipo de Pelli, pero las élites vascas no podían permitirse semejante delirio capitalista. Tras una Consulta Internacional para definir la Ordenación Urbana, el Ayuntamiento le frenó los pies a la Diputación, exigiendo una segunda variante de la propuesta de 1994. Finalmente, tras una ampliación de 10 metros de alto y 10.000 a la redonda, la tercera solución de los arquitectos “se limitó” a una torre de 165 metros de altura, 41 plantas y 50.000 metros cuadrados de superficie.

Apenas pasaron cinco años desde que la Diputación anunció la venta de todas sus oficinas para reunirlas en su torre hasta que el Diputado General la desechó. José Luis Bilbao, uno de los jóvenes burukides vizcaínos que conformaba “la guardia pretoriana” del clan Urkullu, aprovechó que la liberación de los terrenos de Abandoibarra sufrió un retraso de cuatro años respecto a las previsiones iniciales para establecer una nueva doctrina urbana: el nuevo emblema del vigor capitalista son las empresas privadas, no la burocracia local. Tras las sucesidad operaciones de “regeneración urbanística” en Abandoibarra —sobre los más de 90.000m2 que ocupaba el penúltimo gran astillero vasco— buena parte de los proyectos se mantuvieron de acuerdo a lo previsto: dos bloques de viviendas de lujo, un hotel, la biblioteca de la Universidad de Deusto, el Rectorado de la Universidad del País Vasco y las pequeñas zonas verdes y de ocio.
Operaciones urbanísticas
Un faro sin luz para Bizkaia
La antigua torre del BBVA, en total desuso desde hace cuatro años, albergará el Centro Internacional de Emprendimiento de Bizkaia.

No obstante, el solar se saltó todos los planes preestablecidos: fue víctima de una malversación sutil. Una vez las obras hubieron finalizado, Bilbao Ría 2000 y la sociedad Torre Iberdrola (participada al 50% por la eléctrica y la constructora Promotora Vizcaína) sellaron el acuerdo en 80 millones, una venta que enjugaba según la prensa “una parte importante del coste de toda la operación, cifrada en 200 millones de euros.” Iberdrola financió parte del cambio de su sede con la venta de una antigua sede en la calle Gardoki y otro edificio en Alameda Urquijo, pero la Diputación hizo el resto. Gracias a las ínfulas tecnocratas del partido nacionalista vasco, la energética ganó 40 pisos (36 típicos más 4 pisos mecánicos), 5 niveles subterráneos, 717 unidades de estacionamiento, 4.800 unidades de un cristal diseñado en exclusiva para la Torre y un helipuerto para vuelos de emergencias en el techo de este rascacielos.

Finalmente, cuando la economía mundial hizo crash en 2007, la BBK entró en el capital de Torre Iberdrola. Ya se había iniciado la construcción de la torre, y la retirada del proyecto de Promotora Vizcaína abrió el camino. Por aquel entonces, la caja de ahorros también tenía la intención de construir su propia torre en la punta norte de Zorrozaurre, diseñada por Zaha Hadid, fortaleciendo así su alianza con Iberdrola y estableciéndose como los dos iconos arquitectónicos de la ciudad. No obstante, el banco sufrió los mismos males megalómanos que la Diputación y tuvo que rebajar sus planes. Una muestra de los nubarrones que azotaban a la gran industria vasca, la bancaria.

Hasta qué punto podrá probarse este hecho que hace apenas unos meses Kutxabank puso en venta su 31.8% de la Torre Iberdrola para ingresar 80 millones en base a una valoración del 100 % del inmueble en 250 millones. Por tanto, las ordenaciones urbanísticas y las burbujas inmobiliarias descritas acompañan un teorema general del capitalismo del siglo XX: todas las grandes crisis capitalistas del siglo XX fueron precedidas de un boom constructivo de rascacielos.

Imaginen la torre que se proyecta por encima del paisaje vasco como una pequeña metáfora sobre el estadio en que se encuentra la ecología política post covid-19. Iberdrola mantiene un crecimiento del 12% con un beneficio de más de 1.000 millones porque elevó sus inversiones un 45% respecto al año anterior, una cifra récord de 2.507 millones de euros (casi un cuarto en España), de los que el 50% se destinaron a redes y el 42% a renovables. Ambos, polos de crecimiento horizontales en Euskadi. Iberdrola ha destinado 209 millones en la CAV a mejorar las redes entre 2022 y 2024. A cambio, un acuerdo público-privado con el Ente Vasco de la Energía para canalizar la inversión en proyectos renovables del Gobierno Vasco llamada “Estrategia Energética de Euskadi 2030”. ¡Los capitalistas vascos conquistaron el cielo con el fondo Next Generation, pero ni siquiera contemplamos la sombra de sus edificios!

La torre del BBVA, operación Zorrozaurre

Si la descomunal Torre Iberdrola es la materialización de los ajustes espaciales ocurridos durante los inicios del proceso de financiarización vasco, la anterior reina de los cielos de Bizkaia, la Torre BBVA, lo sería de la crisis de los setenta. Erigida durante un tardo franquismo en franca decadencia, la gran torre de Abandoibarra se convertiría décadas después en la guinda de la operación urbanística que debía proyectar Euskadi en el siglo XXI. Ello inauguró una nueva imagen de época: la gris ciudad industrial debía dejar paso al brillo del acero y el cristal. Hasta la quiebra de Lehman Brothers, que lo fue también de la Torre del BBVA, quien perdió su nombre para ser rescatada como la torre que albergaría todas las oficinas forales. De nuevo, las crisis tuvieron un papel tan importante como el apoyo de la Diputación a la hora de revivir proyectos urbanísticos.

El desarrollo urbano de Bilbao sólo podía crecer hacia Deusto debido a la escasez de suelo y a la falta de espacio en los márgenes. Y dado que el antiguo terreno naval de Abandoibarra no daba más de sí, los nuevo gestores de la ciudad diseñaron otro plan majestuoso para el espacio que es hoy la isla de Zorrozaurre. Fue en 2002 cuando la triada compuesta por el Ayuntamiento de Bilbao, la Diputación de Bizkaia y la Autoridad Portuaria de Bilbao (APB) integraron a los principales propietarios en una comisión público-privada que debía impulsar la reurbanización. De hecho, esa gestora fue la que adjudicó a dedo el Master Plan a Zaha Hadid, tras un concurso promovido por la misma Fundación BBVA que ahora nos trae la Ciudad Vacía. La arquitecta presentó una delirante maqueta para la isla en el año 2004. Lo hizo, precisamente, en el museo de Bellas Artes de Bilbao.

En estos días aciagos para los valedores de los bienes comunes, la isla que codiciaban Ibon Areso y Zaha Hadid está a punto de concretarse. Aunque lejos de parecerse a una pequeña Manhattan bilbaína, como se perfiló desde algunos medios internacionales, será más bien una suerte de PAU insular vendida como nuevo reflejo vanguardista de los rentistas de siempre. Una tranquila zona residencial para una cada vez más inalcanzable clase media, en la que se erigirán la friolera de 5.500 nuevas viviendas y se destinará un cuarto de lo edificado a actividades terciarias, de enorme rentabilidad, como oficinas o comercios.

Fue en 2002 cuando la triada compuesta por el Ayuntamiento, la Diputación y la Autoridad Portuaria de Bilbao (APB) integraron a los principales propietarios en la gestora que adjudicó el Master Plan a Zaha Hadid, tras un concurso promovido por la Fundación BBVA.
Sin más ornamentos, un pelotazo urbanístico en toda regla. El suelo, en su mayoría público, ha sido amablemente ordenado y parcelazo para que dispongan las grandes constructoras y promotoras inmobiliarias vascas. Desde Jaureguizar, que propone construir viviendas inteligentes y altamente eficientes, hasta la Inmobiliaria Quorum, que ofrece garajes con pre-instalación de carga para vehículos eléctricos. Lejos quedaron las verdaderas pretensiones verdes de la iniciativa pública, a saber, la propuesta del Universidad del País Vasco por centralizar varias facultades del campus de Bizkaia en la isla; o la aún más cándida propuesta de establecer un proceso de reurbanización ecológica en una isla sin coches que ayudara a las labores de renaturalización de la Ría, como pretendían los molestos vecinos de la Ribera de Deusto (los únicos habitantes de la isla hasta la fecha, quienes durante décadas ha vivido sin servicios municipales). Todas esas iniciativas democráticas fueron desechadas en favor de los pseudo enfoques para la gestión sostenible de los recursos del “Zorrozaurre Verde” llamada ‘Smart Environment’. Nacida durante un workshop sobre la visión del futuro del barrio que tuvo lugar con el equipo de Zaha Hadid, esta ordenación urbanística representaría una suerte de ‘Green Real Estate’, como se desprende de leer entre líneas en los escritos de la Universidad de Deusto.

Dorreak gelditu!

Hoy, agotados como estamos por soportar una década de realismo capitalista vasco, el oasis se resquebraja bajo nuestros pies como el de un enorme vertedero a punto de estallar. En primer lugar, la crisis económica mundial, especialmente acentuada en España dada la centralidad del sector inmobiliario, puso en jaque las ambiciones urbanísticas de la élite bizkaina. Aunque también arrasó buena parte de los servicios públicos, acometiendo una brutal ofensiva de contrarreforma neoliberal. Diez años después, los maltrechos servicios públicos se han tensionado durante la pandemia hasta prácticamente saltar por los aires. Sin embargo, los proyectos para rentabilizar la ciudad que imaginaron los gestores jeltzales, ante la ausencia de un proyecto colectivo para reconquistarla, han podido permanecer en barbecho durante más de una década y hoy avanzan a velocidad de crucero. Quizás la incapacidad de articular un movimiento antagonista que se enfrente a este desenfreno se deba a un complejo cocktail de resaca ideológica producto del conflicto vasco, cierta miopía a la hora de valorar el 15M como un movimiento de masas que iniciaba un ciclo de impugnación y una muy escasa producción crítica sobre la metrópoli.

El capital privado se ha impuesto a cualquier otra realidad u horizonte emancipador. Aunque no siempre fue así. En una de las pequeñas salas del Bellas Artes aún pueden encontrarse retazos de activismo antinuclear, y prematuramente anticapitalista. Ahí luce el mural Lemoiz gelditu (Lemóniz paralización), donde aparecen unos opulentos y miliqueros reptiles que, según el propio Carlos Zabala “Arrastalu”, representan los sibilinos mecanismos del poder. Junto al mural se exhiben una serie de fotos de las históricas manifestaciones que tuvieron lugar en los montes, entre Bermeo y Gorliz; recuerdos de las jaranas musicales y festivaleras organizadas para poner fin al proyecto franquista de colocar una central nuclear en plena costa vasca. Este recuerdo nos dice que las obras de la central, adjudicada a Iberduero por el franquismo, estaban prácticamente concluidas, al igual que los cimientos de la época posterior: el neoliberalismo, una máquina de externalizar los costes de la actividad capitalista, sea mediante el incremento de la desigualdad, la emisión de sustancias contaminantes o el expolio en algún otro lugar del planeta.

Iberdrola ha anunciado recientemente que establecerá en la capital vizcaína su centro mundial para la innovación en redes inteligentes y distribución energética. Zorrozaurre emerge así como la continuación de la ensoñación del Bilbao Global. Esa postal, aún sin lugar en el museo, debe servirnos para contemplar el futuro cercano del régimen neoliberal: la solución digital y energética. Mientras la atmósfera general que condiciona nuestra producción de cultura impone la vieja consigna de “estudia, trabaja y compra [una casa]”, el realismo capitalista se resquebraja en medio de un mar oscuro. Las serpientes se enroscan hoy de forma sutil mediante dispositivos energéticos y termostatos inteligentes, pero cada vez son más las familias que no pueden pagar la luz. La Torre Iberdrola simboliza que “el orden natural de las cosas” es absolutamente contingente, y que, en definitiva, Zorrozaurre podría ser una isla verde llena de jóvenes estudiantes. Y que quizás por eso, aunque llegue tarde, podríamos entonar algo así como “Torre Iberdrola Gelditu”.

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