“Las formas de intervenir sobre la violencia no están sirviendo para reparar a las mujeres que la sufren”

Laura Macaya lleva mucho tiempo acompañando a mujeres que enfrentan violencia y ha trabajado en el ámbito institucional, así como en la militancia, en promover otros modelos de justicia.
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Argia Dani Blanco Laura Macaya durante la presentación en Katakrak.

Laura Macaya lleva mucho tiempo acompañando a mujeres que enfrentan violencia en la asociación Genera. Ha trabajado en el ámbito institucional, así como en la militancia, y hoy en día parte de otros modelos de justicia. Sobre todo ello habla en Conflicto no es lo mismo que abuso, un libro coescrito con Hamaca y editada por La Escocesa. Recientemente ha sido traducido al euskera por Amaia Astobiza para Katakrak bajo el título Gatazka eta abusua ez dira gauza bera. Hablamos con la autora en mayo, durante su gira de presentación por Euskal Herria.

Para empezar quería preguntarte sobre la acogida del libro. En Euskal Herria al menos se ha movido mucho.
La acogida del libro ha sido muy buena. Desde hace algunos años vengo a Euskal Herria a hablar sobre la crítica al punitivismo y siempre ha sido uno de los territorios más proclives a escuchar esta perspectiva. Pero en general la acogida está siendo muy buena y supongo que esto viene de la toma de conciencia de que lo que se ha estado haciendo no ha funcionado del todo bien.

Prácticamente no se ha modificado la incidencia de la violencia machista ni se ha mejorado la vida de las mujeres para prevenirla, pero en cambio sí que se ha promocionado un sistema que persigue de forma sistemática a personas vulnerables y se promueven prácticas que destruyen nuestras comunidades afectivas y políticas, como las cancelaciones o las exclusiones sistemáticas.

Además, en un momento de crisis capitalista muy fuerte, con el empobrecimiento de cada vez más capas de la población, una mayor percepción de pérdida de comunidad y cada vez más malestares psíquicos, todo conlleva una toma de conciencia de la necesidad de articularse y mantener vínculos que creo que los actuales marcos punitivos de abordaje de la violencia no son capaces de sostener. Aparte de que evidentemente son formas de intervenir sobre la violencia que no están sirviendo para reparar a las personas que están sufriendo la violencia.

No se ha mejorado la vida de las mujeres para prevenir la violencia, pero se ha promocionado un sistema que persigue a personas vulnerables y se promueven prácticas que destruyen nuestras comunidades afectivas y políticas, como las cancelaciones o exclusiones sistemáticas

Tenemos un montón de comunidades, procesos y organizaciones políticas en las que no solo es que se rompan lazos afectivos y políticos, sino que además muchas veces se impide el propio funcionamiento de esa organización política por el bloqueo de un conflicto o una violencia mal resuelta. Esto es muy problemático porque los objetivos que se están dejando de cumplir en esas organizaciones, como por ejemplo la lucha por la vivienda o contra el turismo en un barrio, son absolutamente imprescindibles para obtener mayor justicia social para toda la sociedad, pero especialmente para las personas víctimas de violencia machista.

En el texto se reúnen muchas reflexiones sobre feminismo antipunitivista, pero todo ese saber es fruto de muchos años de trabajo.
Claro, y además de un trabajo no solo individual, sino prioritariamente colectivo. De hecho, mucha de la gente que estamos ahora en Genera, la asociación desde la que trabajamos para el abordaje transformativo de las violencias machistas, llevamos una trayectoria profesional y militante compartida desde hace muchos años. Durante casi veinte años hemos ido haciendo un proceso conjunto de reflexión en torno a la cuestión de las violencias, que ha sido nuestro eje laboral y de militancia en el marco feminista, anticarcelario y las luchas antirrepresivas. Y después de haber enfrentado muchas resistencias y bullying, ahora empezamos a ver que la cuestión del antipunitivismo es cada vez más un sentido común.

¿Me cuentas un poco qué es la asociación Genera y cuál es tu relación con ellas?
Genera es una organización política en la que trabajo actualmente pero en la que colaboro desde el año 2008. En sus inicios, y hasta hace tres años —momento en que con dos compañeras más nos hacemos con el liderazgo de la organización—, Genera trabajaba únicamente en la línea de la descriminalización del trabajo sexual.

Actualmente seguimos trabajando en la línea de la defensa de derechos y descriminalización del trabajo sexual, pero incorporamos la mirada antipunitiva, precisamente porque las trabajadoras sexuales son el paradigma de la mujer excluida de los circuitos de protección y reconocimiento cuando sufren algún tipo de violencia machista. No son la «buena víctima» ni la víctima pura.

Trabajamos procesos de empoderamiento laboral, contra el estigma y todo el acceso a derechos básicos que les son negados, pero también desarrollamos metodologías de abordaje de la violencia que no sean excluyentes, paternalistas ni victimizantes. Muchas veces son mujeres muy criminalizadas y estigmatizadas, pero no solo por ejercer el trabajo sexual, sino también por «transgresoras» del rol hegemónico de la feminidad blanca y bondadosa. Estigmatizadas como malas madres, malas mujeres, malas usuarias de recursos públicos... En definitiva, mujeres transgresoras castigadas de forma sistemática por esas transgresiones, a las que no se las protege como afectadas por la violencia, cuando no son directamente criminalizadas.

Has trabajado en los servicios municipales de acogida y atención a la violencia de Barcelona. ¿Existe ese mecanismo del castigo?
En el ámbito de la acogida es muy evidente cómo hay un castigo y una criminalización hacia estas mujeres, a pesar de que acuden a los marcos del Estado y la administración en busca de protección. Pero en cuanto entran en esos circuitos pasan a ser criminalizadas y evaluadas como son evaluadas las personas pobres. Ahí se impone el papel de la buena víctima, la víctima que está tan impactada por la violencia que es incapaz de decidir sobre su propia vida.

Los marcos punitivos no pueden acoger a muchas trabajadoras sexuales que sufren violencia, pero tampoco reparan a las mujeres que no cumplen el patrón de mujer blanca de clase media e ideología conservadora, como las disidentes políticas

Son procesos en los que se moraliza la condición de víctima y se homogeneiza quiénes son y qué necesitan en función de los intereses de las mujeres con más ventajas económicas, sociales y simbólicas. Desde esos procesos prediseñados no se respeta la autonomía de las mujeres ni su diversidad, y cuando no cumplen con las expectativas creadas pasan del rol de víctima al rol de criminal. Es cuando, desde los propios marcos institucionales en principio pensados para «proteger a las mujeres», se producen castigos y represalias en forma de cuestionamiento, falta de reconocimiento y negación de derechos, derechos cuyo merecimiento nada tendría que ver con cuestiones morales.

Y en esos procesos, lo que analizábamos muy claramente es que esos marcos de intervención sobre la violencia, que son las formas que han sido hegemónicas durante muchísimos años —tanto en los circuitos municipales como administrativos—, realmente generan impactos muy negativos en los procesos de recuperación y de autonomía de las mujeres. Y también hemos visto que el par víctima-culpable no solo funciona en el marco penal punitivo, sino también entre las propias mujeres, en los marcos feministas.

Y de ahí la necesidad de otro tipo de justicia
Efectivamente. Es desde todos estos aprendizajes y experiencias desde los que empezamos, hace ya casi cuatro años, a elaborar un marco metodológico propio de abordaje de las violencias machistas desde la perspectiva de las justicias restaurativas y transformativas, y a aplicarlo acompañando a mujeres, personas queer y comunidades políticas y afectivas.

Vemos que los actuales marcos de abordaje punitivos no pueden acoger a muchas trabajadoras sexuales que sufren situaciones de violencia, pero tampoco reparan las violencias de las mujeres que no cumplen el patrón de mujer blanca de clase media e ideología conservadora, como por ejemplo las mujeres disidentes políticas. También vemos cómo el marco punitivo está en los propios movimientos y en las comunidades de las que hemos formado parte. Y es cuando decidimos desarrollar una metodología comunitaria de trabajo para acompañar en el abordaje de las violencias machistas, partiendo de un marco feminista con perspectiva interseccional y desde las metodologías de las justicias transformativas.

¿Cuáles son las bases de esa metodología?
Los procesos de justicia transformativa tienen como objetivo la transformación personal, vincular y social de las relaciones sociales opresivas y los vínculos que están detrás de la existencia de la violencia machista. La violencia no se entiende como un conflicto interpersonal, sino como un daño que se produce por la reproducción de patrones opresivos que van más allá del comportamiento particular.

Esto no significa que no se produzca una responsabilización de quien daña, pero esta responsabilización tiene que entenderse dentro de una matriz de recomposición comunitaria y reparación del daño a quien ha sufrido el ataque, no como un simple castigo retributivo. Para nosotras, por ejemplo, un objetivo prioritario es el del refuerzo de comunidades en lucha con el fin de que no se descompongan para que sigan con sus luchas.

Para ello es necesario que en estos procesos participe la persona que ha sido dañada, pero también quien ha producido el daño y la comunidad (organización, unidad de convivencia, grupo de amigos, etc.) de la que ambas personas forman parte, para que se pueda producir una responsabilización colectiva, una sanación de los daños y los vínculos y una intervención sobre las causas de esa violencia.

Ahora bien, dentro de la metodología feminista de acompañamiento de violencia, se puede trabajar desde esta perspectiva solo con una parte, por ejemplo la persona que ha sufrido la violencia. Nosotras trabajamos con muchas personas que vienen a ser acompañadas desde esta mirada, y que a lo mejor solo viene la parte afectada de la violencia; eso se puede trabajar al margen de si podemos tener el resto del contexto o no.

No parece que sea un equilibrio fácil
Obviamente, para ello tenemos que salir de los marcos narcisistas, individualistas y centrados en el odio y la eliminación del otrx a los que se nos empuja actualmente. A la vez, evidentemente existe una tensión entre sostener, proteger y acompañar a la persona que ha sido víctima de un daño sin expulsar a la persona que ha dañado, pero nosotras no solo creemos que es factible, sino que lo estamos haciendo y es posible. Para ello, evidentemente, hay una serie de pasos intermedios. Para nosotras, en los procesos que acompañamos, es muy importante acompañar a todas esas partes, pero al principio puede que se haga de forma separada, porque no podemos hacer procesos colectivos en cualquier momento del proceso.

¿Me explicarías cuáles son los pasos de esos procesos?
Nosotras hemos establecido varios pasos en este proceso: desde la comunicación, la identificación provisional, la indagación, la exploración y la evaluación de riesgos, hasta un itinerario específico para cada tipología de violencia o situación de conflicto que atendemos. En esos itinerarios establecemos una metodología concreta para la reparación, para el acompañamiento a la responsabilización de quien ha dañado y para la restauración comunitaria.

Entendemos la reparación como la recuperación individual de una persona, pero también como la intervención sobre el marco que ha favorecido la violencia, porque la violencia no es una cuestión interpersonal

Quizás dos de las cuestiones prioritarias, además, son el tema de la conceptualización y la evaluación de riesgos, para poder evaluar bien la situación, porque es uno de los principales problemas que vemos en algunos abordajes actuales: la dificultad para distinguir y graduar situaciones. Para que todo no sea denominado bajo el mismo paraguas de violencia, tenemos una conceptualización propia que distingue las situaciones de violencia de las situaciones de exclusión y discriminación de género, de las situaciones de traspaso de límites personales, de las situaciones de conflicto con asimetría de género. Y a partir de ahí hacemos una evaluación de riesgos, que es algo muy importante para nosotras.

¿Cómo lo hacéis?
Tenemos una serie de indicadores para ver los riesgos, la posibilidad de transformación de la persona que ha agredido, las necesidades específicas que tiene la persona que ha enfrentado la violencia o cualquier otro tipo de situación, los elementos de interseccionalidad que vamos a poder leer, las potencialidades de la comunidad para acompañar esa situación... Y con todo ello acompañamos a la persona que afronta la violencia a la reparación, a la persona que ha cometido el daño para su responsabilización y transformación, y a la comunidad, si la hay.

¿Cómo entendéis la reparación?
La entendemos, por una parte, como la recuperación individual de esa persona, pero también como la intervención sobre el marco que ha favorecido la violencia, porque la violencia no es una mera cuestión interpersonal. Hay un marco que ha favorecido que la situación sane o empeore. Es decir, cuánta complicidad con la violencia ha habido, de qué forma se ha intervenido antes... Porque muchas veces se ha intervenido de una forma nefasta y, por tanto, se ha empeorado la situación.

Acompañar no significa decir a todo que sí, sino hacerlo desde un lugar honesto y con límites éticos y cuidados

Cuando llegamos nosotras hay un pitote increíble porque no se ha gestionado bien, o porque no se ha atendido bien a la persona que estaba sufriendo, o a medias, o porque se ha hecho esta cosa que es muy irresponsable de decir: vamos a actuar como quiera la víctima, y ya.

Te muestras muy crítica con esa actitud en el libro
Es que se hace mucho. Y detrás de eso lo que hay es una irresponsabilización: tú no tienes una metodología clara, no tienes una forma de intervenir clara, no quieres tomar un posicionamiento. No quieres, no sabes, no puedes, y en este «lo que quiera la víctima» pones todo el peso sobre ella. En lugar de plantearle a la víctima «vamos a acompañarte en estos términos, y vamos a escucharte», la sobrecargas con toda la responsabilidad no solo de su proceso, sino también del proceso que tiene que llevar a cabo la comunidad y la persona que la ha dañado. Y eso es inasumible para una persona que está sufriendo. Acompañar no significa decir a todo que sí, sino hacerlo desde un lugar honesto y con límites éticos y cuidados.

Una última pregunta. La precisión en los conceptos es muy importante en todo esto, como queda claro desde el título del libro. Conflicto no es abuso. ¿Pero qué es la seguridad, o qué no es?
Desde los movimientos críticos hacia las lógicas de los sistemas de castigo venimos analizando qué paralelismos hay entre los marcos de las sociedades de control neoliberal y nuestros contextos comunitarios. Y en la cuestión de la seguridad tiene que ver con una noción neoliberal, entendiendo por ejemplo los espacios seguros como una ausencia de ataques. En un contexto en el que vemos un desmantelamiento de los servicios públicos, un empobrecimiento de cada vez más capas de la población, una persecución policial de personas por estar en situación administrativa irregular, no entendemos la seguridad como poder tener una vivienda, poder dar una buena alimentación a tus criaturas, poder hacer crianzas sostenidas...

La seguridad no se entiende como eso, sino que se entiende únicamente como la ausencia de ataques. Claro que se pueden establecer medidas, y nosotras lo hacemos, pero son medidas temporales, revisables y que tienen que estar por unos objetivos determinados, porque hemos identificado un riesgo de repetición, por ejemplo. Todas estas concepciones en torno a la seguridad y el riesgo están muy relacionadas con cómo estamos leyendo tanto a la víctima como a la persona que agrede. Lecturas muy simplistas y que nos infantilizan colectivamente. Por no saber cómo hacerse cargo del dolor de la persona que está sufriendo, ni acompañarla a transitar hacia lugares más saludables, muchas veces lo que se hace es activar una medida punitiva cuando probablemente en otro momento del proceso esa persona, si es bien acompañada, necesitará otras cosas. Pero si no dejas que eso se transite... Y muchas veces todo eso se lleva a cabo bajo la supuesta cuestión del riesgo y de la protección.


Argia

Esta entrevista se publicó por primera vez en euskera, el 16 de julio de 2025 en Argia.

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